El escritor nigeriano Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura en 1986, considera que la crisis económica ha acabado con grandes proyectos culturales
El escritor y premio Nobel nigeriano Wole Soyinka, fotografiado este año en Pretoria. /Cordon Press./elpais.com |
Pese a que han pasado ya 26 años desde que recibió el Nobel de
Literatura, Wole Soyinka (Nigeria, 1934) sigue diciendo que el premio
empeoró su vida. “La hizo más miserable”, asegura durante una entrevista
realizada en el hotel donde se hospeda en la ciudad mexicana de Xalapa.
Aunque se encuentra en Veracruz, una de las regiones con mejor café del
mundo, el profesor Soyinka trata de fijar el lugar de la charla en
función del café que más le gusta. La conversación se desarrolla en el
marco del Hay Festival, evento que durante varios días reunió a
literatos y artistas en la ciudad.
Encarcelado 22 meses en Nigeria durante la guerra civil por sus
críticas a la dictadura y exiliado después, recibió en 1986 el Premio de
la Academia Sueca, convirtiéndose así en el primer escritor africano en
conseguir el Nobel de Literatura y en un referente de la defensa de los
derechos humanos y la democracia, como también refleja su poesía.
"Desde el momento en que aprendes a leer, hay otras personas escribiendo. Cuando comienzas a tomar contacto con el arte, hay otros artistas creando, por lo que se dan muchos paralelismos y contactos, pero siempre he tratado de conducir mi trabajo hacia mi cultura"
Natural de Abeokuta y habiendo crecido inmerso en la cultura
tradicional del país, además de completar su educación en Inglaterra,
Soyinka reconoce que en su escritura ha estado influenciado por decenas
de culturas. “Desde el momento en que aprendes a leer, hay otras
personas escribiendo. Cuando comienzas a tomar contacto con el arte, hay
otros artistas creando, por lo que se dan muchos paralelismos y
contactos, pero siempre he tratado de conducir mi trabajo hacia mi
cultura”. Pese a haber pasado muchos años fuera de África, el Nobel no
tiene ninguna duda a la hora de fijar su hogar en Nigeria. Allí vive
actualmente y también asegura que su experiencia durante el exilio no
cambió en nada su visión acerca de los problemas en su país: “Al final,
la humanidad es una”.
Consciente de que las dificultades económicas han alcanzado a la
cultura, explica que en los últimos años ha participado en varios
proyectos en los que ha tenido muchas experiencias desagradables. “La
crisis ha hecho que haya habido una reducción de subvenciones, y uno
puede pensar: ‘bueno, no pasa nada, lo importante es la calidad, no la
cantidad’, pero con tantos recortes se vieron afectados proyectos
importantes y hasta un centro Niemeyer tuvo que cerrar. Muchos otros en
los que personalmente estaba interesado, como una escuela de bellas
artes en Estados Unidos para que los jóvenes talentos ensayasen y
pudiesen debutar, no salieron adelante”.
Con México azotado por la violencia del narcotráfico, es imposible
pasar por alto este asunto. Su receta para mejorar la situación pasa por
“matar” el deseo: “No veo otra solución que acabar con el consumo, con
el anhelo de consumir y eso solo se logra con educación masiva y
programas de rehabilitación. Algunas sustancias, como la marihuana, que
puede tener beneficios médicos, sí podrían ser legalizadas, pero no creo
que otras drogas que realmente corrompen el cuerpo como la cocaína y la
heroína deban serlo. Esas sustancias están destruyendo la humanidad”.
Pese a las continuas denuncias de corrupción, Wole Soyinka no
considera que sea este un problema especialmente importante en México:
“Es un asunto que me resulta familiar. Vengo de un país en el que es muy
frecuente. La corrupción se extiende por todo el mundo. Es
sorprendente, he tratado a veces de imaginar un mundo sin corrupción,
pero es difícil. Lo único que puedes hacer es reducirla al mínimo.
Incluso en países comunistas como antes la Unión Soviética o China, sin
importar el adoctrinamiento masivo o la disposición de todos los
recursos para todos, aún ahí, encuentras corrupción”. Y añade: “Siempre
la hubo, desde el inicio de los tiempos. En mi país, en los negocios, el
que lleva su empresa con integridad es tachado de loco, quienes
persiguen la corrupción son atacados, señalados e incluso comparados con
criminales”. Pese a ello, el profesor rechaza creer que forme parte de
la condición humana. “Me niego a aceptarlo".
"La corrupción se extiende por todo el mundo. Es sorprendente, he tratado a veces de imaginar un mundo sin corrupción, pero es difícil"
Sobre el papel de las mujeres en su país, se siente esperanzado con
una nueva generación de poetas, que asegura, están llegando adonde otras
mujeres no lo habían hecho antes. Sabe que en la charla oficial del
festival va a tener que hablar sobre derechos humanos y la situación de
África, y así lo hace horas después. Frente al público, el nobel se
muestra muy preocupado por la escalada de violencia en Nigeria provocada
por grupos fundamentalistas como Boko Haram, que considera pecado toda
educación no islámica. “Los nigerianos están en guerra y deben estar
preparados porque va a haber más muertos”.
A estas alturas de su vida, el profesor lleva dos años “oficialmente”
jubilado. “Concentro mis esfuerzos en retirarme de la vida pública”,
reconoce frente al auditorio. Esta mañana, después de recibir su
anhelado café —“sabe incluso mejor que el de ayer", le dice en perfecto
español a la asistente que se lo trae—, confiesa que fue al terminar sus
estudios en la escuela cuando se dio cuenta de que “nunca podría vivir
sin la literatura”. Tras sus gafas oscuras asegura que todavía es un
apasionado del espacio, un niño que quiso ser piloto y abogado antes que
escritor. “¿Y político?”, interroga la periodista. “No, eso nunca”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario