Daniel Pennac presenta en España su nueva novela, una exploración sobre las sorpresas que da el organismo
Daniel Pennac durante el Hay Festival de Segovia. foto.fuente:elpais.com |
Un pequeño estudio en el sector menos caro del distrito 5 de París.
Sonriendo ante un café italiano recién hecho, Daniel Pennac fuma su pipa
y todavía festeja la derrota de Nicolas Sarkozy: “Si volvía a ganar
tenía pensado irme de gira por América cuatro o cinco años”, cuenta.
“Regresé de un viaje después de su derrota y de repente el país estaba
más tranquilo, todo parecía calmado. Sarkozy era una especie de
Clausewitz: atacaba y luego se hacía la víctima. El ambiente que se
vivía era insoportable. Todo está mucho más tranquilo con Hollande, pero
de repente llega Valérie Trierweiler, mete la pata con un tuit y se
pone todo patas arriba. Un tsunami por un microevento. ¡Se ve que
estábamos acostumbrados al ruido y lo echamos de menos!”.
Conversar con Pennac es como leer sus libros: una delicia. Es
simpático, tiene un permanente sentido del humor y habla sin tapujos. En
su última novela, Diario de un cuerpo (Mondadori), escribe el
diario íntimo del organismo de un francés burgués, alto funcionario,
nacido en 1923 y fallecido en 2010. Sin tapujos y con mucho humor.
Anotación del 28 de abril de 1940, en plena pubertad: “Lo
extraordinario, cuando me doy placer, es ese instante que llamo el
trance del equilibrista: el segundo en que justo antes de gozar, no he
gozado todavía. El esperma está ahí, dispuesto a brotar, pero lo retengo
con todas mis fuerzas...”.
Las sorpresas del cuerpo, no las del alma. Esa es la materia de la
novela de Pennac. “El cuerpo vive una doble vida: sobreexpuesto en
Internet, la publicidad, el cine porno, convertido en espectáculo, y sin
embargo no hablamos nunca de nuestro propio cuerpo. Sigue siendo tabú,
nunca se le invita a la mesa, aunque no está prohibido, no hablamos de
ello. Y, pese a todo, el cuerpo es una caja de sorpresas permanente.
Incluso una mala digestión es una sorpresa…”.
¿No será ese pudor una cosa muy de Francia, ese lugar donde el
retrete está siempre aparte? “El pudor es una invención de la burguesía.
En el XVI, Montaigne hablaba de la vida tal cual era. La corte de Luis
XIV era un mundo muy físico, lleno de olores y perfumes. Y Napoleón le
escribió a Josefina: ‘No te laves, que llego enseguida’. Pero para pagar
las deudas del imperio, la burguesía se tuvo que poner a trabajar, se
casaba por contrato y ya no era cuestión de bromear con el cuerpo. Tras
las pequeñas ratas de Ópera, las prostitutas que morían de sífilis y los
poetas que morían de tuberculosis, en 1830 se instala el concepto de
pudor ¡y ya no volvemos a hablar del cuerpo ni siquiera en las
novelas!”.
Se diría que Pennac ha leído todo sobre el cuerpo y su relación con
la mente y los otros. Dice que lleva “30 años investigando” sobre eso,
preguntando a sus amigos, y que el diario contiene aportaciones de gente
de todas las edades, de niños a abuelos, como el espléndido relato de
la aparición de una mancha en la mano: mancha de vejez, flor de
cementerio. Cree que el pudor “subsiste”, y espera que una mujer narre
el diario de un cuerpo femenino: “Ellas tienen el ciclo menstrual, que
les obliga a una relación permanente con su cuerpo, aunque siempre es
una enorme sorpresa la primera vez. El feminismo liberó a la mujer en el
lenguaje de ella misma y de los otros. Nosotros estamos más lejos del
cuerpo, guardamos un silencio antropológico porque lo ignoramos todo”.
Mientras escribió la novela, Pennac estuvo cuatro años en una isla:
la literatura. “Así tomé distancia mental y geográfica". Pero cuenta que
la decadencia de Francia se resume en el abismo que separa al general
Charles de Gaulle de Sarkozy: “En 1958, la historia oral registró que un
manifestante insultó a De Gaulle y este replicó con ironía: ‘¡Enorme
programa!’. Medio siglo después, un agricultor insultó a Sarkozy y este
respondió: “Lárgate, capullo. Ese es el balance. La ruptura con De
Gaulle y Chirac ha sido una involución. Ha popularizado las tesis del
Frente Nacional presentando ideas de extrema derecha como si fueran
centristas”.
Nacido en Casablanca en 1944, hijo de militar, Pennac fue profesor y
todavía enseña a niños con problemas, aunque se retiró del día a día a
finales de los años noventa, cuando sus novelas empezaron a venderse por
millones con la saga de El señor Malaussène. Su visión sobre los ataques y los recortes a la educación, el núcleo del ensayo Mal de escuela,
de gran éxito en Francia y en España, suena irrebatible: “Si creen que
la cultura es cara, prueben con la ignorancia. A medio y largo plazo,
ahorrar en educación y cultura se paga carísimo. Los Gobiernos de
derechas actúan como si la escuela fuera su peor enemigo. No quieren
historia, filosofía, razón, laicismo. La política liberal y clientelista
quiere que el 90% de los alumnos sean consumidores y el otro 10%
managers. Así que se quitan las ciencias sociales y todos a estudiar
economía y marketing, y a consumir”.
“Esto no es nuevo, empezó a finales de los años ochenta”, añade, “cuando los niños empezaban a ir con el walkman
al colegio. Poco a poco la escuela se convirtió en una sucursal de la
mercadotecnia: ropa juvenil, comida juvenil, ocio juvenil… Marcas,
marcas y marcas, y cada vez menos transmisión de saberes. Y desde ahí
hemos llegado a proponer a los profesores ganar más a cambio de trabajar
más horas: como si fueran mercenarios”.
Cosas de la decadencia de Francia, y de Europa: “La especie humana es
hipocondríaca y suicida al mismo tiempo: vive aterrorizada por los
problemas que ella misma crea”, concluye.
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