Visita al campo de concentración donde sesenta y tres mil judíos franceses fueron recluidos en su camino a la muerte. François Hollande inaugura el nuevo memorial de la Shoah
Prisioneros judíos, paseando por el inmenso patio del campo de concentración de Drancy, en diciembre de 1942.foto.fuente:elpais.com |
Hace años que en su lucha por no olvidar el sufrimiento de los judíos
en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, la Fundación para la
Memoria de la Shoah abrió su Memorial en el barrio parisiense del
Marais. En él mantiene vivo un recuerdo colectivo que ha tardado décadas
en construirse en un país que entonces se partió en dos entre el
régimen colaboracionista de Vichy y la Francia Libre del general De
Gaulle. Pasados casi 70 años desde el fin del conflicto, el homenaje se
desplaza al fin in situ, a uno de los lugares más simbólicos de la
persecución: el campo de internamiento de Drancy, situado a apenas 15 km
al norte de París. Por él pasaron la gran mayoría de los 76.000 judíos
de Francia deportados a los campos de exterminio nazis. El presidente de
la República, François Hollande, inaugura hoy el Memorial de la Shoah
de Drancy, situado frente al antiguo campo, que actualmente sirve de
vivienda social.
Donde en las fotografías de época se imponía un enorme muro con sus
dos grandes puertas de entrada y su alambre de espino, se encuentra
ahora un pequeño vagón de tren similar al utilizado para la deportación.
En él se puede leer que caben ocho caballos o 40 hombres. Una enorme
estatua conmemorativa instalada en 1976 es otro recordatorio del pasado
doloroso de aquel conjunto de viviendas. Estos eran hasta hoy los únicos
rastros de la historia oscura del lugar, donde el patio desértico de
200 metros de largo por 40 de ancho que los niños recluidos debían
atravesar por grupos de 10 para ir a los baños ha dejado lugar a un gran
jardín alegre lleno de árboles.
En el otro lado de la calle se alza ahora, sobre cuatro pisos, el
Memorial de la Shoah de Drancy, que abrirá las puertas al público el
domingo. El arquitecto suizo Roger Diener ha ideado voluntariamente un
bloque “sobrio, transparente, luminoso y discreto”, según apunta Jacques
Fredj, comisario de la exposición permanente y director del Memorial de
la Shoah de París, del que Drancy funcionará como antena. Desde su
interior los grandes ventanales dejan a la vista el antiguo campo. Este
queda también reflejado en unos grandes cristales que cubren la fachada
en el bajo.
En el vestíbulo de entrada aparecen proyectadas en la pared las
fotografías de los deportados, para “recordar que detrás de las
estadísticas hay personas con sus historias”, apunta Fredj. El subsuelo
alberga una sala de conferencias y de proyecciones. La primera planta
está cubierta de ordenadores para consultar archivos digitalizados sobre
la historia del campo, un espacio concebido para poder acoger a clases
enteras de escolares. El segundo piso, compuesto por salas modulables,
se consagrará a reuniones y el en último se encuentra el museo
permanente, con una cronología de la deportación y una serie de
documentales en torno a Drancy.
El campo se ubicaba en los edificios de La Cité de la Muette,
construida entre 1931 y 1937. Era originalmente “un proyecto pionero de
vivienda colectiva destinada a mejorar la vida de los vecinos”, recuerda
Fredj. La obra, sin embargo, se estancó, y los alemanes, que ocuparon
la mitad norte de Francia a partir de 1940, la convirtieron en campo de
internamiento judío, primero “con una lógica de exclusión de la
sociedad”. En el otoño de 1941 se tomó la decisión de la solución final
y a partir del verano de 1942 se convirtió en “la antecámara de la
muerte”, según la expresión de Philippe Allouche, director de la
Fundación para la Memoria de la Shoah.
De los 76.000 judíos deportados desde Francia durante la contienda,
unos 63.000 lo fueron desde Drancy, a menudo procedentes de otros
centros del país. Hasta el año 1943, el campo fue gestionado por los
franceses, antes de pasar el mando a los alemanes. Salían entre dos y
tres convoyes semanales: “los lunes, los jueves y los sábados y siempre
eran 1.000”, según recuerda Annette Krajcner, superviviente del campo.
El último convoy de deportados salió el 17 de agosto de 1944, apenas
unos días antes de la Liberación de París.
En los primeros tiempos tras la Segunda Guerra Mundial, el campo fue
lugar de internamiento para los sospechosos de colaboracionismo con el
ocupante alemán. Finalmente, a partir de 1948, cumplió su función
original, la de albergar a los ciudadanos con menos recursos. “Entonces
no chocaba a nadie que se alojara a personas en lo que fue un campo,
salíamos de la guerra y había una crisis del alojamiento”, asegura
Fredj. “Y ahora tampoco queremos echar a la gente, ni sabríamos qué
hacer con tanto espacio, es casi el equivalente de la Ópera Garnier de
París”.
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