Este año se estrenan dos documentales sobre el autor: Estrella distante, de Daringa Guevara y Jordi Lloret, y Roberto Bolaño. La batalla futura, de Ricardo House
Roberto Bolaño, que estás en los cielos...foto.fuente:elespectador.com |
Luis Sebastián Rosado espera a Alberto Moore y a su hermana en el
negocio de don Néstor Pesqueira. Apacible, prestándole atención al
cumplimiento de sus propios cánones. Pensando, acaso, que de esta manera
su vida será perfecta: el suceso planeado, el resultado esperado. Los
sobresaltos para qué.
Nada en la vida es perfecto, sin embargo, y
esto lo sabe de sobra el chileno Roberto Bolaño, autor del episodio. De
su pluma —en un lenguaje propio de la clase alta, alejado de él, pero
manejado con una maestría notable— sale la idea: el personaje debe ser
atacado por los “real visceralistas”, lo más indeseable de la escena
literaria mexicana.
Lo rodean, lo asustan, le hablan de poesía y
le insultan a su adorado Octavio Paz. Pero lo interesante viene luego,
cuando se van con él y sus dos amigos a un bar de mala muerte para que
la noche los envuelva con sus oscuros movimientos: un baile entre
hombres, una pelea, un trago, luego otro, un nubarrón de imágenes; la
borrachera, el vómito dentro del carro de Albertico Moore. Los real
visceralistas destruyendo a cualquiera que tenga que ver con literatura y
que no sean ellos mismos.
Todo esto en apenas seis páginas de las
monumentales 600 que le dedica Bolaño a Los detectives salvajes, una
novela obligada dentro de su obra, que juega con la paciencia del lector
a través de distintas voces narrativas. Una odisea literaria
calificada por Ignacio Echavarría como “la novela que Borges hubiera
aceptado escribir”.
Los real visceralistas tuvieron un lugar en
este mundo durante la juventud mexicana de Bolaño. Se llamaron los
“infrarrealistas”. Hacían revueltas, gritaban “¡Octavio Paz es un
idiota!” en conferencias de Octavio Paz, robaban libros y, si la novela
no exagera, estar con ellos en las atardecidas calles de México suponía
una experiencia sublime. “Lo que molestaba mucho al estatus de la
literatura mexicana era que no estábamos con ninguna mafia, con ningún
grupo de poder”, acepta Bolaño en Off the Record, ya famoso pero con la
tranquilidad que reposa en los ojos de quien no se ha traicionado nunca.
Ser
un pandillero literario fue apenas una de las etapas que vivió. Una
determinante, claro, pero no más importante que cualquiera de las demás:
el padre enamorado de sus hijos; el hombre enfermo, dueño de un hígado
destrozado que finalmente lo condujo a la muerte; el extranjero que, al
volver a Chile, se sorprendió “porque todos eran chilenos, cuando yo
estoy acostumbrado a ser el único chileno”; la figura mítica que, según
Mario Vargas Llosa, ayudó a propulsar una “obra donde había calidad”.
Su
vida es sin duda interesante, llena de acertijos que muchos queremos
descifrar, como tratándose de una más de sus novelas. Dos nuevos
documentales sobre este interrogante siempre abierto aparecen este año
en Chile: Estrella distante, de la artista Daringa Guevara y el escritor
Jordi Lloret, reconstrucción de la vida del chileno “desde sus propias
palabras”, y Roberto Bolaño. La batalla futura, del director Ricardo
House, que contiene varias entrevistas a familiares y amigos. Todo con
tal de calmar un poco la sed que experimentan los lectores, compulsivos
por saber más y más sobre su pequeño dios.
Se sabe que transversal a su vida camina un hombre fundamental: el escritor persistente.
Un poeta de verdad
Igual
que a Julio Cortázar, a Bolaño le prescribieron dejar de leer cuando
era niño. Abnegado, como siempre, jamás abandonó el hábito. Todo el
tiempo estuvo ávido de encontrar nuevos autores, algún poeta desconocido
que supiera respetar esa “fragilidad” con la que describió a la
literatura: aquellos que no la entienden son unos canallas. Son
escritores de humo. No existen. Son basura.
Bolaño leía como un
enfermo todo lo que le cayera en las manos. Esa primera obsesión vino a
reflejarse mucho después en lo complejo de su obra literaria. Pero sobre
todo leía poesía: “Muchísima poesía. Siempre he admirado esas vidas tan
desmesuradas, tan arriesgadas”, asegura. Esa admiración fue lo que lo
llevó por la senda tortuosa del oficio de escribir. Una apuesta que,
aparte de la gloria, le supuso también un sufrimiento incalculable.
“Yo
creo que el verdadero poeta lo puede soportar todo (…) el ejercicio de
la poesía, la comunión del poeta con esas cristalizaciones verbales,
permiten precisamente que el poeta, después de eso, lo pueda soportar
todo”, afirma, como aventurándose a describirse.
Hoy, nueve años
después de su muerte, Bolaño es una estrella literaria que lectores
alrededor del mundo veneran con una abnegada pasión. Pero eso es hoy.
Bolaño nunca la tuvo fácil. Desde muy joven se echó encima la cruz de
ser un “poeta de verdad”. Y esto lo hizo a pulso, escribiendo contra
todo pronóstico. Escribiendo así muriera de hambre. “Escribiendo con mi
hijo en las rodillas. Escribiendo hasta que cae la noche con un
estruendo de los mil demonios, los demonios que han de llevarme al
infierno. Pero escribiendo”, se oye decir en el documental El último
maldito.
La amargura es cierta. Detrás de esa escritura de culto
estuvieron los rechazos de todas las editoriales: Seix Barral, Anagrama,
Destino, Planeta. Los concursos literarios a los que podía presentarse
—a veces el dinero le hacía falta para las copias— tampoco le reportaban
ningún crédito. Pese a vivir como un salvaje, en la pobreza y a la
sombra, siempre persistió. A Roberto Bolaño “había que verlo trabajar
para saber que estaba absolutamente seguro de lo que estaba haciendo”,
confiesa Juan Villoro.
La llama que se mantuvo ardiendo en su
pecho, pese a todos los obstáculos, desencadenó por fin el incendio. La
literatura nazi en América lo sacaría del anonimato. Con ese pequeño
impulso publicó luego Estrella distante. Nunca se rindió. Si la
literatura era su condena, también sería su tabla de salvación.
Llega
Los detectives salvajes. En ella se descubre a un escritor poderoso,
que no teme entregar un libro laberíntico e inmenso. El Premio Herralde
viene por unanimidad. El Rómulo Gallegos, el más importante del
hemisferio, lo sucede. Pero en el trasfondo de toda esta vida pomposa de
escritor de las más altas cimas, persiste Roberto Bolaño, un hombre
sencillo, apasionado, con un agudo sentido del humor.
Esa simpleza
se da porque todo es momentáneo y él lo sabe de sobra. Pronto la
enfermedad hepática lo matará. Y así, moribundo, emprende un libro de
mil páginas llamado 2666.
Toda esta vida azarosa supo encauzarse
en una obra literaria que, a juicio de muchos, constituye lo mejor que
ha salido de América Latina después del llamado Boom.
Bolaño
confiesa que se salvó de la locura riéndose de sí mismo. Cuando le
preguntan si su hijo Lautaro va a ser escritor, contesta: “Sólo espero
que sea feliz. Así que mejor que sea otra cosa”. Le comentan que por ahí
un crítico literario anda diciendo que él es el escritor con más futuro
de América Latina. No tiene ningún reparo en responder: “Yo soy el
escritor latinoamericano con menos futuro. Eso sí, soy de los que tienen
más pasado, que al cabo es lo único que cuenta”. Parece que, en
realidad, sí ha contado mucho.
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