Desde la formalización del tratado con EU., interesa la negociación en este punto
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Bajo el argumento de la creciente importancia que tienen las
actividades culturales y creativas en la generación de empleo y riqueza y
en el comercio internacional, el camino obvio es el de buscar una
protección adecuada y vigorosa, como mecanismo para estimular y proteger
a los creadores y las industrias culturales.
El ampliar el alcance de la protección pasó necesariamente por el
entendimiento de fortalecer estos derechos, de forma que les permitiera a
los creadores y a los artistas controlar obras y prestaciones
protegidas, en el momento de su reproducción y comunicación pública en
un ambiente digital. También pesó, el que además de predicar la
importancia económica de los contenidos protegidos por el derecho de
autor, es necesario garantizar bienestar a los hacedores de los mismos.
Quien crea y compone, quien produce conocimiento, tiene tanto derecho a
su bienestar como el que contribuye a la producción de bienes
manufacturados. Este es un fin del Estado y no retórica vana.
Para entender el alcance del TLC en esta materia, es preciso saber
que el almacenamiento digital, como una forma de reproducción, es una
figura que está contenida en el Tratado OMPI sobre Derecho de Autor
(1996), el cual fue incorporado a la legislación colombiana por la Ley
565 de 2000 (en relación con los autores), y la Ley 545 de 1999 (en
relación con la interpretación, ejecución y fonogramas). De manera que
Colombia, en su negociación con E.U., no hizo más que consagrar un
compromiso que había adquirido desde hacía más de 10 años.
Se ha señalado, de manera incorrecta, que lo que se está penalizando
es el acceso a Internet. Pero no ha quedado claro que los usuarios
pueden acceder a los contenidos disponibles en la Red para su consumo
personal, siempre y cuando no se extralimiten, ni busquen un lucro, pues
estarían haciéndole un daño al titular del derecho. La Ley es clara al
decir que es libre la utilización, la 23 de 1982 señala que el uso de
las obras es libre en el domicilio privado, sin ánimo de lucro,
entendiendo por ello la ganancia o provecho que se le saca a algo.
El gran problema en los países en desarrollo es que la tecnología no
vino aparejada de una comprensión del fenómeno en lo social, en lo
económico, en lo jurídico, en lo político, y mucho menos en lo ético.
Solemos defender con vigor la posibilidad de acceder a los contenidos,
pero nunca cuestionamos quién los produce, cómo los hace y a qué costo.
Cuando pensamos en los contenidos que circulan en la Red, no hablamos de
márgenes de ganancia, de calidad, ni de costos. La sostenibilidad de
la creación no pasa por nuestras mentes.
Una o 2 generaciones, en estos países, llegaron a la tecnología sin
entender que en Internet no todo se puede y no todo se permite. Eso ha
significado una deformación en el imaginario de personas que se
acostumbraron a escuchar que la brecha cultural se iba a superar con
Internet, cuando paralelamente los gurús de la economía estructuraron
toda una forma de capital en función del conocimiento. Dos tendencias
que en la práctica se están repeliendo. En E.U., cuando sacaron de
circulación a Napster, los jueces afirmaron que, bajo el imperio de la
Constitución, nadie estaba habilitado para hacer riqueza a partir del
trabajo de otro, sin las debidas garantías. Y se hizo hincapié en que
los usuarios debían tener un comportamiento ético frente al uso, goce y
disfrute de las obras literarias y artísticas en la Red.
Colombia hace grandes inversiones para ensanchar la base del
conocimiento, para tener gente más capacitada y poder competir a nivel
internacional. Podemos ser un país productor y exportador de contenidos
culturales porque tenemos un repertorio vivo en música, artes,
literatura, audiovisual e investigación entre otros, pero para que el
camino sea exitoso, debemos proteger a nuestros creadores e industrias.
Es por eso que Colombia, por ejemplo, pidió la protección de las señales
de TV, pues es claro que la de nuestro país no solo es reconocida por
su variedad y versatilidad de contenidos, sino que es ampliamente
pirateada en muchas regiones del continente.
Estoy convencido de que Colombia, desde el punto de vista de las
ventajas competitivas, hizo un buen negocio en el TLC en materia de
derecho de autor. Otra cosa es preguntarse quién tiene que sembrar
cultura, hábitos y formular una ética en la sociedad.
Diríamos todos que el Estado, a través de sus instituciones es el
llamado a formar a los ciudadanos en el uso de la Red. Eso no puede
tardar porque existe gran desconocimiento y mucha gente que busca
confundir. Dejar de lado esta gran conquista es volver al mecenazgo, al
auxilio y a la contribución generalizada que determina contenidos,
gustos y repertorios. No debemos olvidar que la libertad en las
expresiones culturales llegó cuando el autor pudo vivir de las suyas.
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