Baudoin y Troubs retratan en El sabor de la tierra el conflicto armado colombiano. En 2010 viajaron a Ciudad Juárez, donde intercambiaban un dibujo por un sueño
Troubs, a la izquierda, y Baudoin, en plena faena. /elpais.com |
Entre Ciudad Juárez y el Caquetá colombiano hay todas las diferencias que puede haber entre el desierto y la selva. Baudoin
y Troubs, dibujantes franceses y trotamundos empedernidos, saben ahora
que esos paisajes distantes cuentan con un nexo común, construido
artificialmente a fuerza de violencia en décadas que se alargan sin fin.
“Estamos frente al mismo sentimiento de fatalidad y de impotencia. Es
la misma guerra que no dice su nombre, la del control de la cocaína”,
explica por correo electrónico Jean-Marc Troubet (Pessac, Francia, 1969),
el más joven del dúo (Baudoin nació en Niza en 1942). En octubre de
2010 ambos creadores llegaron a Ciudad Juárez (México) con la intención
de contar la vida de un lugar donde los asesinatos y desapariciones de
mujeres son rutinarios. De su experiencia salió Viva la vida (Astiberri),
un cómic en blanco y negro donde se alternan páginas de uno y otro (que
se identificaban con una tortuga o una cabra) sin que la diferencia de
trazo perturbe el conjunto. Ofrecían un retrato a cambio de un sueño.
“Rara vez se nos daba una pesadilla como respuesta”, recuerda Troubs.
Allí, donde las vidas tienen corto recorrido, la gente decía: “Quiero
pintar”. “Que mi familia esté a salvo”. “Pasear sin tener miedo”.
“Terminar de aceptarme como soy”. “Llegar a vieja”.
A comienzos de 2013 repitieron la experiencia en Colombia, invitados
por dos universitarios, Alejandra y Julián, que les acompañaron hasta el
Caquetá, una región cercana al Amazonas, para que entrevistasen a
campesinos. A cambio del dibujo pedían un recuerdo. Y comprobaron que
mientras que soñar es una inversión optimista incluso en pleno
desmoronamiento de la realidad, recordar era un acto lastrado por el
pesimismo. “Hemos recibido muchos malos recuerdos y pocos buenos, pero
aún así no creo que uno de los dos libros sea más alegre que el otro”,
sostiene Troubs.
Cierto. Son desoladores y vitalistas por igual. Los colombianos de El sabor de la tierra, que acaba de publicar Astiberri,
cargan con historias tenebrosas de propietarias obligadas a compartir
su granja durante años con el ejército o de jóvenes que se rebelan
contra la tradición familiar de ingresar en la guerrilla. Y peores, como
la experiencia de noviembre de 2002 del profesor Alveiro, que asistió a
un combate entre unos y otros, que culminó con el ametrallamiento de la
escuela por un helicóptero del Ejército: “Nos obligaron a tumbarnos a
la espalda, nos dieron patadas a padres, a los niños, a todos”. Los
dibujantes llegaron a entrevistar a una guerrillera de las FARC. Un
encuentro que llevó a Troubs a interrogarse si se hubiera unido a ellos
“si hubiera sido uno de esos jóvenes campesinos colombianos de los
pueblos de los alrededores”. “Creo que sí”, responde, “pero es imposible
saberlo con certeza”.
La novela gráfica, que repite el blanco y negro, mezcla el
periodismo, el diario de viajes y la autobiografía. ¿Habrá nuevas
entregas a lugares en conflicto? “Por supuesto, estamos dispuestos a
irnos, pero no queremos convertir ese tipo de reportaje en un sistema
que se pueda reproducir al infinito”.
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