Entre 1974 y 1983 salieron a las calles 33 números de la publicación. Historia de una empresa entre amigos que se convirtió en un referente cultural
Elkin Restrepo muerde mucha poesía. foto: El Tiempo. fuente:elespectador.com |
Acuarimántima hubiera podido ser una revista malograda, un total
fracaso. A sus fundadores, en realidad, poco les interesaba. “De
antemano sabíamos que el fracaso económico e incluso literario era lo
único con lo que contábamos —dice Elkin Restrepo, poeta y cofundador de
esta revista de poesía—. Éramos jóvenes, éramos románticos y como los
años setenta eran los años setenta, eso nos impulsó”.
Restrepo
era, por ese entonces, profesor de la Universidad de Antioquia, un poeta
que pasaba tardes y noches en cafés, en Medellín, y aprendía a tomar
trago y se enamoraba de cuanta mujer hermosa pasaba por aquellos lados.
“El espíritu bullía —dice— y como amábamos la poesía y queríamos un
lugar para ella en Medellín, que en aquel entonces era lo más parecido a
un almacén de abarrotes, fue que nos metimos en la empresa”. La
empresa: fundar una revista de poesía que, además de distribuir su
propio trabajo como escritores, desglosara en versos libres la obra
poética de autores extranjeros.
Restrepo no estaba solo. En 1974,
con el nadaísmo buscando tumbar el establecimiento literario y el
nacimiento de numerosas revistas de poesía —entre ellas Golpe de Dados y
La Viga en el Ojo en Colombia, y El Corno Emplumado y La Serpiente
Emplumada en México—, concebir un proyecto literario era casi una
tradición y pocos se marginaban.
“Siguiendo el espíritu de la
época —escribe Restrepo en la introducción de Acuarimántima, la reunión
de todos los números de la revista a cargo de la Editorial Eafit—, un
grupo de amigos habíamos convenido publicar un día en que como nada
teníamos que hacer, nada quitaba hacer algo”.
La vida alegre
José
Manuel Arango, Miguel Escobar, Jesús Gaviria y Orlando Mora extendían
manteles en el Café Versalles o la Librería Aguirre. Hablaban, entre
amigos, de libros, de sus propias obras. Restrepo se iniciaba como poeta
y Mora coqueteaba con la narrativa, a la que después dejaría por la
crítica de cine. En medio de esas reuniones y esas conversaciones,
decidieron bautizar su publicación con una palabra, una sola palabra,
extraída de un poema de Porfirio Barba Jacob: “Acuarimántima”.
“No
recuerdo en qué momento nació la idea —dice Orlando Mora desde
Medellín—. Pero sí recuerdo el ambiente. Recuerdo lo felices que éramos
en esa época. Fue un clima de absoluta felicidad”.
La revista
brotó de cruces amistosos. Un día cualquiera, Restrepo entró a la sala
de profesores en la universidad y encontró a José Manuel Arango leyendo
un libro de poesías de un escritor de esas tierras: Jaime Jaramillo
Escobar. Le pareció curioso que alguien se interesara en la poesía;
charlaron; la amistad continuó. Luego encontró a Miguel Escobar, cuando
era profesor de la Pontificia Universidad Bolivariana. Escobar también
tenía a cargo el archivo de la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública
Piloto; sabía dónde encontrar cualquier cosa.
Desde hacía tiempo
Restrepo tenía una fuerte amistad con Orlando Mora, que se había
recibido como abogado. Jesús Gaviria era estudiante de derecho de la
Universidad de Antioquia, escribía poesía, y se conocieron por ese
tiempo. “Era un despertar literario —dice Mora— Habíamos heredado el
grito de los nadaístas. (…) La idea era desacralizar una ciudad muy
conservadora, muy cerrada”.
Y se embarcaron, pues, en la creación
del primer número de Acuarimántima. Tanteaban: no eran expertos tejiendo
revistas. ¿Y el dinero? ¿Cómo iban a sostener una revista que seguro no
los haría ricos?
“Aportamos unos cuantos pesos —dice Restrepo— y
acudimos a los amigos intelectuales de la universidad, cuya vida sana,
sin mayores extravíos, les dejaba para invertir la plata en empresas
inútiles”. La imprimieron en offset y en un papel de poco precio; las
cuentas, por su amistad con el impresor, eran generosas. El formato
—diseñado por Ana María Gaviria— podía envolverse en el bolsillo; el
lomo estaba fijado con grapas. Y en la tapa, escrita a máquina, estaba
el título de la revista, pero escrito con “q” y todo en minúscula:
aquarimántima.
Aquel primer número, que anunciaba una publicación
bimestral, reunió una serie de poemas inéditos del filósofo Fernando
González, que había muerto una década atrás, Juan Gustavo Cobo Borda,
Georg Trakl y Harold Alvarado Tenorio. Y en la pequeña introducción
escribieron: “Acuarimántima nace de un esfuerzo que es, por sí mismo,
negación de un mundo cuya hostilidad o desprecio por el arte son
consecuencia de estructuras histórico-sociales esencialmente
antipoéticas”.
La introducción prescindía de las mayúsculas aun en
los puntos seguidos. Mucho tiempo después, Restrepo aseveró: “Fue lo
más vanguardista a lo que llegamos”.
Camino final
Las
reuniones para decidir qué iba y qué no las hacían en casa de Daniel
Winograd —un amigo cercano— o de Restrepo. Había trago, había “puchos de
la vida”. “En cada caso la propuesta se discutía y cualquier diferencia
se zanjaba rápido —escribe Restrepo— (…) y no era rara la vez que
invitábamos a amigos y amigas con los cuales, una vez resueltos de
manera eficaz los asuntos centrales, pasábamos a los imprescindibles”.
Fue
en esas reuniones en que, por el trabajo de Escobar en los archivos y
por sus propias investigaciones, encontraron poemas inéditos de León de
Greiff, Ciro Mendía, Luis Vidales y Manuel Mejía Vallejo. Allí llegaron
también los poemas del que luego sería reconocido como cineasta: Víctor
Gaviria. Y también los versos iniciales de Helí Ramírez, un poeta nacido
en 1948 y ahora bien conocido en Medellín. O el primer cuento de Héctor
Abad.
La revista alcanzó 33 números bimestrales desde 1974;
artistas plásticos como Dora Ramírez y Óscar Jaramillo, muchos de ellos
participantes de las Bienales de Arte de Coltejer, por entonces muy
famosas, ponían sus obras en portada. El grupo de amigos, como la
revista, que incluyó de a poco textos en prosa, se fue ampliando. Al
equipo director, antes mínimo, se sumaron Víctor Gaviria, Helí Ramírez,
Juan José Hoyos, Anabel Torres.
En 1983, Acuarimántima dejó de
imprimirse. “Consideramos que ya había cumplido su ciclo —dice Elkin
Restrepo, hoy director de la Revista de la Universidad de Antioquia—.
También porque quienes la hacíamos, volcados también sobre nuestro
trabajo de escritura, entendimos que debíamos entregarnos de manera más
completa a él”. “Cada uno buscaba caminos personales”, recuerda Orlando
Mora.
Pero los amigos, como era su costumbre, no se separaron.
Siguieron encontrándose, compartiendo lecturas. El primero que murió fue
José Manuel Arango, en 2002; había publicado su primer libro en 1973.
Luego fue Miguel Escobar, el archivista, en 2008.
“Miguel era
frágil, fumaba, casi no se cuidaba —afirma Mora—. La de José Manuel fue
una muerte no esperada. Un día me llamaron y me contaron que había
muerto. Fue la primera vez que la muerte llegó al grupo”. Y luego dice,
pausado: “Ese camino hacia el final”
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