Por 3,8 millones de euros fueron adquiridas cerca de treinta y siete mil páginas inéditas del filósofo francés. Entre ellas, el cuarto tomo de Historia de la sexualidad
Michel Foucault nació en Poitiers, Francia, el 15 de octubre de 1926./elespectador.com |
La mujer entró al apartamento de la calle Vaugirard, en París, al
parecer de un modo casi indiferente. Días atrás, Michel Foucault
—filósofo, historiador de las ideas— había muerto; su pareja, Daniel
Défert, legó el apartamento —donde vivió en ocasiones junto a Foucault— y
todo cuanto contenía. Por entonces, las parejas homosexuales en Francia
no tenían derechos de sucesión, de modo que Défert debía pagar un
determinado monto por las propiedades que restarían a su nombre. La
mujer quería estimar dicho monto.
Entonces comenzó a detallar los
archivos de Michel Foucault, su biblioteca, sus papeles. Défert —cuenta
en una entrevista que Le Nouvel Observateur le realizó el año pasado—
apenas miraba. La mujer se interesaba en las ediciones dedicadas por
personajes reconocidos; debían de tener más valor que aquellas sin
firma.
De pronto, Défert vio que se acercaba a un libro específico
y lo tomaba. —Este Roland Barthes es un desconocido —dijo,
indiferente—, sin ningún valor.
Así principió, pues, la extensa y
tumultuosa historia de los archivos de Michel Foucault, legados a Daniel
Défert por testamento desde el 25 de junio de 1984, día de la muerte
del filósofo.
***
Hace una semana la Biblioteca Nacional de
Francia selló la compra de los archivos de Michel Foucault por 3,8
millones de euros, luego de negociar durante dos años con Défert. Desde
comienzos de este siglo, la figura de Michel Foucault se ha vuelto
esencial para un número copioso de academias en el mundo: sus
investigaciones sobre el poder y sus modos, basadas en extensas
pesquisas históricas, han influenciado buena parte de los estudios
contemporáneos sobre las sociedades. Desde La arqueología del saber
hasta Historia de la sexualidad, Foucault fue reconocido como un hombre
de inteligencia poco común, un trabajador nato del pensamiento. Sus
cátedras y lecturas eran frecuentadas por cientos y sus últimos años de
vida los pasó entre alumnos en las universidades de Nueva York y
California. Sus contemporáneos —Gilles Deleuze, Félix Guattari, Roland
Barthes— apoyaban esa opinión. Pierre Bourdieu, amigo de Foucault y a su
vez filósofo, dijo de su trabajo: “Es una larga exploración sobre la
transgresión, sobre ir más allá de los límites, siempre ligado al
conocimiento y el poder”.
Los superlativos, sin embargo, no fueron
en principio suficientes para defender el legado inédito de Foucault.
Sin un sustento legal que lo protegiera, Défert tuvo que pagar 65% de su
carga fiscal por derechos de sucesión, 60% por el apartamento y 5% por
el contenido del mismo. La familia de Foucault había respetado su
voluntad, cuenta Défert; el Estado francés, en cambio, se desinteresó de
su legado. ¿Por qué?
Défert abrigaba ciertas sospechas. El mismo
año de la muerte de su pareja fue al despacho de Henri Emmanuelli,
entonces secretario de Estado de Presupuesto en Francia, para proponerle
un acuerdo fiscal y conservar el archivo de modo seguro. Défert nunca
llegó a la oficina de Emmanuelli: dos hombres lo recibieron en el
pasillo, se sentaron, no lo invitaron a sentarse, y sólo preguntaron si
entre el archivo había correspondencia con otros autores. “El resto no
les importó”, dijo Défert.
Fue en ese momento que recordó que, dos
años atrás, Foucault y Pierre Bourdieu habían escrito una carta de
protesta en contra del gobierno de François Mitterrand por su falta de
reacción cuando el ministro de Asuntos Exteriores, Claude Cheysson, dijo
que la muerte de cuatro manifestantes en Polonia era “un asunto
interior de ese país”. Ambos filósofos buscaban que el Gobierno emitiera
palabras de inconformidad; nunca sucedió. Défert pensó que el rechazo
del Estado francés a los papeles de Michel Foucault era un remanente de
ese enfrentamiento.
“Algún día lo resolveremos —se dijo—. Y no lo haremos en paz”.
***
Las
37.000 páginas escritas por Foucault que pasarán a manos de la
Biblioteca Nacional de Francia están distribuidas en 90 cajas. Se sabe
poco de su contenido, salvo que los cuadernos contienen una suerte de
diario de 30 años de trabajo. De lo poco que se sabe, está allí el
cuarto tomo inacabado de Historia de la sexualidad (cuyos tres volúmenes
fueron publicados entre 1976 y 1984). El filósofo trabajaba en él
cuando una septicemia lo obligó a enclaustrarse en el hospital de La
Salpêtrière, en París, justo el mismo que años atrás había convertido en
su objeto de investigación en Locura y civilización.
Con todo y
con eso, sólo casi diez años después de su muerte el Estado francés
mostró algún interés en sus papeles. Jacques Toubon, ministro de Cultura
en 1993, puso atención a la propuesta que había hecho Défert hacía
tiempo. Y entonces el legatario de Foucault tuvo cierto contacto con la
Biblioteca Nacional. Por ese tiempo, Défert había mudado su domicilio al
apartamento de su pareja, para cubrir el archivo de primera mano.
Consultó con varios expertos qué podía hacer con él y ellos le pidieron
un pago en especie: en resumen, manuscritos. Défert rehusó todas las
ofertas.
Ya en 1984, luego de enterarse de que varios amigos de
Foucault poseían la llave del apartamento, Défert había depositado todos
los archivos en dos cofres en el banco. Desde entonces permanecieron
allí, sin que nadie los revisara. La siguiente duda de Défert era algo
más romántica: ¿debía o no hacer públicos estos archivos? Se había
prometido no publicar nada del trabajo del filósofo de manera póstuma.
Georges Dumézil, maestro y amigo de Foucault, le preguntó en una
ocasión: “¿Por qué sólo ciertas personas podrían ver el archivo y no
todo el mundo?”. La decisión era clara, entonces: el archivo era para
todos o para ninguno.
Tras años de guardar los archivos, Défert
decidió publicar. De allí salieron las lecciones que Foucault dio en
diversas universidades, a partir de sus notas y de grabaciones tomadas
por alumnos y amigos. “El tiempo ha pasado —dijo Défert en Le Nouvel
Observateur—. Creo que si me los legó fue por un acto de confianza y
porque me permitía apreciarlos. Yo no revelo nada personal al cederlos.
Se trata de pensamientos, no de intimidad. En el futuro se decidirá
colectivamente sobre el asunto con su familia y los investigadores”.
En
últimas, la posteridad le interesaba poco a Foucault. Solía botar a la
basura las cartas que ya había respondido, y fue allí donde Défert
encontró misivas de Lacan, de Barthes. Solía también escuchar a Bach y a
Mozart y tener un riguroso método de trabajo. Fue depresivo en su
juventud, y luego radiante y feliz en su madurez. “Estoy feliz con mi
vida —dijo en 1975—, pero no tanto conmigo mismo”.
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