Heriberto Fiorillo, es el gestor de la Fundación La Cueva, donde se concentra la memorabilia alrededor del Grupo de Barranquilla
Sede de La Cueva, donde el Grupo de Barranquilla se reunía a sus tertulias. foto:fundacionlacueva.org.fuente:eltiempo.com |
La semana pasada viajé a Leticia a bordo
del proyecto La Cueva por Colombia, que alimenta la imaginación de los
jóvenes. De verdad iba algo triste porque me perdería ese jueves en
Barranquilla la tertulia sobre fútbol y literatura, organizada en La
Cueva, a propósito del Mundial Sub-20.
Mi encuentro casual con un profesor de
Leticia terminaría facilitándome un material inmejorable para nuestra
próxima reunión de narrativa y balompié.
El profesor, qué coincidencia, se llama
Alejandro Cueva y trabaja en el colegio Pacho Vela, adonde fuimos, con
el escritor antioqueño Tomás González, a desmenuzar uno de sus cuentos.
Con el ánimo de consolarme, Cueva quiso
aportar a La Cueva una curiosidad literaria y otra futbolística.
Entonces, empezó diciendo que Gabriel García Márquez había estado en
Leticia, dos años después del Nobel, y había aconsejado a los niños
sobre sus procesos creativos:
Que él, cuando pequeño, antes de aprender a escribir, hacía cuentos dibujados, tiras cómicas.
Que él escribe para cinco amigos, que sabe quiénes son y son sus primeros críticos.
Que lo más difícil de escribir es el primer
párrafo, donde uno descubre el estilo, el tono, el ritmo y la probable
longitud del texto.
"Cuando yo empiezo a escribir una novela,
me la sé completa, como si ya la hubiera leído. Sin tomar nota, tengo
resuelta, mentalmente, su estructura. Si uno no tiene la estructura, no
sabe a dónde va a dar el libro."
Agradezco a Cueva su aporte literario, pero, ¿de dónde va a sacar ahora su curiosa historia futbolística?
"El 29 de junio de 1952 -me dice-, el Che Guevara tapó un penal en Leticia."
Domina los detalles, despliega ante mí viejos recortes de periódicos, en los que él figura como fuente.
El Che jugó de arquero en Independiente,
onceno del ejército colombiano en la final de un torneo relámpago, en la
selva amazónica. Tenía apenas 24 años y terminaba estudios de medicina
en Buenos Aires. Viajaba con el médico Alberto Granado, de casi 30 años,
con quien había salido en motocicleta desde Córdoba, su ciudad natal.
Habían pasado por Chile y por Perú, donde
ayudaron a los enfermos del leprosorio de San Pablo y consiguieron una
balsa para navegar aquel río brasileño que los dejó, por dormirse, en
tierra colombiana.
El ejército nacional los alojó, les dio
alimentación y contrató sus servicios como entrenadores de fútbol. Con
el dinero pagarían su tiquete aéreo a Bogotá, rumbo a Venezuela.
"Al principio pensábamos solo entrenar,
para no hacer el ridículo, pero como eran tan malos, decidimos jugar",
escribió el Che a su madre, en una carta. Granado jugaba en distintas
posiciones. Por sus ahogos y porque no podía correr mucho, el Che
resolvió ser arquero. En el campeonato participaron cinco equipos, que
jugaron partidos de media hora. El Independiente llegó al último
desafío. El Che tapó el cobro final, pero su equipo malogró dos tiros
seguidos y perdió el torneo.
"Como portero era muy bueno", comentó
Granado del Che años después. "Siempre ocupaba una posición de
vanguardia. En mi época, los arqueros permanecían bajo los tres palos.
El Che salía bastante del arco. Era muy arriesgado."
Durante la premiación sonó el himno de
Colombia. El Che se agachó un poco para limpiar su rodilla ensangrentada
y un coronel lo reprendió por irrespetuoso. El argentino se contuvo.
Tres días después viajaría con Granado a Bogotá y en la requisa de
llegada le encontrarían un cuchillo. Lo detuvieron, pero no por mucho
tiempo. Antes de viajar a Caracas, el Che pudo ver, en El Campín de
Bogotá, el partido entre Millonarios y Real Madrid.
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