El Irlandés John Banville habla sobre su última novela, Antigua luz, que cuenta la historia de un adolescente enamorado de la madre de su mejor amigo
El escritor John Banville fotografiado en Madrid. / Samuel Sánchez./elpais.com |
Hace unos días —no recuerda con precisión cuántos porque para John Banville
el tiempo es una zigzagueante sucesión de aconteceres— comprobó que los
cristales de su estudio estaban hechos un asco. “Hacía por lo menos 10
años que no los limpiaba porque cuando trabajo nunca miro a la calle”.
También comprobó que el único objeto realmente desgastado del lugar que
acoge sus encierros es la alfombra que conduce de su escritorio hasta la
cocina. Alrededor, no le avergüenza admitir, “todo está lleno de
polvo”.
Menos las palabras… A las palabras, John Banville (Wexford, Irlanda,
1945), autor insólito, sugerente, les saca brillo. Así lo demuestra de
nuevo en Antigua luz (Alfaguara y Bromera, en catalán), su nueva novela. Cuenta la historia de un adolescente fascinado y enamorado de una diosa: la madre de su mejor amigo.
Banville es un escritor puro. Una rara avis en su propia lengua. “Sí,
creo que lo soy”, admite, obsesionado por la pulcritud desnuda del
lenguaje más que por el relato. Un prosista en verso. Un introvertido
buceador que luce corbata e ironía, que seduce con sus historias pegadas
a la nostalgia de los elementos por un lado y a la novela negra, por
otro, cuando se viste de Benjamin Black. Esa esquizofrenia que ahondaba
al publicar en España en dos editoriales —Anagrama y Alfaguara— ha sido
ya resuelta en uno de los contratos de la temporada editorial. Ahora las
novelas que firma como Banville también pasan al sello Alfaguara.
Dice que en Antigua luz está todo él. Como hombre y como
mujer. Pero sobre todo como amante. “La imagen que uno crea del amor es
intensa, todo se basa en esa idealización. Cuando te enamoras inventas
una diosa pese a que sabes que es de carne y hueso. Lo malo es que eso
no dura más de tres meses, siempre depende de la diosa que se alargue un
poco más…”. Nadie puede soportar tanta tensión ensalzadora: “El amor es
una feliz angustia”, define. Permanente. Lo supo desde que vivió su
primer amor. Fue a tiempo parcial. En verano. “Estuve loco por ella
entre los 11 y los 17 años”.
Banville se revela como un estajanovista de su oficio. Sin muchos
planes previos cada vez que se adentra en un libro. “Una frase lleva a
la siguiente y así hasta que te das cuenta de que has terminado”. Los
planes en sus obras marcan poco. “Lo importante es dejarse llevar,
perderse en uno mismo, es entonces cuando te das cuenta de que no
penetran en ti ni las influencias”.
Aunque eso no quiere decir que nos las tenga. “Los hay que insisten en mis semejanzas con Samuel Beckett,
pero yo le debo más al atrevimiento de un poeta como Yeats y a la
cirugía en las motivaciones de la gente que observo en Henry James”. La
escritura que practica Banville tiene mucho de semiinconsciencia, de
viaje interior, de desprecio al acopio de experiencias ajenas, aun
cuando lamenta a veces haber perdido tiempo en dejar pasar los días
encomendándose a su obra. “Lo siento, para mí, la escritura es mucho más
interesante que la vida”. Lucha por crear un mundo en cada frase. Esa
construcción en línea es su obsesión.
El lenguaje tiene sus designios, sus caprichos y en él, cada mañana, a
las 9.30, se embarca. “La frase es el mayor invento del hombre”,
comenta. Desconfía radicalmente de que la novela sea un reflejo de la
realidad. La lucha por encajar ambas cosas le resulta una geometría
imposible: “El mundo en sí es para mí redondo y las palabras, cuadradas,
adaptar ambos es muy complicado”. La existencia es un presente continuo
que se desvanece creando confusión. “Un libro es sólo un objeto, con
principio y final, en el que a veces podemos convencernos de que cabe
algo parecido a lo que es la vida”.
A veces le salen experimentos extraños. Como su anterior novela, Los infinitos,
una arriesgadísima batalla de abstracción constante que tenía lugar
entre dos mundos paralelos pero ajenos entre los dioses y los hombres.
“Espero que a esa novela le haga justicia el tiempo…”, comenta un tanto
despistado ante la incomprensión que sufrió.
Antigua luz es diferente: “Aquí pasan bastantes más cosas”.
La novela llega en plena fiebre por la literatura erótica. Perdón… “De
libros eróticos”, puntualiza, pensando en el boom de Cincuenta sombras de Grey.
“Pero esto no tiene nada que ver con dicho fenómeno. No calculo lo que
escribo, simplemente lo hago”. Sólo hay que mencionar una casualidad. La
protagonista de Antigua luz se llama Gray. “Y me hubiese encantado que fuera mi madre”. ¿Edipo sobrevolando? “No, en absoluto”.
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