Se edita en facsímil el Diccionario de autoridades, la obra que justificó en 1713 la creación de la RAE para combatir la oscuridad de la lengua española
José Manuel Blecua, director de la RAE, señala el dibujo de Palomino incluido en la primera edición del Diccionario de autoridades. / Uly Martín./elpais.com |
Un diccionario también es un libro de historia. Detengámonos en Dios.
Tal vez signifique lo mismo para un creyente de hoy que para uno del
siglo XVIII pero, desde luego, ha cambiado un trecho para los
académicos. Los actuales le definen como “ser supremo que en las
religiones monoteístas es considerado hacedor del universo”. Hace tres
siglos, la religión era otra cosa. Su protagonismo impregnaba la
sociedad y permeaba hasta la lexicografía. Dios se definía como “nombre
sagrado del primer y supremo ente necesario, eterno e infinito, cuyo ser
como no se puede comprender no se puede definir…”. Para realzar la
excepcionalidad, se recurría a la extensión (seis páginas) y a la
tipografía. La palabra se resalta en un cuerpo mayor que las restantes
37.000 voces del Diccionario de autoridades, la primera obra editada por la Real Academia Española (RAE)
en 1726 y la razón de su fundación, como los propios fundadores
aclaraban en el prólogo: “Hallándose el orbe literario enriquecido con
el copioso número de Diccionarios, que en los idiomas, o lenguas
extranjeras se han publicado de un siglo a esta parte, la lengua
española siendo tan rica y poderosa de palabras y locuciones, quedaba en
la mayor oscuridad, pobreza e ignorancia”.
El diccionario, que consta de seis tomos, acaba de ser editado en
facsímil con motivo del tricentenario de la institución en una doble
colección —una edición numerada en polipiel, tapa dura y estampación con
oro viejo que cuesta 1.188 euros y una versión popular a 22,90 cada
volumen—. En la presentación de la obra, José Manuel Blecua, director de
la RAE, explicó que la tirada original constó de 1.600 ejemplares. “En
1780 no se había terminado de vender. Era un Diccionario caro e
inmanejable”, recordó. “Probablemente no estaría en todas las
bibliotecas universitarias, pero había un circuito de representantes de
la Iglesia y hombres ilustrados, que ayudarían a difundirlo”, añadió
Darío Villanueva, secretario de la Academia.
Blecua, que dedicó su discurso de ingreso al Diccionario de autoridades
—al igual que otro director de la casa: Fernando Lázaro Carreter—,
destacó que ya en 1713, año en el que se constituye formalmente la
academia por iniciativa del marqués de Villena y siete compañeros de
tertulia, se elabora un acta con la lista de autores de los que se
extraerán ejemplos para apoyar las definiciones. “El diccionario es
también un canon de obras literarias e históricas”, indicó.
Los académicos fundadores seleccionaron escritores “de prosa” y “de
verso” (de ahí el nombre de autoridades) desde el año 1.200 sobre los
que sustentar su selección de palabras. Alfonso X, Don Juan Manuel,
Santa Teresa de Jesús, Cervantes, Inca Garcilaso, Quevedo, Lope de Vega,
Góngora o Calderón de la Barca son algunos de los incorporados, aunque
la relación se completa con textos jurídicos y administrativos.
Teniendo en cuenta la falta de medios, se podría decir que los
académicos fueron diligentes. Desde que arrancaron sus trabajos en 1713
(ellos mismos confían en el prólogo que “el principal fin que tuvo la
Real Academia Española, para su formación, fue hacer un Diccionario
copioso y exacto, en que se viese la grandeza y poder de la lengua, la
hermosura y fecundidad de sus voces, y que ninguna otra la excede en
elegancia, frases y pureza”) solo tardaron 13 años en publicar el primer
tomo. En 1739 se imprimió el sexto volumen, que daba por finalizados
los trabajos que situaba al español a la altura de otras lenguas.
Desde entonces apenas se reeditó. En 1770 comenzó una segunda edición
pero se frustró tras un primer tomo. Más recientemente, en los noventa
del siglo XX, se publican tres volúmenes, pero han tenido que pasar tres
siglos para contar con una edición completa —la primera en facsímil,
publicada por JdeJ editores— del Diccionario de autoridades. De él cuelga el actual, aunque para aligerar su uso se suprimieron las autoridades.
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