Se clausura dOCUMENTA (13) de Kassel, un certamen con luces y sombras en el que a menudo el arte denuncia situaciones y problemas de carácter político, sociológico, antropológico o científico
documenta Kassel: la diversidad de propuestas estéticas postmodernas. foto.fuente:elmundo.es |
La dOCUMENTA
(13) de Kassel, una de las manifestaciones de arte contemporáneo más
importantes del mundo, llega a su fin. La selección de obras de 190 artistas procedentes
de 55 países ha configurado un certamen con luces y sombras en el que a
menudo el arte no es más que un pretexto para dar cuenta de situaciones
y problemas de carácter político, sociológico, antropológico o
científico. Una circunstancia que no es nueva y que se inscribe en la
continuación de anteriores ediciones, esencialmente las dirigidas por
Catherine David en 1997 y por Okwui Enwezor en 2002. Como hicieron sus
colegas, la directora de dOCUMENTA (13) Carolyn Christov-Bakargiev ha privilegiado a creadores que trabajan en la esfera socio-política, huyendo de los artistas “estrella” protagonistas de ferias y bienales.
Ocurre, sin embargo, que las obras que
pretenden defender las causas más nobles, no siempre resultan
pertinentes. Y tampoco es cierto que los artistas aquí representados se
encuentren ajenos al sistema del mercado, ya que la mayoría de ellos
están apoyados por poderosas galerías internacionales.
Por otra parte, sabemos desde hace bastante tiempo, que las obras más
radicales e incluso “anti artísticas” han acabado entrando, faltaría
más, en el circuito comercial del arte.
Los conflictos bélicos, las relaciones
entre Occidente y el resto del mundo, la defensa de las minorías, las
preocupaciones ecológicas, la violencia y la crítica postcolonial son
los grandes temas que protagonizan las numerosas instalaciones, los
videos y algunas pinturas acompañadas de largos textos y de un sin fin
de documentos, siempre dentro de lo políticamente correcto.
Ésta decimotercera edición es una Documenta más dispersa que nunca, en un doble sentido. Porque se expande en múltiples espacios de Kassel con antenas en Kabul y El Cairo; y también porque el discurso se ramifica en un sin fin de direcciones,
de tal manera que a menudo resulta muy difícil encontrar un hilo
conductor entre una y otras obras. La selección a veces parece responder
más a las afinidades personales de la directora que a una propuesta
construida. Algo que se nos antoja un tanto cuestionable cuando se trata
de un proyecto preparado a lo largo de cinco años.
Pero lo mejor es fijarse en las obras más potentes, que haberlas las
hay, aquellas que de verdad brindan al visitante una experiencia
sensorial e intelectual a la vez. Tal es el caso de The refusal of Time de Willam Kentridge
que presenta un trabajo singular inspirado en una reflexión sobre el
paso del tiempo y el devenir del hombre. Se trata de un espectáculo
mucho más elaborado que la película que exhibió en la Documenta XI, y
que sintetiza aquí la esencia de su creación.
Muy impactantes resultan la instalación del húngaro István Csákány que ironiza sobre el maquinismo y la explotación del trabajo; las cuatro grandes telas de Julie Mehretu; el collage de 54 metros de largo que el canadiense Geoffrey Farmer ha realizado con unas páginas de la revista Life de los años 40; los libros de fibra vegetal que incorporan imágenes filmadas sobre temas ecológicos, creados por el indio Amar Kanvar; el inmenso tapiz con un espectacular fotomontaje del polaco Goshka Macuga; las poéticas proyecciones de la india Nalini Melani y la instalación de Kader Attia que configura una suerte de museo postcolonial.
Como puntos referenciales la directora de Documenta ha incluido
también en el recorrido algunas obras de artistas del pasado como los
tapices del año 1936 sobre los horrores de la guerra de la sueca Hannah Ryggen; los dos impactantes cuadros de Dali Le grand paranoiaque también del 36 y Espagne de 1938; algunas pinturas de Giorgio Morandi e incluso unas exquisitas estatuillas de Asia Central de más de 4000 años de antigüedad.
Aunque llenas de buenas intenciones, como
vemos en el pabellón de las mujeres saharauis, muchas de las obras que
se exhiben en el magnifico parque Karlsaue pecan de ingenuidad y se
parecen más a los proyectos de cualquier ONG. Ni la colina-jardín de Song Dong, ni el árbol con piedra de bronce de Giuseppe Penone,
tan publicitados en los medias, nos convencen. Además muchos artistas
han optado por realizar un simple video, que presentan en pequeños
pabellones de madera semejantes a las casetas de los mercadillos de
Navidad. Muy pocos creadores se han atrevido a afrontar el desafío de proyectar una obra en plena naturaleza
y ésta es una ocasión perdida. Entonces no podemos sino añorar las
imaginativas intervenciones que en anteriores ediciones dejaron huella
en la memoria colectiva como las de Oldenburg, Christo, Thomas Schütte o Jonathan Borovsky entre otros. Pero, esto como diría Kipling, es otra historia.
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