Con agenda y retórica propias y regidas por entusiasmos colectivos, las revistas culturales navegan entre la resistencia a los formatos estandarizados y la dificultad para perdurar. Aquí, un mapa de los nuevos temas y estilos y los casos emblemáticos que aportaron a mejorar la crítica y la crónica durante la última década
Este artículo analiza la problemática argentina, pero considero que sus características son extensivas, a cualquier país de la región. foto. fuente: Revista Ñ |
De qué hablamos cuando hablamos de periodismo cultural? Tracemos
un mapa a mano alzada en una servilleta de papel traslúcida de bar. En
primer lugar, cobra relieve una rama profesional cuyos frutos son
productos que brotan en los medios masi vos, comerciales. Luego, debajo
de la línea de flotación del rédito económico, está la tan vital como
inestable red compuesta por una miríada de publicaciones en papel y
virtuales, proyectos colectivos motorizados por afinidades y entusiasmos
compartidos con el afán de difundir nuevas voces, polémicas, análisis y
enfoques.
Llamamos a todo esto con el mismo nombre pero, salvo
contadas excepciones, los medios alternativos no se rigen por la lógica
profesional del periodismo rentado. Las revistas que de hecho dejaron
una impronta indeleble, que marcaron una época, desde Cerdos y Peces a
Punto de vista, del Diario de poesía a Ramona, fueron empresas en el
sentido quijotesco de la palabra, no en su sentido capitalista.
¿Por
qué este tipo de proyectos independientes suele tener más penetración,
más incidencia, más peso específico, si tienen una infraestructura y un
alcance mucho más acotado? Es un poco como el dicho, sí: el que mucho
abarca, poco aprieta. Porque el periodismo profesional y su batería de
suplementos aspira a un lector genérico y ofrece una mirada ecuménica
que no deja a nadie afuera, y tiene el reloj y a veces hasta la retórica
sincronizada cuando no colonizada por el mercado y la industria
cultural, y una sed de noticias y novedades desmesurada. Por su parte,
las revistas culturales independientes suelen tener una identidad y un
lector o interlocutor definido, una agenda y una retórica propia, suelen
responder a un proyecto puntual, a un grupo o tendencia determinada. Y
despliegan una capacidad más potente de crítica e intervención porque,
como dice el académico Daniel Link, no sucumben ante “los formatos
estandarizados hasta la náusea del periodismo de hoy” ni a la
“viscosidad propia de los medios: las efemérides, el sentimentalismo, la
celebración irreflexiva de lo que existe.” “Me estimula cierta
vitalidad de lo ‘independiente’”, dice el escritor y cronista Juan José
Becerra. “Estos espacios de soberanía artística proliferan y un día –si
ese día ya no llegó– serán, sumados, la masa crítica de la cultura”,
agrega el autor de Miles de años y la flamante La interpretación de un
libro, que además de novelista es una de las plumas más perspicaces y
zumbonas de la actualidad, que desparrama su prosa en todo el espectro
de medios culturales, ya sea escribiendo críticas de libros o películas,
crónicas, entrevistas, comentando la tele en pantuflas o siguiendo la
campaña de Boca desde la platea.
Otros, directamente, descreen de
los medios, ya sean independientes o profesionales. “Prefiero a las
redes sociales, con toda su proliferación alocada, sus discusiones
atolondradas, su desprolijidad y su calentura,” dice Oscar Cuervo,
responsable de la revista La otra. El joven crítico Claudio Iglesias,
por su parte, aventura una explicación más mesurada: “Mover la discusión
al terreno de la comunicación artesanal, la precariedad financiera y la
asociación libre permite abrir un horizonte que en otras condiciones
quedaría velado por el día a día, los deadlines y la necesidad de llenar
el vacío con contenido semántico típico de las instituciones.” Para ser
francos, la precariedad económica es un condicionamiento estructural
del periodismo cultural en general. Este es uno de sus más amenazantes
escollos, y el principal motivo por el que proliferan las revistas
virtuales. Si bien todo esto complica la posibilidad de sostener
proyectos en el tiempo más allá del impulso inicial (muchas veces uno no
sabe si tal o cual proyecto terminó o si es que están hace años
preparando el número próximo), el panorama en renovación constante es
siempre estimulante, variado y bullicioso y va desde la literatura, las
artes y la crítica tradicional, hasta experimentos más radicales. Este
es un mapa tentativo, echemos un vistazo.
Un clásico del campo
cultural argentino regresó el año pasado con nueva conducción editorial.
Se trata de El ojo mocho, un proyecto que surgió en su momento del
riñón intelectual de Horacio González y que combina teoría política y
crítica cultural. Esa estela gonzaliana se propagó más allá del proyecto
original hacia El río sin orillas, una revista-libro orientada a la
filosofía política, y Mancilla, hecha por un grupo de jóvenes que ya va
por su segundo número y está entre las propuestas más atendibles de los
últimos meses. Otra revista que volvió –en este caso después de casi
treinta años– y que comparte un zeitgeist con las anteriores, es Crisis.
Su frecuencia bimestral le permite encarar los temas de actualidad
–sobre todo cuestiones sociales y económicas– con otro tiempo y
profundidad, y un discurso permeable a la academia y las ciencias
sociales.
En general, en cada nicho o disciplina germinan
publicaciones. Por nombrar algunos: en materia de teatro, Funámbulos; en
arte y literatura, desde el fanzine Mama Lince, dirigido por Iglesias,
hasta publicaciones refinadas, rigurosas y sofisticadas como Otra parte y
Las ranas. En psicoanálisis, un clásico: Conjetural. En los márgenes,
publicaciones de transgénero como El teje, la fumona THC y la futbolera
Un caño. Luego vienen aquellas que cubren un espectro más amplio, de
información general pero con recomendaciones y análisis especializados:
Llegás a Buenos Aires, Los inrockuptibles o Rolling Stone. Un caso
particular es el de La otra, un micro-multimedio de un solo hombre que
tiene la forma de los intereses de Oscar Cuervo y que hace pie en una
publicación semestral, un blog y un programa de radio.
En el campo
de las revistas literarias, tras un cuarto de siglo ininterrumpido, el
Diario de poesía (tal vez la publicación que mejor supo aunar las
técnicas del periodismo en una escena artística específica) se convirtió
en un faro ineludible que excede el verso para difundir una concepción
de la literatura. Y después, La mujer de mi vida, la epistolar En
ciernes, y la flamante Luz artificial (reconversión de la bahiense Vox),
por citar algunos. Por su parte, ciertos proyectos de gran trayectoria
encontraron en la Web una opción viable para seguir adelante, como la
cinéfila El amante y la célebre Punto de vista (hoy Bazar americano).
Hablando
de soportes y del paso del papel al bit, hasta hace diez o doce años,
una revista cultural era sinónimo de celulosa, desde las hojas A4
abrochadas de los fanzines hasta el papel ilustración finamente
encuadernado de las revistas filoacadémicas, pasando por el clásico
papel de diario que sigue manchando de tinta las yemas. Hoy ya no. Mucho
se habló de cómo la Web facilitó el pulular de todo tipo de
publicaciones. Sin embargo, con los años, lo digital también empezó a
mostrar la hilacha. ¿Qué pasa cuando se da de baja el dominio, cuando se
deja de pagar el alojamiento en un servidor? El contenido se esfuma
como si nunca hubiera existido. Pasó, por ejemplo, con dos proyectos
pioneros como el Poesía.com y la revista Exito. Mientras en el primer
caso dejó de estar disponible un archivo enorme de poesía argentina y
latinoamericana contemporánea, en el caso de Exito se extravió uno de
los proyectos editoriales más innovadores de los últimos tiempos. Fueron
más de veinte números entre octubre de 2004 y mediados de 2007, cuyos
sumarios podían incluir una crónica sobre un festival de música
electrónica al lado de una nota sobre los recortes presupuestarios a la
universidad pública, una introducción a la narrativa rusa contemporánea
junto a la crónica de una visita a un dark room. “Devotas de lo bizarro y
lo bello”, diría Iglesia, las notas de Exito se propusieron reformatear
los códigos del periodismo cultural, echando mano tanto al humor
irónico como a la crítica desenfadada. Pero como suele pasar en estos
casos, no logró establecerse como un proyecto viable a largo plazo. Dice
Germán Garrido, uno de sus editores: “Vivíamos convencidos de que la
revista podía ser lanzada por un gran multimedio y ser un boom de
ventas, pero eso derivaba del impulso egomaníaco que nos llevó, entre
otras cosas, a nombrar a la revista Exito”.
El mismo riesgo corren
El interpretador o No-retornable, Cítrica (hecha por ex trabajadores
del diario Crítica), Escritores del mundo, o las flamantes Tónica (de
crítica literaria) y Anfibia, un ambicioso proyecto de periodismo
premium dirigido por Cristian Alarcón, descomunal cronista de la
marginalidad. La Web ofrece inmediatez pero al mismo tiempo no garantiza
la preservación. ¿Qué hacer, entonces? Una opción ingeniosa es la
adoptada por la revista Planta, que gracias a un subsidio acaba de
publicar una antología en papel, materializando algunos de los textos
críticos más relevantes del último lustro.
Podríamos seguir
trazando mapas, redes, vértices, conexiones, enumerando proyectos. Pero
en definitiva, volviendo a la pregunta que abría el texto, ¿de qué
hablamos cuando hablamos de periodismo cultural? En su conjunto, como
discurso social o actividad intelectual, se erige como una suerte de
Leviatán, caja de resonancia de la época y aparato de difusión, análisis
y legitimación.
Y aunque la mayoría de las veces opera como mero
espejo o termómetro de mejor o peor definición, queda claro que todavía
puede funcionar como bisturí, como instrumento de crítica e
intervención sobre el campo cultural o una escena determinada. Sin ir
más lejos, seguramente hoy sábado cuatro o cinco personas se junten
alrededor de la mesa de un bar, hagan un bollo la servilleta en la que
se garabateó este mapa, pidan una ronda de café o cerveza y retomen la
discusión acerca de esa revista que hace años viene npergeñando y,
bueno, ya es hora de dar a conocer.
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