Atiq Rahimi se inspira en Crimen y castigo para su última novela, Maldito sea Dostoievski, donde el escritor analiza el caos de su Afganistán natal
El escritor afgano Atiq Rahimi. foto: Claudio Álvarez. fuente:elpais.com |
Un padre monárquico, un hijo hechizado por el comunismo, una hija
mística y una madre entregada a la religión. Y todo en un país que acaba
de ser invadido. Cualquier guionista de series se estaría frotando las
manos. Pero si la familia es la tuya y la nación en guerra con los
soviéticos también, el asunto ya es distinto. “Tenía que encontrar mi
sitio, solo me quedaba la anarquía. Sentía una distancia con Afganistán:
no lograba entenderlo ni hacerme entender”, cuenta Atiq Rahimi (Kabul,
1962). Desde luego no le comprendía el régimen de ocupación de la URSS
que lo encarcelaba “cada dos por tres” por escribir del existencialismo y
del filósofo y Nobel de Literatura Albert Camus.
De ahí que en 1984 Rahimi huyera hacia Pakistán y finalmente se
instalara en París. “Hasta 1996 estuve alejando físicamente y
mentalmente de mi país. Apenas tenía contactos”, recuerda. Pero ese año
el calendario se llenó de acontecimientos que le hicieron cambiar de
idea. “Los talibanes tomaron el poder, nació mi hija y, sobre todo,
mataron a mi hermano. Todo esto me devolvió a Afganistán”, relata
Rahimi. Para el regreso concreto sin embargo hizo falta más tiempo.
Hasta 2002, tras 18 años de autoexilio. Por lo menos, el país compensó a
su hijo prodigo con la idea para Maldito sea Dostoievski (Siruela), su última novela que presenta ahora en España.
En enero de 2002 Afganistán era la patria de la anarquía. Estados
Unidos lo acababa de atacar en busca (no solo) de Osama Bin Laden. Y los
talibanes desafiaban a golpes de guerrilla a la superpotencia. Entre
polvo y caos, Rahimi buscaba testimonios para un documental: “Me
sorprendió ver a los señores de la guerra tranquilos, como si no
tuvieran ningún remordimiento. Todo el mundo le echaba la culpa a otro”.
A fuerza de sumar culpables, Rahimi llegó a una conclusión: lo eran
todos. Y lo mismo aprende su personaje Rasul a lo largo de las 206
páginas de Maldito sea Dostoievski. “Es la historia de un joven
afgano que ha cometido un crimen y quiere ser juzgado pero no encuentra
a nadie porque para procesarle a él habría que condenar a todo el
país”, afirma el escritor, ganador en 2009 del prestigioso premio Goncourt.
Explicita y evidentemente inspirado por Crimen y castigo,
del maestro ruso, Rahimi quedó fascinado también por otra reflexión de
Dostoievski. “Decía que si Dios no existiera todo estaría permitido.
Entonces como puede ser que sí ocurra en Afganistán, donde todo el mundo
es creyente? ¿No será que justo la religión y la ideología están para
justificar errores y horrores?”, piensa en voz alta Rahimi.
Tan convencido está el autor de esa culpa compartida que rechaza
atribuir el desastre en el que su país lleva una década a los invasores
extranjeros. “El resto del mundo tiene parte de responsabilidad, pero
siempre intento cuestionarme antes a mí mismo, y a mi país. Me pregunto
por qué hemos sido tan idiotas, tan débiles”, defiende. Una de las
primeras respuestas tiene que ver con la peculiaridad de Afganistán: “En
40 años ha experimentado todos los gobiernos posibles: monarquía
absoluta, constitucional, republica, comunismo nacionalista e
internacionalista, el régimen de los mujahidines, los talibanes y luego el caos”.
Otra clave se esconde bajo el suelo afgano. “Todos saben de las
riquezas mineras del país. De ahí el interés extranjero y muchas
guerras”, tercia Rahimi. Entre tanta crítica feroz el autor deja sin
embargo espacio también para el amor con tinte nostálgico típico del
exiliado. “Afganistán es un país lleno de poesía”, asegura. En su
tradición, en sus bibliotecas, y hasta detrás de los taxis: “Llevan una
frase que dice: ‘El amor no es pecado”.
Poesía y bombas. Tanques y carritos. Minaretes y desierto. En
Afganistán los extremos son pan de cada día. Como la rebelión, que el
país ha emprendido una y otra vez a lo largo de su historia. “Cualquier
herida que afecte a alguien en el profundo de su ser puede despertar la
bestia que tiene dentro. Y menos mal, si no tendríamos siempre la
dictadura de los fuertes. Es una lucha para defenderse”, afirma Rahimi.
Pero, tras soltar la furia para defenderse, ¿cómo protegerse de ella?
“Literatura, cultura y arte sirven para domar esa bestia. Según
Nietszche nos ayudan a no morir de la realidad”. Incluso cuando se
parece al guion de una serie.
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