Escandalizó al mundillo psicoanalítico al revelar casos amorosos de diván. Luego se metió con Nietzsche, al que hizo llorar, y con Schopenhauer, a quien convirtió en un paradójico inspirador de optimismo. Ahora, el psiquiatra y escritor estadounidense Irvin Yalom aborda la figura del díscolo filósofo judío Spinoza, a quien cruza en una trama de épocas y territorios inquietantes con el ideólogo de la solución final, Alfred Rosenberg
Irvin Yalom, siquiatra y escritor estadounidense, ahora aborda a Spinoza. foto.fuente:pagina12.com.ar |
En esta entrevista, Yalom habla de El enigma Spinoza, que acaba de publicarse en Argentina, y revisa su ya largo matrimonio entre psiquis, filosofía y ficción.
Falta poco,
muy poco. Cualquiera de estos viernes va a suceder: la supervisora
Norma Aleandro le hablará al terapeuta Diego Peretti de Irvin Yalom, de
sus libros, de sus propuestas, de su singular modo de encarar una cura,
tal como sucedió con Dianne Wiest y Gabriel Byrne en In Treatment, la
serie original. Y seguramente, Peretti se quedará pensando sin que su
cara revele demasiado.
Irvin Yalom es un nombre familiar aun para aquellos que no lo
conocen: un nombre que suena, un nombre que despierta reminiscencias y
pistas aun cuando no logre aflorar del todo a la memoria. Irvin Yalom,
para aquel que no lo sabe, tiene ochenta años y es un psiquiatra y ex
profesor de la Universidad de Stanford que se reveló, hace más de dos
décadas, como un escritor mundial de best sellers. El primer libro que
catapultó a la fama su diván, al inmiscuirse en la lista de los más
vendidos en Estados Unidos, fue Verdugo del amor. Historias de
psicoterapia (1989). El propio Yalom explicaba el porqué de ese título
entrador reconociendo que no le gusta trabajar con pacientes enamorados,
ya que el amor y la psicoterapia son incompatibles en un punto
fundamental: un buen terapeuta lucha contra la oscuridad y busca la
iluminación, mientras que el amor romántico se alimenta del misterio y
se derrumba al ser inspeccionado. Entonces, con la dinamita amorosa en
mano, Yalom comenzaba el libro con una bomba: el fascinante caso de
Thelma, una paciente septuagenaria que sólo vivía recordando el amor de
su ex terapeuta, con el que había tenido un affaire de días, de quien en
los últimos ocho años no tenía más noticias que la sospecha de que era
gay.
Luego vendría, para todos aquellos que ya lo saben, El día que
Nietzsche lloró (1992), su exitosísimo primer libro de ficción que tuvo
varias versiones teatrales en nuestro país. A partir de una gigantesca
licencia poética que, dicho sea de paso, no cayó muy bien entre algunos
admiradores del filósofo, Yalom lograba que la irresistible Lou
Andreas-Salomé convenciera a Josef Breuer –muy influido, a su vez, por
las ideas de su joven discípulo Freud– de psicoanalizar a Nietzsche sin
que él se diera cuenta. Por supuesto que Yalom no iba a hacer semejante
movida histórica para abandonar, así nomás, la escritura: entre
pacientes y clases cada vez más esporádicas, no dejó de despuntar el
vicio y sus libros –de ficción, de no ficción pero sobre todo de casos
terapéuticos contados literariamente, o sea de ficción-no ficción– se
fueron acumulando como sesiones en distintas temporadas –todas
cruciales– de la vida.
YO SOY YALOM
Aunque en su momento, o ahora mismo, fue criticado o ninguneado por
intelectuales y psicólogos argentinos como Germán García, Juan Carlos
Martelli y Carlos Chernov, sería muy injusto identificar a Yalom con un
mero divulgador. En todo caso, y aunque representen teorías y lugares
muy disímiles, su trayectoria tiene bastante en común con la de Oliver
Sacks, inglés y neoyorquino de adopción que nació apenas dos años
después que Yalom y también es un anfibio que se mueve entre la
literatura y su trabajo como profesor de neurología clínica y
psiquiatría en la Universidad de Columbia. Sacks también conoció el
éxito masivo con libros como El hombre que confundió a su mujer con un
sombrero y Despertares.
En todo caso, puede ser que los libros de Yalom no tengan la
rigurosidad que pretenden algunos teóricos pero son muy claros y sin la
superficialidad del género de autoayuda.
“Me considero, básicamente, un maestro de la psicoterapia. Soy tanto
escritor como psiquiatra. Por supuesto, primero fui psiquiatra y luego
escritor, y toda mi escritura está basada, en cierta forma, en mi
experiencia como terapeuta. Pero el salto de la escritura académica a la
ficción me convirtió en escritor en todo sentido”, se presenta y se
define Yalom en esta entrevista desde su casa en California.
Y cuando habla de la psicoterapia se refiere a la “psicoterapia
existencial”, un enfoque que utiliza el método fenomenológico y el
diálogo directo a partir de una relación personal y real entre paciente y
terapeuta en la que el psicólogo suele hablar, a diferencia de lo que
sucede en el psicoanálisis, de sí mismo. Se trata además de un enfoque
que se concentra en aquellos problemas que provocan estrés y emergen de
las mismas dificultades de vivir, un discurso que prefiere evitar el
concepto de enfermedad y que abreva en la filosofía, de ahí la
recurrencia de célebres pensadores –Freud, Nietzsche y Schopenhauer– que
Yalom emplea como personajes de sus libros.
Para los interesados y para los escépticos, algunas de las metas
progamáticas de esta terapia son: desarrollar herramientas para sostener
nuestra vida, aumentando la conciencia de las posibilidades; ampliar la
perspectiva de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, encontrando
claridad para proceder en el futuro, tratando de aprender las lecciones
del pasado y creando algo valioso para vivir en el presente; ofrecer un
espacio para examinar, confrontar y clarificar la forma en que
entendemos nuestro destino, los problemas inherentes a la existencia y
los límites impuestos a las posibilidades del ser-en-el-mundo. En las
propias palabras de Yalom, la Psicoterapia existencial busca, en
definitiva, clarificar las diversas maneras de enfrentarnos a los hechos
directamente relacionados con existir: la inevitabilidad de la muerte
propia o de nuestros seres queridos, la libertad de construir la vida
que deseamos, nuestra soledad existencial y la ausencia de cualquier
sentido obvio de la vida.
“Una excelente representación de mis sesiones puede verse en la
serie In Treatment”, elogia Yalom al programa que adaptó la TV pública
bajo el nombre literal de En terapia. “De hecho, lo venía viendo y me
venía gustando, así que me sorprendí positivamente cuando escuché mi
nombre mencionado en una de las sesiones por la supervisora del
terapeuta. Luego, los autores de la serie me escribieron y me dijeron
que mi trabajo los había influido mucho.”
El enigma Spinoza. Irvin Yalom Emecé 290 páginas
VIVIR ES MORIR UN POCO
En sus libros, Irvin Yalom habla de todo un poco: de sus pacientes,
del amor, de las inseguridades más arraigadas de la humanidad pero,
sobre todo, habla de la muerte porque la muerte, según dice, es el hilo
común de las épocas y las sociedades, el miedo más fundante y, acaso, el
más infundado por ser irreversible. No hay libro de Yalom que no haga
alusión a la muerte, al miedo a la muerte, incluso tiene una obra
especialmente dedicada a sus pacientes obsesionados por el miedo a
morir. El libro en cuestión se llama Mirar al sol y debe su título a una
máxima de François de la Rochefoucauld: “Ni el sol ni la muerte se
pueden mirar de frente”. Una máxima que él mismo desdecía en el interior
de su obra al afirmar que “mirar a la muerte a la cara, acompañados por
alguien que nos oriente, no sólo aplaca el terror sino que vuelve la
existencia más rica, intensa y vital. Trabajar con la muerte nos enseña
sobre la vida”. Pero, además, Yalom dedicaba un capítulo entero de este
libro a hablar de su miedo personal a la muerte, algo que hizo también
en muchas entrevistas anteriores, pero quizá no tanto en este diálogo
por mail: “No podemos eliminar el miedo a la muerte, está profundamente
arraigado a nosotros. De hecho, el subtítulo de mi libro Mirar al sol es
superando el terror a la muerte y describe mi enfoque hacia pacientes
que se preocupan todo el tiempo por la muerte. Una idea útil, creo yo,
para pensar este tema es que cuanto menos vivida está nuestra
existencia, mayor es el pánico a morir, es decir, cuanto más lamentemos
no haber vivido de manera intensa nuestra vida, mayor será el miedo a la
muerte”.
De alguna forma, la idea de Yalom remite a un pensamiento que muchos
tienen acerca de otro gran miedo familiar, el de la muerte de un ser
querido. Una idea según la cual los que más sufren la pérdida de una
persona cercana son, por ejemplo, aquellos que no lograron establecer un
buen vínculo con la persona que se fue. Como sea, en Verdugo del amor
Yalom también se refiere al tema y cita a Woody Allen (“No le tengo
miedo a la muerte, sólo que no quiero estar allí cuando suceda”) y a
Spinoza. Para Yalom, “en una edad temprana, mucho antes de lo que
creemos, nos damos cuenta de que la muerte ha de llegar, y de que no hay
forma de escapar”. No obstante, según Spinoza, “todo se esfuerza por
persistir en su propio ser”. En el fondo de cada uno de nosotros, dice
Yalom, “se debate el perpetuo conflicto entre el deseo de seguir
viviendo y el conocimiento de la muerte inevitable”.
Ahora, precisamente, luego de haber escandalizado al mundo psi con
sus casos de diván (se sabe que Argentina es uno de los países más
psicoanalizados del mundo), luego de haber hecho llorar a Nietzsche y de
haber usado a Schopenhauer como un tónico para recuperar las ganas de
vivir, Yalom decidió vérselas con Spinoza en un cruce muy interesante
con Alfred Rosenberg, el ideólogo de la solución final.
NO HAY ROSAS SIN SPINOZA
El enigma de Spinoza –libro en el que, acaso, encontró la
homeostasis perfecta entre el psiquiatra y el escritor–, Yalom zigzaguea
entre dos épocas y dos territorios: la primera transcurre en Amsterdam,
en 1656, cuando un joven judío que otrora era considerado el mejor
alumno del rabino empieza a ponerse a todo el mundo en contra con
preguntas, por lo menos, desubicadas: ¿Con quién se casaron los hijos de
Adán y Eva si sus padres fueron los primeros hombres de la humanidad?
¿Cómo hizo Moisés para escribir acerca de su propia muerte? Este genial
pero arrogante terrible enfant del mundo judío advierte que la Torá está
llena de contradicciones, mitos y falacias, por eso decide descubrir en
total soledad las verdades esenciales de la religión que no dependen de
intenciones políticas, prejuicios sociales o convenciones teológicas, a
tal punto que termina excomulgado de la comunidad judía.
La segunda transcurre en pleno siglo XX, los días escolares de
Alfred Rosenberg, vanidoso estudiante fascinado con Houston Chamberlain
–inglés que promovió la superioridad de los arios y se casó con la hija
de Wagner–. En la escuela, el solitario Rosenberg es carne de cañón de
la burla de todos sus compañeros y el portavoz de un discurso antisemita
que alarma al director de su escuela, quien decide citarlo para tratar
de desarmar su teoría. Para eso le propone leer a Spinoza, un filósofo
judío a quien, curiosamente, admiraba su máximo héroe literario, el
alemán Goethe. En ese sentido, el enigma que, desde sus años no tan
tiernos, empieza a taladrar el cerebro de Rosenberg es cómo un judío
podía despertar la admiración de un ser superior (y alemán) como Goethe.
Los capítulos dedicados a Spinoza, llamativamente (teniendo en
cuenta que se trata de la marca registrada de Yalom) no son los más
logrados del libro: demasiados anacronismos y un tono que, por momentos,
desafina. Lo más interesante es el juego de simetrías que se va
hilvanando entre los dos mundos y, sobre todo, los capítulos dedicados a
Rosenberg, que además de resultar muy atractivos ofrecen una
perspectiva novedosa sobre un tema tan visitado por la literatura y el
cine como es el nazismo. En realidad Yalom lo hace a partir de Friedrich
Pfister, uno de los pocos personajes del libro totalmente ficticios, un
terapeuta (claro alter ego del autor) a quien consulta Rosenberg en una
de sus crisis depresivas. La relación llena de matices que los dos van
tejiendo, y ese intento desesperado de Friedrich por detener una bola de
nieve imparable, por pisar el huevo de la serpiente, es de lo más
logrado en la literatura de Yalom.
¿Cuándo supo que haría un libro sobre Spinoza?
–Intenté escribir sobre él bastante tiempo antes de encontrar,
efectivamente, un acceso a su vida. Eso ocurrió en el Museo Rijnsberg,
donde me enteré de que los nazis habían confiscado su biblioteca.
Freud, Nietzsche, Schopenhauer y ahora Spinoza. ¿Cuál de esos pensadores es, según su opinión, el más importante?
–Cada uno lo es a su manera, aunque creo que Spinoza envejeció mejor
que los otros. Allanó el camino a la Ilustración, el Estado democrático
liberal, y al nacimiento del mundo secular. Nos mostró que todo obedece
a las leyes de la naturaleza.
Después de tantos años de práctica, ¿cree realmente que la terapia puede ayudar a la gente?
–Sí, al menos eso pasó con la mayoría de mis pacientes.
¿Cuál cree que fue su mayor logro y su mayor fracaso como terapeuta, con sus pacientes?
–Mis mayores logros están en Verdugo del amor, y las mayores
dificultades que afronté, las mayores resistencias por parte de mis
pacientes, las volqué en este libro, en el personaje de Rosenberg.
Un detalle: una de las recomendaciones que llenan la solapa
de su libro es del actor Anthony Hopkins, quien asegura que El enigma
Spinoza es la novela más apasionante que leyó en mucho tiempo. ¿Lo
conoce?
–Sé que están planeando hacer una película sobre mi novela Desde el
diván y Anthony Hopkins ya aceptó desempeñar un papel. Según dijo, leyó y
disfrutó mucho de mis libros.
Y según parece, Norma Aleandro también.
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