2.6.12

Sobre un acto mágico

Mis hijas nacieron casi al mismo tiempo que aquella novela, o bien aquella novela quedó terminada, al menos en su versión primitiva, poquísimos días después del nacimiento de mis hijas, y por eso la dedicatoria —la única línea de todo libro que no se escribe para los lectores, sino para un lector— estaba clara desde el principio

Juan Gabriel Vásquez refiere el tema de las dedicatorias en los libros que se escriben para los amigos y los enemigos, según célebre dedicatoria de Cela. foto:archivo. fuente:elespectador.com
La escribí sin pensar demasiado y la novela quedó dedicada a ellas, “que llegaron con su libro bajo el brazo”. Nunca se me pasó por la cabeza que la frase pudiera causar complicaciones a nadie, pero así fue: años después, cuando el libro comenzó a traducirse, no hubo traductor que no se metiera en algún lío tratando de averiguar cómo poner esa frase en su idioma. Descubrí entonces dos cosas: primero, que no en todos los idiomas occidentales vienen los niños con el pan debajo del brazo; y segundo, que muchas veces las dedicatorias, esas líneas inofensivas y personales de un libro, esas frases cursis o esas bromas privadas que hay entre el autor y alguien más, pueden ser las que más misterio guarden para los lectores, y las que más inquietud produzcan.
Es cierto. Hay incluso lectores que las coleccionan como mariposas raras y van por el mundo tratando de averiguar su sentido: averiguar, por ejemplo, qué quiso decir García Márquez con aquello del cocodrilo amarillo, o a qué se refería Onetti cuando dedicó así La cara de la desgracia: “A Dorotea Muhr, ignorado perro de la dicha”. Hay dedicatorias que no son un homenaje, sino una forma de la venganza: “A mis enemigos”, escribió Camilo José Cela en La familia de Pascual Duarte, “que tanto me han ayudado en mi carrera”. Hay dedicatorias implícitas o que son todo un libro: sabemos que el Ulises sucede el 16 de junio de 1904 porque fue ese día que Joyce conoció a su compañera de toda la vida, Nora Barnacle. Hay dedicatorias que son el título en sí mismo, o más bien el título es la dedicatoria: Al amigo que no me salvó la vida, el doloroso libro de Hervé Guibert, es una novela sobre la enfermedad mortal de Michel Foucault, y dedicarla a Michel Foucault hubiera sido una redundancia. Hay, en fin, dedicatorias que han alimentado libros y libros de especulación: Shakespeare dedicó Venus y Adonis al conde de Southampton, y hoy, unos 400 años después, no sólo nos preguntamos por qué, sino que hay teorías según las cuales Shakespeare no era el autor de ese poema, sino el conde de Oxford, y el conde de Southampton no era un noble cualquiera, sino el hijo ilegítimo del conde de Oxford y la reina Isabel. En fin: la dedicatoria como enredo de telenovela.
En La cifra (y pensando en María Kodama), Borges escribió: “De la serie de hechos inexplicables que son el universo o el tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la define como un don, un regalo. Salvo en el caso de la indiferente moneda que la caridad cristiana deja caer en la palma del pobre, todo regalo verdadero es recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo”. Y luego: “Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre”.
Una dedicatoria que reflexiona sobre la dedicatoria. Ningún lector de Borges tiene derecho a sorprenderse.

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