Entrevista a Carlos Fortea, traductor
La traducción es reconocida como una profesión de traidores. foto.fuente:elpais.com |
“Me pregunto si los
autores del boom leyeron a Faulkner en inglés o habían leído las
traducciones que circulaban desde los años 30”.
- “Es intolerable retocar traducciones [hechas en América Latina]”
- “La crítica literaria se fija en los detalles para postergar lo que de verdad da valor a una traducción”
La traducción sigue teniendo mucho de oficio invisible. Pocos trabajos tan importantes para la cultura de un país son, a la vez, tan poco reconocidos.
Los directores de todas las sedes del Instituto Cervantes celebran este año su reunión anual en Salamanca y la Facultad de Traducción
de esa universidad celebra mañana jueves una mesa redonda con
directores que son también traductores. “El papel de la traducción es
también el papel del español”, dice la convocatoria oficial. En el
coloquio participan Víctor Andresco (Milán), Helena Cortés-Gabaudán (Hamburgo), Luisa Fernanda Garrido (Ammán), Mª Dolores López Enamorado (Casablanca), Isabel Clara Lorda (Londres), Julio Martínez Mesanza (Tel Aviv) y Abel Murcia
(Cracovia). Es decir, las voces -o algunas de ellas- en español de
Dante, Hölderlin, Cees Nooteboom, Aleksandar Tisma o Wislawa Szymborska.
Tendrá lugar a las 17 h. en el salón de actos de la Facultad de
Traducción y Documentación (Plaza de Anaya). El moderador es el profesor
y traductor Carlos Fortea (Madrid, 1963) y ese es el motivo de la
entrevista que sigue, realizada por correo electrónico.
La relación entre traducción e historia de la literatura, el problema
de los localismos españoles y americanos, el trato de los editores y el
de la crítica literaria son algunos de los aspectos que aborda en sus
respuesta el vicepresidente de la sección de traductores de la
Asociación de Escritores de España (ACE Traductores), traductor de autores como Günter Grass, Stefan Zweig, Heinrich Heine o E.T.A. Hoffmann y autor él mismo de novelas como Impresión bajo sospecha y El diablo en Madrid.
"El papel de la traducción es también el papel del español". ¿Cree que no suele reconocerse ese papel?
Me temo que no. No siempre tenemos conciencia de que
traducir es escribir en español, por una parte, y aportar elementos al
español que en un momento dado el español no tiene, por otra. Leemos muy
a menudo que los autores del boom latinoamericano, entre los
que tenemos ya dos premios Nobel, se inspiraron en las técnicas
narrativas que habían descubierto en Faulkner. Yo siempre me pregunto si
leyeron a Faulkner en inglés o habían leído las traducciones que
circulaban desde los años 30, empezando por Las palmeras salvajes.
Hay además formas muy directas de incidencia en la difusión del
español a través de la traducción que no son evidentes. Se lo ilustraré
con una historia: hace diez años que los estudiantes de mi facultad
traducen en prácticas la página web del Departamento de Información y
Prensa de Naciones Unidas de Nueva York, y desde entonces la versión
española de esa página es la más visitada después de la inglesa, a mucha
distancia de las demás lenguas oficiales de la ONU. Si eso no es
política del español, que venga Dios y lo vea.
Esa es una pregunta de imposible respuesta, porque habría que hacer
muchas matizaciones. A veces una traducción ha sido capital por su
influencia y no por su calidad, y por tanto figura de pleno derecho en
nuestra historia de la literatura. Otras lo ha sido por su calidad
literaria propia. Prefiero citar alguna de mis favoritas. Las Memorias de Adriano de Yourcenar traducidas por Julio Cortázar, o la traducción de Francisco Ayala de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rilke.
Los lectores latinoamericanos se quejan a veces de que las
traducciones españolas contienen demasiados localismos y algunos
editores retocan las traducciones americanas. ¿Es usted partidario de
usar un español neutro o de adaptarlo al lector?
Yo creo que se trata de un debate viciado, paradójicamente, por un
punto de vista localista. Cuando hablamos de lectores latinoamericanos,
en realidad estamos hablando de los lectores de uno o dos países
concretos. Nadie defiende la modalidad lingüística de Costa Rica,
Bolivia o Perú, y la tienen. Yo me formé como lector leyendo a García
Márquez, a Cortázar, a Fuentes, a Vargas Llosa. Nunca he sentido su
español como ajeno, y tampoco lo siento como ajeno en las traducciones.
Cuando escribo, lo hago en mi modalidad lingüística, que es la única que
tengo y la única que no es falsa. ¿Qué es el español neutro? Mi español
ni siquiera es el mismo que el que se habla en otros lugares de la
península ibérica.
Otra cosa distinta es la política editorial, que es la que en
realidad envenena el debate. Es intolerable retocar traducciones. Eso
viola los derechos morales de los compañeros latinoamericanos, y ofende a
su profesionalidad. La integridad de la obra literaria debe ser
respetada, y además no causa ningún problema a ningún lector formado.
“Si en un texto de cien mil palabras se me han encontrado
seis errores así, es más bien un indicio de calidad que su contrario”,
decía usted en un artículo sobre la crítica de la traducción. ¿Cree que
la crítica literaria se centra demasiado en lo accesorio?
La cita pertenece a mi colega Juan Gabriel López Guix, y concuerdo con ella al cien por cien. Creo, en efecto, que en muchas ocasiones la crítica se fija en el detalle para postergar lo que de verdad da valor a una traducción, que es su capacidad para funcionar como un texto autónomo en la lengua de llegada, sus valores literarios propios. Eso conduce a críticas descalificatorias que no tienen sentido de la justicia, por las razones mencionadas en la cita.
¿Cuál cree que es el nivel de la crítica literaria española respecto a la traducción? ¿Qué críticos le parecen los más fiables al respecto?
Es que no es un problema de nivel, sino de concepto. Creo que no se aborda el libro como obra integral, sino como una tarea artesanal, y por eso se buscan constantemente las impurezas, los trompicones. No es una cuestión de nombres propios.
¿Por qué la mayoría de los editores no pone el nombre de los traductores en la cubierta de los libros?
Esa es una excelente pregunta. Puesto que ningún editor admite despreciar la importancia de la tarea del traductor, no hay una explicación racional plausible. El nombre del traductor reconoce su autoría del texto traducido, informa al lector y le da elementos de juicio a la hora de hacer su compra, y respeta nuestros derechos morales. Es un misterio que a los editores les parezca tan difícil hacer algo tan sencillo y tan de justicia.
La pregunta de siempre a los traductores: ¿cada cuánto hay que volver a traducir un clásico?
La respuesta es un poco intangible… Cada vez que se siente que su traducción ha envejecido, que ya no forma parte de la literatura española viva. Obviamente esto es muy subjetivo. Nuestros productos, la mayoría de nuestros productos, caducan con el paso de los años. La existencia de excepciones revela que la traducción no perecedera es posible, que hay libros traducidos que pasan a formar parte de la biblioteca del español, por esas virtudes propias de las que hablábamos al hablar de la crítica.
¿Qué libro de los que ha traducido le ha gustado más como lector?
Opiniones del gato Murr, de E.T.A. Hoffmann. No recuerdo haber disfrutado tanto en mi vida.
¿Qué está traduciendo ahora?
El tercer volumen de la tetralogía Noviembre de 1918 de Alfred Döblin, probablemente su obra más importante después de Berlín Alexanderplatz. Si no la he mencionado en la pregunta anterior ha sido por puro pudor. No había disfrutado tanto desde que traduje Opiniones del gato Murr.
¿Qué libro le gustaría traducir?
Qué difícil… me arrepentiría de haber dado el título diez minutos después de haberlo dado.
¿Y haber traducido?
Eso sí que lo sé. Los Buddenbrook, de Thomas Mann. Envidiaré a mi amiga Isabel García Adánez el resto de mi vida.
La cita pertenece a mi colega Juan Gabriel López Guix, y concuerdo con ella al cien por cien. Creo, en efecto, que en muchas ocasiones la crítica se fija en el detalle para postergar lo que de verdad da valor a una traducción, que es su capacidad para funcionar como un texto autónomo en la lengua de llegada, sus valores literarios propios. Eso conduce a críticas descalificatorias que no tienen sentido de la justicia, por las razones mencionadas en la cita.
¿Cuál cree que es el nivel de la crítica literaria española respecto a la traducción? ¿Qué críticos le parecen los más fiables al respecto?
Es que no es un problema de nivel, sino de concepto. Creo que no se aborda el libro como obra integral, sino como una tarea artesanal, y por eso se buscan constantemente las impurezas, los trompicones. No es una cuestión de nombres propios.
¿Por qué la mayoría de los editores no pone el nombre de los traductores en la cubierta de los libros?
Esa es una excelente pregunta. Puesto que ningún editor admite despreciar la importancia de la tarea del traductor, no hay una explicación racional plausible. El nombre del traductor reconoce su autoría del texto traducido, informa al lector y le da elementos de juicio a la hora de hacer su compra, y respeta nuestros derechos morales. Es un misterio que a los editores les parezca tan difícil hacer algo tan sencillo y tan de justicia.
La pregunta de siempre a los traductores: ¿cada cuánto hay que volver a traducir un clásico?
La respuesta es un poco intangible… Cada vez que se siente que su traducción ha envejecido, que ya no forma parte de la literatura española viva. Obviamente esto es muy subjetivo. Nuestros productos, la mayoría de nuestros productos, caducan con el paso de los años. La existencia de excepciones revela que la traducción no perecedera es posible, que hay libros traducidos que pasan a formar parte de la biblioteca del español, por esas virtudes propias de las que hablábamos al hablar de la crítica.
¿Qué libro de los que ha traducido le ha gustado más como lector?
Opiniones del gato Murr, de E.T.A. Hoffmann. No recuerdo haber disfrutado tanto en mi vida.
¿Qué está traduciendo ahora?
El tercer volumen de la tetralogía Noviembre de 1918 de Alfred Döblin, probablemente su obra más importante después de Berlín Alexanderplatz. Si no la he mencionado en la pregunta anterior ha sido por puro pudor. No había disfrutado tanto desde que traduje Opiniones del gato Murr.
¿Qué libro le gustaría traducir?
Qué difícil… me arrepentiría de haber dado el título diez minutos después de haberlo dado.
¿Y haber traducido?
Eso sí que lo sé. Los Buddenbrook, de Thomas Mann. Envidiaré a mi amiga Isabel García Adánez el resto de mi vida.
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