Acaba de salir en castellano –y solamente en castellano: es una edición exclusiva para nuestro idioma– Flores en las grietas, brillante colección de ensayos literarios y memorias personales de Richard Ford, autor de El periodista deportivo –libro que lo hizo famoso– y el conmovedor Mi madre
Richard Ford viene con Flores en las grietas, sólo en castellano./pagina12.com.ar |
Así, en un delicioso contrapunto entre
literatura y vida, Ford les dedica capítulos a Anton Chéjov, Raymond
Carver y Richard Yates, pero también al placer de andar en bicicleta,
leer y dedicar largas temporadas a no escribir.
Ya en la
primera página de Flores en las grietas –subtitulado Autobiografía y
literatura– Richard Ford advierte que “la escritura y su pariente más
venerable, la literatura, son permanentes. Una vez que nos internamos en
ellas, lo que hemos hecho queda para siempre”. Y este libro no es otra
cosa que la historia de esa permanencia en un territorio y de los
modales maestros con los que Ford (Jackson, 1944) se ha venido moviendo
allí.
Organizado y pensado para nuestro idioma (atención: no existe
versión Made in USA de Flores en las grietas), el tema de los ensayos
aquí incluidos se ordenan en un revelador contrapunto de libros ajenos
con memoirs personales (recordar aquel inolvidable Mi madre, también en
Anagrama) que no demoran en alcanzar resonancia universal.
Así, la revisión de favoritos privados como una selección de relatos
de Chejov, Años luz de James Salter y Revolutionary Road de Richard
Yates (dos novelas sobre un tema que le es cercano: el apocalipsis
matrimonial) se funden con textos dedicados al amigo Raymond Carver, al
nirvana del golf, a las bicicletas y los hoteles y las peleas a golpes
de la juventud, y –sobrevolando todo– el acto de leer primero para
después escribir o el “Holgazanear mientras la musa recarga las pilas”.
Allí, Ford aprecia los encantos del no escribir: “En estos treinta años
me he puesto como objetivo estricto dejarme largos períodos sin
escribir, tanto que mi vida de escritor parece tener más de no escritura
que de escritura, lo que apruebo calurosamente (...) En todo caso, si
hubiera escrito más y hubiera hecho menos pausas, no sólo me habría
vuelto completamente loco, sino que casi con seguridad habría demostrado
ser peor narrador de lo que soy. La mayor parte de los escritores
escribe demasiado”.
Y, podría agregarse, leen mucho menos de lo que deberían.
Leído Flores en las grietas en tándem junto a la recién aparecida en
inglés Canadá (donde Ford deja de lado las digresiones sinuosas de su
laureada trilogía de Frank Bascombe, que lo acercaron al Conejo de
Updike o al Herzog de Bellow), los pétalos de estas flores en el asfalto
o en las paredes resultan especialmente perfumados y valiosos en
tiempos donde la letra impresa parece correr peligro y se lee, en
pantallas progresivamente minúsculas, cada vez más, pero con
decrecientes caracteres y carácter.
En “La lectura”, Ford recuerda sus años de profesor de literatura:
“Lo que sí parecía que valía la pena enseñar era qué me hacía sentir a
mí la literatura cuando leía (...) Después de todo, por eso deseaba yo
escribir. La literatura era hermosa y buena. Pero no tenía idea de qué
decir sobre ella. Todavía hoy siento el terrorífico frío de pura
insustancialidad en la nuca cuando la literatura se levantaba contra mí
como un alto muro detrás del cual había una inmensa selva. Tenía que
conducir a la gente a través de ella no sólo de manera segura, sino
también provechosa, pero la tarea estaba aún por empezar”.
Flores en las grietas. Richard Ford Anagrama 222 páginas
Tiempo después, queda claro que Ford tiene mucha idea de qué decir
sobre la literatura. Y nos conduce hasta el otro lado de la jungla con
la experiencia del más experto pero también –y ésta es una cualidad que
distingue a Flores en las grietas de tanto otro volumen de escritor a la
caza de su oficio– más amable y sensible de los guías que, no por ello,
deja de dar en el centro del blanco sin que eso lo prive de un “todavía
siento, de vez en cuando, temor y admiración ante la literatura (...)
Simplemente, tengo una experiencia del caos –del caos literario, la
aparente cercanía del relato a sus propios comienzos desordenados– más
agradable que la que tenía en otro tiempo”.
Así, por suerte para él y para nosotros, el cazador aún puede ser el cazado.
Por ponerle un pero a un libro impagable –propongo futuras ediciones
aumentadas– uno sólo podría criticarle que no sea más largo, que
incluya toda la no-ficción de Ford o, al menos, otras piezas que este
reseñista considera indispensables: sus prólogos a las antologías The
Granta Book of the American Long Story y Blue Collar, White Collar, No
Collar: Stories of Work, los recuerdos de su descubrimiento de Faulkner
& Fitzgerald & Hemingway para el número conmemorativo del 50º
aniversario de Esquire, y el iluminador perfil de su propio personaje
para la inclusión de The Bascombe Novels en la Everyman’s Library.
Pero, está claro, es un reclamo que surge no de la insatisfacción
sino de las ganas de prolongar el disfrute. El placer de leer a Ford
leyendo y escribiendo y experimentando “una deseada intimidad con las
frases, contribuir a nuestra confianza y alentar nuestra capacidad de
pensar haciendo abstracción de las partes del relato que todavía no
podemos comprender, yendo luego, a su debido tiempo, a otras y terminar
viendo y tratando de conectar todo lo escrito (...) Son reacciones a las
que no deberíamos renunciar, sino esforzarnos en conservarlas como
placer”.
Sea.
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