Veranos literarios
Isabelle Huppert en la adaptación cinematográfica de Madame Bovary, de Claude Chabrol.foto.fuente:elpais.com |
"-No es nada -dijo con tranquilidad Monsieur Boulanger, mientras
cogía a Justin en sus brazos, sentándole sobre la mesa y apoyándole la
espalda en la pared.
Madame Bovary le quitó la corbata. Tenía los cordones de la camisa
anudados, por lo que estuvo unos segundos maniobrando con los dedos por
el cuello del joven. (...) El lugareño recobró el conocimiento; no así
Justin, cuyas pupilas desaparecían en su pálida esclerótica, como dos
flores azules en sendos tazones de leche.
-Convendría que no viera esto -dijo Charles.
Madame Bovary cogió la jofaina y la colocó bajo la mesa; al
inclinarse para hacerlo, su vestido (un vestido veraniego de cuatro
faralaes, de color amarillo, bajo de cintura, amplio de vuelo) se
ensanchó en torno a ella, sobre los ladrillos del pavimento; y, dado que
se hallaba inclinada, vaciló al alargar los brazos, con lo que el
abombamiento de la tela rompiose aquí y allá, según las inflexiones del
corpiño."
(...)
Entre tanto, Boulanger despidió a su sirviente, diciéndole que se fuera tranquilo, pues ya había satisfecho su deseo.
-Deseo que me ha proporcionado el placer de conocerles -añadió.
Pronunció la frase mirando fijamente a Emma".
El
amor en Madame Bovary ya está ahí, lo lleva dentro, ha empezado a
anidar en secreto sin que ella se percate. Ella, que soñaba y no cesaba
de esperar la llegada del amor acertó en unas cosas de pleno y en otras
no: Acertó en que lo haría de improviso; pero no acertó en la forma,
aquí corriente, vulgar; tal vez, mientras esperaba que un día fuera "con
grandes estallidos y fulguraciones"; pero acertaría, a su pesar, en el
resultado del amor "como una tempestad celeste que se desencadena sobre
la vida y la trastorna, y desgaja como hojas secas las voluntades y
arrastran el corazón hacia el abismo".
Era su idea de ese sentimiento tan anhelado producto de sus lecturas, sueños, inquietudes e inconformidades. Así la creó Gustave Flaubert
en 1857, basado en un hecho real, el suicidio de la mujer infiel de un
médico, y desde entonces está con nosotros. Emma Bovary, nacida de una
mujer real cuya existencia e idea del amor es un espejismo en medio de
la descripción de una burguesía decimonónica que empieza a desmoronarse,
que se adentra en la rutina y el tedio para ella; de un cambio de
paradigma en el que las apariencias obtienen cada vez más importancia y
Emma misma es objeto de esto por parte de su marido.
Emma, al escapar de todo aquello de la mano de su frivolidad cae en
su propia trampa al empeñarse en hacer cumplir su propia teoría de lo
que consideraba la vía de escape ideal, el amor. Y a pesar de que ya
había tenido un amante, es en aquel verano en que ayuda a su marido
donde encaminará sus pasos hacia el destino fatal. Porque tras esa
tempestad que esperaba que desatara su verdadero amor, ella no sabía que
"la lluvia formaba charcos en las azoteas de las casas cuando los
canalones están obstruidos, y se hubiera considerado a salvo si no
hubiera descubierto súbitamente una grieta en la pared".
Tras aquel cumplido que Rodolphe Boulander le hizo por haberla conocido, él se marchó. Para quedarse...
"Pronto se halló en la otra orilla del río. Era el camino que debía
recorrer para regresar a La Huchette. Emma le vio en el prado; le vio
avanzar bajo los álamos, deteniéndose de vez en cuando como si
reflexionara. (...)
Monsieur Rodolphe Boulanger contaba a la sazón treinta y cuatro años;
era hombre de temperamento brutal y despejada inteligencia; había
frecuentado el trato de mujeres, por lo que las conocía perfectamente.
Emma le había parecido bella; pensaba, pues, en ella y su marido. (...)
La campiña estaba desierta. Rodolphe no oía en torno suyo sino el
acompasado crujir de la hierba quebrada por sus botas y el chirriar de
los grillos ocultos entre la avena. Veía a Emma en la sala, vestida tal
como la había contemplado, y en su imaginación la desnudaba.
-¡Oh! ¡Será mía! -exclamó, deshaciendo de un bastonazo un pequeño montículo de tierra que encontró al paso".
Y así fue. A partir de ahí, Flaubert ahonda con maestría en el
análisis psicológico de sus personajes y en la filosofía que envuelve la
época, el Romanticismo que lo impregna casi todo, en la vida cotidiana
de esa burguesía francesa que ha empezado su declive sin saberlo. A Emma
y Rodolphe los espera, ya mismo, la feria de Argueil, la del encuentro
definitivo cubierto de una felicidad que lleva dentro el destino gfatal
para ella... Pero antes, y tras el verano de resurrección para Emma y de
la pirotecnia de sentimientos y emociones, Emma vivirá lo que creía y
quería, acercarse al abismo que empuja el amor.
Tiempo después en otro verano, y en otra feria de Argueil, Charles, el marido de Emma, ya fallecida, se encontrará con Rodolphe:
"Ambos palidecieron al verse. Rodolphe, que se había limitado a
enviar su tarjeta cuando el óbito de Emma, comenzó a balbucear algunas
excusas; luego, cobrando ánimos, llevó su aplomo (hacía mucho calor, se
hallaban en el mes de agosto) hasta el punto de invitarle a tomar una
botella de cerveza en la taberna. (...)
- No le odio -murmuro Charles.
-La culpa fue de la fatalidad", contestó Rodolphe.
Y aún le queda media página a Gustave Flaubert (1821-1881) para
cerrar su obra maestra. Vidas de contrastes, retrato de realidades,
espejo de verdades, Madame Bovary también guarda en uno de sus veranos la clave de su existencia.
Con esta novela empiezo la serie Veranos literarios 2012
en la que ustedes tienen un papel importante con sus sugerencias del
lunes pasado al hablar de sus veranos literarios favoritos y proponer
libros. El de Flaubert lo recomendó la escritora Clara Usón: "El capítulo de los 'comicios' en Madame Bovary.
Rodolfo seduce a Emma en la sala de juntas del Ayuntamiento de
Yonville, mientras debajo de ellos, y en contrapunto, se desarrolla la
ceremonia. 'También yo guardaré su recuerdo', confiesa Emma Bovary,
tímida. 'Por un morueco merino…', atruena el orador desde la plaza del
pueblo. '¡Oh, no!, ¿verdad que seré algo en su pensamiento, en su
vida?', implora Emma. 'Raza porcina, premio ex aequo: a
monsieur Lehérissé y a monsieur Cullembourg, ¡setenta francos!',
proclama triunfal el presidente… El clímax llega cuando Emma y Rodolfo
unen sus manos, mirándose a los ojos, mientras el presidente concede a
voz en grito la medalla de plata del premio de veinticinco francos a una
campesina, por cincuenta y cuatro años de servicio en la misma granja.
La galardonada no se entera de su fortuna porque es sorda; cuando al
fin sube al estrado y recibe su premio, masculla: 'Se la daré al cura
del pueblo para que me diga misas'. Es una escena de amor magistral y
divertidísima".
El viernes iremos a un libro que parece la casa del verano, sus maravillosas historias transcurren en el periodo estival.
* Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Traducción de Juan Ruiz Vila. Editorial Andrés Bello.
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