Estamos a un par de días de que la academia sueca anuncie al ganador del Premio Nobel de Literatura, sin duda uno de los premios más importantes en la materia, en buena medida por la exposición mundial que implica
Medalla del Premio Nobel de Literatura.
Sin embargo, también en años recientes, ha sorprendido la cortedad de miras de los académicos que designan al merecedor de este reconocimiento, pues únicamente tienen acceso a ciertos escritores de mercados muy definidos y de tradiciones literarias también muy específicas, lo cual lo vuelve un premio relevante, pero también lleno de contradicciones.
A continuación compartimos una lista un tanto heterogénea, vagamente provocativa, que demuestra por qué, hasta cierto punto, incluso un premio como el Nobel es lo que menos importa al momento de escribir.
A continuación compartimos una lista un tanto heterogénea, vagamente provocativa, que demuestra por qué, hasta cierto punto, incluso un premio como el Nobel es lo que menos importa al momento de escribir.
Genios que se quedaron sin el premio:
León Tolstói, escritor ruso.
León Tolstói
En 1901, Tolstói pudo ser el primer galardonado con el Nobel de Literatura en la historia de los premios, pero los académicos lo ignoraron, pese a que para entonces tenía escrita toda la obra por la cual hoy se le reconoce con unanimidad como uno de los grandes escritores de todos los tiempos.
Qué leer: La muerte de Iván Ilich, Anna Karénina,
Marcel Proust, escritor francés.
Marcel Proust
Otro gran ignorado por la academia sueca y, también, otro gran celebrado por la crítica. Proust es autor de una obra monumental, En busca del tiempo perdido, sobre la memoria, el amor, la Francia de principios del siglo XX, el arte, la homosexualidad, las relaciones familiares y mucho más.
Qué leer: Contra Sainte-Beuve, Los placeres y los días
James Joyce, escritor irlandés.
James Joyce
Sí: el único escritor que, después de Shakespeare, volvió a revolucionar el idioma inglés y mostró una forma totalmente nueva de narrar, tampoco recibió el Nobel.
Qué leer: Retrato del artista adolescente, Ulysses
Jorge Luis Borges, escritor argentino.
Jorge Luis Borges
Borges, que tanta admiración suscita entre tantos lectores, de todo tipo, en el ámbito hispánico, ha sido por mucho tiempo uno de los grandes ignorados en otras sociedades lectoras. Sus méritos literarios son indiscutibles, desde la imaginación desbordada hasta el singular uso que hizo del español.
Qué leer: Ficciones, El aleph, Historia de la eternidad
Algunos escritores más recientes:
Cormac McCarthy, escritor estadounidense.
Cormac McCarthy
Un heredero de la narrativa de William Faulkner: serio, denso, cruel incluso.
Qué leer: No es país para viejos, Meridiano de sangre
Michel Tournier
Fallecido a inicios de este año, Michel Tournier fue uno de los grandes escritores franceses contemporáneos. Su obra es un tanto densa, en parte por su formación como filósofo, pero también muy imaginativa.
Qué leer: El rey de los alisos
António Lobo Antunes, escritor portugués.
António Lobo Antunes
Otro escritor denso, complejo, uno de los pocos que aún se afanan por examinar el alma humana, las contradicciones de nuestra existencia y cómo respondemos a lo desafíos que nos presenta la vida.
Qué leer: Tratado de las pasiones del alma, El orden natural de las cosas
BONUS: Los favoritos de las casas de apuestas
Haruki Murakami, escritor japonés.
Haruki Murakami
Como sabemos bien, Haruki Murakami es uno de los escritores más leídos de los últimos 20 años, y aunque haya quien juzgue su faceta pop o best-seller, lo cierto es que en su bibliografía cuenta con dos o tres títulos admirables que sin convertirlo en un contendiente serio por el Nobel, al menos le harían dar cierta batalla.
Qué leer: La caza del carnero salvaje, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo
Adonis, poeta sirio-libanés.
Adonis
Este poeta sirio –cuyo nombre de nacimiento es Ali Ahmad Said Esber– figura desde hace unos años en los pronósticos de los apostadores, sin que hasta el momento estos hayan acertado.
Qué leer: Sombra para el deseo del sol, Este es mi nombre (versión definitiva)
Y uno que no es mencionado por las casas de apuestas, pero que debería de ganarlo:
Robadas en estaciones o calcinadas entre las llamas se desvanecieron obras de Hemingway, Gógol y Schulz. Un ensayo recupera su historia
Ernest Hemingway perdió en un maleta todos los cuentos que había escrito y una primera novela en 1922. HULTON DEUTSCH GETTY IMAGES/elpais.com
Los manuscritos perdidos han sido un tema literario (o metaliterario) recurrente, una estructura narrativa sobre la que se han construido un buen número de obras, y tras la que se han escondido escritores tan grandes como Cervantes. Como un intrincado juego de espejos que borra las fronteras entre realidad y ficción o como simple cebo para empujar la trama de una historia, el capital creativo y las posibilidades de fabulación a las que invita la desaparición (¿romántica?, ¿desesperada?, ¿azarosa?, ¿irremediable?) de una obra están más que probadas. En un plano más terrenal, se encuentra la erudita pasión académica por incunables, desaparecidos y demás piezas imposibles del gran puzle literario. También, la ágil recuperación de libros “perdidos” en cajones o áticos emprendida por agentes, editores y deudos de insignes escritores ha demostrado el excelente tirón, en este caso comercial y mediático, de la literatura extraviada y recuperada.
Material de leyenda, los manuscritos desaparecidos conforman una singular biblioteca sin solución de continuidad en la era tecnológica
Un poco más allá de las armas de la ficción y de los impulsos románticosdel mercado se sitúa la investigación emprendida por el italiano Giorgio Van Straten en su ensayo Historia de los libros perdidos (Pasado y Presente). Compendio de desgraciados avatares literarios, este volumen rescata las historias de ocho legendarios manuscritos desaparecidos. "Los libros perdidos son aquellos que existieron y ya no existen. No son los libros olvidados", aclara Van Straten en las primeras páginas, antes de adentrarse en la reconstrucción de las peripecias y angustias de Hemingway, Gógol, Plath, Benjamin, Lowry, Byron, Schulz y Bilenchi. Las maletas y las llamas son los protagonistas indirectos de esta historia situada en un tiempo anterior al advenimiento de Internet, de los servidores informáticos, de disquetes y lápices de memoria.
El británico Malcolm Lowry también sufrió varios hurtos de maletas con manuscritos —Ultramarina fue sustraída del asiento trasero del descapotable de su editor, delante de un bar donde aparcaron—, pero las copias de carbón salvaronBajo el volcán. Lo que no tuvo remedio fue el incendio en 1944 de la cabaña en Canadá donde vivía con su segunda esposa. Allí ardieron las cerca de 1.000 páginas de la versión más depurada de In the Ballast to the White Sea, una obra que representaría el paraíso frente al infierno de su anterior novela en lo que se había propuesto que fuera una versión sui generis de la Divina comedia. Esta obra de Dante y un final entre llamas también están en el corazón de la historia del ruso Nikolái Gógol. El éxito de Almas muertas —la primera parte del infierno, purgatorio y paraíso que pretendía escribir— agudizó la neurosis perfeccionista y el trasiego viajero de Gógol. En 1852 ante su criado, 10 días antes de su muerte, decide quemar las cerca de 500 páginas de su nueva obra. Y parece ser que aquella hoguera marcó la estela para muchas otras que han destacado —casi como los agujeros que dejan las colillas encendidas— en la literatura rusa. Bien por dramático inconformismo con lo que se había escrito, bien por miedo a censura, Dostoievski, Pasternak o Anna Ajmátova hicieron arder sus escritos, según Van Struten. Quizá los archivos del KGB aún deparen interesantes sorpresas y textos inéditos de grandes autores perseguidos. Se especula sobre la próxima aparición de nuevos textos de Shalámov, el autor de los Relatos de Kolimá.Ahí está la bolsa negra a la que Walter Benjamin se aferró hasta su último día en Portbou y de la que no queda rastro alguno, como también se perdió en Collioure el equipaje (y los escritos que se especula que contenía) de Antonio Machado. Cuando los libros viajaban en maletas, el descuido en un tren procedente de París y con destino a Suiza resultó en el robo de los primeros cuentos y la novela en que llevaba tres años trabajando el joven cronista delToronto Star Ernest Hemingway. Su primera esposa, Hadley Richardson, fue quien sufrió el hurto en 1922, cuando presa de un ataque de sed abandonó el vagón para comprar un agua Evian. Solo sobrevivieron dos relatos (había enviado una copia a una revista para ver si los publicaban). Papatardaría varias décadas en reconocer que quizá aquella traumática pérdida fue para bien, como le sugirió Ezra Pound. Y si bien aquella maleta del tren que le robaron a la sedienta Hadley nunca apareció, en 1956 el atento director del Ritz de París le devolvió al ya entonces premio Nobel otras dos repletas de papelesque había dejado durante un par de décadas olvidadas en el hotel y que fueron la base de París era una fiesta.
La investigación del italiano Giorgio Van Straten es un compendio de desgraciados avatares literarios
Fuego y censura fue el final al que quedaron reducidas las memorias del gran romántico Byron, pero no por decisión propia, sino por el pudor o el miedo que sintieron tras su muerte su editor, su albacea y hermanastra y un par de amigos —uno de ellos, Thomas Moore, contrario a la quema— a la confesión abierta de su homosexualidad. El poeta Ted Hughes también quemó los diarios de su esposa, Sylvia Plath, para proteger a sus hijos. La novela Double Exposure, en la que trabajaba, también desapareció, según Hughes se la llevó su suegra.
Un destino igual de incierto es el que corrió la novela El Mesías, de Bruno Schulz, y quizá por ello, esta obra ha servido de inspiración para nuevas ficciones de Cynthia Ozick y David Grossman. “Me gustan las novelas que están basadas en historias reales, en libros que realmente se perdieron, no aquellos que se inventan la pérdida”, explica Van Struten por correo electrónico. Fuera de su libro, en la poblada sección de objetos perdidos de la literatura destacan el poema cómico de Homero Margites;la obra de Shakespeare Cardenio, inspirada en un episodio de El Quijote, de Cervantes, o el manuscrito de una novela de Melville, La isla de Cross, que el autor de Moby Dick escribió inspirándose en la historia real de Agatha Hatch, la hija de un farero que rescató a un náufrago que acabó por abandonarla.
Entre copias, manuscritos, versiones, cenizas, versos y maletas crece la historia de lo que pudo ser y no fue, pura carne de leyenda. ¿El ordenador acabó con versiones futuras de esta atribulada historia? “Para mí lo importante es la persona que perdió el libro y las circunstancias que rodearon esa pérdida”, explica Van Straten. “Hoy el robo de un PC puede ser un principio precioso para una historia, ¿no cree?”. Ya escribió Borges que "la biblioteca es ilimitada y periódica".
Parafraseando a Einstein: lo único que realmente hay que saber es dónde están las bibliotecas; no sólo por la sabiduría que contienen, sino también por su belleza. Estas son las bibliotecas más impactantes de Alemania
Biblioteca Municipal de Stuttgart. Diseñada para ser un centro cultural multifuncional, la nueva biblioteca municipal de Stuttgart, una torre cuadrada de cinco pisos, fue construida en 2011. Su pálida fachada gris es de concreto y su interior, completamente blanco, es iluminado por ventanales de cristal. Acomodados contra las paredes, los libros son los únicos colores fuertes en este templo opalino.
Museo Kolumba. La sala de lectura de paredes oscuras en el Museo Kolumba es una joya única; es un espacio creado para contemplar el centro de Colonia desde ventanales altos. ¿Y los libros? Catálogos de exhibición, publicaciones individuales, una colección de novelas que va cambiando y libros para niños que son elegidos por el personal del museo. Autora: Dagmar Breitenbach.
Biblioteca de la duquesa Ana Amalia. Esta pequeña reliquia de la ciudad de Weimar lleva el nombre de la duquesa Ana Amalia porque fue por iniciativa suya que esa biblioteca se trasladó a una sala rococó en 1766. Allí se archivan libros, mapas, partituras musicales y registros ancestrales. En 2004 se produjo un incendio que destruyó parte de su colección; hoy se sigue trabajando en la restauración de las obras dañadas.
Biblioteca Herzog August. Aunque la biblioteca ubicada en Wolfenbüttel es una de las más antiguas del mundo, los famosos documentos que alberga se han mantenido casi intactos. El ávido coleccionista de libros Duke August (1579-1666) hizo de ella una de las bibliotecas más grandes de Europa. Estudiantes continúan acudiendo a sus salas atraídos por su abundante literatura medieval.
Biblioteca Foster. Esta biblioteca berlinesa le debe su apodo –“el Cerebro”– a la forma craneal del edificio que la acoge. Diseñada por el arquitecto Norman Foster e inagurada en 2005, ella se convirtió rápidamente en un punto de referencia arquitectónico. Esta biblioteca es el núcleo de la Filosofía y las Humanidades en la Universidad Libre de Berlín.
Biblioteca Oberlausitz de Ciencia. La Biblioteca Oberlausitz de Ciencia en Görlitz, ubicada en las cercanías de la frontera germano-polaca, es de una sencillez fascinante. Su aire clásico es al mismo tiempo sobrio e impactante. Ella contiene más de 140.000 libros que documentan la historia, la cultura, la naturaleza y la sociedad de las regiones entre Dresden, al oeste, y Wriclaw, al este.
Centro Jacob y Wilhelm Grimm. Construido en 2009, el Centro Grimm forma parte de la Universidad Humboldt de Berlín y cuenta con una biblioteca y un servicio de computación y medios impresionante. La sala de lectura (foto) está en el corazón del edificio. Éste genera la sensación de estar al aire libre debido a la monumentalidad de su interior y al sistema de gradas concebido por el arquitecto Max Dudler.
Biblioteca Estatal de Baviera. Su colección de libros se remonta a mediados del siglo XVI y ha crecido hasta acoger a más de diez millones de libros. Esta biblioteca de Múnich fue conocida durante mucho tiempo como la Biblioteca Regina Monacensis. Su edificio fue completamente destruido durante la Segunda Guerra Mundial.
La Academia Sueca otorga el galardón al músico "por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción"
El cantautor Bob Dylan durante un concierto en Basilea, en 1984.EFE / EL PAÍS VÍDEO
Por primera vez en la historia del Nobel de Literatura, la gente no correrá a las librerías sino a las tiendas de discos. Cuando la secretaria de la Academia Sueca Sara Danius ha pronunciado el nombre, han retumbado todos los cimientos. Bob Dylan (1941, Duluth, Minnesota), premio Nobel de Literatura. La sorpresa en los mundos de las letras y la música solo puede ser comparable a la que seguro ha sido una legendaria, hipnótica, imbatible sonrisita pícara del galardonado al enterarse, perdido como siempre en su gira interminable alrededor del mundo, al margen del mito. Era el eterno aspirante, así como un recurrente chiste entre los más escépticos y, sobre todo, más ortodoxos. ¿Un músico, cuya única obra en prosa fue un fracaso, cosechando el mayor de los premios literarios? Imposible. Pero lo imposible –y vivir a contracorriente- es lo que mejor se le ha dado a este compositor que cambió como nadie el concepto de canción popular en el siglo XX, añadiendo una particular dimensión poética a la música cantada. Y tan importante como ese determinante hecho: su influencia, reconocida por los Beatles, los Rolling Stones, Bruce Springsteen y cualquier icono del rock y el pop que venga a la cabeza, no ha hecho más que crecer a medida que ha pasado el tiempo. Ahora, con este premio, y tras haber recibido antes el Pulitzer o elPremio Príncipe de Asturias de las Artes, la onda expansiva da para otro siglo.
El bing bang comenzó a principios de los años sesenta, cuando un Dylan chaval abandonó su pueblo de Minnesota para trasladarse a Nueva York con el fin de dedicarse a la música y conocer en persona a su ídolo musical Woody Guthrie. Provisto de una gorra y una guitarra acústica, incluso inventándose parte de su biografía, recaló en Greenwich Village, el bohemio barrio de Manhattan poblado de cafés y clubes donde conoció ya la palabra afilada de los combatientes cantautores Pete Seeger, Ramblin' Jack Elliott o Dave Van Ronk. Componía a partir del contacto con ellos pero también de la poesía de los surrealistas franceses, especialmente de Arthur Rimbaud, y devorando la prensa diaria, que le daba combustible para esas primeras canciones que cambiaron la cara del folk norteamericano y le dieron un carácter contestatario sin renunciar al aspecto poético. Composiciones como Blowin’ in the wind, Masters of War, The Times They Are a Changing, A Hard Rain's a-Gonna Fall, Mr Tambourine Man oChimes of Freedom llegaron al corazón de la generación de los sesenta, donde se fraguó la contracultura. “Venid senadores, congresistas, por favor oíd la llamada, / y no os quedéis en el umbral, no bloqueéis la entrada, / porque resultará herido el que se oponga, / fuera hay una batalla furibunda, / pronto golpeará vuestras ventanas y crujirán vuestros muros, / porque los tiempos están cambiando”, cantaba en 1964 con su voz nasal en The Times They Are a Changing, anticipándose al revuelo social y político de Norteamérica.
Fueron en esos primeros sesenta, en su tránsito diario de trovador por Greenwich Village, cuando conoció a los poetas beat. Aquello determinó aún más su visión literaria, a la que impregnó de una fuerza contracultural más incisiva, repleta de instinto y mordiente. Se relacionaba con Jack Kerouac, Neal Cassady, William Burroughs, Herbert Huncke, John Clellon Holmes o Allen Ginsberg, pero aún más importante: había vasos comunicantes. Dylan se fijaba en ellos, pero ellos veían en él al portavoz generacional, sorprendiéndose de su capacidad de captar la agitación, la desorientación, los desamparos y los ideales de aquellos convulsos sesenta. Con sus más de seis minutos de canción, rompiendo en 1965 el molde de single y reventando el concepto de radio comercial, Like a Rolling Stone conquistó el territorio de la ruptura generacional de los sesenta, más que cualquier novela, obra de teatro o película. Como dijo el poeta estadounidense David Henderson, no se trataba de una canción, sino de “una epopeya”.
Acababa de empezar la epopeya de Dylan, que abandonó el folk por el pop, maravillado por el ímpetu desenfadado y juvenil de los Beatles, los Rolling Stones y toda la tropa británica que desembarcó con un éxito monumental en EE UU. Con su sonido circense, de folk-blues-rock acelerado, sin olvidar esas baladas al piano, los álbumes Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde elevaron a la música popular a lo más alto del universo cultural. Allí donde antes había un chaval folkielanzando dardos surgía un merodeador que documentaba las emociones de la extraña realidad.
Según ha declarado con exageración el poeta chileno Nicanor Parra, solo por tres versos de la canción Tombstone Blues, incluida en Highway 61 Revisited, se merece el Nobel. Son los versos: “Mamá está en la fábrica / no tiene zapatos / papá está en el callejón / está buscando un fusible / yo estoy en las calles /con el blues de Tombstone”. “Es realismo real, con la fábrica, el callejón y la cocina, donde está el niño solo con los blues", ha dicho Parra. A decir verdad, son muchos más los versos, que abren imágenes como ventanas a otros mundos posibles y que se recogen en esos dos discos esenciales para el desarrollo intelectual del rock. Esas obras, publicadas entre 1965 y 1966, sirvieron de guía fundamental para los Beatles, los Beach Boys y toda esa irrepetible generación del pop y el rock que protagonizó el siglo XX con sus canciones. Y, sin embargo, fue en esos años cuando, aupado por su propio entusiasmo compositivo y su fama, publicó su única novela Tarántula, una pifia de literatura experimental muy por debajo de toda su obra musical. Está claro que el comité del Nobel no ha tenido en cuenta el aspecto narrativo de Dylan a partir de su único libro, en el que intentó emular en prosa poética a Kerouac, Burroughs o Ginsberg.
El propio Allen Ginsberg fue el que más defendió su obra como un legado literario influyente, que a día de hoy se estudia en algunas universidades y tiene varios ensayos de análisis. De hecho, las primeras noticias acerca de la candidatura de Dylan al Nobel empezaron a llegar en 1996 cuando se organizó en Estocolmo un comité de campaña, apoyado por Ginsberg y Gordon Ball, profesor de la Universidad de Virginia. Ginsberg afirmaba: "Dylan es uno de los más grandes bardos y juglares norteamericanos del siglo XX y sus palabras han influido en varias generaciones de hombres y mujeres de todo el mundo”. Y Ball, por su lado, escribió: “Dylan ha devuelto la poesía de nuestra época a su transmisión primordial a través del cuerpo, revivió la tradición de los trovadores”. Un buen ejemplo de todo esto es un disco como Blood on Tracks. Para explicarse todas las grietas sentimentales del amor, uno puede leer los relatos De qué hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver, pero también puede coger este álbum de diez composiciones y bucear en sus letras para dar con huellas emocionales que explican los sinsabores del alma humana.
En las últimas dos décadas, Dylan, como siempre pero más que nunca, ha huido de su propio mito, como bien demostró en sus memorias Crónicas, un fabuloso libro lleno de trampas que no tiene nada de autobiografía al uso y sí mucho de literatura, en ese repaso desordenado y fascinante a algunos recuerdos de su vida. En este tiempo, no quiere saber nada de su influencia imponente en la música popular contemporánea o en las letras norteamericanas. No quiere detenerse ni un segundo en preguntarse si es tan valioso para la cultura y el arte como Picasso o John Ford, tal y como no se cansan de decirle. En estas dos últimas décadas, también muchos detractores le han situado en el ocaso de su carrera, lejos de esos años dorados de bardo divino. Pero, en todo este tiempo, realmente, el veterano compositor ha dado frutos conmovedores en discos comoTime Out of Mind, Modern Times, Love and Theft o Tempest.
A partir de una melancolía sonora que bucea en las raíces del folk, el gospel o elcountry, ha creado un universo repleto de símbolos del pasado y evocaciones. La historia norteamericana llegando hasta nuestros días se despliega a través de postales ocres, repletas de personajes anónimos que podrían poblar las novelas de Philip Roth, Richard Ford o Cormac McCarthy en ese retrato espiritual del envés del sueño americano y del imparable paso del tiempo. “Ningún hombre, ninguna mujer sabe / la hora en que llegará el sufrimiento / En la oscuridad escucho la llamada de las aves nocturnas… El sueño es como una muerte temprana”, canta Dylan con voz arrastrada en Workingman’s Blues #2. “Reúnete conmigo al final, no te retrases / Tráeme mis botas y zapatos / Puedes rendirte o luchar lo mejor que puedas en primera línea / Canta un poquito este blues del trabajador”, dice el estribillo.
Esquivo e imprevisible, Dylan hace historia al ser el primer músico que consigue el premio Nobel de Literatura. Ya en 1965, cuando la prensa norteamericana le calificaba del gran poeta de su tiempo, el músico decía: “No me llamo poeta porque no me gusta la palabra. Soy un artista del trapecio”. Durante más de medio siglo, su paso por el trapecio ha sido un irrepetible ejemplo para otros muchos más artistas y personas de todo el mundo que reconocen una deuda con sus letras, con su visión del mundo. Bruce Springsteen dijo una vez: "Si Elvis Presley liberaba tu cuerpo, Bob Dylan liberaba tu mente". Esa capacidad, al alcance de los mejores creadores, es esencia misma de la mejor literatura, de la más trascendente y admirable obra artística.
Bob Dylan, premio Nobel de Literatura. Han retumbado los cimientos, como esa guitarra eléctrica, órgano Hammond, baqueta sobre la caja de la batería y voz punzante acopladas hicieron retumbar el mundo hace más de medio siglo con la arrolladora Like a Rolling Stone, un torrente literario que no deja indiferente. Bob Dylan, premio Nobel de Literatura. El secreto está en las canciones. Allí el trapecista Dylan ha conseguido lo que parecía imposible: que un músico gane el premio más prestigioso de la literatura mundial. Eso sí, que nadie espere que, a diferencia del resto, esto le va a cambiar la vida. Dylan seguirá a lo suyo, en su trapecio, con su sonrisita épica, intentando contarnos cómo sopla el viento.