La Semana Negra, el festival literario de Gijón, cumple 25 años a pesar de las desavenencias consistoriales y vecinales que lo tenían en jaque
El nubarrón que desde hace un año se cernía sobre el cielo gijonés, obstinado en pender en las alturas del recinto de la Semana Negra,
se ha disipado casi en el último minuto para permitir que uno de los
mayores certámenes del mundo de literatura policíaca y de misterio
celebre su más emblemática edición hasta la fecha: la 25, que tiene
lugar entre el 6 y el 15 de julio y que también da cabida a la ciencia
ficción, la fantasía y la novela histórica.
Las desavenencias que surgieron tras la llegada del FAC, el partido
Foro Asturias, al Consistorio de la ciudad asturiana el pasado año tras
más de una década de gobierno socialista –el rechazo a un presupuesto
tildado de demasiado elevado (que este año han vuelto a conceder, aunque
recortado), el desacuerdo sobre el emplazamiento del recinto de la
Semana y las quejas vecinales por el ruido-, que pusieron en jaque la
continuidad del certamen, han sido superadas, y hoy el festival se
desarrolla “perfectamente a pesar de las limitaciones”, según explica
Cristina Macía, una de las organizadoras. "Los milagros parece que son
completos", añade Paco Taibo, el fundador y director, además de
escritor. "Por ahora hemos tenido tres días de multitudes, y las mesas
redondas y conferencias han ido muy bien".
"Generalmente lo llamamos el ‘pequeño milagro
anual’, porque siempre hay complicaciones", dice Cristina Macía, de la
organización
“Generalmente lo llamamos el ‘pequeño milagro anual’, porque siempre
hay complicaciones”, enfatiza Macía. Aunque lo de esta edición ha sido
un caso extremo: “Desde que el Ayuntamiento nos dio una fecha hasta
ahora han transcurrido tres meses, es decir, que hemos tenido un tiempo
ridículo para organizarlo todo”. Por causa de la premura, esta 25ª
edición cuenta con menos presencia internacional que otros años. "Aunque
en realidad esa participación ha sido muy variante a lo largo de los
años: en uno podía haber, por ejemplo, muchos autores estadounidenses, y
en otro no", señala Taibo. La calidad del género en castellano -de
procedencia tanto española como latinoamericana-, hace que, de todos
modos, no haya demasiado que echar en falta. “El nivel es una
barbaridad”, ratifica Cristina Fallarás, autora ella misma destacada,
finalista de esta edición al premio Hammett, que otorga el festival, por
su novela Las niñas perdidas (Roca).
Esa enjundia de la novela negra en español tiene eco en la
importancia misma del certamen, en el que participan en esta edición 143
escritores, 20 de ellos extranjeros. “Hay una especie de cosa perversa
que hace que los autores españoles y latinoamericanos no nos solamos
leer mutuamente”, añade Fallarás, “y la Semana Negra sirve de punto de
contacto”. Con una tendencia histórica hacia el realismo, la temática
que define mucha de la oferta negra en castellano está pegada al actual
contexto sociocultural. “Aunque analizado desde puntos de vista muy
diferentes”, matiza Blanca Rosa Roca, directora de la editorial Roca,
que lleva cinco autores al festival. La omnipresente crisis tiene
también, cómo no, su reflejo en el género. “Aunque yo la veo menos de lo
que creo que sería normal”, dice el escritor Lorenzo Silva, que también
participa en la Semana. “Se ve que todavía se está rumiando”.
A pesar de la menor participación internacional, el festival sigue
fiel a su premisa: la diversidad. “Siempre se ha distinguido por hacer
una apuesta muy grande, por ser un muestrario completo”, señala Silva,
también comisario de Getafe Negro,
que se celebra a finales de año en la localidad madrileña. “Así que no
ha bajado ni la calidad ni el interés”. Algo que demuestra la asistencia
de escritores de calibre global como Bernard Minier, James Thompson o
Guillermo Saccomano. En el terreno de la fantasía y la ciencia ficción,
el titular lo marca, sobre todo, la presencia de los grandes autores
ingleses. "Así como el incremento de voces que se han unido en España",
agrega Taibo. Del último gran género incluido en el festival, la novela
histórica, el director destaca una reciente tendencia: "Están surgiendo
novelas sobre un pasado más inmediato, de hace 50 o 60 años, con autores
como Fabrizio Mejía".
Costumbres arraigadas en este cuarto de siglo, como el viaje entre
Madrid y Gijón que realizan escritores y periodistas en la jornada
inaugural de la Semana a bordo del tren negro, perviven a pesar de las piedras en el camino.
Aunque en esta ocasión, el itinerario marcó una parada imprevista en La
Robla, en la provincia de León, debido a la barricada que levantaron
los mineros de la zona, inmersos en su protesta contra el tijeretazo a
las ayudas al sector.
El convoy, que también se detuvo en la localidad asturiana de Mieres
–esta sí una escala habitual- fue recibido allí por los mineros con una
sentada y una charanga a modo de banda sonora. “Salimos de Madrid a las
7.30 y no llegamos a Gijón hasta las 18.00”, cuenta Berna González
Harbour, subdirectora de este periódico y autora de la novela Verano en rojo, que presentó el sábado, y que viajaba en el tren negro
junto a otros escritores y periodistas como Fernando Marías, Ian Watson
o el director Paco Taibo, a quienes recibió a su llegada la alcaldesa
de Gijón, Carmen Moriyón. “Desde la ventana pudimos ver todo: cómo
cortaban los mineros la carretera, cómo llegaban los antidisturbios…”.
Más allá de la reivindicación de los trabajadores del carbón, el
festival se ha volcado en la causa de Sanjuana Martínez, finalista al
premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra al mejor relato de no ficción
por La frontera del narco. La autora fue arrestada en su casa
de Monterrey, en México, después de que su exmarido interpusiera una
demanda en su contra por la custodia de sus hijos, aunque, según señaló
Taibo en una rueda de prensa en el tren negro, "el operativo fue encabezado por una jueza a la que denunció por allanar un refugio para mujeres maltratadas".
Otra polémica, la del emplazamiento del recinto ferial -antes aledaño
a la Universidad de Oviedo en Gijón-, ha quedado resuelta con su
ubicación en un antiguo astillero, a pesar de la oposición de un grupo
de vecinos, que han llevado el caso a los juzgados, aún pendiente de
resolución. “Son solo unos 40 vecinos de unos 2.000”, se defiende
Macías. “Todos los demás están muy contentos, porque es un barrio con
poca afluencia que en estos días recibe cientos de miles de visitantes”.
Por más obstáculos con los que se hayan topado, la organizadora muestra
ya ingentes ganas de una 26ª Semana Negra. “Y muchas más: cuando caiga
la bomba atómica, solo sobreviviremos las cucarachas y nosotros”.
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