Aproximación a una de las creaciones más importantes del autor francés, quien murió a los cuarenta y tres años y escribió más de trescientos cuentos
Guy de Maupassant (Dieppe, 5 de agosto de 1850 - París, 6 de julio de 1893). foto: archivo.fuente:elespectador.com |
Los Bel Ami se ven en todas partes. El último que recuerdo caminaba
hace unas semanas frente a las fuentes del Palau Sant Jordi en
Barcelona. Tenía un aire de superioridad que lo delataba. Seguro quería
pasar de incógnito, pero mis amigos lo reconocieron por sus tatuajes de
estrellas desde los hombros hasta el pecho. Quizá los Bel Ami busquen
algo de anonimato cuando han conseguido sus objetivos o quizá sentirse
transparentes sea su peor castigo. Para George Duroy el protagonista del
Bel Ami de Guy de Maupassant lo sería.
Llegué al Sant Jordi a ver
aunque fuera por un momento a dos de mis mejores amigos, Diego y
Sergio, que venían al concierto de Madonna. Hablamos, tomamos fotos y
nos reímos. Dos horas después se perdieron en la fila y yo me senté a
leer el primer capítulo de Bel Ami con el sonido de fondo creado por la
emoción de los que estaban adentro. Allí estuve hasta que se fue el sol,
acompañada por las caras tristes de los que no pudieron comprar la
boleta, algunos revendedores y los habitantes permanentes del Cementerio de Montjüic que se veía al fondo, el mismo en donde la María dos
Prazeres de Gabriel García Márquez compró su tumba.
Guy de
Maupassant (1850-1893), escritor francés, autor principalmente de
cuentos que ejercieron gran influencia en diversos escritores, entre
ellos Chejov, y quien a pesar de haber muerto a los 43 años, tuvo una
carrera muy prolífica: más de 300 cuentos —leer Bola de sebo y El miedo—, algunas crónicas y seis novelas, entre ellas Bel Ami
protagonizada por George Duroy. En estos enlaces se puede leer dos de sus más célebres cuentos y se puede encontrar un gran análisis de su obra.
Duroy
sabe “provocar y aprovechar” las situaciones. Es arrogante, astuto,
paciente e impaciente al mismo tiempo, decidido, manipulador,
enamoradizo, encantador y por supuesto muy bello —por esto su apodo—.
Desde el primer capítulo me recordó una frase de Onasis: “Para lograr el
éxito, mantenga un aspecto bronceado, viva en un edificio elegante,
aunque sea en el sótano, déjese ver en los restaurantes de moda, aunque
sólo se tome una copa, y si pide prestado, pida mucho”. Duroy lo sabe y
explota su belleza y actitud ante cualquier oportunidad de ascenso en
‘La vie Française’, el periódico en donde trabaja.
Maupassant
recibió muchas críticas por parte de la prensa al utilizar este sector
como escalera de ascenso social del protagonista y mostrar a los diarios
de París como centro de corrupción. El autor se defendió con una carta
apasionada en donde explicaba que George Duroy era soldado, tenía
planeado ser un profesor de equitación y que antes de ser periodista ya
tenía la semilla de todos sus defectos y dejaba claro que los Bel Ami se
pueden encontrar en todas las profesiones.
Intriga y sorpresa son
los eslabones de la narración. Leer Bel Ami es como ir en una montaña
rusa, hay subidas, bajadas y un enganche perfecto entre capítulo y
capítulo, que no da tiempo para preguntarse cómo George Duroy cae mal
pero también cae bien, muy pocas veces, claro, pero lo logra. Sin
embargo, tuve tiempo para darme cuenta de que si conociera París podría
acudir a recuerdos de los lugares y calles exactas que nombra Maupassant
en el libro. Así que mientras ahorro para el viaje, decidí seguir con
la tortura de no saber cómo es la ciudad y compré París no se acaba
nunca, de Vila-Matas.
Por más que Duroy sea arrogante, astuto,
oportunista, avaro y los demás defectos alrededor de la vanidad, tiene
un punto débil que, por lo menos para mí, lo hace muy en el fondo un
buen tipo. El amor y devoción que siente por sus padres, dos humildes
trabajadores del campo de los que no se habla mucho en la novela. Sólo
hay tres o cuatro referencias sutiles sobre ellos y una escena
conmovedora cuando Duroy va a visitarlos y los abraza en medio del
camino. “Aún guardaba interés por todas las cosas del pueblo, por las
noticias de los vecinos y por el estado de las tierras y las cosechas”,
dice Maupassant refiriéndose al protagonista.
Hay un tema muy
importante en el libro: la muerte. La agonía de su amigo Forestier, las
ilusiones de los que están a punto de morir y la charla del poeta de La
vie Française, Norberto de Varenne con Duroy, como si el Iván Ilych de
Tolstoi y este poeta hubiesen tenido una conversación a escondidas, la
misma que le sería transmitida al protagonista durante un paseo por la
ciudad.
Al bajar del San Jordi y abandonar a los que estaban fuera
del concierto ya contagiados de la emoción y sin caras tristes, iba
pensando en George Duroy y en cómo Maupassant haría para desarrollar el
personaje. No sabía que unas semanas después ya no sería Duroy sino el
barón Du Roy de Cantel, gracias a su constante ambición por ocupar un
“lugar” en la sociedad parisina y en La vie Française. Tampoco sabía que
me haría llorar la debilidad y el amor por sus padres. Y mientras no
sabía nada de esto, al fondo se perdía la voz de Madonna: Greta Garbo,
Monroe, Dietrich y DiMaggio, Marlon Brando, Jimmy Dean On the cover of a
magazine.
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