Seguimos con las serie de consejos que empezó hace unas semanas Ricardo Silva y que continuará con otros escritores colombianos. Esta vez, Yolanda Reyes presenta los votos para profesar a la hora de escribir
Yolanda Reyes, autora de la novela Pasajera en tránsito.foto.fuente:revistaarcadia.com |
1. Voto de irresponsabilidad. No pensarás en el
autor que se ganó el último premio ni en las reseñas de esta o de
cualquier revista literaria ni mucho menos en las caras de quienes hacen
las reseñas. Ahuyentarás también, hasta donde te sea posible y mientras
dure el tiempo del relato, cualquier intromisión de rostros conocidos:
los hijos, los padres, los novios, los maridos y los amigos a quienes
has robado parlamentos, secretos y pasajes enteros de sus vidas se
desdibujarán para evitar tu miedo al qué dirán cuando se sientan
reflejados, plagiados, burlados o traicionados en la historia. Ni qué
decir de los maestros: les darás recreo a todos los que han pasado por
tu vida, a los que se hacen llamar “Maestros” en el mundillo literario
y, sobre todo, a ese profesor que todos llevamos dentro y que está listo
a sentar cátedra y a buscar moralejas en las vidas ajenas.
2. Voto de clausura. Cerrarás la puerta y colgarás
en el picaporte aquel letrero de “no molestar, Do not disturb” que te
robaste del hotel cuando viajaste a ese congreso del que regresaste con
la firme promesa, siempre rota, de no aceptar nuevas invitaciones para
concentrarte en la escritura. Te abstraerás del parloteo de las Doras
–aspiradora, licuadora, lavadora– que exigen detergentes y productos, y
no te importará cuando te digan que la sopa se está enfriando, mientras
tú sigues absorto en esa misma frase que no termina de encajar. Y no
saldrás, aunque golpeen con los nudillos en la puerta para decirte algo
que parece “muy urgente” y no lo es tanto, comparado con los asuntos que
acontecen en ese Tiempo Otro de la historia, al que te entregas…¡y
nunca tan bien dicha la palabra!
3. Voto de silencio. Apagarás el celular y olvidarás
las citas importantes, para llegar a tiempo a cumplir la única cita
inaplazable con esa gente que no existe y que te espera en el relato.
Así como solías hacer durante aquellas tardes de la infancia, cuando
bastaba conjugar el verbo irregular “digábamos” para que la escoba se
convirtiera en tu caballo y la poltrona en nave o en cueva imaginaria,
construirás pacientemente las coordenadas de ese “Mundo-Otro” que
albergará a tus personajes. Y ellos comenzarán a hablar con voces que
son tuyas y que ya no lo serán, si todo sale bien, y dejarás que emerjan
otras voces por debajo: voces que se desmienten, se contradicen y se
burlan, y que se independizan de tu voz y de los planes que has trazado,
hasta que el verbo se haga voz y carne y sean tus personajes quienes se
ocupen, poco a poco, del transcurso de la historia.
4. Voto de humildad. Desconfiarás de la facilidad
con la que corren tus dedos por el teclado y sospecharás cuando no
tengas dudas o cuando te dé por exclamar “¡qué frase extraordinaria!”,
ante un acceso de retórica. Y tendrás siempre a la mano el comando de
borrar, para limpiar, podar y descreer de tus facilidades de expresión y
de tus supuestas dotes literarias, y te ejercitarás en mantener el
cuero duro para no enamorarte de esas páginas que tanto trabajo te
costaron y que, de repente, intuyes que le sobran a la historia. Y no
tendrás clemencia ni piedad para volver a comenzar siempre que sea
necesario. Trabajarás, trabajarás, trabajarás, hasta que ese Digábamos
pueda sostenerse sin tu ayuda y recordarás que tu destino es desaparecer
en lo que escribes, y que ya no estarás ahí, para indicar, por encima
del hombro a tus lectores, que lean bien: que así no era, cuando lo
escrito, escrito quede.
5. Voto de pobreza. (¡El más difícil!). Si bien es
lícito y completamente deseable vivir de la escritura, evitarás caer en
la tentación de vender ficciones por encargo o de recibir anticipos por
una buena idea que no sabes –porque nunca se sabe, y en esto poco ayuda
la experiencia– si te apasionará o si se dejará llevar hasta el final. Y
aprenderás a descubrir las diferencias entre valor y precio, o entre
editor y publicador, y renovarás tus votos de silencio cuando te pidan
sacar del clóset un manuscrito que por alguna razón no has hecho
público. Y no te importará –o sí, claro que sí te importará– que el
“mercado editorial” pase de ti y que nadie te nombre en la próxima feria
y en la siguiente y en la otra. Y aunque te duela, (pero el dolor a
veces ayuda a la escritura), lo verás como una seña de que te has
quedado solo, con todo el tiempo por delante para escribir; solo por
fin, en ese mar de dudas de tu historia, donde nada de lo que digan los
demás podrá ayudar: ni las vidas de santos ni las de varones
ilustres…ni mucho menos estas listas de consejos en las no cree
siquiera quien acaba de escribirlas.
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