Hoy, sábado 19 de octubre se conmemora el centenario del nacimiento de este compositor, que en la actualidad es un clásico de la música
Vinicius de Moraes empezó a escribir canciones a los catorce años de edad./elespectador.com |
“Para vivir un gran amor —escribió Vinicius de Moraes— hay que ser
hombre de una sola mujer, pues ser de muchas, ¡vaya!, es fácil… No tiene
ningún valor”. Y aunque fuera su evangelio, Vinicius también fue un
hombre de varias mujeres y varias pasiones: vivió un gran amor en nueve
matrimonios y fue poeta, dramaturgo, cantante, cronista y crítico de
cine —también diplomático para viajar por el mundo con el favor de un
sueldo—. Una vida que acaricia al mundo con su memoria, con la gracia
delicada de la bossa nova, con los amigos que hicieron de su gracia un
arte: Antonio Carlos Jobim, Elizete Cardoso, Nara Leão, João Gilberto y
todos los que vendrían para festejar su herencia.
Si Jobim creía
en la poesía de la música y Vinicius en la música de la poesía —como
señaló en el disco que grabaron con Elizete Cardoso a finales de los
años 50, Canção do amor demais—, el encuentro entre los dos sería
inevitable para componer la música y la poesía que nutre “a los que
gustan de cantar, que es algo que ayuda a vivir”.
Un poeta de
talento prematuro, que empezó a escribir canciones a los catorce años de
edad y escuchó al ritmo de un animado foxtrot, interpretado por los
hermanos Tapajós, los versos de Loura ou morena (Rubia o morena), en los
que ya se descubre al galán precoz e inquieto, buscando a la mujer que
quisiera enamorar de una manera sabrosa, rubia o morena, da igual.
Aunque
después el muchacho pasara de las mujeres como inspiración al
sufrimiento como transpiración. Río de Janeiro, donde nació el 19 de
octubre de 1913, haría posible el vaivén entre la playa y sus cuerpos
balanceándose hacia el mar, y el mundo del joven hecho un poeta
dramático. Los títulos de sus versos registran la incertidumbre del
artista acongojado: Ausencia, Vigilia, Agonía, Vejez.
Tiene veinte
años y publica su primer libro, O caminho para a distância (El camino
para la distancia). Y así como escribe versos libres, sin rima, también
se enamora de una forma precisa que nunca abandonará: el soneto.
Entonces aprovecha el riesgo de los amores tortuosos para su Soneto de
la separación, que años después cantará Jobim, con voz pausada y serena,
para suavizar el fuego que se apaga en los ojos de la enamorada.
Los
fantasmas de Vinicius durante su infancia fueron Dickens, Verne,
Cervantes —el buen amigo para cualquier temporada, más aún cuando
Cervantes comprendió que el portugués se parecía al español, pero sin
huesos, algo que confirmaría Vinicius recitando sus canciones o cantando
sus poemas—, a los que el tiempo agregó la presencia de Manuel
Bandeira, de Baudelaire y Rimbaud, de Neruda y Whitman, de los músicos
que le enseñaron la tradición africana y portuguesa, del legado que le
permitió escribir una canción que sembró la bossa nova en Brasil, Chega
de saudade (Basta de… nostalgia, melancolía y otros posibles seudónimos
que podrían traducir la emoción de la palabra) —aunque la saudade sea
por una mujer lejana, extraviada en la distancia, a la que Vinicius, en
compañía de Jobim, le promete, si regresa, tantos besos en su boca como
peces en el mar—.
‘El blanco más negro de Brasil’, como supo
describirse a sí mismo Vinicius en su samba Da bênção —prefiriendo la
alegría a la tristeza y explicando que un samba con belleza necesita un
poquito de tristeza—, honraría entonces a Changó, a Ochún, a los músicos
que estuvieron antes o al mismo tiempo con él, saludándolos en la
canción con un ritual ¡saravá! —¡salve!— por su tradición, su vanguardia
y su futuro.
¡Saravá! para Vinicius por la fusión que logró entre
la mitología griega y el vértigo urbano de Río; cuando Orfeo y
Eurídice, protagonistas de una pasión imposible redimida por la música,
se trasladaron con él a las favelas de Río, demostrando que en el arte
no hay límites precisos, sólo prejuicios que quieren fragmentar el mapa,
olvidando que las influencias son para quien las disfruta y las
reinventa. Orfeu da Conceição, escrito el primer acto en 1942 y el punto
final en 1953 —mientras los papeles se perdían, la obra se reescribía y
el destino permitía que Vinicius trabajara en cada acto—, fue otro mito
en las tablas y en las pantallas de cine —otra pasión del poeta—.
Amigo
de Orson Welles cuando estuvo en Brasil, después Vinicius irá a
visitarlo a Los Ángeles hacia finales de los años 40. Cuando llega a
California, Vinicius, el diplomático, quiere estudiar cine, pero Welles y
el camarógrafo Gregg Tolland le dicen que vaya mejor a un rodaje, donde
se aprende en la práctica. “Lo que tienes que hacer —recuerda que le
dijeron— es venir al estudio y vernos trabajar”. Así que Vinicius vio la
historia del cine filmándose a la luz de Welles cuando rodó un par de
clásicos: La dama de Shangai y Macbeth.
Al mismo tiempo escuchaba a
los dioses de otro olimpo llamados Louis Armstrong, Billie Holiday,
Sara Vaughan. El encuentro del jazz y la bossa nova fue como un búmeran
entre Brasil y Estados Unidos. Empezó en Río cuando Jobim escuchó los
discos del saxo barítono y arreglista de jazz, Gerry Mulligan. Continuó
en Estados Unidos seduciendo a otro saxo blanco de alma felizmente
negra, Stan Getz, grabando a principios de los años 60 el álbum
Getz/Gilberto, un dueto hecho trío con Jobim. Thelonious Monk diría
entonces que la bossa nova les había dado a los intelectuales del jazz
en Nueva York lo que habían perdido: ritmo, swing y calidez latina.
Dizzy Gillespie aprendió del pianista argentino Lalo Schifrin, que vivió
un tiempo en Río, el tema Desafinado de Jobim, incorporándolo a su
repertorio. Frank Sinatra quiso subirse también a la cresta de la nueva
ola proponiéndole a Jobim que hicieran un disco juntos.
La chica
que Vinicius vio andando por Ipanema extendió entonces su playa sobre el
mapa del mundo. La bossa nova apoyada en los versos del poeta continuó
mientras su obra multiplicaba los libros: Patria minha; Para uma menina
com una flor; Arca de Noé; A mulher e os signos; Poemas de muito amor.
Vinicius no escogió entre la biblioteca, la playa o los prostíbulos:
ninguno excluía al otro. Se hizo popular y los poetas solemnes se lo
reclamaron. Conmueve cuando Ángel Crespo escribe en su introducción a la
Antología de la poesía brasileña que Vinicius buscó a las masas
“escribiendo letras para las canciones pioneras de la bossa nova”. Una
grata recompensa que “las masas” se lo agradecieran. Que una calle de
Río tenga su nombre. Algo todavía más justo cuando escribió un poema
titulado Namorado das ruas (Enamorado de las calles), celebrando las
calles de Río con nombre de mujer.
Cuánta falta me haces, un disco
de Maria Bethânia en homenaje a Vinicius, con canciones de Vinicius,
expresa la nostalgia de todos los que recuerdan su amor por la poesía,
por las mujeres en su poesía, por la música y “el arte del encuentro”,
como definió a la vida, aunque la vida también sea el arte de los
desencuentros, no importa, há sempre una mulher à sua espera (hay
siempre una mujer que te espera). El poeta Ferreira Gular, en un
documental titulado, sencillamente, Vinicius (Faria, 2005), asegura que
Vinicius ayuda a vivir. “Y el pueblo brasileño le debe eso”, agrega
Gular, “porque lo ayudó a ser feliz”. Como a nosotros, a los que también
sabemos que hay siempre otro poema, otra canción de Vinicius, que
ayudan a vivir mejor.
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