El autor madrileño gana el Premio Planeta con La marca del meridiano, séptima entrega de su popular serie protagonizada por los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro
Lorenzo Silva. /Domènec Umbert./elcultural.es |
La gala del Premio Planeta se celebró en medio de un morbo extraliterario que atrajo, este año, no sólo los clásicos focos de la prensa cultural sino también la de la de que se ocupa de la política nacional. Lara, Wert y Mas cenaban en la misma mesa. En ese contexto los libros parecían aparcados en un segundo plano. Hasta que Carmen Posadas leyó el nombre del ganador: Lorenzo Silva. El autor madrileño, premiado por la séptima entrega de su serie protagonizada por los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro (La marca del meridiano), subió al estrado y dio un ejemplo de sentido de la conciliación en medio de tantos rifirrafes territoriales. Criado en Carabanchel y vecino de Getafe durante muchos años, Silva también vive desde hace tiempo en Barcelona (en el Bajo Llobregat). Su mujer es catalana y su carrera literaria se disparó en la ciudad condal, en 1997, tras ser distinguido como finalista del Nadal (galardón que ganaría años más tarde). En la obra vencedora guardias civiles llegados de capital de España cooperan con la policía barcelonesa para resolver un crimen. Una cooperación que se echa en falta entre los gobernantes a quienes compete solucionar la tensión territorial entre España y Cataluña. La literatura mandó anoche un mensaje a la política. A ver si acusa recibo.
Después de su discurso de anoche, da la sensación de que no le podían haber dado el premio a nadie mejor. Un modelo de conciliación en medio de la crispación. ¿En qué medida este conflicto es artificial?
Pues en mucha. Ese conflicto, yo que vivo a caballo entre Madrid y Barcelona, no lo siento en la frutería, ni en la panadería, ni en la cola del autobús. Sin embargo, estamos en este conflicto porque no estamos sabiendo gestionar bien una serie de complejidades territoriales e históricas. Pero yo quiero dejar claro que sólo he escrito en la novela. Bevilacqua y Chamorro tienen que ir a Barcelona a investigar un crimen. Y allí les toca colaborar con la policía barcelonesa. Poco a poco se van dando cuenta ambas partes que les viene bien esa colaboración, para obtener más información y poder esclarecer el caso. No sé si vale como metáfora de la situación actual. Lo que sí tengo claro es que la construcción de una nación y la solución de un conflicto no se hace con declaraciones ampulosas sino con el trabajo cotidiano de personas que equilibran sus intereses y van a una.
Dice que esta entrega de la saga es la más profunda y madura. ¿Por qué lo tiene tan claro?
Bueno, llevo 17 años con ellos, pensando en ellos. Los dos también son más maduros. Bevilaqua tiene casi 50 y Chamorro casi cuarenta. Ambos personajes han encontrado un gran equilibrio entre los dos y de ellos mismos en su relación el mundo. En La estrategia del agua, Bevilaqua estaba en una situación muy difícil en su propio trabajo, que abordaba con mucha tensión. Y ahora que la situación está tan mal, él, en cambio, ha encontrado un punto filosófico en el que es consciente de la limitación de su propia función, algo que le hace tomarse todo con más calma y le pone en una mejor predisposición para solucionar los problemas. Ya no es el joven de las primeras entregas que se aturde fácilmente, ahora solventa los conflictos con mucha frialdad.
La metáfora de la raya o de la línea está muy presente. Aquí algunos personajes cruzan la que separa la conducta digna de la indigna. ¿Hay posibilidad de dar marcha atrás un vez traspasada?
Pues esa es la gran cuestión de la novela. Al cruzar la marca, quedas marcado. Según el Duque de Ahumada, fundador de la Guardia Civil, no es posible. Decía que cuando pierdes el honor ya no es posible recuperarlo. Algo de eso hay, sí. Pero también todos podemos tener un traspié. El problema es cuando es recurrente. En ese caso, ya no hay redención.
En esta popular pareja está muy bien representada la dicotomía entre idealismo y pragmatismo, y la transfusión de papeles entre ambos. Imagino que tenía a El Quijote muy presente cuando la ideó...
Absolutamente. Siempre he reivindicado a Cervantes, y a veces pienso que este país no se lo merece. Él es lo más grande que ha pasado en este país, y no me refiero sólo al ámbito literario. Y también me gusta reivindicar como base de la narrativa policiaca española la tradición de la novela picaresca, con Quevedo, El Lazarillo, que ya nos enseñó el lado oscuro de la sociedad y de las personas. No se puede hacer novela negra en este país obviando este legado.
Retomando el tema político. ¿A quién cree que le convendría más leer esta novela, a Mas o a Rajoy?
Sería un poco petulante por mi parte pensar que yo les puedo enseñar algo a Mas o a Rajoy. Lo que sí puedo decir es que ellos, como gobernantes, deben hacerse cargo de una realidad compleja, y que esa labor la pueden desarrollar con más posibilidades de éxito escuchando cuantas más voces y más diversas mejor. En La marca del meridiano es una novela donde se expresan muchas voces y muy diversas en relación a la convivencia entre España y Cataluña. No sé si les podrá ayudar, pero esa diversidad sí que la tiene.
¿Cuánto tiene la serie de Bevilacqua y Chamorro de reivindicación de la Guardia Civil?
Pues yo no la concebí como una reivindicación. Quería contar historias sin más. Pero sí es cierto que después de 17 años escribiendo sobre guardia civiles, conociendo a muchos de ellos, viendo la personalidad para afrontar sus cometidos, creo que les debemos mucha gratitud, sobre todo a su fundador, el Duque de Ahumada, un liberal ilustrado que creo una institución que ha contribuido bastante a sacar a España de la edad media, en la que todavía estaba en el siglo XIX.
¿Tiene usted algún familiar Guardia Civil que le haya empujado a ocuparse de este instituto armado?
No, fue porque los guardias civiles me parecieron personajes literarios muy ricos para escribir novela negra en España, que estaban sorpredentemente ausentes en nuestra literatura, cuando llevan investigando crímenes 168 años, desde 1844. Elegir guardia civiles fue producto de esa perplejidad.
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