Este post es una invitación a hacer una triquiñuela. Buscar la belleza en un jardín prohibido, que queremos alejado de nosotros
Desde ayer nuestra lengua está alborotada, una vez más. La Real Academia actualizó el Diccionario en 1.697 palabras y nuevas acepciones y algunas supresiones. Un idioma con 80.000 voces oficiales,
aunque muchísimas más en el uso corriente, que suele ir por delante de
la bendición oficial. Y hoy el Instituto Cervantes celebra por tercer
año el Día del Español en todo el mundo en
el que nos invita a elegir nuestra palabra favorita. Hace seis años
empezó la moda de estas elecciones: las más bonitas, más sonoras o
favoritas. Aquel año ganó la palabra Amor,
tras una convocatoria de la Escuela de Escritores de Madrid. En el
origen se trataba de exaltar las voces eufónicas, descubrir la
musicalidad, la sensualidad, la resonancia sonora, en resumen la
estética de los vocablos. Lo cual me gusta más y me resulta más original
y estimulante ya que cada lengua o idioma tiene sus propias
características, y una elección semántica por significado,
interpretación o concepto dará un resultado más previsible en cualquier
idioma, y sin duda ahí estarían palabras que exaltan la vida o el
bienestar: amor, felicidad, madre, amistad, hijo y estos días
honestidad. Voces que fonéticamente me parecen insípidas, salvo algunas
como Alegría.
Para mí el juego está más en la eufonía, en la belleza de la
fonética. Es más divertido y resulta un mejor homenaje a nuestro idioma.
Por eso hoy Día del Español he pensado en una vuelta de tuerca al juego
de la fonética y sonoridad de las palabras. En reivindicar vocablos
cuyo significado, concepto o connotación no nos gusta por ser negativo,
molesto, desagradable, antipático, triste o feo pero cuya palabra en sí
misma es bonita y tiene gracia, e incluso encanto. Por eso les propongo
un juego: recordar-elegir las palabras feas y que no nos gustan por su
concepto pero que son bellas. Señalar las feas más bonitas. Por ejemplo:
Sibilino...
Zurullo...
Malandrín...
Zurriburri...
Ardid...
Filibustero...
Sombrío...
Pocilga...
Añagaza...
Truculento...
Suripanta...
Zozobra...
Almizcle...
Gañán...
Perfidia...
Engatusar...
Truhán...
Lúgubre
Mohíno
Ruin...
¿y qué me dicen de Triquiñuela?
Todo este interés por las palabras y su sonoridad y su significado me
viene desde cuando estaba en la universidad. Leí un libro en el que se
decía que en una encuesta sobre las palabras más bonitas del español
había resultado ganadora Cristal. Me quedé pensando si compartía o no
esa elección. Hasta ese momento nunca había hecho una reflexión-elección
de ese tipo con mi idioma. Al ser mi lengua materna y de uso cotidiano y
normal nunca había reparado, en realidad, en su belleza estética. En el
juego de la combinación de sus letras al ser pronunciadas más en unas
que en otras. En separar concepto de estética. Entonces empecé a
repetir: cristal... cristal... cristal... cris...tal... Y vi una nueva
palabra. Y redescubrí mi lengua, mi idioma y su belleza. Adquirí
verdadera conciencia de la vida propia de cada vocablo y de la vida que
cobra en nuesta boca y nuestros labios cada vez que los pronunciamos.
Unas con más gracia que otras, claro.
Por eso hoy, insisto, me pregunto por la belleza y la luz que puede
haber en palabras cuyos conceptos y connotaciones nos gustaría que
estuvieran alejados de nuestras vidas, pero que ellas en sí mismas no
tienen la culpa. Los invito a rescatar las palabras feas más bonitas, en
un homenaje al castellano o español nuestro idioma. Hagamos esta
triquiñuela y entremos en un jardín prohibido para reconocer algunas de
sus bellezas.
Gracias por la respuesta a este homenaje a nuestro idioma.
Hay propuestas una cantidad de palabras maravillosas en su eufonía.
Algunas de ellas las destacaré en un nuevo post el Miércoles de Libros,
la sección semanal de Cultura online de EL PAÍS.
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