19.9.12

El nacimiento de la cibermente

Vivimos en una época cada vez más Internet-dependiente. Aunque, como dice el autor, esto no es malo: en vez de volvernos tontos, formamos parte de una mente colectiva e inteligente

WEB. Siempre está, como una nube omnipresente de inteligencia.foto.fuente: Revista Ñ.

La línea que separa mi mente de Internet es cada vez más borrosa. Esto viene pasando desde que tomé conciencia de que muchas veces pienso que sé algo simplemente porque puedo encontrarlo con Google. Técnicamente no lo sé, por supuesto; pero con el teléfono inteligente o el iPad al alcance de la mano, sé todo lo que Internet sabe. O por lo menos, eso es lo que parece.
Esta curiosa sensación de saber se ha instalado en la mayoría de nosotros. En un grupo, siempre hay uno que parece estar “chequeando” algo durante la conversación, aportando datos útiles obtenidos gracias a una consulta rápida con el “hombre grande y poderoso detrás del telón”. He asistido a más de una fiesta nerd donde cada uno tenía un link abierto y todos hablábamos sobre cosas que no sabíamos hasta que la conversación nos llevaba a buscarlas. ¿Quién sabía que el rey de corazones era el único sin bigote? Bueno, yo –en cuanto lo verifiqué. La Web siempre está, como una nube omnipresente de inteligencia.
El deseo de consultar la Web es casi como una comezón. Esto quedó ilustrado empíricamente en un experimento del que Betsy Sparrow, Jenny Liu y yo dimos cuenta en la revista Science este año. Formulamos a varias personas una serie de preguntas triviales fáciles o una serie de preguntas difíciles, y luego chequeamos inmediatamente si se les ocurría consultar la Web. Para hacerlo, medimos sus tiempos de reacción mientras trataban de nombrar rápidamente los colores en los que estaban impresas distintas palabras –entre éstas, palabras relacionadas con la computación (como “computadora” o “Laptop” o “Google”). La idea, sobre la base de un principio establecido en psicología, era que si los pensamientos relacionados con la computadora estaban en la mente de las personas, las palabras relacionadas con la computación interferirían con la indicación de los colores. (Por ejemplo, es más difícil identificar el color en que está impreso nuestro propio nombre que el color de un nombre al azar). Y después del grupo de las preguntas difíciles, todos realmente parecieron tener la idea de computadoras en sus mentes: muchos se volvieron particularmente lentos para indicar los colores de las palabras relacionadas con la computación. Ante preguntas difíciles, no buscamos en nuestras mentes. En lo primero que pensamos es en la Web.
¿Esta dependencia de la computadora ha vuelto estúpida a la gente? En otro estudio, nuestro grupo analizó el efecto que tiene la disponibilidad de una computadora en la memoria. Pedimos a las personas que escribieran en una computadora 40 informaciones no comprobadas que acababan de serles transmitidas. Por ejemplo, las papas fritas – french fries en inglés– provienen originalmente de Bélgica, no de Francia. Las personas a las que se les dijo que la computadora no registraría esos datos tendieron generalmente a recordarlos. Sin embargo, aquellos a los que se les dijo que la computadora registraría todos los datos, fueron propensos a olvidarlos enseguida. Saber que podemos confiar en nuestras computadoras hace que no almacenemos la información en nuestras memorias.
¿Cómo sucedió esto? ¿Cómo nos volvimos tan dependientes de estos aparatos? Algunos comentaristas especializados en el crecimiento de la tecnología ven este paso como el inicio de un nuevo mundo escalofriante en el cual hemos cargado todo lo que sabemos fuera de nuestras cabezas, convirtiéndonos en tontos. Del mismo modo que quienes le tuvieron miedo al llamado “caballo de hierro” o al cepillo de dientes eléctrico, es muy probable que los que tienen esta visión neoludita de la tecnología se queden atrás en tanto los demás nos mantenemos conectados. La visión más abierta al futuro consiste en aceptar el rol de la Web como ampliadora de la mente y no interrogarnos acerca del mal sino del bien que puede hacernos.
No tiene nada de malo, después de todo, que nuestras mentes se abran. Cada vez que descubrimos a “alguien que sabe algo” o “dónde podemos encontrar información” –sin aprender “cuál” sería la información propiamente dicha– estamos ampliando nuestra proyección mental. Esta es la idea básica que hay detrás de la memoria transactiva. En 1985, con mi esposa y colaboradora Toni Giuliano y Paula Hertel, escribí una monografía presentando la idea de la memoria transactiva como una forma de entender la mente grupal. Observamos que nadie recuerda todo. Cada uno de nosotros en una pareja o grupo recuerda en cambio algunas cosas personalmente –y luego se puede recordar mucho más descubriendo lo que otro puede saber que nosotros no sabemos. De esa forma, participamos de un sistema de memoria transactiva.
Toni y yo observamos al poco tiempo de casarnos que compartíamos tareas de memoria. Yo recordaba dónde estaban las cosas del auto y del patio, ella recordaba dónde estaban las cosas de la casa, y cada uno podía depender del otro como experto en ámbitos que no necesitábamos dominar. La esponja para lavar el auto era un problema ya que era una cosa del auto y de la casa, o sea que naturalmente cada uno de nosotros pensaba que era tarea del otro y la dejábamos donde no correspondía. Pero en general, nuestra memoria transactiva funcionaba bien y conseguíamos hacer las cosas. Ni una sola vez se confundieron nuestras tareas ni dejamos a nuestra hija esperando a la salida del jardín.
Los grupos sociales comúnmente dependemos de esta forma de socialización de la memoria, no sabiendo todos lo mismo, sino especializándonos. Y ahora hemos agregado nuestros aparatos informáticos a la red, dependiendo, para la memoria no sólo de personas sino también de una nube de personas vinculadas y de dispositivos especializados llenos de información.
Nos hemos convertido todos en una gran ciber-mente. En tanto estemos conectados con nuestras máquinas hablando y pulsando teclas, todos podemos ser parte de la mente más grande y más inteligente que ha existido hasta ahora.
Sólo cuando nos desconectamos de la red, volvemos a nuestras humildes y pequeñas mentes personales, y caemos nuevamente a la tierra desde nuestros dispositivos de flotación en la nube.
© The New York Times y Clarin, 2012. Traducción de Cristina Sardoy.

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