La pasión por la trilogía Grey reúne a 130 lectoras en una velada de letras y sado. Vamos a salir de aquí expertas, corea una dama cuando la timidez da paso a las preguntas pícaras
Sesión de sado, anteanoche en la librería +Bernat, de Barcelona, a cuenta de Cincuenta sombras de Grey: un éxito, como el libro.foto: Pepo Subirana.fuente:lavanguardia.com |
"Me he leído los tres libros en diez días, no acababa uno y ya empezaba
el otro, ¡yo quiero ser como ella!". El rugido eufórico sale de la boca
de una mujer joven, guapa y bronceada, de una mujer atada, adicta y
poseída por el último fenómeno literario, el de la trilogía Cincuenta sombras, donde el señor Grey, el amo, y la señorita Steele,
la sumisa, arman la marimorena en la cama mañana, tarde y noche. Esa
trilogía que entreteje un estilo ligero y cinematográfico, donde se
agitan los ingredientes básicos de la vida: sangre, sudor, lágrimas y sexo,
mucho sexo. Sexo duro, sexo explícito, elegante, despiadado... "Es una
trilogía -opina una asistente- que igual se parece a la de Stieg
Larsson, pero en esta, los personajes en vez de investigar lo que hacen
es chingui chingui". Es una definición.
El ambiente está caldeado en la librería +Bernat de la calle Buenos Aires de Barcelona. Sesión informativo-erótica sobre sadomasoquismo. Los mojitos de fresa no aplacan el calor de las 130 señoras (muy refinadas y elegantes) sentadas o de pie. Los abanicos aletean vigorosos. Las bocas se entreabren lentamente, los labios despegándose poco a poco. Es jueves noche. Acaba de entrar por la puerta la dominatrix -corpiño de cuero más apretado que el de Escarlata O'Hara en Lo que el viento se llevó- con botas de pinchos y gorra de mariscal. Sobre la mesa látigo, fustas y pinzas para los pezones. Ay.
Lady Monique lleva una correa con la que ata al sumiso y balbuceante Darko, su esclavo 24/7, es decir abierto como un seveneleven. "Zí, zeñorrra, zoy feliz", ronronea con acento raro cada vez que su ama le pregunta o le da un cachete o patada... Del collar le cuelga una chapa. Pone Yoyo.
El tríptico escrito por la norteamericana E. L. James (Grijalbo/ Rosa dels Vents en catalán) se está vendiendo tan bien que hasta los editores se han permitido poner una etiqueta en la portada que reza: "Sí, este es el libro del que habla todo el mundo". Pretencioso, pero no incierto. Los libros son la comidilla, y no sólo, entre las mujeres. "Mi marido se los ha comprado los tres de golpe", susurra una mujer a su amiga. "Yo me he puesto un forro para que no se vea que lo estoy leyendo", musita otra con más picardía que vergüenza. Los ojos le brillan como en la primera vez que vio El último tango en París.
"Vamos a salir hechas unas expertas en sadomaso", corea otra dama al fondo cuando el ambiente ya se ha distendido y la ama explica que te explica, que si los azotes, que si las esposas. Una señora de ilustre apellido barcelonés, y que aquí se llamará C, empieza a preguntar con curiosidad insaciable. Una de sus conclusiones, rimada y todo, es: "Nacho Vidal sería genial de esclavo". Cuando Darko es obligado a lamer zapatos, una septuagenaria y distinguida mujer asume: "Si le pido eso a mi marido, se separa". Otra dama, inglesa por más señas, tiene ojos desorbitados... La señora C se moja los labios con la lengua. Preguntan a la dominatrix si cobra y carga el IVA. Un detalle.
Sólo hay tres hombres en la sala, el que suscribe y el fotógrafo por voluntad propia. El esclavo, no. Claro que también hay otras caras masculinas. No dan crédito. O sí. Desde la estantería de las biografías, justo donde se arrodilla el esclavo, las muecas de los rostros impresos en los libros son un poema. Federico García Lorca esboza una sonrisa al ver el panorama. Hitler mira a otro lado. Einstein se lo pasa bien y Churchill hace el signo de la victoria. Terenci Moix se asoma y hace ojitos. Y Keith Richards se tapa un ojo con la mano, pero lo ve todo con el otro. Qué picarón.
El ambiente está caldeado en la librería +Bernat de la calle Buenos Aires de Barcelona. Sesión informativo-erótica sobre sadomasoquismo. Los mojitos de fresa no aplacan el calor de las 130 señoras (muy refinadas y elegantes) sentadas o de pie. Los abanicos aletean vigorosos. Las bocas se entreabren lentamente, los labios despegándose poco a poco. Es jueves noche. Acaba de entrar por la puerta la dominatrix -corpiño de cuero más apretado que el de Escarlata O'Hara en Lo que el viento se llevó- con botas de pinchos y gorra de mariscal. Sobre la mesa látigo, fustas y pinzas para los pezones. Ay.
Lady Monique lleva una correa con la que ata al sumiso y balbuceante Darko, su esclavo 24/7, es decir abierto como un seveneleven. "Zí, zeñorrra, zoy feliz", ronronea con acento raro cada vez que su ama le pregunta o le da un cachete o patada... Del collar le cuelga una chapa. Pone Yoyo.
El tríptico escrito por la norteamericana E. L. James (Grijalbo/ Rosa dels Vents en catalán) se está vendiendo tan bien que hasta los editores se han permitido poner una etiqueta en la portada que reza: "Sí, este es el libro del que habla todo el mundo". Pretencioso, pero no incierto. Los libros son la comidilla, y no sólo, entre las mujeres. "Mi marido se los ha comprado los tres de golpe", susurra una mujer a su amiga. "Yo me he puesto un forro para que no se vea que lo estoy leyendo", musita otra con más picardía que vergüenza. Los ojos le brillan como en la primera vez que vio El último tango en París.
"Vamos a salir hechas unas expertas en sadomaso", corea otra dama al fondo cuando el ambiente ya se ha distendido y la ama explica que te explica, que si los azotes, que si las esposas. Una señora de ilustre apellido barcelonés, y que aquí se llamará C, empieza a preguntar con curiosidad insaciable. Una de sus conclusiones, rimada y todo, es: "Nacho Vidal sería genial de esclavo". Cuando Darko es obligado a lamer zapatos, una septuagenaria y distinguida mujer asume: "Si le pido eso a mi marido, se separa". Otra dama, inglesa por más señas, tiene ojos desorbitados... La señora C se moja los labios con la lengua. Preguntan a la dominatrix si cobra y carga el IVA. Un detalle.
Sólo hay tres hombres en la sala, el que suscribe y el fotógrafo por voluntad propia. El esclavo, no. Claro que también hay otras caras masculinas. No dan crédito. O sí. Desde la estantería de las biografías, justo donde se arrodilla el esclavo, las muecas de los rostros impresos en los libros son un poema. Federico García Lorca esboza una sonrisa al ver el panorama. Hitler mira a otro lado. Einstein se lo pasa bien y Churchill hace el signo de la victoria. Terenci Moix se asoma y hace ojitos. Y Keith Richards se tapa un ojo con la mano, pero lo ve todo con el otro. Qué picarón.
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