La fuerza poética de Shakespeare para acuñar un repertorio de pasiones no dejan de inspirarnos
Las obras de Shakespeare no sólo han abierto paso en las fórmulas teatrales./eltiempo.com |
En cierta ocasión, Borges asistió en una apartada localidad argentina
a una representación de ‘Macbeth’. Todo en la función fue desastrado:
decorados patéticos, actores que chillaban en lugar de declamar, una
versión del texto vulgar... por decir lo menos. “Salí”, concluye Borges,
“deshecho de pasión trágica: Shakespeare se había abierto paso”. En
efecto, parece que incluso en las condiciones más adversas Shakespeare
se las arregla para alcanzarnos, por difícil que sea su camino. Tal es,
precisamente, la función de los clásicos en literatura. ¿Les admiramos
porque sabemos que es de buen tono cultural? Yo creo que lo más
admirable en ellos es que hayan sabido ganarse la admiración de tantos a
lo largo de siglos. Porque lo importante -la savia de cualquier arte
que quiere producir algo más que simple agrado- es la duradera
admiración humana: cuenta más nuestra capacidad de admirar que los
criterios con que se discierne (y a veces pretende codificarse) lo
admirable.
Volviendo a Shakespeare, su fuerza poética para acuñar un repertorio
de pasiones y zozobras que no dejan de inspirarnos quizá no le convierte
en “inventor de lo humano” -como exagera el siempre excesivo Harold
Bloom- pero sí le distingue como un diseñador excepcional de perfiles en
los que nos reconocemos. A partir de él no solo somos humanos sino que
también nos asumimos shakespearianos... Nos hemos acostumbrado a su voz y
nos halaga pensar que a veces es la nuestra. Y eso a pesar de que no le
han faltado denostadores de fuste, como León Tolstoi. Claro que merecer
una larga reprimenda de Tolstoi añade también algo a su grandeza...
Las obras de Shakespeare no solo se han abierto paso en las fórmulas
teatrales más variadas, desde las más rigurosamente académicas a los
caprichos menos recomendables... y a veces más acertados. También se ha
revelado como un versátil guionista cinematográfico. No solo en las
diversas adaptaciones para la pantalla de sus dramas, algunas hondamente
memorables, sino sobre todo en las incrustaciones episódicas de
momentos shakespearianos en películas cuyo argumento trata de otras
cuestiones. Casi siempre añaden un plus de conmovedora nobleza al
momento, a veces ingenuamente efectista pero también eficaz. Por ejemplo
-uno de mis preferidos- el monólogo de Hamlet recitado sobre una mesa
del saloon entre borrachos y pistoleros por el gran Alan Mowray en ‘My
darling Clementine’ de John Ford. Incluso cuando se trata de una comedia
con tintes paródicos, su voz emociona tras la sonrisa: por ejemplo en
‘To be or not to be’ de Lubistch (que bromea con él desde su propio
título) cuando el actor judío recita la defensa pro domo sua de Shylock
ante el público más necesitado de oírla, el propio Adolf Hitler.
En muchas ocasiones el argumento de la pieza (‘Macbeth’, ‘Ricardo
III’, ‘Romeo y Julieta’, ‘El rey Lear’, etcétera pasa al celuloide -o a
lo que ahora sustituya ese material- con radicales variaciones de época o
de país. Pero también se intenta a veces mostrar en la pantalla la
representación misma en un marco insólito. Es lo que han hecho los
hermanos Taviani en ‘César debe morir’, que filma la puesta en escena de
‘Julio César’ en la cárcel romana de Rebibbia, representada por los
propios reclusos. El escenario se adecúa extraña y fascinantemente a la
tragedia y los improvisados actores tienen indudable fuerza. Sin embargo
da la impresión de que los Taviani son demasiado pudorosos en acercar
el drama escrito a los dramas personales de quienes lo interpretan: la
situación queda algo desaprovechada. Sobre todo discrepo de la frase que
cierra la película y que parece ser como el lema que la resume. La dice
el reo que interpreta excelentemente a Bruto, cuando acaba su papel:
“Desde que he conocido el arte, veo mi celda como una prisión”. Ese me
parece un descubrimiento que puede hacerse sin necesidad del arte. La
lección debería ser, a mi juicio (y con la pequeña autoridad de haber
estado en la cárcel cuando me tocó): “Desde que conozco el arte, se que
un hombre nunca puede estar del todo prisionero”. O lo que es lo mismo:
Shakespeare y demás clásicos siempre sabrán abrirse paso y abrirnos paso
fuera de cualquier cárcel.
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