El enigmático escritor francés, que publica la novela Las solidaridades misteriosas, explica por qué decidió huir de la vida social
Pascal Quignard traza cierta misantropia en Las solidaridades misteriosas./Catherine Helie./elpais.com |
Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948) traza en Las solidaridades misteriosas
el retorno de dos hermanos, Claire y Paul, al lugar donde transcurrió
su infancia. Tanto para uno como para el otro se trata de un abandono,
de una huida de la vida confortable y relativamente exitosa que habían
llevado hasta ese momento; un abandono, una huida que, en contrapartida,
les permitirá ir enriqueciendo a través del reencuentro con diversos
personajes el recuerdo esquemático que conservaban de aquellos años.
También su propia relación fraternal, a la que alude el título de esta
novela de Quignard y cuya aparición en España (Galaxia Gutenberg)
coincide con la de un nuevo ensayo en Francia, Les désarçonnés (Grasset).
Las solidaridades misteriosas parece una
novela construida a partir de varios contrastes. Claire es traductora,
habla un sorprendente número de lenguas y, sin embargo, solo se reconoce
en el silencio y en la soledad.
Claire es un personaje en el que he querido representar a
una mujer que se deja absorber completamente. Está sola, es cierto, pero
lo que la caracteriza, lo que mejor la define, es que es increíblemente
porosa. No creo que la persona que escribe un texto sea mejor juez que
la que lo lee. Esos contrastes a los que usted se refiere, ¿cómo
explicarlos? Creo que nuestra inserción en la naturaleza es más
importante, más determinante que el lenguaje a la hora de dar forma a lo
que somos. Claire tiene una excepcional habilidad para las lenguas,
habla quince, dieciséis, más incluso, pero aquello que tiene que
comunicar a través de ellas es menos auténtico que lo que experimenta
ante el paisaje. Tiene necesidad de estar sola para no hablar, para
entrar en una relación profunda con la naturaleza. No estoy seguro de
que el lenguaje que sirve para comunicar sea más profundo que esa
relación con el paisaje.
Es posible observar otro contraste entre la psicología
sutil de los personajes y la brutalidad de las cosas que suceden en el
mundo que les rodea. Incendios, suicidios, accidentes.
Habrá personas con suerte en cuya vida no suceda nada parecido.
Pero, por desgracia, las cosas así son frecuentes. La diferencia con lo
que he escrito hasta ahora es que los personajes de Las solidaridades misteriosas
mantienen buena relación entre ellos. Y en cuanto a lo que sucede a su
alrededor, creo que son hechos que se producen en la vida real, y que no
siempre se pueden resolver de manera fácil. Se trata de historias de
pueblo, personas que, por ejemplo, se proponen matar al gato del vecino.
Incluso historias más desgraciadas.
Algunas de las que aparecen en su novela son tragedias.
Son hechos violentos, son hechos desagradables. Pertenezco a una
familia de músicos, y durante mucho tiempo conservé instrumentos usados
por varias generaciones de mis antepasados. Cuando me los robaron, tuve
razones más que suficientes para desesperarme. Pero no lo hice.
Se lo pregunto de otra manera. Parece que los estados de
ánimo de sus personajes no guardaran relación con lo que sucede a su
alrededor.
Quizá sea difícil entender para los más jóvenes lo que voy a
decirle, pero es cierto. Quienes nacieron después de la guerra y no
conocieron en primera persona sus desastres no tendrían razones para
padecer las angustias de quienes sí los vivieron. Y, sin embargo, se
apoderó de ellos un duelo inexplicable, como si los hechos y la manera
de sentirlos no estuvieran sincronizados. He hecho psicoanálisis durante
muchos años, pero no sé cómo explicarlo. Quienes nacimos después de la
guerra vivimos nuestra infancia entre ruinas, y no es normal vivir la
infancia entre ruinas. Tengo una enorme necesidad del pasado para
constituirme un territorio, porque comencé con el pasado. Ya de niño lo
pensaba.
Una especie de duelo retardado.
Todo lo que escribo tiene que ver con eso. Se pierde a la mujer a
la que más se ha amado y no se siente nada. Siete años después, nos
sentamos y comenzamos a llorar. No creo que los efectos psicológicos
sean directos, inmediatos.
En Las solidaridades misteriosas, solo se conoce hacia el final lo que pasó con la familia de Paul y Claire.
Creo que es algo que no solo les sucede a ellos. En su vida, como
en la mía, nuestros padres y nuestros abuelos nos mienten hasta el
último momento. De la vida de nuestros antepasados no conocemos nada. Se
nos cuentan historias por nuestro bien; historias conformes a las
buenas costumbres, a la moral. Al final, siempre hay algo trascendental
que permanece oculto.
Es frecuente que los hijos tengan dificultad para imaginar a sus padres en las mismas situaciones que ellos viven.
Son escenas y situaciones que se nos escapan porque somos
concebidos después, y en esa concepción hay azar y hay retraso. La
escena de la que surgimos, por ejemplo. Jamás podremos tener la visión
del cuerpo del que somos fruto. Es triste pero también extraordinario.
Creo que las pinturas más bellas surgen de esta imagen imposible. Y los
libros, también. Quizá todas las artes.
Las referencias a la actualidad son numerosas en su
novela. No se trata tanto de fechas, que también aparecen, como de la
crisis económica o los escándalos de la Iglesia. Y aquí un nuevo
contraste: la relación entre un broker y un sacerdote.
Es cierto. El contraste es muy fuerte. Pero no lo planifiqué. Si
Paul, el personaje que se dedica a las finanzas, no hubiera tenido miedo
del peligro que acechaba no lo habría abandonado todo. Tengo amigos en
el mundo de las finanzas que estaban asustados antes de que estallara la
crisis.
Pero es el sacerdote quien provoca la decisión de Paul.
No puedo ocultar que de vez en cuando, cuando veo las iglesias
cerradas por temor a los robos o por cualquier otra razón, me acuerdo de
los tiempos en los que uno podía entrar libremente y recogerse. Cada
vez más, me gusta volver a esas iglesias y reencontrar el silencio,
incluso el olor, que recuerda un poco al de los bosques. Por descontado,
me molesta el poder de la Iglesia, pero siento una contradicción
profunda y real, una especie de culpabilidad, no con respecto a Dios,
sino hacia el hecho de que esas iglesias no sigan siendo un lugar
sagrado. No sé si llego a explicarme.
En su novela, aparece un obispo que no es intransigente. Se contenta con que los pecadores sean discretos.
No sé si recuerda que, en Rojo y negro, Stendhal describe
a Julien Sorel como alguien que no tiene una fe demasiado sólida. En
realidad, ningún personaje la tiene. Lo que existe es una especie de
condescendencia.
En su relación con esas iglesias parece haber nostalgia.
Claro que la hay. La nostalgia se encuentra en todo lo que he
escrito. La sociedad puede confiscar nuestra vida privada y, sin
embargo, deberíamos mantener un secreto absoluto acerca de ella. Ser
absolutamente discretos. No lo digo en el sentido de que debamos
abstenernos. Al contrario, es necesario hacer y, además, ser discretos.
Porque pienso que hay un objetivo político en destruir el secreto
individual por parte de una sociedad dominadora. Defiendo el secreto
individual.
Defiende, según entiendo, una frontera radical entre lo público y lo privado.
El cristianismo sabía trazar esa frontera. Nuestra sociedad, no.
En eso consistía el buen cristianismo: sed discretos, no expongáis
vuestros secretos en público.
¿Cuáles son los mecanismos a través de los cuales la sociedad dominadora interfiere en el secreto individual?
Muchos, los abogados, los policías, la seguridad social, la
educación. Claro que los avances en sanidad y educación son
extraordinarios, pero no hay que olvidar que el conocimiento que el
Estado llega a adquirir de los individuos a través de esos avances
equivale a haberle entregado nuestro ser.
¿Y el sensacionalismo, la prensa rosa, el espectáculo?
En ese terreno las cosas no han cambiado mucho. Desde Suetonio
siempre se ha tenido acceso a todas esas historias de la gente poderosa.
No, no es eso. El problema para mí es entregar el alma al Estado, eso
es lo que encuentro condenable.
“Arranqué los cables para que dejaran de sonar
los timbres. La vida es breve y dediqué mucho tiempo, demasiado, a
luchar contra mi deseo de soledad”
Pero, ¿cuál sería la alternativa?
Estoy contento de haber tenido las responsabilidades profesionales
que tuve, en la música y en la edición. Pero también estoy contento de
haberlo dejado radicalmente hace años. Arranqué los cables para que
dejaran de sonar los timbres. Y es que nuestra manera de vivir, como la
manera de sentir de Claire o de Paul, tampoco está sincronizada con lo
que pasa alrededor. El Estado absoluto está muerto, la nación absoluta,
también. Es verdad que se puede contemplar desde un ángulo distinto:
menos mal que el Estado como lo había pensado Hegel, ese Estado total,
ha desaparecido, porque era otra locura.
¿Por qué dimitió de la dirección del festival de música de Versalles y de su puesto en la editorial Gallimard?
Si acepté esas responsabilidades fue para demostrarme a mí mismo
que podía asumir el contrato social, estar y tratar con gente. Lo hice
con la música en el festival de Versalles y lo hice también en el mundo
de la edición. La vida es breve y, en mi caso, dediqué mucho tiempo,
demasiado, a luchar contra mi deseo de soledad. Pensé que ya había
sacrificado bastante a la vida social. Con un sufrimiento añadido,
además.
¿Un sufrimiento añadido?
El de tener que emitir juicios constantemente. Siempre traté de
hacerlos con total honestidad intelectual. Pero eso no impedía que me
preguntase: en realidad, ¿quién está hablando a través de mí cuando yo
digo que algo está bien o que algo está mal? No es seguro que al tomar
la decisión de abandonar se deje el sitio a otros que sean mejores;
aunque fuera así, consolarse con esa idea no hace que nuestros juicios
estén mejor fundados. Imagínese, ahora puedo leer sin necesidad de
juzgar si los libros están bien o están mal.
En Las solidaridades misteriosas también se
relata una huida de la vida social, la de Claire y Paul. Y en ambos
casos sus amores no son, por así decir, convencionales.
La novela trata de desentrañar el lazo que une a esos dos
hermanos, no tanto analizar sus amores respectivos. En el caso de Claire
y su historia de infancia, ella no soporta la idea del adulterio. Como
él no quiere elegir, Claire le ama pero intentando en todo momento no
interponerse. En el caso de Paul, no es un amor que busque la transgresión.
Pero no solo hay amor hacia las personas en su novela.
Cada uno de nosotros comienza su vida en un lugar, y ese lugar es
importante. Existe una dependencia con respecto a todo lo que conocemos
en los primeros momentos, los campos, los olores, la música. Existen,
por otro lado, los flechazos, y el psicoanálisis vendrá a decir que son
como cortocircuitos, y que esos cortocircuitos se pueden producir con
personas que no nos convienen. Por mi parte, pienso que también se
pueden producir flechazos con los lugares. Serán historias de amor
dudosas. Inhabituales, si se quiere. Pero pueden ocurrir, y despertar
una pasión más profunda que la que provocan los seres humanos. Es un
amor de absorción, como el que siente Claire por el lugar donde pasó su
infancia.
Es cierto que en Las solidaridades misteriosas se describen minuciosamente los paisajes, los ruidos, los olores.
He disfrutado escribiéndola. Mis novelas no son abstractas, la
naturaleza está muy presente. Las de otros autores contemporáneos lo son
más. No hace mucho participé en un programa de radio con Patrick
Modiano y Jean Echenoz. Aprecio enormemente tanto el trabajo de uno como
el del otro, pero considero que son más abstractos que yo. Sus novelas
me parecen extraordinarias, pero la naturaleza no está presente.
En distintas ocasiones ha señalado que su pasión por la música le ha servido para componer sus novelas.
Hace tiempo que para tocar el piano solo conservo aquellos
fragmentos de las partituras que más me gustan, ya sean correspondientes
a un instrumento o a partes de la melodía. Esos fragmentos componen
para mí una especie de sonata. Interpretarlos me produce un efecto
hipnótico, como alguien que saltara de piedra en piedra. De algún modo, Las solidaridades misteriosas
está compuesta así. Pero cada nueva novela me permite ingresar en
territorios nuevos. En este caso, es ese amor de absorción por un lugar.
No es un amor que se descubra ni se manifieste a través del lenguaje,
sino a través de la sensualidad.
Las solidaridades misteriosas. Pascal
Quignard. Traducción de Ignacio Vidal-Folch. Galaxia Gutenberg / Círculo
de Lectores. Barcelona, 2012. 208 páginas. 17 euros (electrónico:
11,99).
Les désarçonnés. Volumen VII de Dernier royaume. P. Quignard. Grasset, 2012.
Sigiloso Goncourt
Organista y estudioso de la música clásica, Pascal Quignard estudió
filosofía con Emmanuel Lévinas, Jean-François Lyotard y Paul Ricoeur. Su
novela Carus obtuvo en 1979 el Premio de la Crítica francesa. En 1991 Alain Corneau llevó al cine su obra Todas las mañanas del mundo,
protagonizada por Gérard Depardieu y con banda sonora de Jordi Savall.
Cuatro años más tarde abandonó el trabajo como editor en Gallimard y
como director del Festival de Ópera Barroca de Versalles. En 2002 obtuvo
el Premio Goncourt por Las sombras errantes, primera entrega del ciclo Dernier royaume.
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