9.5.12

Gamboa: "El novelista es la clase obrera de la literatura"

El novelista colombiano presenta hoy en Madrid su última obra Plegarias nocturnas
Santiago Gamboa, escritor colombiano:"en Plegarias nocturnas quise hacer una historia de amor no convencional entre hermanos, una relación que no es incestuosa".foto:Begoña Rivas. fuente:elcultural.es


Esta tarde, en Casa de América, Santiago Gamboa (Bogotá, 1965) presenta su última novela, unas Plegarias nocturnas (Mondadori) que fabulan con amores no convencionales entre hermanos, con traiciones, drogas, literatura y pasión. Es, confiesa, un libro en el que ha dejado algunos jirones de su propia biografía (sin ser autobiográfica), porque, como uno de sus protagonistas, él mismo ha sido cónsul de Colombia en Nueva Delhi. Y, como escribe el cónsul del relato, "he escuchado, imaginado, paseado [...]. he fantaseado, recordado y escrito".

La primera pregunta parece obligada: ¿cuánto hay de realidad y de ficción en la novela?
Mucho de las dos, pero quizá más de la primera que de la segunda. Efectivamente, el personaje del cónsul tiene bastante que ver con mi propia vida, pues lo fui en Nueva Delhi, y también, como él, soy escritor. Me parece fundamental que en mis novelas lo que viven y sienten los personajes sea lo que yo mismo he experimentado, sin que en ningún caso mis novelas sean autobiografías: sospecho que mis aventuras y desventuras no tienen el menor interés para los demás...

¿Y su cónsul tiene algo que ver con el de Lowry, Bajo el volcán?
Le voy a confesar un secreto: es un homenaje. Ambos comparten desdichas y quizá el ser alcohólicos -aunque mi personaje lo es en un grado bastante más leve que el de Lowry. Pero, sobre todo, comparten el romanticismo que les define. La figura del cónsul siempre resulta romántica por su soledad, su abandono, su desesperación. Son personajes rodeados de misterio y olvido...

Sus novelas siempre tratan de amor y traición... ¿también en esta ocasión?
Desde luego. Me gustan los temas clásicos, y, como sabe, la crítica académica ha demostrado que sólo existen veinticinco grandes temas que se repiten a lo largo de la historia. Y uno de esos temas, quizá el más atractivo, es el del amor imposible entre dos personas, separadas a su pesar por mil impedimentos que se interponen. A mí me gustan estos temas. Botero suele decir que no da una sola pincelada que no haya sido autorizada por la historia del arte y yo me aplico el cuento en lo literario. Por eso, en Plegarias nocturnas quise hacer una historia de amor no convencional entre hermanos, una relación que no es incestuosa, y que tiene como objeto la salvación, el salir de una situación imposible de violencia y terror que los mortifica y agrede, allá en Colombia.

Parece imposible separar la imagen de su país del drama de la droga y la violencia.
Bueno, mi novela trata ese tema, pero no lo convierto en el centro del relato, es sólo un elemento más que le da un toque realista: utilizo los elementos que mis personajes necesitan para sus aventuras.

¿Pero no cree que su país es mucho más que todo eso, y que ha realizado un esfuerzo increíble en el campo de la cultura?
Claro, pero la imagen de la droga y la violencia no es algo impuesto, es una realidad de la que tan culpables son, aunque muchos prefieran no verlo, quienes producen y quienes consumen. En cambio, en el caso del tráfico de armas (y pienso en África) los culpables parecen ser sólo los que consumen... quizá, no sé, porque los productores suelen ser países occidentales. Por otra parte, si hablamos de la cultura colombiana, creo que pocos países tienen nuestra presencia en el mundo: sólo en literatura hablamos de García Márquez, de Fernando Vallejo, de Alvaro, Mutis, de Ospina, de Restrepo...

¿A qué se deben los monólogos que salpican el texto?
Es una idea literaria que viene de mis novelas anteriores, Necrópolis (2009) y El síndrome de Ulises (2005), porque siento la necesidad de que mis personajes se presenten a símismos sin intermediarios ni mediaciones, en su propia voz, casi al oído del lector.

En una de sus primeras novelas, Vida feliz de un joven llamado Esteban, hacía suya esta frase de Mario Vargas Llosa: “la inspiración no existía, que escribir es un asunto de terquedad, de paciencia, para esperar lo que casi nunca aparece, de generosidad ante ese ser egoísta que es el texto”. ¿Sigue pensando lo mismo?
Sí, y cada vez más. Casi siempre Vargas Llosa escribe con palabras precisas ideas que tienes desde hace tiempo y destroza tus inseguridades, sobre todo en este caso concreto. Cuando era joven tenía la idea romántica del escritor como genio, pero siempre pensé que eso era segregacionista, porque yo no me sentía ni especial ni elegido por las musas ni nada de nada. Vargas Llosa me enseñó a confiar en el trabajo cotidiano, en el afán y me reafirmó en mi vocación. Hoy sé que el escritor es la clase obrera de la literatura, que tiene que dedicar muchas jornadas a su obra, mientras que tal vez el poeta sea la nobleza, porque sólo con escribir unos versos está justificado.

Estudió filología en Madrid, ha vivido en París Roma, China, Nueva Delhi... ¿Cómo se viven la colombianeidad y el idioma en tantos lugares, y tan lejanos?
Con pasión que se refuerza con la lejanía. Yo tengo una imagen de mi país hecha de amigos, olores, paisajes, sabores, y la lengua, el español, es mi compañera.

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