Acaba de publicar el libro La cabeza en llamas, con cuatro novelas cortas
Luis Mateo Díez. foto: Javi Martínez. fuente:elcultural.es |
Todos
los escritores que he sido, soy y seré. Podría haber sido el antetítulo
del último libro de Luis Mateo Díez (Villablino, 1942), La cabeza en llamas
(Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), que recoge cuatro narraciones a
caballo entre el cuento largo y la novela. A través de sus páginas
(que oscilan entre las 40 y 70 por cada historia), el escritor leonés
destapa la caja con todas la herramientas que utiliza como escritor. Se
alternan diversos procedimientos narrativos, tonos, estilos,
temáticas... Todas rastreables en su extensa producción anterior, aunque
también conviene advertir que Mateo Díez se ha reservado alguna
sorpresa en este trabajo. Estamos, como dice él mismo, "ante un punto de
llegada y de partida" en trayectoria literaria.
Habla de La cabeza en llamas como de un regalo para sus lectores por su 70° cumpleaños. ¿Por qué lo concibe así?
Todos los libros pueden entenderse como un regalo para el lector. Pero éste es una especie de punto de partida y de llegada, en el que me reviso a mí mismo como escritor, y muestro todos mis temas recurrentes y mis procedimientos narrativos.
Esa diversidad (de tonos, estilos, procedimientos, temas...) parece un mensaje: "Este es el escritor que puedo y quiero ser".
Así es. He buscado deliberadamente esa diversidad, aunque, por otra parte, bajo las cuatro historias hay un sustrato común, una intención que las une.
¿Cómo denominaría las narraciones que figuran en el libro? ¿De medio fondo?
Son novelas cortas. Están en el territorio impreciso entre el cuento largo y la novela. Tienen la intensidad del cuento y el desarrollo, con una trama y unos personajes, de la novela.
¿Sabe a ciencia cierta cuando empieza a escribir una historia la extensión que va alcanzar?
Hay siempre una primera decisión que se toma: el destino que se le va a dar a la historia. Es conveniente saber la medida en la que va a oscilar. En estos cuatro relatos tenía claro desde el principio que serían novelas cortas.
¿Por qué ha elegido el título de la primera para dar nombre al conjunto?
Porque, en realidad, las cuatro historias parten de la primera, La cabeza en llamas, con su protagonista desnortado, y que ha nacido para desnortar la vida de los que están a su alrededor. Era el arranque más potente de todos. La última también habla del desorden, pero esta vez del que se introduce en la vida de unos jóvenes a través de la educación en un colegio de curas.
En este es donde vuelca una mayor carga autobiográfica, ¿no?
Sí, son una especie de memorias escolares y que retratan la infancia de mi generación. Los niños asisten técnicamente a unas lecciones de ciencias naturales pero hay un doble mensaje, una confusión. Al final queda el poso de la insumisión y la rebeldía de los alumnos. Tienen un tono surrealista y jocoso.
Y la tercera en un guiño a Turgueniev. ¿Le han influido más los rusos que Galdós o Baroja?
Me han influido muchísimo. Muchas veces digo que me siento un escritor ruso. La rusa es una de las grandes culturas universales. De su literatura me fascina sobre todo su mirada piadosa, el contraste entre la humildad de sus gentes y el bien universal. En contemplación de la desgracia de Turgueniev está ese sufrimiento que destila un recóndito placer. Una especie de contradicción muy común en el alma humana. Pero para mí Galdós y Baroja son dos autores cruciales.
Comenta en el postfacio del libro que "la vida es un asunto a resolver". ¿La literatura tiene realmente capacidad para conseguirlo?
Esa frase la decía el viejo comisario de mi novela El animal piadoso. Bueno, la literatura y el arte en general ayuda. Nos ofrece más posibilidades de solución de la vida y la vivimos con todas sus consecuencias y haciéndola más rentable.
Reconoce que cada vez va notando una mayor urgencia en trasladar al papel "la experiencia de lo imaginario". ¿Eso se debe sólo a la edad?
La edad influye, sin duda. Yo he sido un vividor en la literatura, creando ficciones que me daban todo aquello que la vida me negaba.
Habla de La cabeza en llamas como de un regalo para sus lectores por su 70° cumpleaños. ¿Por qué lo concibe así?
Todos los libros pueden entenderse como un regalo para el lector. Pero éste es una especie de punto de partida y de llegada, en el que me reviso a mí mismo como escritor, y muestro todos mis temas recurrentes y mis procedimientos narrativos.
Esa diversidad (de tonos, estilos, procedimientos, temas...) parece un mensaje: "Este es el escritor que puedo y quiero ser".
Así es. He buscado deliberadamente esa diversidad, aunque, por otra parte, bajo las cuatro historias hay un sustrato común, una intención que las une.
¿Cómo denominaría las narraciones que figuran en el libro? ¿De medio fondo?
Son novelas cortas. Están en el territorio impreciso entre el cuento largo y la novela. Tienen la intensidad del cuento y el desarrollo, con una trama y unos personajes, de la novela.
¿Sabe a ciencia cierta cuando empieza a escribir una historia la extensión que va alcanzar?
Hay siempre una primera decisión que se toma: el destino que se le va a dar a la historia. Es conveniente saber la medida en la que va a oscilar. En estos cuatro relatos tenía claro desde el principio que serían novelas cortas.
¿Por qué ha elegido el título de la primera para dar nombre al conjunto?
Porque, en realidad, las cuatro historias parten de la primera, La cabeza en llamas, con su protagonista desnortado, y que ha nacido para desnortar la vida de los que están a su alrededor. Era el arranque más potente de todos. La última también habla del desorden, pero esta vez del que se introduce en la vida de unos jóvenes a través de la educación en un colegio de curas.
En este es donde vuelca una mayor carga autobiográfica, ¿no?
Sí, son una especie de memorias escolares y que retratan la infancia de mi generación. Los niños asisten técnicamente a unas lecciones de ciencias naturales pero hay un doble mensaje, una confusión. Al final queda el poso de la insumisión y la rebeldía de los alumnos. Tienen un tono surrealista y jocoso.
Y la tercera en un guiño a Turgueniev. ¿Le han influido más los rusos que Galdós o Baroja?
Me han influido muchísimo. Muchas veces digo que me siento un escritor ruso. La rusa es una de las grandes culturas universales. De su literatura me fascina sobre todo su mirada piadosa, el contraste entre la humildad de sus gentes y el bien universal. En contemplación de la desgracia de Turgueniev está ese sufrimiento que destila un recóndito placer. Una especie de contradicción muy común en el alma humana. Pero para mí Galdós y Baroja son dos autores cruciales.
Comenta en el postfacio del libro que "la vida es un asunto a resolver". ¿La literatura tiene realmente capacidad para conseguirlo?
Esa frase la decía el viejo comisario de mi novela El animal piadoso. Bueno, la literatura y el arte en general ayuda. Nos ofrece más posibilidades de solución de la vida y la vivimos con todas sus consecuencias y haciéndola más rentable.
Reconoce que cada vez va notando una mayor urgencia en trasladar al papel "la experiencia de lo imaginario". ¿Eso se debe sólo a la edad?
La edad influye, sin duda. Yo he sido un vividor en la literatura, creando ficciones que me daban todo aquello que la vida me negaba.
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