7.7.12

Un tesoro perdido de la cuentística colombiana

“Entonces se hacía el silencio y cada cual se adentraba en su alma, a no dejar cicatrizar las heridas. A palpárselas, a hacerlas arder, para tener una razón clara y dolorosa del existir”.

Portada Cuentos completos, en la eficiente edición del Ministerio de Cultura, que rescata un valor colombiano de la cuentística nacional. foto.fuente:revistagalactica.com
 
Carlos Arturo Truque es uno de esos casos en que es tan fácil lamentar la desaparición de un escritor. Al igual que en el caso de Andrés Caicedo, su temprana muerte (en circunstancias distintas, pero igual de penosas) truncó una de las carreras más prometedoras de la literatura colombiana. Sé que suena a cliché, pero la ‘teoría de la promesa’ está plenamente justificada en la breve obra del escritor chocoano y, sobre todo, en un cuento suyo que le ha dado la vuelta al mundo: “Vivan los compañeros”. Todo lo dicho, es una verdadera pena que su nombre aún suene extraño a muchos, incluidos estudiosos de la literatura nacional. Permítaseme, pues, primero, esbozar una semblanza.
Nacido el año de 1927 en Condoto, en el siempre olvidado y pobre Departamento del Chocó, Truque era descendiente de un rico comerciante que lo impulsó a seguir la carrera de Ingeniería; siguiendo una tradición bastante común en la historia de la literatura, el escritor abandona la carrera y rompe relaciones con su padre. Sin embargo, ese rompimiento tiene un cariz adicional: su padre era un líder político conservador y el joven Truque empezaba ya (tenía alrededor de veinte años) a abrazar ideales revolucionarios, los que lo llevaron a pertenecer al Partido Comunista. Los datos de su azarosa vida no son muchos ni muy notables (“Mi vida, aparte de los sufrimientos, carece de importancia”, escribió): se casa, viaja a Bogotá, acude a las famosas tertulias del Café Automático y entabla una entrañable amistad con Manuel Zapata Olivella; obtiene algunas menciones y premios por algunos de sus cuentos (además de un premio en la entonces Alemania Oriental por su única pieza teatral) y subsiste de trabajos subsidiarios: artículos en revistas o notas biográficas. En 1964 una trombosis cerebral lo incapacita para seguir escribiendo. Por oficios de Zapata Olivella se le interna en el Hospital de la Hortúa y finalmente fallece en Buenaventura el 8 de enero de 1970. Tenía cuarenta y dos años. Dejaba, amén de su pieza teatral, veinticinco cuentos que no serán reunidos en volumen hasta cuatro décadas más tarde (qué ingrata es la suerte de los escritores en este país) y que han justificado el entusiasmo de los pocos admiradores de su obra.
Tampoco es que fuera fácil conocerla. La primera edición de Granizada y otros cuentos, su único volumen publicado en vida, data del año 53 y es prácticamente inencontrable. En 1991, el Instituto Colombiano de Cultura – Colcultura, queriendo subsanar el olvido, publicó, bajo el título Vivan los compañeros, un pequeño volumen que contenía una selección de sus cuentos (once, para ser exactos) prologados por Arturo Alape. Se trata de una edición pobre y descuidada, mal impresa, peor prensada y plagada de errores tipográficos, erratas y omisiones imperdonables (en el prólogo hay cuatro citas con su correspondiente llamado cuya referencia no aparece por ningún lado). El prólogo de Alape, aunque descubre uno que otro dato importante (por ejemplo, la confesión del autor sobre la influencia que recibió del llamado “Grupo de Guayaquil”), presta también flaco servicio, pues se resigna a redactar resúmenes infantiles de algunos de los cuentos incluidos en la selección.
Por fin, el año 2010 verá la luz la publicación de lo que podríamos considerar la edición definitiva de la obra narrativa de Truque, otra vez bajo el nombre de su cuento más famoso. La edición, debida al Ministerio de Cultura contiene, además de la totalidad de los cuentos escritos por nuestro autor, un prólogo de su hija y un emotivo y revelador testimonio del escritor publicado originalmente en 1955 en la revista Mito. Casi todas las erratas han sido corregidas y el libro está editado de manera digna y sobria, haciendo al fin justicia a un escritor que merece ser rescatado.
Una vez dicho lo anterior, podremos por fin recabar en su obra, es decir, su colección de cuentos.
Que el volumen que contiene la obra completa del chocoano lleve por título Vivan los compañeros pone ya de relieve la importancia capital de un cuento que, sin lugar a dudas, podemos considerar no sólo el mejor de su autor sino uno de los mejores de la literatura colombiana (y quizá latinoamericana). Su tono, pausado y preciso, su encomiable economía léxica y su perfecta factura lo convierten en un asombroso ejemplo de destilería gramatical que anticipa al García Márquez de Los Funerales de la Mamá Grande y a la mejor Fanny Buitrago (otra notable cuentista que casi nadie recuerda). Es un cuento que deberían estudiar, línea por línea, los aspirantes a cuentistas. Se aprende tanto de él como de cualquiera de los buenos cuentos de Kipling, Quiroga o Poe; son diez cuartillas escritas con una sintaxis precisa, hábil uso del lenguaje coloquial y una arquitectura estricta en donde no sobra una coma ni tampoco, cosa difícil, el discurso político. Ignoro si Truque perteneció alguna vez o tuvo un conocimiento directo de las nacientes guerrillas colombianas; el cuento da a entender que sí o que al menos tuvo fuentes muy fidedignas sobre las vicisitudes de la vida en el monte. El tema será recurrente en otro de sus mejores cuentos: “Sangre en el Llano”. De todos modos, sus inquietudes sociales aunadas quizá a su formación comunista se dejan ver en la mayor parte de sus cuentos, de marcada tendencia social.
En general, Truque parece perseguir el modelo del Rulfo de El llano en llamas o el Quiroga de Cuentos de amor de locura y de Muerte y a ellos se acerca en sus momentos más logrados; la técnica del diálogo, sin embargo, sí es de innegable ascendencia norteamericana (Hemingway, lo más seguro). Mencionaremos el caso notabilísimo de “Sangre en el Llano”; todo el dialogo está escrito haciendo apócope de las formas propias del habla de los Llanos Orientales y reproduciendo la musicalidad propia del trovador llanero: “Van a sé hartos. Pue el ruío que meten se ve que va a sé peliagúo y ahí tá la Virgen pa’ que ni uno quede…” (p. 73). Es una narración tensa, exacerbada; si “Vivan los compañeros” registra las horas posteriores de un combate de la guerrilla, “Sangre en el Llano” lo hacía con las previas: las maldiciones de los guerrilleros que ven a lo lejos una cuadrilla del gobierno con la que esperan conjurar las ofensas pasadas, el odio que resuma en los corazones en medio de un llano que sangra en el sol de la tarde y tiñe de fuego el polvo de los caminos, “las crines desflecadas, las manos duras en las riendas y el viento enseñando a ser libre…” (p. 76). Los dos cuentos, aparte de lo dicho, ofrecen incipientes testimonios de aquella época conocida con el nombre de La Violencia, fenómeno socio–político que serviría de marco común a casi toda la producción literaria surgida en los años posteriores al Bogotazo. Son así mismo sus cuentos más notables, aquellos que quizá merezcan el calificativo de perfectos.
El mismo calificativo no se aplica tan fácilmente, empero, a los cuentos restantes, aunque ello no signifique necesariamente que sean deleznables –muy pocos podrían considerarse de escaso interés. La mayoría de ellos están lastrados por un afán discursivo que lo lleva a plantear alegorías un tanto pueriles (“El día que terminó el verano”) o escenas excesivamente dramáticas y sentimentales, como en “La noche de San Silvestre”, “La fuga” o “Granizada” en donde la tragedia doméstica, rural o citadina, se expresa en términos crudos pero un tanto patéticos (pese a ello, cuentos como los mencionados han dejado influencia más o menos manifiesta en escritores como Fernando Soto Aparicio). Él estaba del lado de los humillados y ofendidos: obreros, méndigos, prostitutas, perdedores de toda laya; miserables que luchan duramente con las condiciones impuestas por el capitalismo. En la década del cincuenta, época en la que fueron escritos, era común caer en la tentación de convertirse en un escritor ‘comprometido’ (según la definición de Sartre), peligro que fue difícilmente soslayado por creadores que, como Truque, tenían “una razón clara y dolorosa del existir” y una conciencia política que impulsaba a crear un arte que fuera útil. En Vivan los compañeros encontramos lo menos dos ejemplos de este arte alegórico de denuncia: en “El encuentro” se describen las duras condiciones de obreros fabriles que se debaten entre la observancia de las reglas de un trabajo miserable o la lucha sindical; “La aventura de Tío Conejo”, por su parte, es una fábula moralizante que escasamente encubre sus propósitos aleccionadores: el Tío Conejo, pobre, hambriento y con el deber de alimentar a su prole, se enfrenta al perro guardián de una huerta bien surtida, propiedad de Juan el Tontito. La metáfora creo que es lo suficientemente clara.
Mención aparte merece el cuento “Sonatina para dos tambores”, cuento que reviste gran interés debido a su musicalidad y estructura rítmico–melódica, algo que muchos escritores después de él han intentado, la mayoría con poco éxito. Su tono, alegre y musical, contrasta con el perenne tono lastimero y dramático de los demás, lo que permite pensar que el escritor chocoano era capaz de formas artísticas variadas, alejadas de la alegoría y la denuncia.
En conjunto, Vivan los compañeros es un volumen notable, pese a su evidente condición de obra incipiente. Truque estaba en plena formación; se nota, por ejemplo, en la fórmula recurrente con que inicia algunos de sus cuentos; a imitación de la tradición norteamericana, el escritor remite directamente a la acción con un verbo en pretérito (a veces pretérito compuesto). Algunos ejemplos: “Habíamos hecho una jornada dura”“Recostó el cuerpo contra el horcón”“Estaba sentado, entre el umbral y el patio”“Llegó temprano, contra la costumbre y el horario de la fábrica”“Entró soñoliento al caf锓Habían ampliado la calle”. La gran mayoría de cuentos parecerán modelos superados por sus contemporáneos, pero ello no le quita a Truque la calidad de ser uno de los pioneros del cuento moderno en Colombia, cuya historia literaria no podrá prescindir, empero, de esa breve obra maestra que es “Vivan los compañeros”, una de las cumbres del arte cuentístico nacional.

Vivan los compañeros
Carlos Arturo Truque
Cuentos completos.
Ministerio de Cultura de Colombia
Bogotá, 2010.

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