El autor de Los pánzers de la muerte falleció a los 95 años
Sven Hassel, escritor, en 1996. /Consuelo Bautista./elpais.com |
Sven Hassel se ha ido a hacer compañía a sus viejos camaradas del frente. El controvertido novelista autor de Los pánzers de la muerte, Batallón de castigo, La legión de los condenados o Los vi morir,
entre otros muy populares títulos, ya se ha marchado en pos de Porta,
Hermanito, el Legionario, Barcelona y el Viejo, ese inolvidable grupo de
corajudos, correosos, soeces, descreídos y definitivamente nada
fanatizados (excepto en la brutal lucha por sobrevivir) soldados de un
batallón disciplinario de la Wehrmacht durante la II Guerra Mundial —sin
olvidar al gato Stalin—, soldados a los que, según afirmaba, había
conocido cuando él mismo combatía a su lado en la unidad.
Sven Hassel, que ha vendido 50 millones de ejemplares de sus libros,
traducidos a una veintena de idiomas, se lleva las dudas sobre su pasado
a la tumba. Sostenía que, nacido en un pueblecito danés en 1917, había
ingresado a los 17 años en un regimiento de húsares de su país y luego,
en 1938, se había apuntado voluntario para a continuación luchar en el
ejército alemán durante la segunda contienda mundial, sirviendo en
prácticamente todos los frentes (escenario de sus historias), excepto en
el norte de África. Sus novelas, entonces, serían un testimonio
personal de la guerra a través de las tremendas vivencias de ese puñado
de personajes, en uno de los cuales —llamado también Sven—, se
representa a sí mismo.
Con los años han surgido voces que cuestionan esa biografía oficial y
que incluso apuntan que Hassel no solo no vivió las experiencias de sus
relatos, que le habrían sido explicadas tras la guerra por veteranos
daneses de las SS, sino que fue en realidad un nazi danés que permaneció
en su país. En todo caso, los especialistas en temas militares han
detectado errores en sus novelas y situaciones del todo imposibles, como
que los alemanes pusieran en manos de soldados de un batallón
disciplinario los punteros carros Tiger y Panther.
Sus partidarios le defienden recordando que sus novelas —una de las cuales, Los pánzers de la muerte,
fue llevada al cine— son eso, novelas, y que si bien la médula de las
historias que narra es bien real, Hassel las trasladó conscientemente al
terreno de la ficción. Sea como sea, lo innegable es que si bien sus 14
títulos muestran la contienda desde el bando alemán y llevan a
solidarizarse con las penurias de los soldados germanos, el punto de
vista es profundamente anitinazi y lo que se deriva de las novelas, pese
a todas sus aventuras, que son muchas, es un profundo horror, por no
decir asco, por las miserias de la guerra. Mucho antes de la actual moda
de contarlo y mostrarlo todo de manera descarnada, Hassel, y era una
sorpresa al leerlo en los años sesenta y setenta (ahora lo reedita
Inédita), no ahorraba ejecuciones sumarias, torturas, violaciones,
muertes horrorosas descritas pormenorizadamente y cien mil otras
barbaridades. Desde luego no es la prosa de alguien que glorifique la
guerra y el espíritu marcial. La mayoría de sus protagonistas reflejan
sentimientos antimilitaristas y antinazis, empezando por el nihilista
Porta, un antihéroe que gusta de cargarse la rígida uniformidad prusiana
luciendo un sombrero de copa amarillo.
Seven Hassel, que murió el pasado día 21 a los 95 años, residía en
Barcelona desde 1964. Le visité en su casa en una ocasión en 1996 y me
pareció un personaje difícil de clasificar, la verdad. Sus novelas, que
para muchos de nosotros significaron el primer contacto con la realidad
de la guerra, mucho antes de Beevor y de Spielberg, tienen algo de un
Remarque de baratillo, llenas de crudeza y de una humanidad primaria
pero sin la profundidad y no digamos ya la calidad literaria del autor
de Sin novedad en el frente. Por no señalar que este nunca
hubiera coleccionado objetos militares ni guardado religiosamente sus
(supuestas) insignias, como hacía Sven Hassel, que me enseñó orgulloso
su colección de sables, cascos y gorros y los parches con las calaveras
bordeadas de hilo rosa de su unidad pánzer. Cuando nos despedimos en
aquella ocasión, Hassel, ya muy mayor, me soltó un inesperado “¡Nos
veremos en el Valhalla!”. Una curiosa ocurrencia para quien se supone
asqueado de la guerra. Él no sé, pero Porta, el condenado y deslenguado
Porta, seguro que no ha ido allí.
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