25.9.21

“Debes contestar; de otro modo haré una locura”: el inicio del vértigo de Octavio Paz y Elena Garro

El académico Guillermo Sheridan, mayor biógrafo del Nobel de Literatura mexicano, reúne 84 cartas que el poeta le escribió a la novelista entre el auge y el derrumbe de una relación obsesiva

Octavio Paz y Elena Garro durante un paseo en el lago de Chapala, Jalisco, en 1938.EDICIONES MOLEDRO/ELPAIS.COM

Durante ese verano en el que todo parecía terminar, Octavio Paz probablemente leía a Wolfgang von Goethe, según anota Sheridan al pie del libro. La amenaza del suicidio se diluye en retórica cuando los Garro deciden no separar a los novios a cambio de que la joven Elena imponga una distancia. El Paz que tentaba a la muerte al estilo del joven Werther emulará también al personaje del escritor alemán fantaseando con un hijo, seguirá a su novia de lejos, en bailes y tardes con amigos, y la bautizará como Helena, con la ‘H’ como código secreto. Pero también compartirá versos, dará cátedra sobre Nietzsche, leerá a Stendhal junto a Garro o asimilará su relación en personajes de Dostoievski. El amor fugitivo se consolida como epistolar. “El joven Paz no es un buen poeta”, afirma el editor. “Pero en sus lecturas, y en su manera de organizar su intelecto, ya aparecen todos los elementos en los que desarrollará su poética”.

La correspondencia los acompañará nuevamente en 1937 mientras Paz viaja a la península de Yucatán con 24 años, lejos ya de la carrera judicial y con un puesto en la comitiva de maestros que busca “educar a los hijos del proletariado” en medio del fervor nacionalista del presidente Cárdenas. Garro incursionará en el teatro, y Paz escudará los celos a sus nuevas compañías achacándole frivolidad y falta de fervor revolucionario. Se casarán ese mismo año y las cartas volverán en 1944, cuando Garro retorna a México por problemas económicos después de que se fueran a vivir a California con la beca Guggenheim de Paz. Ella tiene 27 años y él está por cumplir los 30.

Sheridan lamenta la idea de que las respuestas de Elena Garro se hayan perdido para siempre. “No me consta, pero percibí señales de que la señora Marie José Paz [la tercera esposa del escritor, fallecida en 2018] decidió deshacerse de ellas”, zanja. “Haber tenido las respuestas habría hecho de este libro algo doblemente importante”, dice el académico, que en sus apuntes al pie señala reacciones, anhelos y dolores de un Octavio Paz que para 1945 dependía de un sueldo mínimo del consulado mexicano en San Francisco tras fallar en los plazos del libro que preparaba por la Guggenheim.

De vuelta en México, Garro cultiva su carrera en el periodismo. Había comenzado en 1941 con reportajes donde ingresó con la misma astucia de encubierta en un presidio femenil como a la casa de Frida Kahlo, como narra su biógrafa Patricia Rosas Lopétegui en un artículo. “Tiene trabajo, una vida interesante y está rodeada de amigos”, describe Sheridan. Mientras, Paz vagabundea por San Francisco, escribe versos sobre rostros y calles que, como recuerda el biógrafo, irían a dar en el poema Piedra de sol (1957). También celebra a su esposa. “Eso es lo que yo quería, lo que he querido siempre: que utilices en algo —y no en destruir o destruirte— tu talento, tu encanto y tu capacidad”, le escribe en una de las últimas cartas, el 16 de marzo de 1945.

Ese verano se encontrarán brevemente en Vermont, y luego Paz marchará a Nueva York, donde vivirá unos meses hasta que el Servicio Exterior Mexicano lo reclutará formalmente con destino en París. Entonces comienza el derrumbe. Garro comenzará a escribir Los recuerdos del porvenir en 1948, y Paz publicará El laberinto de la soledad en 1950. Ella se enamora del escritor argentino Adolfo Bioy Casares y mantendrá una relación con el mexicano Archibaldo Burns. Él conoce a la pintora Bona de Pisis. Entre distancias y a la vuelta tras una década fuera de México, el divorcio llegará en 1959.

Sheridan los describe como “mutuos cautivos”. “Como toda buena historia de amor, tiene sus éxtasis y tiene sus desastres”, dice. “Paz se enamoró de otra mujer e inició otra historia salvaje. Elena Garro prefirió convertir su odio en una religión”, escribe en su epílogo. La década de 1960 los enemistó en la política, con un Paz que renunció como embajador en la India como protesta a la matanza estudiantil de 1968 mientras Garro lo acusaba, junto a otros intelectuales, de “confundir” y “traicionar” a los estudiantes. La literatura, sin embargo, los encontró. Paz celebró la publicación de Los recuerdos del porvenir. “¡Cuánta vida, cuánta poesía, cómo todo parece una pirueta, un cohete, una flor mágica! Helena es una ilusionista”, le escribió al ensayista José Bianco. “Todo, todo, todo lo que soy es contra él. En la vida no tienes más que un enemigo, y con eso basta. Y mi enemigo es Paz”, escribió Garro en una ampliamente citada carta a la crítica literaria Gabriela Mora, aunque celebró con su exmarido el Nobel de 1990. Ambos morirían en 1998, él en abril y ella en agosto.


19.9.21

Paul Auster: “Los genios precoces no existen en la literatura”

 El escritor estadounidense publica La llama inmortal de Stephen Crane, una biografía del autor de La roja insignia del valor, que falleció en 1900 a los 28 años

Paul Auster, durante la entrevista de su casa de Brooklyn (New York).PASCAL PERICH/ELPAIS.COM


Poeta, guionista de cine (SmokeBlue in the FaceLulu on the Bridge); traductor del francés (Mallarmé, Maurice Blanchot, Jacques Dupin); ensayista, autor de absorbentes libros de memorias personales (La invención de la soledadEl cuaderno rojoDiario de inviernoInforme del interior); impulsor de proyectos como la edición de las obras completas de Samuel Beckett; partícipe de un lúcido intercambio epistolar con J. M. Coetzee (Aquí y ahora); Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 74 años) es por encima de todo narrador. Autor de un corpus novelístico que comprende más de 15 títulos entre los que se cuentan fábulas inolvidables como La trilogía de Nueva YorkLeviatánEl palacio de la LunaEl país de las últimas cosasLa música del azarEl libro de las ilusiones, La noche del oráculo y 4 3 2 1, su última novela, en la que ofrece cuatro versiones alternativas de la vida de su protagonista, Ferguson, la obra de Auster se ha traducido a una cuarentena de idiomas.
Su prosa está impregnada de una magia contagiosa igualmente perceptible en sus obras de ficción y no ficción, como demuestra su libro más reciente, La llama inmortal de Stephen Crane, originalísimo acercamiento a la vida y obra de este polifacético escritor (1871-1900), que según Auster cambió el curso de la literatura en su país antes de morir víctima de la tuberculosis con tan solo 28 años. La entrevista tuvo lugar el pasado miércoles en el brownstone (casa de piedra rojiza) de Park Slope donde Auster vive con su esposa, la escritora Siri Hustvedt, en las inmediaciones de Prospect Park, en Brooklyn (Nueva York). Es la sexta conversación que el escritor mantiene con quien escribe esto, la primera tuvo lugar hace casi 30 años, con motivo de la publicación de Leviatán (1992).
En varios momentos de este diálogo intermitente, puntuado por la aparición de nuevas obras suyas, el escritor dio la impresión de estar a punto de dejar de escribir ficción, como en el caso de Viajes por el scriptorium, narración poblada por personajes de obras anteriores de Paul Auster, y de manera particular, de la monumental 4 3 2 1, novela con la que pareció dar a entender que se cerraba el impresionante círculo de su obra narrativa. Al final de su anterior conversación con este periódico, el escritor aludió off the record, a un proyecto en ciernes: el acercamiento en profundidad a la figura de Stephen Crane, autor de dos novelas fundamentales, Maggie, una chica de la calle (1893) y La roja insignia del valor (1895). Lo que entonces no era más que una posibilidad acaba de cristalizar con la publicación de La llama inmortal de Stephen Crane, absorbente volumen de casi 800 páginas tocadas por la gracia de su inconfundible estilo.En varios momentos de este diálogo intermitente, puntuado por la aparición de nuevas obras suyas, el escritor dio la impresión de estar a punto de dejar de escribir ficción, como en el caso de Viajes por el scriptorium, narración poblada por personajes de obras anteriores de Paul Auster, y de manera particular, de la monumental 4 3 2 1, novela con la que pareció dar a entender que se cerraba el impresionante círculo de su obra narrativa. Al final de su anterior conversación con este periódico, el escritor aludió off the record, a un proyecto en ciernes: el acercamiento en profundidad a la figura de Stephen Crane, autor de dos novelas fundamentales, Maggie, una chica de la calle (1893) y La roja insignia del valor (1895). Lo que entonces no era más que una posibilidad acaba de cristalizar con la publicación de La llama inmortal de Stephen Crane, absorbente volumen de casi 800 páginas tocadas por la gracia de su inconfundible estilo.
Pregunta. ¿Por qué Crane?
Respuesta. Lo leí siendo muy joven y me gustó mucho, pero no había vuelto a él en muchos años. Cuando terminé 4 3 2 1 estaba completamente agotado. Tras un periodo muy largo de absoluta dedicación a la escritura, siete días a la semana, era consciente de que me resultaría completamente imposible escribir nada en mucho tiempo, así que me dediqué a leer libros que me habían interesado siempre, pero a los que por un motivo u otro nunca me pude acercar, como Middlemarch, de George Eliot, o Al faro, de Virginia Woolf. Stephen Crane estaba en la lista. Tenía una antología de 500 páginas. La abrí al azar y lo primero con lo que me tropecé fue El monstruo, un relato de 60 páginas del que jamás había oído hablar. Su lectura me dejó anonadado. Devoré el resto de la antología y me interesó tanto que me hice con una edición de 1.400 páginas de sus obras escogidas. Me parecieron tan fascinantes que me leí de principio a fin los 10 volúmenes de sus obras completas: ficción, periodismo, poesía, piezas breves, todo. Entusiasmado, me puse a investigar acerca de su vida, que está llena de episodios apasionantes. Decidí escribir un libro sobre él, de unas 200 páginas, pensé cuando empecé, pero al final han salido 800.
P. ¿Se siente satisfecho?
R. Muchísimo. Lo curioso es que no sé por qué me metí en eso. Mientras lo hacía me preguntaba: ¿Pero por qué estoy escribiendo un libro así? Nunca había hecho nada semejante en toda mi vida. Y lo único que se me ocurría era que, de manera un tanto extraña, Crane era la continuación de mi última novela, 4 3 2 1, la versión número cinco de la vida del protagonista, Ferguson.
P. La llama inmortal de Stephen Crane es un libro difícil de clasificar. No es ficción, pero se lee como si fuera una novela más de Paul Auster.
R. La energía emocional e intelectual que volqué en él es la misma que pongo cuando escribo una novela. No es una biografía, ni mucho menos una obra de crítica literaria, algo que detesto. Crane es una figura enigmática. Su personalidad tiene facetas muy contradictorias, todas fascinantes. Me di cuenta de que si quería comprenderlo, necesitaba filtrarlo por el tamiz de la imaginación. Fue un proceso muy parecido al que llevo a cabo cuando creo un personaje de novela muy complejo. A medida que profundizo en él, se vuelve cada vez más accesible.
Paul Auster, durante la entrevista de su casa de Brooklyn (New York).PASCAL PERICH

P. ¿Qué le interesó de Crane como escritor?
R. Cambió las reglas del juego. Elevó el arte de narrar a otro plano. Liberó a la novela norteamericana de las convenciones que la tenían aprisionada desde hacía 150 años. La roja insignia del valor, por ejemplo. Es una novela de guerra, pero está escrita de un modo que no se había hecho nunca, transmitiendo las sensaciones de un chico de 16 o 17 años que se ve envuelto en una situación que no comprende. Crane logra traducir sus percepciones a un lenguaje crudo pero lleno de vida. Y el retrato de la pobreza que lleva a cabo en Maggie, una chica de la calle, resulta asombroso teniendo en cuenta que cuando escribió esa novela tenía poco más de 20 años.
P. Su libro empieza hablando de genios precoces, como MozartGlenn GouldBobby Fischer… En el caso de Crane hay que añadir el detalle de que murió muy joven.
R. Solo que en literatura no hay genios precoces, no es posible. Se pueden dar en música, en artes plásticas, en ajedrez, en matemáticas, pero en literatura no porque para dominar el lenguaje hace falta que pase mucho tiempo.
P. Lo que asombra de Crane es que a pesar de que murió a los 28 años gozó de la admiración de gigantes como Joseph Conrad o Henry James.
R. James era un genio que comprendió inmediatamente que Crane era el futuro de la literatura. Y su amistad con Conrad fue muy profunda. Crane tuvo una enorme influencia en él. Hace poco leí un artículo muy brillante en el que se rastrea el impacto de Crane sobre Lord Jim, la obra maestra de Joseph Conrad. Según el artículo, el personaje de Lord Jim se inspira en parte en la figura de Crane.
P. En su libro dice que la inmensa estatura literaria que según usted tiene Stephen Crane se sustenta sobre media docena de obras por lo demás muy breves.
R. Su reputación descansa sobre La roja insignia del valor y Maggie, una chica de la calle, las dos novelas por las que es más conocido. Son obras maestras, pero a mí lo que más me llama la atención son los textos cortos, en especial dos relatos de unas 30 páginas cada uno, El bote a la deriva y El hotel azul.
P. ¿Puede hablar brevemente de ellos?
R. El bote a la deriva está basado en una experiencia real de Crane, que sobrevivió a un naufragio frente a las costas de Florida cuando se dirigía a Cuba como periodista. Es la crónica del día y medio que pasó en alta mar con el capitán y dos tripulantes, intentando alcanzar la orilla. Aquella experiencia cambió su visión de las cosas. La solidaridad entre los cuatro hombres que iban en el bote le hace ver que en el mundo impera el sinsentido. No hay un dios que lo controle todo, no hay más fuerza que la de la naturaleza, que es completamente indiferente hacia la suerte que pueda correr la humanidad. En ese contexto, lo único que da sentido a la existencia es la solidaridad.
P. ¿Y El hotel azul?
R. Lo escribió un año después y va incluso más lejos. Es una historia enigmática, un relato escalofriante en el que en ningún momento se sabe exactamente qué sucede ni por qué. Tiene lugar en un paisaje onírico y solitario de Nebraska. En mitad de una pradera se alza un hotel pintado de azul en el que se encuentran atrapados unos hombres que esperan a que amaine un temporal de viento y nieve jugando al póquer. Al final tiene lugar un asesinato en circunstancias inexplicables. Matan al protagonista, el sueco, que está medio loco. Uno de los personajes, contrafigura de Crane, trata de entender lo sucedido hablando con otro de los jugadores, un cowboy. Crane se asoma a los resortes más oscuros de la conducta humana con solo 26 años.
P. ¿Qué cabe esperar de Paul Auster después de este libro?
R. He decidido volver a la ficción. Estoy escribiendo cuentos.
P. Eso es algo que nunca había hecho. ¿Es muy diferente de escribir novelas?
R. Pregúntemelo dentro de un año.

Leonardo Sciascia, 100 años de la conciencia de Italia

Varias reediciones celebran el centenario del autor siciliano, que analizó en su obra lo que todo poder tiene de “hecho criminal”. El tiempo le dio la razón en sus denuncias de la connivencia entre mafia y política

Leonardo Sciascia contempla el mar en Palermo.VITTORIANO RASTELLI / CORBIS VIA GETTY IMAGES/ELPAIS.COM



Dos años antes de su muerte, Leonardo Sciascia (Racalmuto, 1921-Palermo, 1989) decidió arremeter no sólo contra la Mafia, piedra negra de su país y de su tierra natal, Sicilia, sino contra aquellos que se aprovechaban de sus denuncias contra esa organización criminal para medrar en los negocios y en la política, entre ellos los líderes visibles e invisibles de la Democracia Cristiana, que dejó morir a Aldo Moro, secuestrado por esa otra banda implacable que fue la sangrienta Brigadas Rojas. En aquel país poseído por el gen más peligroso desde el fascismo de Mussolini, la arriesgada denuncia del hombre que había sido llamado conciencia de Italia” le costó a Sciascia ataques que él arrostró sin otro apoyo, casi, que el que le dio el periodista más importante de entonces, Indro Montanelli, que dijo que no hacía nada sin pensar qué hubiera hecho en su lugar el autor de Todo modo.

Sciascia sobrellevó aquella polémica como una más de una vida que lo llevó del periodismo a la política y a la ficción literaria. Marcado por aquel asesinato (primavera de 1978) del influyente líder político abandonado por los suyos escribió El caso Aldo Moro, “terrible panfleto escrito cuando la muerte y el crimen atraparon a Italia del todo”, como escribió aquí Rafael ConteHasta entonces prácticamente todos sus libros, incluidas las ficciones (como A cada cual lo suyo, 1966, o Todo modo, 1974, reeditados ahora por Tusquets), tuvieron que ver con esa amenaza que removió la conciencia intelectual, política y poética del escritor de Racalmuto.

A cada cual lo suyo es el desarrollo, lleno de humor, de un incidente de cuernos que ocurre en un pueblo sin nombre que se va desarrollando de acuerdo con las instrucciones que hicieron visible el poder de la mafia. No hay en este libro, entre los primerizos de su obra, tan solo un relato de lo que ocurre en un pueblo cuando desvarían sus fortalezas morales, sino una crítica sistemática de los distintos poderes simbólicos manejados por la mafia para chantajear a la sociedad. Todo modo, por otra parte, es quizá la novela más completa en cuanto que reúne en un escenario perfecto para Sciascia, una iglesia que deviene en hotel, a un sacerdote que resulta ser como el capo de una mafia peculiar y a un grupo selecto de funcionarios y políticos que llevan a sus amantes a unos ejercicios espirituales en los que irrumpe dramáticamente el hábito mafioso del chantaje y el asesinato. Un pintor muy conocido, detrás del que se adivina el propio narrador, va interpretando las paradojas crueles que dan de sí las distintas escenas de aquella sucesión de hipocresías, como si estuviera describiendo los distintos estadios a los que llega la Mafia en su sistemática destrucción de instituciones e individuos.

Como suele ocurrir en Sciascia, especialmente en Todo modo, se muestran atisbos de las pasiones literarias que están detrás de su propia escritura, como Cervantes, Borges, Stendhal o los clásicos italianos. A esos escritores literarios él añadía Bertrand Russell y José Ortega y Gasset. Al pensador español llegó por casualidad cuando descubrió (según contó en un artículo publicado en EL PAÍS, donde colaboró habitualmente) en una librería un volumen traído de España por un soldado italiano que aquí hizo la guerra en el bando fascista. “Ortega. Me apasiona. Me ha enseñado tantas cosas. En un momento se le alejó de la cultura contemporánea. Fue una injusticia y un error”.

Como suele ocurrir en Sciascia, especialmente en ‘Todo modo’, se muestran atisbos de las pasiones literarias que están detrás de su escritura

Entró en política, como concejal, en Sicilia, de la mano del Partido Comunista, aunque no militó (“estuve cerca del PCI porque era liberal”). A finales de los años setenta del siglo XX aceptó ser diputado del Partido Radical, y como tal presidió la comisión que estudió el asesinato de Aldo Moro, pero luego se cansaría de las servidumbres de ese oficio, que había alternado con la literatura, se retiró a vivir a París, a cumplir con la pasión de escribir y de editar, pues fue colaborador decisivo de la firma Sellerio, donde él descubriría para Italia al entonces (1983) muy joven pensador español Fernando Savater.

El caso Moro, y su interpretación del mismo, lo pusieron al rojo vivo contra la política oficial italiana. Él llegó a decir que semejante proceso representaba “una negación del Estado”. “Se ha querido afirmar contra Moro la existencia del Estado y en realidad era la negación”, dijo en EL PAÍS a José Martí Gómez y Josep Ramoneda. “Un Estado que permite que se pueda secuestrar al presidente del partido político más importante; un Estado que en 55 días no lo consigue más que muerto, y aún porque se le ha indicado el sitio; un Estado que no consigue proteger a ningún ciudadano… Un Estado así no tiene el derecho de afirmar la razón de Estado y de no negociar. La vida del ciudadano inocente está por encima de todo y hay que negociar”.

Su pasión por poner al servicio del compromiso político su propia vocación literaria venía, dijo él, de la experiencia de los pelotones de fusilamiento que ejecutaban a los enemigos de Mussolini, “una visión del poder como hecho criminal”. “El poder del Estado. El poder de la Iglesia. El poder mafioso”. Y serían esos poderes los que, en ficción y en periodismo o investigación, serían las dianas en las que clavó las flechas, a veces proféticas, de la prosa que lo convirtieron en la conciencia de Italia, como fue llamado por sus contemporáneos.

Fue, además, una persona extraordinaria, muy querido en Italia y por donde fue. De ese aspecto humano, uno de sus grandes amigos, el periodista Juan Arias, entonces corresponsal de EL PAÍS en Roma, que sigue en este periódico desde Brasil, nos hizo este apunte: “De Sciascia siempre aprecié su autenticidad. No tenía dobleces ni tampoco se doblegaba. Era austero en su vida e incorruptible. Fiel a sus amigos y siempre reservado. Era la conciencia crítica del país y siempre estuvo fuera de las modas. Era entrañable”.