Casi nadie en su momento apreció el delirante noir de Vázquez Montalbán
Manuel Vázquez Montalbán, en dos retratos de 1997. /José Ayma/elmundo.es |
"Me llamo Albert De Salvo y soy el estrangulador de Boston, de la
raza de los mejores estranguladores de Boston". Recluido en un manicomio
penitenciario, un peculiar estrangulador recuerda sus andanzas. Y su
discurso anda repleto de pistas falsas o auténticas que hacen dudar al
lector de que este loco sea un 'serial killer', de que haya asesinado a
tanta gente como proclama y de que la ciudad de sus desventuras sea
Boston cuando, en realidad, podría tratarse de una Barcelona
'postolímpica' y sitiada por metáforas de afilada condición. A partir de
ahí, página tras página, nos topamos con una de las novelas más redondas, experimentales, alucinantes, negrísimas y mal comprendidas
por la crítica de su tiempo que hayan podido gestarse por estos pagos
de esta nación de naciones. 'El estrangulador', de Manuel Vázquez
Montalbán, ese "periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo,
prologuista, humorista, crítico, gastrónomo, culé y prolífico en
general" a quien debemos la saga 'noir' hispánica por excelencia. Su
irrepetible detective Pepe Carvalho.
Nunca me cansaré de reivindicar a Manolo. De recordar al personal lo
que escribió y lo que, por desgracia, se quedó sin escribir. Nada como
regresar, de vez en cuando, por salud mental, a los clásicos. Sobre todo
cuando lo actual sigue instalado en lo que el Comandante Marsé llamó niveles subterráneos.
Por mucho que algunos críticos vivan empeñados en insistir, a estas
alturas del partido, en que lo 'negropolicial' mediterráneo acaba de ser
descubierto, yo sigo quedándome con Manolo, y con dos o tres viejas
glorias más. Es más, os puedo asegurar que de todas sus novelas, que no
fueron pocas, y aunque lo policiaco sea tan sólo un punto de partida de
su trama, pocos relatos he leído como estas memorias apócrifas del
estrangulador desestrangulado que acaba por volver majaras, además de al
lector, al doctor que lo trata.
Mucho Manolo el de 'El estrangulador'. Autor sobradamente preparado
que, allá por el año 94 del pasado siglo, justo en ese punto de su
carrera en que ya no tenía apenas nada que demostrar, se lanza de cabeza
a la piscina de la ficción y lo hace sin complejos. Con un par.
Manolo Vázquez Montalbán se muestra al natural, como las almejas. Más
Manolo, más Vázquez y más Montalbán que nunca. Y más poeta. Porque
conviene recordar que Manolo fue, antes que nada y sobre todo, poeta.
Quizás el único de los novísimos que hoy puede ser leído, y releído, sin
sonrojo alguno. 'A mis víctimas'. Ahí queda eso. Ya en la dedicatoria
nos advierte Manolo de que en esta ocasión, y caiga quien caiga, va a ir
a por todas. A por todas. Por eso me joroba tanto que esta genialidad,
como otras muchas, permanezca actualmente enterrada en ese enorme
cementerio donde sólo brillan, como fuegos fatuos, algunas novedades.
"Siempre hay ¿o hubo? una primera vez, pero el cerebro se me vuelve papilla cuando trato de recordarla y llego a la conclusión de que 'la primera vez' es una metáfora y en cambio todas las demás, no. Puede considerarse «primera vez», el primer acto, aunque sea el resultado de una serie de 'otras veces' imaginarias y traigo a colación a mi tierna vecina Alma, la muchacha dorada por excelencia, a la que degollé con un cuchillo japonés mucho antes de que tuviéramos la imaginería japonesa modernizada. Degollar a alguien con un cuchillo japonés de los años 50 podía ser fruto de la influencia metafísica de 'Rashomon', la película de Akira Kurosawa, o de la promiscuidad degolladora atribuida a los japoneses, kamikazes o no, en las películas norteamericanas sobre la epopeya yanqui en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.
El resto de la novela, 267 páginas en mi edición, es vuestro. Seguid,
si es que podéis, el pretendidamente incoherente relato de este tipo al
que asiste un psiquiatra argentino. Sacad vuestras propias
conclusiones. Eso sí, preparaos al mismo tiempo a pulular por una de las
novelas más apabullantes que se escribieron en España en los 50 últimos
años del siglo XX. Basta con recordar lo que el propio Manolo no se
cansaba de repetirnos: "Yo no me planteo nunca gustar a los lectores de Carvalho, ni siquiera cuando escribo un 'carvalho'.
Me he permitido el lujo de dejarles con un palmo de narices con novelas
como 'Sabotaje olímpico' o 'Roldán ni vivo ni muerto'. Nunca he
sacrificado ningún 'carvalho' a una fórmula anterior que haya tenido
éxito. Empiezo cada novela a partir de cero. Lo que quiero es estimular a
los lectores y a la crítica para que puedan leer cada libro de una
manera diferente, y si les gusta bien y si no, también". Pues eso. Que
ya podría cundir el ejemplo. ¡Buen provecho!
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