El escritor regresa a la ficción con la novela Los desorientados. Habla del creciente sectarismo en el mundo árabe. Disecciona los males de un tiempo en el que el futuro parece cosa del pasado
Amin Maalouf en la Casa Árabe / Carlos Rosillo./elpais.com |
Amin Maalouf, que está en Madrid presentando Los desorientados (Editorial Alianza),
su última novela, sigue con preocupación las noticias de Líbano, su
país natal. “¿Qué es lo último?”, pregunta nada más estrecharnos la mano
en un despacho de la Casa Árabe. “Parece que se multiplican los
llamamientos a la calma, que ninguna de las partes quiere lanzarse a un
conflicto incontrolable”, le respondo. Y añado: “Por el momento”.
Maalouf carraspea —anda acatarrado— y dice: “Sí, cada vez va a resultar
más difícil aislar a Líbano del conflicto sirio, los riesgos de
extensión son enormes y crecientes”.
El escritor está manifiestamente entristecido. Por lo que ahora
ocurre en Líbano y por lo que ocurre en los últimos años en Europa y en
todo el mundo. Y eso también se nota en Los desorientados.
Maalouf cuenta en esa novela una historia que podría ser la suya: la del
regreso a su país natal de Adam, alguien que lleva cinco lustros fuera,
la del reencuentro de Adam con sus amigos de juventud y la evocación
común de todas las cosas que se han perdido y todas las traiciones que
se han cometido, la de la constatación de que todas las existencias solo
son un exilio.
Al final de la novela se dice que la vida de Adam está “en
suspensión, como su país, como este planeta, como todos nosotros”. Sí,
el mundo está en suspensión y se extiende el sentimiento de que va a
terminar cayendo del lado malo. Por primera vez en su existencia, la
generación de Maalouf, la que nació en mitad del siglo XX, tiene la
impresión de que podría vivir los horrores que padecieron sus padres.
“Me acuerdo con frecuencia de Stefan Zweig, que, dada la evolución de
la Europa de su tiempo, llegó a la conclusión de que aquel mundo ya no
era el suyo”, dice Maalouf. “Sentía que ya no había ninguna escapatoria,
así que terminó suicidándose tras un acontecimiento que hoy nos parece
muy secundario: la caída de Singapur, en 1942. Ahora muchos compartimos
el sentimiento de que no hay luz al final del túnel, pero la hay, aunque
no la veamos. Ahora bien, ¿es posible que tengamos que vivir años de
locura y de violencia antes de llegar a la sabiduría? Es posible. Hizo
falta el horror de los años treinta y la II Guerra Mundial para que
Europa dijera ‘basta’. Puede que el destino de la humanidad sea tener
que estrellarse contra el muro para sentir así su dureza y buscar otra
salida”.
En 2010 Amin Maalouf firmó una petición para que el Príncipe de
Asturias de la Concordia les fuera concedido a los moriscos expulsados
de su tierra en los siglosXVI y XVII. No lo consiguió, pero él
recibió ese año el Príncipe de Asturias de las Letras. Nacido en Beirut
en 1949, instalado en Francia para escapar de las guerras que
desangraron Líbano en los años setenta y ochenta, escritor en la lengua
de Molière, ganador del Goncourt en 1993 y miembro de la Academia
Francesa desde el pasado verano, sus ensayos y novelas siempre han sido
coherentes en la defensa del mestizaje en democracia, de la asunción de
las muchas identidades con las que cargamos la mayoría.
Su primer gran éxito, la novela León el Africano, versa
sobre un granadino, Hasan ben Muhamad al Wazzan, que tuvo que abandonar
su ciudad porque allí se imponía a sangre y fuego la voluntad
uniformadora de los Reyes Católicos y su Inquisición. Cinco siglos
después, las cosas no son tan diferentes. Resurgen aquí y allá los
fundamentalismos religiosos y nacionales, y se desvanecen las esperanzas
en que el mundo acepte a individuos como Maalouf, a la vez libanés y
francófono, de origen grecocatólico y defensor de los valores laicos y
democráticos, árabe y europeísta, mediterráneo y ciudadano del mundo.
“Vivir juntos es cada vez más difícil”, suspira. “En el mundo árabe,
la situación de las minorías es cada vez más precaria y hay una
polarización comunitaria, como la que opone a chiíes y suníes, que no se
conocía desde hace siglos. Y en Europa aumenta la impaciencia respecto a
los musulmanes. Lo vemos incluso en sociedades con una gran tradición
de apertura como Dinamarca y Holanda, que se están convirtiendo en
tensas y desconfiadas. Esos dos movimientos se alimentan mutuamente, y
la gente como yo se siente cada vez más inquieta, por no decir
desesperada”.
Respira hondo y prosigue: “Pero no me rindo. Vivir juntos es algo muy
complicado, que necesita ser gestionado con sutileza, lucidez y
perseverancia. No es algo que se produzca espontáneamente, ni algo que
quede solucionado de una vez por todas. Pero es indispensable para
evitar esa pesadilla hacia la que nos dirigimos”.
—Quizá ya estemos ahí, en pesadilla —le digo—. Además del ascenso del
espíritu de tribu, sufrimos la ley de la jungla en las relaciones
económicas y sociales.
—Sí, las sociedades europeas viven una profunda crisis ligada al
retroceso de los valores de solidaridad y bien común. Gestionar la
coexistencia de gente que viene de culturas diferentes, es explosivo.
Pero debemos hacerlo.
—¿Cómo?
—Lo primero es saber en qué condiciones vivimos juntos, qué es lo
permisible y qué no lo es. El hecho de aceptar los otros no quiere decir
aceptar cualquier cosa. Yo no estoy a favor del multiculturalismo
entendido como que cada cual viva en su gueto y a su manera, estoy a
favor de la integración. A favor del respeto de la dignidad del ser
humano y del progreso social, no del respeto de las tradiciones. Europa
debe dirigirse a los ciudadanos, no organizar las relaciones entre las
tribus.
En Los desorientados, hay un momento en el que alguien dice:
“El país del que tengo nostalgia no es el pasado, es el porvenir”.
Maalouf cree que su generación tiene razones para la nostalgia. “Se es
nostálgico de todos los sueños que se han tenido y no se han realizado”,
dice. “Y hay ideales indispensables que nosotros hemos tenido y ahora
son rechazados: los de solidaridad y de igualdad. Estamos en un mundo
donde la desigualdad es promocionada como una forma de modernidad. Aún
estamos en la resaca de la debacle del comunismo: se continúa
considerando que todos los valores que fueron predicados, y luego
travestidos, por la experiencia comunista deben ser invertidos. Esa es
una receta para la destrucción del tejido social. Haría falta que el
péndulo volviera al centro: ha ido de un extremo a otro y debería volver
al centro”.
Textos esenciales
Las cruzadas vistas por los árabes (1983). Ensayo sobre las guerras de religión, dio a conocer a Maalouf.
León el Africano (1986). Novela la vida de Hassan, “un hijo del camino” entre el islam y el cristianismo.
La roca de Tanios (1993). Novela premiada con el Goncourt sobre la reconciliación religiosa.
Identidades asesinas (1998). Un ensayo contra la tentación fanática del nacionalismo y la religión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario