Mis hijas nacieron casi al mismo tiempo que aquella novela, o bien aquella novela quedó terminada, al menos en su versión primitiva, poquísimos días después del nacimiento de mis hijas, y por eso la dedicatoria —la única línea de todo libro que no se escribe para los lectores, sino para un lector— estaba clara desde el principio
Juan Gabriel Vásquez refiere el tema de las dedicatorias en los libros que se escriben para los amigos y los enemigos, según célebre dedicatoria de Cela. foto:archivo. fuente:elespectador.com |
La escribí sin pensar demasiado y la novela
quedó dedicada a ellas, “que llegaron con su libro bajo el brazo”.
Nunca se me pasó por la cabeza que la frase pudiera causar
complicaciones a nadie, pero así fue: años después, cuando el libro
comenzó a traducirse, no hubo traductor que no se metiera en algún lío
tratando de averiguar cómo poner esa frase en su idioma. Descubrí
entonces dos cosas: primero, que no en todos los idiomas occidentales
vienen los niños con el pan debajo del brazo; y segundo, que muchas
veces las dedicatorias, esas líneas inofensivas y personales de un
libro, esas frases cursis o esas bromas privadas que hay entre el autor y
alguien más, pueden ser las que más misterio guarden para los lectores,
y las que más inquietud produzcan.
Es cierto. Hay incluso
lectores que las coleccionan como mariposas raras y van por el mundo
tratando de averiguar su sentido: averiguar, por ejemplo, qué quiso
decir García Márquez con aquello del cocodrilo amarillo, o a qué se
refería Onetti cuando dedicó así La cara de la desgracia: “A Dorotea
Muhr, ignorado perro de la dicha”. Hay dedicatorias que no son un
homenaje, sino una forma de la venganza: “A mis enemigos”, escribió
Camilo José Cela en La familia de Pascual Duarte, “que tanto me han
ayudado en mi carrera”. Hay dedicatorias implícitas o que son todo un
libro: sabemos que el Ulises sucede el 16 de junio de 1904 porque fue
ese día que Joyce conoció a su compañera de toda la vida, Nora Barnacle.
Hay dedicatorias que son el título en sí mismo, o más bien el título es
la dedicatoria: Al amigo que no me salvó la vida, el doloroso libro de
Hervé Guibert, es una novela sobre la enfermedad mortal de Michel
Foucault, y dedicarla a Michel Foucault hubiera sido una redundancia.
Hay, en fin, dedicatorias que han alimentado libros y libros de
especulación: Shakespeare dedicó Venus y Adonis al conde de Southampton,
y hoy, unos 400 años después, no sólo nos preguntamos por qué, sino que
hay teorías según las cuales Shakespeare no era el autor de ese poema,
sino el conde de Oxford, y el conde de Southampton no era un noble
cualquiera, sino el hijo ilegítimo del conde de Oxford y la reina
Isabel. En fin: la dedicatoria como enredo de telenovela.
En La
cifra (y pensando en María Kodama), Borges escribió: “De la serie de
hechos inexplicables que son el universo o el tiempo, la dedicatoria de
un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la define como un don,
un regalo. Salvo en el caso de la indiferente moneda que la caridad
cristiana deja caer en la palma del pobre, todo regalo verdadero es
recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo
mismo”. Y luego: “Como todos los actos del universo, la dedicatoria de
un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más
grato y más sensible de pronunciar un nombre”.
Una dedicatoria que reflexiona sobre la dedicatoria. Ningún lector de Borges tiene derecho a sorprenderse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario