28.9.12

“Francia no ha resuelto aún el relato de la colonización, y eso es delicado”

Alexis Jenni, profesor de biología, remueve los fantasmas de su país con El arte francés de la guerra, su primera novela y ganadora del Goncourt


Alexis Jenni de paso por Barcelona./Tejederas/elpais.com

Sobre las espaldas de un apasionado y romántico profesor de biología, “escritor de domingos”, hasta hace cuatro días “coleccionista de cartas de rechazo de las editoriales” y que con su primera obra publicada aspiraba a hacer “una historia de aventuras”, ha recaído la responsabilidad de haber tocado la mayoría de los tabús de la historia de Francia, de haber escrito la “primera gran novela francesa”, según la siempre peripuesta crítica gala. Una opinión que en lo formal ha remachado la concesión del más prestigioso de los premios literarios de ese país, el Goncourt. Jugando con el título del clásico de Sun Tzu, El arte francés de la guerra (RBA; Edicions 62 en catalán) es, para muchos, un incómodo ajuste de cuentas con la historia colonial, o sea, con la identidad de todo el país. Y, por extensión, una lacerante reflexión sobre el horror de cualquier guerra.
“Quizá sea influencia de la biología, que te lleva a observar primero sin pensar, mirar cómo funcionan las cosas antes de tener ideas al respecto, por eso creo que mi mirada ha generado sorpresa… El de la identidad es un tema tan sensible que espontáneamente ya se toma ante él una posición moral”, argumenta Jenni (Lyon, 1963), didáctico, cogiendo la cucharilla del revés para ilustrar sus palabras en la mesa, querencia de su afición por el dibujo, que en la novela traspasa a un militar. Pedagogía rezuma también la estructura de la obra: un joven cargado de hastío vital, indolente, conoce al hoy anciano Victorien Salagnon, excapitán de paracaidistas del ejército galo que ha pasado por todos los conflictos recientes de su país: la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial y las sucias contiendas coloniales de Indochina y Argelia. Sus recuerdos disparan la catarsis de los personajes y de los lectores.
“En el libro recojo los fantasmas que van flotando en la sociedad francesa de hoy”, apunta Jenni. Hay muchos: al parecer, todos los franceses fueron resistentes en la Segunda Guerra Mundial y nadie entregó a los judíos; las masacres no se dieron en Vietnam; las torturas no fueron practicadas durante la guerra de Argelia… “Todos esos hechos son conocidos por los franceses, pero no hemos sabido, querido o podido construir un relato coherente. Desde 1940 domina el discurso de Charles De Gaulle, que hizo sobrevivir el mensaje de la Francia eterna; era indispensable que lo hiciera, pero eso conllevaba disimular estos episodios que toda la nación sabe; simplificó el discurso en exceso”.
Como ejercicio de síntesis, Jenni lanza, con un punto de ironía intelectual: “De Gaulle es el gran novelista de Francia…”. Pausa dramática de corte profesoral: “Con sus memorias y discursos construyó el relato moderno del país que nos ha permitido resistir como nación; eso ha conllevado el olvido, pero quizá ha llegado la hora de cambiar la novela nacional”, dice refiriéndose tácitamente a su obra.
El agujero negro es el tema colonial. “Francia aún no ha resuelto el relato de la colonización; y es delicado porque si sólo lo escribimos en negativo millones de pieds-noirs (colonos europeos en Argelia) no tienen ni derecho a existir; no tenemos su lugar en la historia, los hemos sacrificado”. El resultado es que en pleno siglo XXI, un país paradigma del Estado y la nación modernos y poderosos de Europa aún debate sobre su identidad. “En Francia hemos sabido quienes éramos y adónde queríamos ir hasta hace unos pocos años. ¿Por qué ahora no? Por la desaparición de generaciones de políticos de talla como De Gaulle o Mitterrand; por el proceso de disolución del propio país en la realidad europea y el fenómeno contrario del auge de las regiones y, sobre todo para mí, por un tema social: qué hacemos con las personas que proceden de nuestros países colonizados. ¿Quién es francés y quién no? No nos lo habíamos planteado nunca y ahora es indispensable y no sabemos cómo responder a eso”. Resumen didáctico de nuevo: “El debate de la identidad nacional es absurdo, no debería ser un tema de discusión: la identidad se sabe o se siente pero organizar un debate como hizo Sarkozy cuando yo estaba escribiendo el libro es ridículo y que, además, al final se acaba reduciendo a si estás a favor o en contra del islam. Absurdo”.
De la lectura de las más de 600 páginas de la novela se desprende que en Francia hay quien ha pagado muy caro la divisa del país: libertad, igualdad, fraternidad… “La situación colonial es como un punto ciego de la República Francesa; en los territorios coloniales esos valores supuestamente universales no se aplicaron; ahora todo lo que rodea a la inmigración vuelve a ser un punto ciego; se les aplica otros valores; el pensamiento colonial ha regresado a Francia”.
La guerra y su filosofía lo inundan todo en la novela de Jenni, hasta el extremo del que el narrador plantea la vida en sociedad como otro tipo de guerra. “Bueno, es una imagen potente que está en el libro pero es que creo que existe una violencia propia, inherente, una violencia social en Francia con tradición incluso histórica: la Revolución Francesa, las revueltas de 1830 y 1848… Y hoy no solo en las banlieues, sino también en centros de ciudades como Lyon; es como si el espacio verdadero de la democracia fuera la calle; no diré que a los franceses les guste esta situación, pero la revuelta no la viven como catástrofe”.
Es ese narrador que se plantea la vida como una guerra el que, con su pose desganada, iconoclasta, ha servido para que se engarce la obra de Jenni --lector confeso del Soldados de Salamina de Javier Cercas que le permitió “humanizar a mi militar como él hizo con el intelectual falangista”-- con la de Houellebecq. “No lo veo, la verdad; mis personajes reflexionan de manera sentida sobre el paso del tiempo y de la vida, tienen una relación positiva con el arte y el amor, que para Houellebecq sólo son máscaras ridículas. Yo creo en el amor y el arte; soy un romántico”. A pesar de --o por-- las guerras.

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