26.9.12

Las manazas de mi Manolo

Casi nadie en su momento apreció el delirante noir de Vázquez Montalbán

Manuel Vázquez Montalbán, en dos retratos de 1997. /José Ayma/elmundo.es
"Me llamo Albert De Salvo y soy el estrangulador de Boston, de la raza de los mejores estranguladores de Boston". Recluido en un manicomio penitenciario, un peculiar estrangulador recuerda sus andanzas. Y su discurso anda repleto de pistas falsas o auténticas que hacen dudar al lector de que este loco sea un 'serial killer', de que haya asesinado a tanta gente como proclama y de que la ciudad de sus desventuras sea Boston cuando, en realidad, podría tratarse de una Barcelona 'postolímpica' y sitiada por metáforas de afilada condición. A partir de ahí, página tras página, nos topamos con una de las novelas más redondas, experimentales, alucinantes, negrísimas y mal comprendidas por la crítica de su tiempo que hayan podido gestarse por estos pagos de esta nación de naciones. 'El estrangulador', de Manuel Vázquez Montalbán, ese "periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo, prologuista, humorista, crítico, gastrónomo, culé y prolífico en general" a quien debemos la saga 'noir' hispánica por excelencia. Su irrepetible detective Pepe Carvalho.
Nunca me cansaré de reivindicar a Manolo. De recordar al personal lo que escribió y lo que, por desgracia, se quedó sin escribir. Nada como regresar, de vez en cuando, por salud mental, a los clásicos. Sobre todo cuando lo actual sigue instalado en lo que el Comandante Marsé llamó niveles subterráneos. Por mucho que algunos críticos vivan empeñados en insistir, a estas alturas del partido, en que lo 'negropolicial' mediterráneo acaba de ser descubierto, yo sigo quedándome con Manolo, y con dos o tres viejas glorias más. Es más, os puedo asegurar que de todas sus novelas, que no fueron pocas, y aunque lo policiaco sea tan sólo un punto de partida de su trama, pocos relatos he leído como estas memorias apócrifas del estrangulador desestrangulado que acaba por volver majaras, además de al lector, al doctor que lo trata.
Mucho Manolo el de 'El estrangulador'. Autor sobradamente preparado que, allá por el año 94 del pasado siglo, justo en ese punto de su carrera en que ya no tenía apenas nada que demostrar, se lanza de cabeza a la piscina de la ficción y lo hace sin complejos. Con un par. Manolo Vázquez Montalbán se muestra al natural, como las almejas. Más Manolo, más Vázquez y más Montalbán que nunca. Y más poeta. Porque conviene recordar que Manolo fue, antes que nada y sobre todo, poeta. Quizás el único de los novísimos que hoy puede ser leído, y releído, sin sonrojo alguno. 'A mis víctimas'. Ahí queda eso. Ya en la dedicatoria nos advierte Manolo de que en esta ocasión, y caiga quien caiga, va a ir a por todas. A por todas. Por eso me joroba tanto que esta genialidad, como otras muchas, permanezca actualmente enterrada en ese enorme cementerio donde sólo brillan, como fuegos fatuos, algunas novedades.
"Siempre hay ¿o hubo? una primera vez, pero el cerebro se me vuelve papilla cuando trato de recordarla y llego a la conclusión de que 'la primera vez' es una metáfora y en cambio todas las demás, no. Puede considerarse «primera vez», el primer acto, aunque sea el resultado de una serie de 'otras veces' imaginarias y traigo a colación a mi tierna vecina Alma, la muchacha dorada por excelencia, a la que degollé con un cuchillo japonés mucho antes de que tuviéramos la imaginería japonesa modernizada. Degollar a alguien con un cuchillo japonés de los años 50 podía ser fruto de la influencia metafísica de 'Rashomon', la película de Akira Kurosawa, o de la promiscuidad degolladora atribuida a los japoneses, kamikazes o no, en las películas norteamericanas sobre la epopeya yanqui en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.
El resto de la novela, 267 páginas en mi edición, es vuestro. Seguid, si es que podéis, el pretendidamente incoherente relato de este tipo al que asiste un psiquiatra argentino. Sacad vuestras propias conclusiones. Eso sí, preparaos al mismo tiempo a pulular por una de las novelas más apabullantes que se escribieron en España en los 50 últimos años del siglo XX. Basta con recordar lo que el propio Manolo no se cansaba de repetirnos: "Yo no me planteo nunca gustar a los lectores de Carvalho, ni siquiera cuando escribo un 'carvalho'. Me he permitido el lujo de dejarles con un palmo de narices con novelas como 'Sabotaje olímpico' o 'Roldán ni vivo ni muerto'. Nunca he sacrificado ningún 'carvalho' a una fórmula anterior que haya tenido éxito. Empiezo cada novela a partir de cero. Lo que quiero es estimular a los lectores y a la crítica para que puedan leer cada libro de una manera diferente, y si les gusta bien y si no, también". Pues eso. Que ya podría cundir el ejemplo. ¡Buen provecho!

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