A sus 39 años, Vian moría de un edema pulmonar en el hospital de Laennec, aunque el mito alrededor de su muerte asegure que un infarto lo sorprendiera en su butaca, justo en la presentación de la versión cinematográfica de Escupiré sobre vuestra tumba, novela de Vernon Sullivan –su heterónimo algo sanguinolento–, en el teatro parisino Le Petit Marbeuf
Boris Vian, y su versatilidad artística. foto. fuente:elespectador.com |
Je vais au cinéma, voir des films suédois
Et j’entre au bistro, pour boire du whisky à gogo
J’ai pas mal au foie, personne fait plus ça
J’ai un ulcère. C’est moins banal et plus cher
J’ai pas mal au foie, personne fait plus ça
J’ai un ulcère. C’est moins banal et plus cher
J’suis Snob
El 23 de junio de 1959 –hace ya cincuenta y tres años– moría en Paris
uno de los artistas más versátiles de que se tenga noticia en la
literatura francesa, Boris Vian, músico, poeta, inventor, locutor,
escenógrafo, escritor, crítico, periodista e ingeniero, y quien
publicara parte de su obra narrativa desde la violencia visceral de un
supuesto escritor de novela negra, un autor norteamericano de thrillers a
quien Boris Vian servía supuestamente de traductor.
A sus 39 años, Vian moría de un edema pulmonar en el hospital de
Laennec, aunque el mito alrededor de su muerte asegure que un infarto lo
sorprendiera en su butaca, justo en la presentación de la versión cinematográfica de Escupiré sobre vuestra tumba, novela de Vernon Sullivan –su heterónimo algo sanguinolento–, en el teatro parisino Le Petit Marbeuf.
Cercano en su momento a escritores como Jean Paul Sartre o Albert Camus (escribió para Les Temps Modernes y Combat
y compartió con Camus la crítica musical y el gusto por el jazz), Boris
Vian no dejó de parodiar el mundo literario desde la crítica social y
el uso desmedido de la fantasía, como puede leerse en La espuma de los días,
novela que recorre el mundo afectivo de dos parejas de jóvenes y en la
cual la fatalidad pone al descubierto un rico universo de
contradicciones, recorridos gastronómicos de un gusto bastante
surrealista, así como un creciente desencanto cercano a la impotencia,
al tiempo que pone en entredicho el fanatismo de uno de sus personajes,
obsesionado enormemente con la filosofía existencialista. Así lo
consigna Sophia Vázquez Ramón, periodista venezolana residente en
Brasil, al subrayar su carácter de “novela de malos presagios, [que]
eleva el patetismo al nivel de las tragedias humanas: padecimiento,
belleza resquebrajada, crimen, suicidio, locura. Resuma por su mismo
carácter, en contrastes y poesía, un juego verbal y simbólico tras el
cual los atisbos inverosímiles de humor o representación fuera del
discurso, son el soporte de esa noción de tristeza sabida que recorre
las páginas del libro, a sabiendas que nada puede haber aquí sino
decepción y pérdida irreparable”[1].
La Hierba Roja. Tusquets editores. También pueden encontrar de Boris Vian en esta editorial, entre otros títulos: La espuma de los días; El arrancacorazones; A tiro limpio; Otoño en Pekín; y Lobo hombre
Dejando al descubierto un humor único plagado de absurdos y paisajes
inverosímiles, Boris Vian reveló en su música y su literatura (ejemplo
de su conocida canción antimilitarista “Le déserteur”), la necesidad
crítica de desdibujar la aparentemente razonable realidad para dar cauce
a una obra de cuestionamientos alrededor de la psicología humana, los
roles sociales, el amor, el recuerdo, todo desde el ímpetu de un
trompetista que mantiene el equilibrio en un escenario plagado de
imposibles, “un ser único (…) que no piensa más que en verso/ y no
escribe más que en música”, como puede leerse en uno de sus poemas
traducidos no hace mucho en la cuidada edición de la editorial Hiperión.
“Un ser único (…) que no piensa más que en verso/ y no escribe más que en música”
Aquel trompetista algo nebuloso e inquieto que escribiera ese
magnífico relato “El amor es ciego”, parte de su libro de cuentos El
lobo-hombre, en el que la aprehensión y el deseo son bañados
extrañamente por un “aerosol afrodisiaco” que empuja a sus personajes a
una desmedrada desnudez, me recuerda por mucho al personaje de la novela
La magnitud de la tragedia de
Quim Monzó, en tanto su personaje central, un trompetista en vera de
los favores de la vedette de un teatro, es llevado a la locura tras
padecer de una rara enfermedad, una erección permanente que no tardará
en llevarlo a los extremos de la concupiscencia y la paranoia, aquí un
tanto el designio de Priapea que Monzó no duda en usar como pretexto:
“¿Por qué me cubro las vergüenzas, me preguntas?… Piensa si algún Dios esconde su arma. El Señor del Mundo tiene un rayo que a la vista lleva, y no oculta su tridente el Dios Marino, ni esconde Marte la espada que es su fuerza”.
En Vian, esa tragedia es un indicador, un índice que va delimitando
su propia forma de deconstruir lo subjetivo para darle un carácter
incluso más despiadado y absurdo. En “El amor es ciego”, Orvert, que
como buen francés de espíritu cartesiano ha de dudar de las cosas
incluso cuando estas han sido diagnosticadas, pone a prueba aquel
aerosol dejando al descubierto la parte más embarazosa de su anatomía
(“…al tenderle la mano, encontró cierta cosa rígida que soltó con
asombro”), para luego empujar a otros a copiar tan particular
comportamiento, amén de la neblina que enceguece la ciudad.
Autor de teatro y miembro del Colegio de la patafísica, la ciencia de
lo no probable, Boris Vian visitó en sus novelas algunos parajes
irreales (el mejor ejemplo puede verse en su novela La hierba roja que retoma gustos del autor por la ciencia ficción, como es el caso de La Máquina del tiempo
de G.H. Wells, y en donde sus personajes intentan borrar su recuerdos
tras inventar una maquina enorme para ello) a la vez que quiso poner en
entredicho tesis como las del psicoanálisis, en una novela que no corrió
entonces con mucha suerte, El arrancacorazones, y que
cuestiona instituciones como la familia, arremete de nuevo contra el
existencialismo desde una óptica que retoma el conflicto ‘vianesco’
entre la infancia y la vida adulta.
Cercano a figuras del jazz como Duke Ellington, Jhon Coltrane o
Milles Davis, Boris Vian cultivó sobretodo un ejemplar método creativo,
en tanto la fragilidad que mostró desde muy joven, enfermo del corazón
desde antes de cumplir sus veinte años, le permitió hacerse aún más
vital a través de un descontento sublime que le delataba como un
compositor y escritor en búsqueda de ese sonido perpetuo, casi irreal,
que le salvara de esa inevitable autopista hacia la nada: “el odio a lo
inútil” denunciado por uno de sus personajes más autobiográficos, el
ingeniero Wolf en la novela La hierba roja: “va a ver usted cómo se desata una de las pasiones que han dominado mi existencia: el odio a lo inútil”.
“…va a ver usted cómo se desata una de las pasiones que han dominado mi existencia: el odio a lo inútil”.
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