26.3.15

La chilena Carla Guelfenbein gana el Premio Alfaguara de Novela

Contigo en la distancia  es una obra de suspenso sobre los recovecos del talento y el amor
 La escritora chilena Carla Guelfenbein. / Valerio Pennicino./elpais.com

Carla Guelfenbein ha obtenido el XVIII Premio Alfaguara de Novela con una obra de suspenso literario en Chile. El galardón, dotado con 175.000 dólares (130.000 euros) y una escultura de Martín Chirino, se concede a una obra inédita escrita en castellano. Este año el jurado estuvo presidido por Javier Cercas y compuesto por Héctor Abad Faciolince, Ernesto Franco, Berna González Harbour, Concha Quirós y Pilar Reyes (con voz pero sin voto).
Contigo en la distancia es una historia sobre los recovecos del talento y del amor. De secretos. Incluso la novela esconde uno, porque es un homenaje a una gran escritora latinoamericana, llamada aquí Vera Sigall. Es una narración enraízada en la realidad con aspiraciones de vuelos literarios que trenza la vida de cuatro personajes: dos jóvenes en el presente, y dos mayores en los años 50.
Según ha dicho el jurado, "es una novela de suspenso literario construida, con gran eficacia narrativa, en torno a un memorable personaje femenino y al poder de la genialidad. La autora ha sabido entrelazar amores y enigmas con una escritura a la vez compleja y transparente. Tres voces muy bien ensambladas iluminan las zonas oscuras de la mentira y de la verdad, del talento y de la mediocridad, del éxito y del fracaso. Centrada en la ciudad de Santiago de Chile, la historia abarca tres generaciones que, sin saberlo, comparten un secreto poético que es al mismo tiempo un secreto existencial".
De origen ruso-judío, Carla Guelfenbein (Santiago de Chile, 1959) ha escrito las novelas El revés del alma (2003), La mujer de mi vida (2006), El resto es silencio (2009) y Nadar desnudas (2014), que ha sido traducida a 16 idiomas. Estudió Biología en la Universidad de Essex y Diseño en St Martin’s School of Art de Londres. Trabajó como diseñadora en varias agencias de publicidad, y fue directora de arte y editora de moda de la revista Elle.
Contigo en la distancia, resultó ganadora de un total de 707 manuscritos recibidos para el premio. De ellos 320 procedían de España, 106 de México, 102 de Argentina, 77 de Colombia, 41 de Estados Unidos, 32 de Perú, 20 de Chile y 9 de Uruguay.
Guelfenbein se une a una lista de ganadores que incluye a autores como Elena Poniatowska, Sergio Ramírez, Manuel Vicent, Laura Restrepo, Santiago Roncagliolo, Clara Sánchez, Andrés Neuman, José Ovejero, Luis Leante, Juan Gabriel Vásquez y Tomás Eloy Martínez.

Todos los ganadores

Eliseo Alberto, por Caracol Beach y Sergio Ramírez, por Margarita, está linda la mar (1998).
Manuel Vicent, por Son de mar (1999).
Clara Sánchez, por Últimas noticias del paraíso (2000).
Elena Poniatowska, por La piel del cielo (2001).
Tomás Eloy Martínez, por El vuelo de la reina (2002).
Xavier Velasco, por Diablo Guardián (2003).
Laura Restrepo, por Delirio (2004).
Graciela Montes y Ema Wolf, por El turno del escriba (2005).
Santiago Roncagliolo, por Abril rojo (2006).
Luis Leante, por Mira si yo te querré (2007).
Antonio Orlando Rodríguez, por Chiquita (2008).
Andrés Neuman, por El viajero del siglo (2009).
Hernán Rivera Letelier, El arte de la resurrección (2010).
Juan Gabriel Vásquez, por El ruido de las cosas al caer (2011).
Leopoldo Brizuela, por Una misma noche (2012).
José Ovejero, por La invención del amor (2013).
Jorge Franco, por El mundo de afuera (2014)

Eco: "No estoy seguro de que internet haya mejorado el periodismo"

 El autor de El nombre de la rosa  y  Apocalípticos e integrados  presenta su última novela,  Número cero, sobre las crisis del periodismo a partir de la historia de un diario fallido
Umberto Eco toca la trompeta, el instrumento que aprendió a tocar de niño./Oliver Zehner./elmundo.es

Umberto Eco (Alessandria, 1932) ha escrito mucho y muy atinado sobre cuestiones como la representación, el símbolo y la cultura. Quizá por tirar tan alto, ahora ha decidido 'rebajarse' a hablar... del periodismo. Número cero  (Penguin Random House) es una novela sobre 'Domani', un periódico ficticio y fallido montado por un ricachón para poner en aprietos a Dios sabe quién. Una redacción compuesta de perdedores se dedica a hacer números cero del invento, lo cual sirve al autor de  El nombre de la rosa  para soltar ideas como las que siguen, mientras mastica un purito en su casa con vistas al Castello Sforzesco de Milán.
¿Por qué quiso hacer este libro?
Llevo escribiendo artículos y ensayos sobre los defectos del periodismo italiano desde 1960, en muchos casos con polémicas, en otros discutiendo con amigos... Yo mismo he escrito en periódicos, así que se trata de una crítica desde el interior. Desde hace 10 años tenía en la cabeza esta idea de hacer una novela sobre los defectos del periodismo, pero lo había ido retrasando. Hasta hoy.
¿Y por qué ambientarlo en 1992?
1992 fue un año en el que se estableció un giro copernicano. Los partidos entraron en crisis y comenzaron todos estos procesos judiciales contra la corrupción, por lo que había esta esperanza de que todo cambiase. Pero dos años después llegó Berlusconi... [risas ]. Me interesaba que en la novela nuestro presente fuese un futuro que la gente todavía desconocía. Por eso, en el libro, el director del periódico, Simei, dice que los teléfonos móviles son una moda pasajera.
La imagen del periódico que aparece en el libro es muy negativa, como una herramienta de difamación.
No todos los periódicos son una 'máquina de fango'. Los vespertinos ingleses, por ejemplo, con todos los cotilleos de la familia real, lo hacen para vender un poquito más. Pero en Italia este mecanismo se ha usado como herramienta política para deslegitimar al adversario. Por ejemplo, hay un caso real que cuento en la novela sobre un juez que había hecho algo que no había sentado muy bien. Y le fueron fotografiando hasta que le sacaron fumando en una imagen en la que se apreciaba que llevaba unos calcetines de colores chillones, sugiriendo que se trataba de un ser un poco raro.
En el libro Simei dice que "los periódicos le dicen a la gente cómo tiene que pensar"
Depende de quién los lea. A mí, por ejemplo, los periódicos no me dicen qué tengo que pensar. También porque no leo uno sólo y estoy abierto a muchas sugerencias. Pero un lector más ingenuo o menos preparado está más influenciado, más aún por la televisión.
¿Cree que los periódicos han perdido poder por los excesos del pasado?
Si un periódico importante hace hoy una entrevista al primer ministro, ésta sigue teniendo un peso y hasta se puede discutir de ella en el parlamento. Ahora bien, este poder de influir no es sobre el público, sino sobre las altas esferas. El verdadero chantaje no llega cuando yo digo a mucha gente que usted ha robado, sino cuando se lo cuento solamente a dos y ya está. Es poner una noticia en la mesa de la persona importante y sugerir que se podría contar más. Ahí es donde los periódicos tienen el verdadero poder, no sobre el hombre de la calle que puede leer el mismo texto de una forma distraída. Es una influencia sobre la 'cima', por decirlo de algún modo. ¿Por qué hay tantos pequeños periódicos que no tendrían razón de existir, si no reciben subvenciones y venden muy poco? Porque su función es la de enviar un mensaje privado. Dicen: 'Yo sé algunas cosas y podría decir más'.
¿'Domani' tiene algo que ver con la realidad?
Me inspiré en un personaje real, que no está mencionado en el libro, Mino Peccorelli, que durante los años 60 y 70 tenía una agencia de noticias en Italia cuya circulación era limitadísima, pero llegaba a las mesas de los ministros y diputados. En él se lanzaba sospechas y era tan peligroso que lo mataron en 1979, por este pequeño pseudo-boletín que servía como instrumento de chantaje.
¿Qué opina de la actual crisis de los periódicos?
La crisis de los periódicos no empieza ahora, sino en 1954, con la llegada de la televisión. Antes decían lo que había pasado el día anterior, pero desde ese momento la gente ya lo sabe. El gran humorista y escritor Achille Campanile dijo en los años 60 que el periódico es como una carta que dice: "Seguirá un telegrama". Lo que pasa es que el telegrama es del día anterior. Y esto es un problema. Los periódicos se parecen cada vez más a los semanarios, lo que, a su vez, pone en peligro a los semanarios. Pero es que un diario no tiene la capacidad de un semanario de hacer las cosas tranquilamente, porque se trabaja al filo de la noche. Hay que tener también en cuenta el esquema publicitario y el aumento de los anuncios: cuando yo era niño, había periódicos de dos páginas, tan sólo, y hoy son de 60. Y hay que llenarlas. Si eres un periódico serio, puedes hacerlo con comentarios y análisis, pero si no, te conviertes en esta máquina de fango que llena páginas y que obliga a leerlas por este mecanismo que los alemanes llaman 'Schaden-freude', el placer del dolor ajeno.
Roberto Saviano ha dicho que el libro es un "manual de comunicación contemporánea".
No creo que sea un manual, pero también se ha dicho que debería estudiarse en las escuelas de periodismo. Esto quizás sí, pero como mal manual de periodismo, de lo que no se puede hacer [risas].
En su anterior novela, 'El cementerio de Praga', el protagonista se dedica también a crear bulos. ¿Hay una conexión entre ambos libros?
Hay una conexión con otros muchos libros míos, como 'El péndulo de Foucault', porque siempre me ha preocupado la paranoia del complot. Y hoy todavía más, porque internet está lleno de este tipo de contenidos. Lo que más me interesa es cómo se construye el complot, conectando hechos que parecen no tener relación. En la novela, el periodista Bragadoccio es lo que hace, al conectar en un único hilo los últimos momentos de Mussolini con lo que sucedió en Italia en las décadas siguientes.
¿Cómo se pueden combatir estos 'complots'?
Una de las primeras cosas que habría que enseñar a los niños es cómo filtrar noticias en internet, a distinguir las verdaderas de las falsas. Un ejercicio podría ser elegir un argumento y buscarlo en 10 sitios distintos. Haciendo una comparación se podría crear un sentido crítico. Hay síndromes del complot que resulta muy fácil demostrar que son mentira y otros que no tanto. Por ejemplo, esa idea de que los estadounidenses no llegaron a la Luna y que las imágenes que se ven son una reconstrucción que se hizo en un estudio. ¿Cuál es el argumento contrario? Que si esto hubiese sido así, los soviéticos lo hubiesen dicho y demostrado. Pero si se callaron, es que no había ninguna prueba y, por tanto, es una estupidez. O 'Los protocolos de los sabios de Sion', cuya falsedad se demostró hace 100 años, pero en internet sigue circulando y en las bibliotecas árabes está entre los libros más consultados. Es verdad, hay complots reales, como el que se organizó para matar a Julio César. O la Conspiración de la pólvora de Guy Fawkes, que fue descubierta y no llegó a término. O lo que sucede habitualmente en la bolsa, con las OPAs y todos movimientos que empiezan siendo secretos y luego se materializan. Pero los más peligrosos son los complots mentirosos, porque no logran salir bien, se quedan en el imaginario colectivo, obsesionando a la gente, y nadie puede desmontarlos porque no existen. Pongamos que usted es ateo: todas las religiones son la descripción de un complot que no existe. Pongamos que es católico creyente: el resto de las religiones son un complot inexistente.
Un personaje de la novela dice en un momento que "el placer de la erudición está reservado a los perdedores".
Es una paradoja, pero también es verdad que puede haber un físico que gana el Premio Nobel y no sabe nada la historia de la literatura. O puede haber un corrector de libros que sabe muchísimo de muchas cosas y ve que esto no le sirve para nada en la vida. Hoy se da un fenómeno de hiperespecialización, que es muy estadounidense. Recuerdo hablar con un profesor de francés de una universidad de EEUU de que estábamos llegando a un taylorismo de la cultura, es decir, que cada uno es capaz de hacer una sola cosa. Y me preguntó que qué era el taylorismo. Pues eso mismo que le pasaba a él, que no sabía casi nada de ninguna otra cosa.
¿Cómo ve la influencia de internet en los 'mass media'?
No estoy seguro de que internet haya mejorado el periodismo, porque es más fácil encontrar mentiras en internet que en una agencia como Reuters.
¿Cómo valora que las noticias más vistas de internet sean las que son? ¿Es el lector culpable?
Con Facebook y Twitter es la totalidad del público la que difunde opiniones e ideas. En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública. Hoy, en internet, su mensaje tiene la misma autoridad que el premio Nobel y el periodista riguroso. O, por ejemplo, lo que pasa con los libros. Antes las editoriales ejercían de filtro, aunque podían equivocarse: esto se publica y esto no. Ahora, cualquiera puede publicar un libro en internet y resulta complicado argumentar con un joven las diferencias entre algo bueno y algo malo. Sí, se podrá decir que la clave está en que le guste o no. Pero entonces es cuando recuerdo ese 'anuncio' que decía: "Come mierda: millones de moscas no pueden estar equivocadas".
¿Tiene esto algo que ver con alguna dinámica particular de estos tiempos?
Aquella chica que succionaba el pene de Bill Clinton, cómo se llamaba, Monica Lewinsky, ha regresado para hablar de ello y da conferencias. ¿Se podría esperar que permaneciese callada y desapareciese? No. Lo mismo que el ladrón o el mafioso va a televisión a contar lo que ha hecho. Éste es un fenómeno totalmente nuevo en la historia de la humanidad: es importante aparecer en público. Hace no mucho, en Italia, un marido cornudo compró una página de publicidad del 'Corriere della Sera', que cuesta un montón de dinero, para decir que su mujer era una puta. Y la mujer compró a continuación otra página para decir que el marido no estaba bien. Esta importancia de mostrarse ante otra gente era algo que hasta ahora sólo se veía en algunos asesinos en serie, que querían llamar la atención de los medios y de la policía. Pero un 'serial killer' es un loco, y ahora son las personas comunes las que tienen esta necesidad. Es como compartir una colonoscopia con el mundo.
La actitud de muchos intelectuales de hoy es llevarse continuamente las manos a la cabeza. ¿Cuál es su técnica para no caer en lo apocalíptico?
Escribir libros. Describir los problemas. Y tener la esperanza de que alguien que los lea piense, por ejemplo, que va a ser más cauto a la hora de leer un periódico. El intelectual debe denunciar los vicios de la sociedad; si se desata un incendio en un teatro no puede sentarse en una silla a recitar poesía: tiene que llamar a los bomberos, como haría cualquier otro ciudadano.
Pero sigue habiendo muchos intelectuales que, como Platón, aseguran que todo iría mejor si se les diese el poder.
Pero esta idea de Platón se demostró fallida cuando fue a Sicilia. Es por esto que siempre he preferido a Aristóteles, porque aconsejaba y se ocupaba de otras cosas serias, aparte de la política.
¿Cuál es la clave para, con 83 años, seguir manteniendo la pasión por contar?
Siempre he contado algo. Antes contaba chistes, pero en los últimos años he parado, porque Berlusconi ya contaba demasiados. Pero desde pequeño escribía cómics y novelas, que nunca terminaba. Luego contaba cosas a mis hijos. Y ahora tengo a mis nietos. Pero, hablando de mis libros, si te fijas bien en mis libros de filosofía y ensayo, son también narraciones, siempre cuento cómo he procedido en la búsqueda. Hay muchas formas de contar. Dar clases a los estudiantes es una de ellas, porque siempre he pensado que nuestra forma de conocer no es a través de las definiciones, sino de las historias. Cuándo un crío pregunta de dónde vienen los niños no se le da una lección de genética, sino que se habla del polen, las mariposas, la semilla de papá... Las cosmologías son en realidad novelas del origen del mundo. Los historiadores no hacen sino contar... No nos damos cuenta de que es la forma principal de ver el mundo. Y nos sirve para entender cosas como lo que pasa en Siria e Irak. Porque el fanático no cuenta historias: tiene una verdad en la cabeza y la repite.
¿Qué le parecen las entrevistas?
Es un problema que yo, como autor, me encuentro. Se publica un libro y, hace tiempo, uno esperaba las críticas, que podían tardar un par de meses, porque el crítico tenía que leerse el volumen. Ahora o se habla el día después o nada. Y hay que hacer una entrevista, porque si no la das, no hay crítica. Y la entrevista es un texto que siempre habla bien del libro, lo cual es una manera de engañar al lector, porque es obvio que el autor va a hablar bien de su libro, mientras que uno espera una argumentación contrastada del crítico. Me ha pasado lo siguiente: dar una conferencia y, al término de ésta, venirme un periodista a que le contase lo mismo que había dicho. ¡Maldita sea, si estabas ahí! ¡Podías haberme grabado, es tu trabajo! Pero está esta idea de que la entrevista es más noble, más 'scoop'. Y ves un periódico hoy y está lleno de entrevistas, cuando las únicas que tienen realmente sentido son con aquellas personas que no las dan, como corruptos, asesinos o gente así. Una entrevista conmigo es una pérdida de tiempo [risilla].

Ciencia para predecir si un libro será o no bestseller

¿Puede la tecnología determinar si un libro va a ser un éxito de ventas o se va a quedar en un fiasco comercial?

Bonita esperanza, creer que se pueda predecir si un libro sea o no bestseller desde los algoritmos matemáticos:especulación inútil./libropatas.com
Sorprendentemente (o quizás no tanto, el avance del análisis de datos ha conseguido ya cosas increíbles), científicos estadounidenses han desarrollado un algoritmo que permite analizar el contenido de un libro y determinar, con un ochenta y cuatro por ciento de posibilidades de acierto, si va a ser o no un bestseller. 
La profesora asistente del departamento de computación de la Universidad de Stony Brook (Nueva York) Yejin Choi y su equipo son quienes están detrás del algoritmo. Choi ha publicado sus conclusiones en el estudio Success with Style: Using Writing Style to Predict the Success of Novels, que acaba de ser presentado en la Empirical Methods in Natural Language Processing (una publicación – conferencia centrada en el análisis del lenguaje natural).
Stony Brook - equipo análisis de best sellers

"Examinamos la conexión cuantitativa entre el estilo de escritura y la literatura de éxito", explica Yejin Choi en la web de la universidad. "Basándonos en novelas de diferentes géneros, investigamos el poder preditivo de la estilometría para diferenciar trabajos literarios de éxito e identificamos los elementos estilísticos que son más abundantes en los escritos de éxito".
La estilometría, por cierto, no es un ciencia nueva, aunque las nuevas tecnologías han ayudado (y mucho) a conseguir resultados más afinados y más exactos. Es la base, por ejemplo, del análisis que permitió descubrir que J. K. Rowling era la autora de El canto del cuco.
Los investigadores consiguieron llegar a varias conclusiones altamente interesantes sobre los libros que ya han sido bestsellers. Así, los libros de éxito emplean más conjunciones (y, o, pero) para unir frases y también usan habitualmente preposiciones, sustantivos o pronombres. Los libros que no han conseguido el éxito abusan de los verbos, los adverbios y los extranjerismos. Y, por cierto, aunque mucha literatura de éxito nos parece a veces excesivamente tópica, los tópicos están en los libros que no han triunfado. Según las conclusiones del equipo de la profesora Choi, los libros no exitosos apuestan por palabras llenas clichés como amor, lugares comunes y palabras extremas o negativas.
Los resultados de la investigación, que contó con el apoyo financiero de una donación de Google, se pueden no solo aplicar a los libros sino también a las películas. En el cine, consiguen una tasa del ochenta y nueve por ciento de aciertos.

El sueño de un muerto

La fotografía criminal en México suele ser un género grotesco. Esta imagen es una excepción por su enigmática dignidad estética
Fernando Flores, asesinado en Puebla (México). / Rafael Durán./elpais.com

Parece como si Fernando Flores Solís estuviera dormido. Pero está muerto, porque lo ha matado su hijo Mario con una pistola de calibre 9 milímetros. Es como si fuese a respirar –despacio–. Pero el único agujero que respira, y que le ha absorbido todo el oxígeno a Fernando Flores Solís, es el orificio de bala. Con el círculo de pólvora y las líneas concéntricas que se extienden desde la perforación, forma un relieve que recuerda a un volcán. El resto del cristal es una retícula de sangre y vidrio estallado. El 19 de septiembre, el diario mexicano Reforma publicó la imagen en un apartado de breves sobre homicidios: ‘Matan a comerciante en Puebla’.
La fotografía criminal es un producto exitoso en México. Los periódicos más vendidos llevan cadáveres en la portada. Son fotos explícitas, a veces brutas hasta lo ficticio, y ocupan un lugar de privilegio en los quioscos, ofreciéndose con naturalidad al peatón –adulto o niño–. Hace dos años, un diario presentó en primera plana una cabeza que había ido a empotrarse en una hornacina de un cementerio tras salir impulsada en un accidente de tráfico. Dentro de esta industria de lo grotesco, el retrato del comerciante asesinado llama la atención por su enigmática dignidad estética. La hizo Rafael Durán, un fotógrafo de provincia que tiene una camarita tatuada en la muñeca izquierda.
Aquella mañana estaba en la calle con el reportero con el que le tocaba hacer guardia, y no habían desayunado. Un “contacto” llamó al reportero y le dijo que había un muerto en Huejotzingo, una zona rural. Se subieron a la Kawasaki de Durán y salieron corriendo por la autopista. Al llegar al campo se desorientaron. Durán se encabronó. “Me encabroné”, dice Durán. En el lugar huele a estiercol, pasan carros tirados por caballos. Aún se ven muchos muros de adobe. Tardaron una hora en llegar al punto exacto. Era una pista de tierra, solitaria, entre sembradíos de alfalfa.
Durán no recuerda qué hora era, pero sí que el sol “estaba en su lugar”. “Era un día despejado”, dice, “muy bonito. La luz me iluminó el retrato”
Durán no recuerda qué hora era, pero sí que el sol “estaba en su lugar”. “Era un día despejado”, dice, “muy bonito. Un día generoso. La luz me iluminó el retrato”.
Cuando llegaron había una patrulla, unos cuantos policías y una camioneta color vino. Durán se bajó de la moto con el casco puesto. Nunca se lo quita al llegar a la escena del crimen, por si a alguien, al verlo con la cámara, le da por pegarle o por tirarle una piedra. Dio unos pasos hacia la camioneta y un agente le dijo: “Hasta ahí”.
Primero tiró desde lejos. “Con telefoto”. Luego otro policía, que lo conocía, lo saludó y él se pudo acercar más. “A tres metros, o dos”. Apuntó a la ventana del conductor y le tomó el retrato definitivo. “Con un angular 24x70”.
Los policías les comentaron que había sido un asalto, pero por la tarde se supo que lo mató su hijo porque habían reñido el día anterior. El chico, de 19 años, está en la cárcel. El padre tenía 41. Trabajaba de repartidor de una empresa de piensos y, por su cuenta, también repartía quesos. Mario conocía su recorrido. Lo emboscó sobre las siete de la mañana.
Al terminar el trabajo, Durán le dijo a su compañero que había conseguido la foto. “Invitas tú a desayunar”.

La macabra historia de la acuarela de Hitler que se subasta en California

La naturaleza muerta fue vendida por un marchante judío que creyó en el dictador nazi y que luego fue deportado al gueto de Lodz
La acuarela que Hitler pintó en 1912 y que se subasta ahora en Los Ángeles./elperiodico.com

Una acuarela que Adolf Hitler pintó en 1912 cuando era un aspirante a artista de 24 años será subastada este jueves en Los Ángeles (EEUU) por un precio inicial de 30.000 dólares (27.000 euros). Se trata de una naturaleza muerta de flores rojas, rosas y naranjas en un jarro azul con una macabra historia detrás.
Hitler pintó la acuarela en Viena, donde se había instalado en su intento de hacer carrera como pintor. Allí entró en contacto con Samuel Morgenstern, un marchante de arte judío que creyó en su talento y desde 1911 vendió muchas de sus obras, entre ellas la subastada ahora por Nate D. Sanders, a ricos judíos de la ciudad.
Esa confianza en el joven no le valió de mucho a Morgenstern porque cuando Hitler accedió al poder e instauró el régimen nazi, hizo cerrar la galería, confiscó las obras e hizo deportar al marchante al gueto de Lodz, donde murió en 1943.
La acuarela ahora subastada, de la que no consta quién es el actual propietario, va firmada 'A. Hitler' en la parte inferior derecha y por detrás tiene el sello de la galería de Morgenstern.

25.3.15

El encuentro de dos genios

El escritor Nahum Montt lanzó su nueva novela, Hermanos de tinta, en la que, entre realidad y ficción, logra que se conozcan dos grandes de la literatura universal: Miguel de Cervantes y William Shakespeare
Nahum Montt, autor colombiano de la novela Hermanos de tinta./elespectador.com

Portada Hermanos de tinta de Nahum Montt.

Un día de 2004, cuando cruzaba una calle, a Nahum Montt casi lo atropella un bus del colegio Liceo Cervantes. Esa fue la señal para cerrar su libro El eskimal y la mariposa. Dos años después publicó Miguel de Cervantes, versado en desdichas, una biografía del creador de El Quijote. El pasado 17 de marzo trascendió la noticia de que fueron hallados los restos del célebre autor en una cripta de la iglesia de San Ildefonso en Madrid. Al día siguiente Montt lanzó en Bogotá su nueva novela, Hermanos de tinta, que también habla sobre el escritor español.
Paradojas o coincidencias de un hombre dedicado al oficio de la escritura entre la noche y el alba, con una vida tan intensa como su obra literaria. Nacido en Barrancabermeja (Santander) en 1967, estudiante del seminario San Pedro Claver del puerto petrolero, consumidor habitual de raspao en el camino a su colegio o cliente de las novelas de vaqueros que se exhibían en las tiendas como ropa secándose, su casa natal fue punto de encuentro para escuchar salsa, Beatles, Mercedes Sosa o Silvio Rodríguez, o de los amigos que llegaban a ensayar comedias de Molière.
A los 17 años asumió que era el momento de coger camino y se fue a Medellín a estudiar ingeniería electrónica, por aquello de que algún día podía ingresar a Ecopetrol y abrirse paso en Barranca. Pero pudo más la escritura. Emigró a Bogotá en 1989, entró a estudiar literatura en la Universidad Nacional, y todo lo que vivió trascendió en sus páginas. El año que llegó mataron a Luis Carlos Galán. Menos de un año después a Bernardo Jaramillo y a Carlos Pizarro. Tres candidatos presidenciales asesinados que fueron materia prima de El eskimal y la mariposa.
La publicó en 2004 y ganó el Premio Nacional de Novela. Rastreando en la memoria colectiva construyó historia alrededor del asesinato de una anciana en el barrio El Polo y dejó testimonio de una época crítica en Colombia. Tan difícil como los días de su niñez y adolescencia, en los que constató el impacto de la lucha armada o de la agitación sindical en Barrancabermeja, en esa encrucijada de caminos en Santander, como bautizó la ciudad el escritor Enrique Serrano, como él o Andrea Cote y Pablo Montoya, integrantes de la denominada generación del petróleo.
Ya existía en su vida Nancy Valero, una admirable mujer que conoció una noche en que se sentó a su lado durante un recital de La Maga en la fundación Gilberto Alzate, y con quien armó un hogar distinto con ocho hijos adoptados. Tres que acogió ella en sus periplos diarios como directora ejecutiva de la fundación Mujeres de Éxito; dos de su hermano Afranio, que trabajaba con la Fiscalía y fue asesinado en Barranca; otro de un hermano de su mona Nancy, que corrió la misma suerte en los Llanos, y dos más que les dio la vida y alegraron su patrimonio humano.
Todos crecieron en una espaciosa casa del barrio La Castellana repleta de libros, retratos y objetos con historias propias, donde Nahum Montt se acostumbró a escribir desde las dos de la mañana en su estudio, antes de que el tropel de sus ocho hijos y cuatro nietos, o el de las líderes que fortalecen la vida de Nancy, llegara a diseminar su energía por todas partes. Cuando empezaba el alboroto familiar y social, él ya había avanzado unas cuantas páginas y emprendía su ronda de profesor universitario en literatura en diversas aulas bogotanas.
Con esa disciplina escribió en cuatro años su novela Lara (2008), en la que aportó su versión literaria sobre el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, asesinado por el narcotráfico en los años 80. Documentado con las técnicas del periodismo, pero labrado con los imaginarios libres del novelista. Los mismos que ha enseñado en sus talleres de narrativa o que aprendió a descubrir en los clásicos thrillers del Viejo Oeste de su infancia. Entre la verdad y la ficción, pero con el aliento necesario para explorar en el alma de un hombre que dejó honda huella en Colombia con su cruzada solitaria.
Después de Lara hizo una pausa de siete años sin renunciar a los hilos sueltos de sus años de juventud y retornó a Cervantes y sus fantasmas. Esta vez para lograr lo imposible: un encuentro personal del escritor español con ese otro coloso de la creación literaria universal llamado William Shakespeare. En Valladolid, en el lejano 1605, con ocasión de la ratificación del tratado de paz entre España e Inglaterra después de 20 años de guerra. Cervantes como comisario, deambulando entre soldados, jueces o alguaciles, y Shakespeare con su compañía de teatro.
Un entramado de cornudos, putas o rufianes en el que Cervantes rememora a su abuelo lector de novelas de caballería o evoca sus días en la cárcel de Sevilla, y Shakespeare expía en su obra itinerante sobre la venganza de Hamlet, príncipe de Dinamarca, su dolor familiar y la verdad que aflora en su última representación en Valladolid cuando afirma: “Somos fantasmas y nuestro destino es disolvernos en el aire, como el humo (…) sólo somos las historias que nos contamos. Una sombra de los relatos, nada más. Estamos hechos de los personajes que representamos”.
En el corral de Plazavieja, antes de regresar a Inglaterra y recogiendo trastos en el Baúl de los Duendes, con sendos vasos de ron, Shakespeare encuentra a Cervantes y en una frase resume lo que intuyó desde niño: “Siempre supe que tenía un hermano de tinta. Lo que nunca imaginé es que fuera español”. Cierto o no, eso poco importa, todo es posible en el mundo de la ficción literaria y Nahum Montt —con nombre de profeta menor por el azar de una página bíblica—, lo logra a través de una novela en la que prueba la madurez del oficio en cada palabra de su seductor relato.
Algo de su minucioso rastreo personal a la vida y obra de Miguel de Cervantes, la atmósfera judicial y hasta policíaca de sus anteriores novelas, pero ahora trasladada a las salas de audiencias de los albores del siglo XVII, y su depurada técnica para que los diálogos fluyan como un libreto de escena. Quinto libro y cuarta novela de Nahum Montt desde 1999, cuando debutó con Midnight Dreams. La obra en crecimiento de un escritor que escarba en la historia del mundo o esculpe en la memoria de Colombia para imaginar lo trasegado por otros o descubrir los ecos de su propia voz.

Diez escritores que trabajaban de noche

La verdadera  creación literaria no tiene tiempo
/Rene./libropatas.com

Aquí van algunos escritores que trabajan de noche:
- Samuel Johnson. Es uno de esos escritores clásicos de la literatura inglesa y uno de los que lo hizo por las noches. Trasnochaba – y no por escribir solo – por lo que no llegaba a su casa hasta las dos de la madrugada (el siglo XVIII, si eras acomodado, podía ser bastante divertido). Mientras los demás dormían, él simplemente escribía. Y tiene su mérito, que recordemos que no había poderosas bombillas eléctricas (¡ni siquiera máquina de escribir!) y tenía que hacerlo a mano, claro, y a la luz de las velas. Y, para que aún os caiga mejor, se lamentaba de que la pereza era su mayor enemigo: él intentaba hacerse con rutinas y ser constante, pero… no es tan fácil.
- Friedrich Schiller. A Schiller le encantaba tener un cajón con manzanas podridas en su cuarto de trabajo, porque el mal olor le hacía sentir la urgencia de escribir. Además, le gustaba trabajar de noche, porque no soportaba ser interrumpido por nadie ni por nada. Fumaba como un poseso y bebía café (y vino) para no dormirse. Y aunque a él le molestaba el ruido, no era muy respetuoso con no interrumpir las costumbres de los otros. Sus sufridos vecinos tenían que escucharlo declamar por las noches. Lo hacía a gritos, por supuesto. Esperemos que en el XVIII ya hubiese buenos tapones para los oídos.
- George Sand. Ya os hablamos de cómo trabajaba George Sand cuando abordamos las rutinas de trabajo de las escritoras. Escribía de noche – y mucho – tanto como para dejar a sus amantes en cama dormidos e ignorantes de lo que estaba pasando e irse a escribir alguna de sus novelas.
- Franz Kafka. Todos sabemos que Kafka no vivía de la escritura y que si su amigo y editor, Max Brod, no hubiese obviado sus deseos, nunca habríamos podido leer sus obras. Durante el día, Kafka trabajaba en el Instituto de Seguros contra Accidentes para Trabajadores de Praga, un sitio con un nombre bastante aburrido y donde él no estaba muy conforme, y además tenía que interactuar con su familia. No podía escribir hasta que llegaba la noche. Como le confesaba a Felice Bauer, el piso en el que vivía con sus familiares era antes demasiado ruidoso.
- Marcel Proust. Si piensas en Proust, piensas en desayuno: la culpa la tiene la magdalena (aunque en realidad la magdalena en cuestión es culinariamente imposible) y también el saber que Proust se alimentaba de café y croissants (que es una dieta que podríamos poner de moda: saludable no será, pero atrayente lo es bastante). Aunque los hábitos de vida del autor no eran tan madrugadores: se levantaba a media tarde y escribía de noche en su habitación con las paredes de corcho para evitar los ruidos del exterior.
- Thomas Wolfe. Se murió muy joven (a los 38 años) y hace ya bastantes años (en 1938) pero aún así Wolfe es considerado aún uno de los autores más importantes de la literatura estadounidense moderna.  Empezaba a escribir a eso de la media noche y para ello se tomaba “increíbles cantidades de té y café”, como nos cuenta Mason en su libro. Y además lo hacía de una forma no muy cómoda: era uno de los escritores que escribían de pie y en vez de mesa, como era muy alto, usaba la parte de arriba de la nevera como atril.
- Gustave Flaubert. Flaubert estableció una disciplina estricta para escribir Madame Bovary, que no era un libro sencillo. Trabajaba por las noches varias horas porque durante el día se distraía más fácilmente (aunque no vivía de noche únicamente, porque cumplía con sus obligaciones familiares: vivía con su madre, su sobrinita de cinco años, la institutriz y de vez en cuando un tío). Aunque trabajaba de noche, se levantaba todos los días a las 10 y se daba un baño muy caliente (más puntos a favor de Flaubert: se bañaba antes de que fuese mainstream) y hacía varias cosas, como dar clase a su sobrina por las tardes. A las 9 o 10  de la noche, cuando su querida madre se iba a dormir, él se enfrentaba a Emma Bovary.
- Toni Morrison. Aunque en sus últimas décadas de trabajo Morrison trabajaba de forma diurna, al principio la escritora era un ave nocturna. Tenía una explicación. La escritora tenía un trabajo diurno y dos hijos que también reclamaban su atención, así que dedicaba las noches a su propia ficción. “No voy a cócteles, no organizo cenas sociales ni asisto a ellas”, decía. “Necesito esas horas de la noche porque en ellas puedo trabajar una barbaridad”.
- Anne Rice. Rice tampoco ha sido fiel para siempre a una rutina de trabajo, pero algunas veces sí ha dedicado la noche a escribir y el día a dormir. Lo hizo con Entrevista con el vampiro, porque por la noche era el momento en el que conseguía concentrarse porque nadie la molestaba con llamadas o conversaciones.
- Stephanie Meyer. La propia escritora lo cuenta en su web: escribió toda la saga Crepúsculo por las noches. Aunque aprovechaba el día para pensar en la trama (las ideas se le ocurrían en clase de natación), no se sentaba delante del ordenador a trabajar hasta que llegaba la noche y la casa estaba en silencio.

Nigeria: terror y furia

Wole Soyinka.El Premio Nobel de Literatura traza un panorama de su país, encerrado entre la negligencia del gobierno y las atrocidades del yihadista Boko Haram, ante las elecciones pospuestas
Abubaker Shekau, líder de Boko Haram. El acuerdo de este grupo terrorista con el Estado Islámico ofrece una nueva puerta de entrada al yihadismo./revista Ñ.

Wole Soyinka, escritor nigeriano, Premio Nobel 1986.

En febrero, por primera vez, la secta terrorista Boko Haram atacó dos ciudades de Níger cerca de la frontera con Nigeria. La cuenta es pesada: murieron 109 yihadistas, cuatro militares y un civil. En este contexto, la comisión electoral ha decidido posponer hasta el 28 de marzo las elecciones presidenciales para hacer llegar algunos millones de boletas electorales a los ciudadanos en la zona de guerra, y asegurar los lugares de votación. Los Estados Unidos, junto con la mayor parte de las organizaciones civiles en Nigeria, protestan la decisión de postergar la elección, que según las predicciones será muy pareja. El escritor nigeriano Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura en 1986, ha estado siempre muy involucrado en la vida política de su país. En prisión dos años durante la guerra de Biafra, hacia el final de los sesenta, condenado a muerte treinta años después y luego forzado al exilio durante la dictadura del general Sani Abacha, Soyinka expresa sus sentimientos ante la negligencia del gobierno de su país y a las atrocidades perpetradas por Boko Haram.
–¿Cuál es su reacción ante la intervención de los ejércitos de Chad, de Camerún o de Níger, que avanzan al interior de sus fronteras para hacer el trabajo del que se tendría que hacer cargo el ejército de su país?–Invocar la inviolabilidad de nuestra soberanía en la lucha contra Boko Haram y contra el terrorismo, como hizo nuestro gobierno, ha sido de un nivel de idiotez y arrogancia increíbles. Ante las atrocidades, nuestros vecinos comprendieron que se trataba de una agresión global y que la respuesta debía ser global. Si Chad, Camerún y Níger intervienen, es para evitar que Boko Haram se propague como un incendio también en sus territorios.
–¿Usted siente vergüenza cuando ve la incapacidad de los dirigentes de su país en poner fin a las brutalidades de Boko Haram?–Antes que nigeriano y africano, soy un ser humano. Frente a estos crímenes contra la humanidad no me siento agredido como un nigeriano en un país soberano, sino como un hombre. No siento vergüenza. Ellos son los responsables, quienes deberían avergonzarse, tanto los unos como los otros. Yo estoy furioso y me siento humillado por mi propio gobierno.
–Por un lado las urnas electorales, por otro, la sangre y las cenizas de las masacres. ¿Cómo vive este contraste?–Lo cierto es que el gobierno de Goodluck Jonathan se ha mostrado incapaz de ejercer el poder, demostrando una total falta de imaginación para responder a las agresiones. La opinión pública nigeriana lo sabe bien, se da cuenta de que el gobierno ha despertado demasiado tarde para responder a una insurrección que con el tiempo ya se ha consolidado. Si se toma en cuenta sólo el secuestro de los 200 estudiantes de Chibok el año anterior, cualquier presidente en cualquier otro país del mundo habría reaccionado con el mayor vigor posible en los diez días sucesivos, o habría ofrecido su renuncia. Y aquí no ocurrió ni una cosa ni la otra.
–Pero Boko Haram se fundó hace más de diez años, de modo que la responsabilidad recae también en los gobiernos que lo precedieron…
–Sí, y todos cometieron el error de subestimar el avance de la islamización. Por ejemplo, durante la presidencia de Obasanjo, entre 1999 y 2007. No se hizo nada para fortalecer ciertos principios constitucionales de laicismo cuando Estados federales como Zamfara (actualmente en la zona controlada por Boko Haram) decretaron la aplicación de la Sharia. Así, han reforzado el poder de los rebeldes. El presidente Goodluck Jonathan es culpable, claro que junto a otros, de no haber comprendido que la agresión del islam radical iba a crecer.
–¿Tiene más confianza en el opositor, el ex presidente Muhammadu Buhari, de quien usted mismo ha combatido sus tendencias “fascistas”?–Sería un salto a lo desconocido, aunque conozcamos su pasado en materia de violaciones a los derechos humanos. Pero al mismo tiempo no podemos continuar con el sistema que encarna el presidente saliente Jonathan. Entonces nos queda un solo candidato, y es un verdadero pecado en un país de 150 millones de habitantes, que contiene tanta gente más responsable, más inteligente y provista de mayor imaginación. Cada uno deberá decidir según su propia conciencia.
–Usted habla de la “insurrección” de Boko Haram. ¿Y de su barbarie?–Es una insurrección bárbara, absolutamente. Pertenece a una “especie” que ha abandonado hace mucho tiempo la comunidad de los seres humanos. Pero no son solamente nigerianos. Son agentes de un fundamentalismo a escala planetaria, cuya capacidad de reclutamiento se refuerza nutriéndose de una lectura perversa del Corán, con el único objetivo de hacer enemigos a todos los que no son como ellos, hasta entre los propios musulmanes. Agreguemos las desigualdades sociales, exclusión, pobreza y van a ver que el fenómeno se vuelve explosivo.
–Se acusa al ejército de ser brutal en extremo o tan corrupto como para negarse a combatir. ¿Esto es cierto?–No podemos soportar más violencia, sea la del Estado o la sectaria. No queremos que la violencia sirva de instrumento para la regulación de la sociedad. ¿Pero qué puede hacerse cuando pequeños grupos atacan una comunidad? Si debe existir un ejército, se necesita para proteger a las víctimas. Es una responsabilidad moral, con la condición, es claro, de que el ejército se comporte con un mínimo de respeto por los derechos humanos.
–¿En su opinión, cómo han terminado las muchachas secuestradas en Chibok? ¿Será posible salvarlas?–Se sabe que las dividieron en pequeños grupos. Algunas se vendieron como esclavas, como objetos sexuales, otras murieron por enfermedad o asesinadas. No las volveremos a encontrar intactas. Serán mujeres desgarradas toda su vida. El deber de nuestra sociedad es asegurarse de que los que perpetraron esta acción innoble, que han abofeteado a nuestra nación, paguen de un modo u otro este crimen contra la humanidad. Este secuestro no podrá borrarse de nuestra memoria. Es una mancha indeleble en nuestra historia.
© Traducción del francés, Elda Volterrani.
© La Repubblica. Traducción del italiano: Andrés Kusminsky
      Con Estado Islámico 
      Narrar y vivir en un país sin luz

El libro de la vida de Virginia Woolf

Fin de viaje, la primera obra publicada por la autora inglesa, cumple un siglo

La escritora Virginia Woolf, en 1931. / Colección de la librería de Houghton./elpais.com

Veintiséis años antes de que Virginia Woolf se hundiera en las frías aguas del río Ouse, en 1941, publicó su primera novela donde la vida de la protagonista termina de forma prematura, a la vez que avanza su renovador y magistral futuro literario. Lo hizo hace un siglo, el 26 de marzo de 1915, en una novela premonitoria titulada Fin de viaje. Ahí empezó su cuenta atrás, no solo al contar la historia de la joven Rachel Vinrace, donde criticaba el mundo de la época y rompía los esquemas de la narración, sino también por lo que anida en el libro de lo que fue y habría de ser su vida, su concepción de sí misma y sus últimas horas.
Fin de viaje supone un ámbar biográfico y literario de Virginia Woolf (1882-1941) donde destellan las conexiones entre esa novela y los últimos días de la escritora: los dos hechos suceden casi al comienzo de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, respectivamente; ambos están precedidos por brotes psicóticos de la narradora y ensayista; la protagonista quiere desencorsetarse de la herencia victoriana y reivindica derechos de la mujer, mientras en la vida real, Woolf, con 59 años, ya es reconocida por todo ello y se enfrenta a un mundo insospechado de cambios vertiginosos; es en esta historia donde aparece la señora Dalloway, una de las señas de identidad de la escritora inglesa; en la novela, el amor es un hallazgo, oscilante, que se intenta describir, algo en lo que Virginia Woolf insistió de manera infructuosa… y esto es el primer fogonazo entre su ópera prima y su adiós.
Ilustración: Loredano.

Veintiséis años separan esos dos momentos conectados por un relámpago que lo ilumina todo al echar la vista atrás en las 949 páginas de Virginia Woolf. La vida por escrito (Taurus), de Irene Chikiar Bauer. Es la primera gran biografía en español de una de las escritoras más influyentes del siglo XX y que desde el principio quiso romper esquemas narrativos y dar voz a la Voz, como el agua que fluye y siempre encuentra una salida. Hablan por ella La señora Dalloway, Al faro, Orlando, Las olas, Una habitación propia
Coincide con la edición de una nueva biografía, la más destacada escrita en español
Y aquí, Chikiar Bauer, periodista y escritora argentina, reconstruye esa existencia y muestra el ir y venir entre realidad y ficción. Virginia Woolf, dice la biógrafa, utilizó experiencias de su vida en sus libros, pero, precisa, no se puede “afirmar que la suya sea una escritura autobiográfica o de autoficción, aunque al contar con todo el material autobiográfico del que disponemos, sus cartas, sus diarios personales, ensayos y memorias, veamos que la temática de su literatura tiene que ver con cuestiones que le concernían personalmente”.
Es la felicidad astillada.
Siete años ha invertido la periodista en mostrarla en este volumen dividido en dos partes: la primera recoge sus 22 años iniciales, hasta la muerte de su padre en 1904 (periodo en el cual nacen sus demonios, para bien y para mal, y que la espolean: el padre en la torre de marfil, la madre vigilante, su hermana Vanessa, pintora, y la sombra del incesto por culpa de uno de sus hermanastros). La segunda parte es el resto de su vida, año a año. Supone un asomo al universo Virginia Woolf, que pendula entre las huellas de la época victoriana y las dos guerras mundiales y, en medio, el mundo que se abre al modernismo y al que ella misma contribuye con su literatura o grupos como el de Bloomsbury. Como colofón, su vida en fotografías.
Casi todo y toda ella está en Fin de viaje. Es como el libro de la vida de su vida, escrito 26 años antes de morir, y que Irene Chikiar reconstruye: “Lo empezó en el verano de 1907 y lo envió a la editorial en 1913, hasta que se publicó el 26 de marzo de 1915. Buscó, como en sus principales libros, experimentar maneras menos convencionales de tratar el argumento y los personajes, lo cual requería salirse de los cánones establecidos. Se puede decir que Fin de viaje refleja las preocupaciones de Virginia Woolf durante su adolescencia y primera juventud, siendo centrales cuestiones como las dificultades en las relaciones entre hombres y mujeres jóvenes, la ignorancia sexual y el lugar en la sociedad que ocupaban las jóvenes de su clase, e incluso el efecto de la muerte prematura de la madre”. Ya en esa obra señala la necesidad de un cuarto propio para la protagonista, “donde poder tocar música, leer, meditar, desafiar al mundo, habitación que podía convertir en fortaleza y santuario”.
En Fin de viaje son centrales cuestiones como las dificultades en las relaciones entre hombres y mujeres jóvenes, la ignorancia sexual y el lugar en la sociedad que ocupaban las jóvenes de su clase, e incluso el efecto de la muerte prematura de la madre”.
Irene Chikiar
Y así lo hizo ella misma hasta el final, sin dejar de trabajar los temas que la conectaron con Fin de viaje… En la historia de Rachel, el amor y la felicidad, su búsqueda con el joven Terence Hewet, es frustrada, y “la cuestión sexual no se aborda”, mientras la escritora y Leonard sí se casaron, pero llevaron una vida sentimental singular donde, tanto en la novela como en la realidad, el amor va más allá de lo terrenal y su realización está impregnada de un aire de imposibilidad; la atracción homosexual parece aletear alrededor de la joven protagonista y se concreta en la autora. Rachel enferma y muere prematuramente, mientras la escritora se suicida. Tras la muerte de ambas, mientras en la novela se dice: “Nunca dos personas han sido tan felices como lo hemos sido nosotros. Nadie ha amado nunca como nos hemos amado nosotros”; en el mundo real, Virginia Woolf dejó una carta a su marido cuyas últimas palabras son: “No creo que dos personas pudieran ser más felices de lo que fuimos tú y yo”.
Y todo ocurrió un viernes. Un viernes 26 de marzo de 1915 Virginia Woolf dio a conocer su mundo literario en Fin de viaje y un viernes, 26 años después, ella dijo adiós.

Virginia Woolf en sus novelas

Irene Chikiar Bauer cuenta qué prestó Virginia Woolf de su vida a cuatro de sus novelas más emblemáticas y por qué las escribió. Al faro (1927), novela clave del modernismo y reafirmación de su autora en el canon del siglo XX, y que pasa por ser, quizá, su obra más autobiográfica no está incluida en este recorrido precisamente porque es de las que más se suele hablar. Recuerdos de infancia y manipulación del tiempo resumidos por la biógrafa en Virginia Woolf. La vida por escrito (Taurus): “Las ideas y visiones de Al faro convocaban emociones asociadas al recuerdo de sus padres y de su propia infancia, y evocaban los veranos en St. Ives y toda la fuerza de esa realidad perdida. Mientras escribía, Virginia llamaba al pasado y lo fijaba en palabras”.

La señora Dalloway (1925):

“En esta novela, la preferida de muchos lectores, quiso ‘mostrar lo escurridizo del alma’, pero también, mientras la escribía, sintió que tenía casi demasiadas ideas, quería ‘dar vida y muerte, cordura y locura’, ‘criticar el sistema social, y mostrarlo en funcionamiento, en su forma más intensa’. En La señora Dalloway bosquejó un estudio de la locura y el suicidio: ‘El mundo visto por cuerdos y locos, lado a lado’. Allí volcó experiencias de sus propias enfermedades y trastornos psíquicos (en el personaje de Séptimus, un soldado que sufre stress post traumático y se suicida tras un brote de locura), también reflexionó acerca de la condición de las mujeres de su época, reflejadas en Clarissa Dalloway, su hija, la institutriz, o Sally, la amiga de juventud de Clarissa. Las dificultades de la relación entre hombres y mujeres está presente en este libro, lo mismo que su amor por la ciudad de Londres, o la devastación que produce la guerra, una problemática sobre la que trata en casi todas sus novelas.
Tal vez, una de las cuestiones que ella consideró más importante es que en esta obra logró un gran ‘descubrimiento’, un método que le permitió excavar ‘hermosas cavernas’ detrás de sus personajes, logrando “humanidad, humor, profundidad”. De alguna manera, Clarissa Dalloway actúa como doble de Virginia Woolf; muestra lo que podría haber sido de ella, si la rebeldía a las normas, su conciencia humanitaria y la pasión por la escritura no hubieran interferido el destino victoriano que había trazado sus padres y la época en la que le tocó nacer”.

Orlando (1928):

“Quiso escribir Orlando en un estilo burlón, claro y sencillo, de modo que la gente entendiera la novela. El libro, en homenaje a su amiga y ocasional amante Vita Sackville West, debía tener un cuidadoso equilibrio entre verdad (hechos) y fantasía (ficción). Pero Orlando es más que un ejercicio brillante y liberador. Gracias a esa novela la autora logró ascendiente sobre Vita, la halagó, y a través de ella tal vez elaboró los celos que le provocaban sus relaciones con otras mujeres. Además, gracias al Orlando, expresó, en clave literaria, la liberalidad sexual que caracterizaba a los integrantes de Bloomsbury. Suerte de biografía ficcional de Vita, en el libro también se reconocen versiones satíricas de amigos, parientes e incluso a la propia Virginia Woolf ya que recrea aspectos de su propia experiencia como escritora, aborda las problemáticas de género y alude a la bisexualidad de Vita, y a cuestiones de la identidad al explicitar que en Orlando, ‘el cambio de sexo modificaba su porvenir, no [modificaba] su identidad”.

Las olas (1931):

“Aquí hizo confluir introspección y aventura estética y justifica su tendencia, siempre presente en los diarios íntimos, de volver al pasado para entender el presente y proyectarse al porvenir. Desde un punto de vista autobiográfico, explicó Las olas como un intento de plasmar una visión o estado mental que tuvo cuando terminaba Al faro, su anterior novela, sintiéndose muy desdichada y experimentando el ‘dolor físicamente como una dolorosa ola que se hincha sobre el corazón’. También había deseado expresar ciertas visiones: ‘El lado místico de la soledad’. Las olas es un libro de madurez, donde recrea los ‘momentos de vida’ que tanto la habían conmovido de niña; como la vez que no pudo saltar un ‘charco en el sendero’, porque ‘todo de repente fue irreal […] el mundo entero se volvió irreal’. En esta novela quiso expresar ‘la idea de una corriente continua, no solo de pensamiento humano’ sino de la Infancia, aunque dejando en claro que no se trataría de su propia infancia. En polifonía, alternan los soliloquios de seis personajes que se conocen desde niños y que conservarán su amistad a lo largo de sus vidas. Un séptimo personaje, al que los demás evocan, tiene claras analogías con Thoby, el hermano que murió en su juventud. Asimismo, características de los personajes se pueden asociar a los de la propia Virginia Woolf, o a los de su marido, Leonard Woolf, su hermana Vanessa, y otros integrantes del grupo Bloomsbury”.

Entre actos (1941):

“En tanto que Tres guineas (1938) puede considerarse un alegato pacifista, en sus últimas novelas, Los años (1937) y Entre actos (1941), la referencia a la Segunda Guerra Mundial es ineludible. Una Europa ‘erizada de cañones, cubierta de aviones’ da marco a la última novela de Virginia Woolf. En el libro se pasa registro a la vida social de una aldea inglesa. El tema es afín a su objetivo de relacionar las vidas de sus protagonistas con la mayor parte de la historia del país; y si bien hay una pequeña escena que tiene lugar la noche anterior, la historia se desarrolla durante el transcurso del siguiente día, con los preparativos y finalmente la representación teatral organizada anualmente por los lugareños para juntar fondos para instalar luz eléctrica en la iglesia del pueblo. La obra cuenta con un público que incluye a la pequeña nobleza, a la alta burguesía y a los aldeanos, que además de ver la obra, comparten un refrigerio. Durante los últimos años de su vida, marcada por la guerra y sin poder regresar a Londres, Virginia Woolf convivió estrechamente con la gente de Rodmell, donde tenía su casa de campo. Puede afirmarse que en Entre actos, recreó muchas de sus preocupaciones y temas que la guerra reactualizaba: su amor por Inglaterra, su particular patriotismo ligado a la tradición literaria y al paisaje inglés, sus planteamientos acerca de la vida individual y comunitaria, sus temores asociados con la guerra. También se refiere a su idea de la imposibilidad de comunicación, aun entre personas que se aman. De hecho, los personajes se unen y se separan consciente o inconscientemente, guiados por afinidades electivas cambiantes, rechazos y atracciones que van dibujando constelaciones que los unifican, o los rescatan, al menos momentáneamente, de su aislamiento. Las diferencias de clase, generacionales, sexuales e incluso ideológicas actúan como fuerzas de atracción y repulsión, que afectan a los individuos, aislados en su propio universo.
Además de innovar en el estilo, Virginia intentaba indagar en una problemática de amplio espectro y que abarcaba desde temas acerca del futuro de la civilización, a otros específicamente literarios como la relación entre el autor y su público y los modos de representación, para llegar a cuestiones de orden cuasi metafísico”.

Su vida reflejada en las novelas

El físico sentimental

Paolo Giordano retrata en  Como de la familia  la nostalgia por la figura de la 'mamma' en una joven pareja tras la muerte de su tata
Paolo Giordano, el viernes, en el Hotel Omm de Barcelona./elperiodico.com

Paolo Giordano (Turín, 1982), un joven físico italiano, encontraba a faltar en su trabajo científico un espacio para algo que descubrió que le interesaba más que las interacciones entre las partículas elementales: "Los sentimientos, el ser humano y las relaciones humanas". Así que probó suerte como novelista, y lo suyo fue un big bang. Ahora regresa con su tercera novela, Como de la familia (en castellano, editorial Salamandra; Negre i plata en la traducción al catalán de Edicions 62, que se atiene al título original). En esta breve novela, "una pequeña miniatura de una vida familiar", el cáncer se lleva a la señora A., una tata y asistenta que suple durante ocho años la ausencia de las figuras paterna y materna, de los abuelos y de lo que haga falta, en la vida de una pareja joven con un hijo.
"Hoy no todos los abuelos quieren hacer de abuelos, quieren continuar su vida. Eso lleva a las familias más jóvenes a vivir una situación de soledad parcial y las obliga, cuando hay niños, a buscar soluciones muy imaginativas; nos hemos convertido todos un poco en acróbatas", explica Giordano. ¿La necesidad de buscar un sustitutivo no es una muestra de inmadurez de sus personajes? "Tener necesidad de personas que te continúen haciendo de padres, que continúen dando seguridad, no significa necesariamente ser inmaduro. Seguramente todos tenemos siempre esta necesidad", responde.
La larga enfermedad y muerte de la señora A. saca a la luz, sin embargo, las grietas ocultas en la plácida relación entre de Nora y su marido. "Cuando falta esta figura materna se sienten desamparados, pero es una gran ocasión también para salvarse, para madurar y encontrar soluciones cuando quizá aún no sea demasiado tarde. La cotidianidad no es emocionante, nunca. Pero puede haber una convivencia serena. Quizás esta búsqueda de un entusiasmo continuo se convierte en una jaula que nos creamos", comenta.
Giordano mantiene "un cierto juego", el de dejar que su condición de físico se insinúe en sus textos. Una excentricidad se convierte en "una cola de una curva de Gauss", la relación entre la joven pareja y la señora A. parece un núcleo atómico que se fisiona y emite una partícula que se pierde en el vacío... "Siempre he pensado en este libro como lo que en física se denomina una dinámica de tres cuerpos, tres cuerpos celestes que se mueven conjuntamente, una dinámica que es complicadísima de expresar en forma de una ecuación y en la que en cuanto desaparece uno de estos tres cuerpos se debe reinventar", reconoce. "Pero -matiza- no hay analogías exactas entre ambos mundos. Lo belllo de una metáfora es que tiene un cierto grado de exactitud y también un cierto grado de sombra. En cierto sentido, las relaciones humanas siempre tienen una cantidad de misterio que excede la precisión científica. Es lo que yo trato de hacer".
El negro y la plata del título, dos elementos que se identifican con los dos miembros de la pareja, se refieren al humor negro y al metal, a conceptos de la medicina precientífica y a la alquimia. Dos disciplinas que no sanaban pero que quizá puedan explicar la naturaleza humana de forma más viva que la física de partículas elementales. "Quizá las partes más violentas del libro son aquellas que muestran la medicina de hoy en día, la medicina oncológica hecha de palabras frías, de análisis, de fármacos. Afortunadamente existe, pero para una persona como la señora A. es también una medicina muy monstruosa. Hay una gran búsqueda de curación en un sentido que sea próximo a una cura espiritual", dice el escritor, hijo de médico "convencional" que admite haber recurrido a la acupuntura. ¿Y la homeopatía? "¡No -responde-, a eso aún no he llegado!"

24.3.15

Abad Faciolince: "Lo único bueno que deja la guerra en Colombia es la vuelta de la naturaleza"

Héctor Abad Faciolince publica  La Oculta, una novela sobre las pasiones, la familia y la violencia
 Héctor Abad Faciolince, ayer su paso por Madrid. / Santi Burgos./elpais.com
Si hay un resquicio positivo que puede dejar la muerte este es verde. Al menos en Colombia. “Lo único bueno que nos ha dejado la guerra es el rebrotar de la naturaleza”, asegura Héctor Abad Faciolince. Es el resultado de la vorágine de fuego enemigo, amigo e interesado, vivido allí durante las últimas décadas que ha ahuyentado a la gente de muchas zonas, sólo pobladas por la vegetación. De ahí que uno de los temas clave al día siguiente de la firma de la paz, en caso de producirse, entre el Gobierno y la guerrilla, es la tierra, sostiene el escritor, al que le asaltan varias preguntas: “¿Sabemos, realmente, qué queremos hacer con la tierra colombiana? ¿Queremos volver a colonizarla? ¿Querrán los campesinos que han sido desplazados volver al campo? Es un misterio, pero ahí está. Tenemos que volver a pensar en la tierra”.
Son interrogantes que rodean la publicación de su nueva novela: La Oculta (Alfaguara). Una obra que puede ser leída como una metáfora de su país. “Cualquier novela ambiciosa quiere ser resumen de algo más grande. Metáfora de algo más grande. Tierra y nación son palabras que se incluyen de alguna manera”, reflexiona Abad Faciolince (Medellín, 1958).
Cualquier novela ambiciosa quiere ser resumen de algo más grande. Metáfora de algo más grande. Tierra y nación son palabras que se incluyen de alguna manera
La Oculta es una finca en el departamento de Antioquia, que ha vivido durante 150 años las pasiones y violencias del país. Un pedacito de tierra por donde han peregrinado eternos miedos nacidos de sueños, ambiciones, robos, odios, amores, desamores, amenazas, secuestros, incomprensiones, uniones, venganzas, rechazos, trampas, olvidos…
A la novela ha vuelto Abad Faciolince ocho años después de El olvido que seremos, muy bien acogida por el público y la crítica. Esa crónica novelada, que le dio prestigio y proyección internacional al abordar la impunidad del asesinato de su padre a manos de los paramilitares en 1987, deriva en una hermosa manifestación de amor de un hijo por su padre, mientras reconstruye los pasos de su familia.
Ahora, él, que en varias ocasiones ha dicho que cada vez le interesa “más la realidad y menos la ficción, aunque todo parezca más ficción”, vuelve a hechos reales para crear ficción: la de un pedazo de tierra. La de tres hermanos, Pilar, Eva y Antonio, que heredan una finca en el suroeste de los Andes antioqueños, y la relación que cada uno de ellos tiene con esa tierra y sus antepasados. Sus voces tan distintas se relevan unas a otras en una procesión de hechos hasta dar la vuelta completa a la historia de la finca, mientras desvelan piezas del puzle de sus vidas. Sobre esa disociación, Abad Faciolince reconoce que “el escritor de ficciones es esa persona capaz de salirse de sí mismo, al igual que el lector. El autor se sale, se extraña, y de alguna manera se mete en otros al escribir”. Esta vez en Pilar, una mujer de tradiciones arraigadas; en Eva, una madre soltera con continuas relaciones sentimentales, y en Antonio, un gay que vive en Nueva York.
Con La Oculta, el escritor ensancha su territorio creativo a la vez que lo convierte en la suma de su pasado literario. En la historia de esa finca hay temas y ecos de sus otras novelas: los sentimientos encontrados de Fragmentos de amor furtivo, lo urbano de Angosta, la mirada culta y metaliteraria de Basura, la violencia y el dolor de El olvido que seremos y la vena investigadora de Traiciones de la memoria.
¿Sabemos, realmente, qué queremos hacer con la tierra colombiana? ¿Querrán los campesinos que han sido desplazados volver al campo? Es un misterio. Tenemos que volver a pensar en la tierra"
“Soy un Catoblepas, como me dijo un día Vargas Llosa, ese animal mitológico que se devora a sí mismo, porque, dijo él, hay autores que se nutren de su propia historia. Solo que aquí es una relación fuerte con la tierra, a la vez que experimento una estructura y un tono con respecto a mis otros libros”, explica el escritor. Eso sí, aclara: “En cada nuevo libro tengo que explorar porque de lo contrario me aburro”.
Así es que en ese desaburrir del retrato de la finca ancestral, ha colocado otros elementos esenciales: la familia, las diferentes familias de hoy; el amor, los diferentes amores a personas o cosas; la fe, las diferentes formas de creer o no creer; y todo eso imbricado y revestido de un elemento más fuerte y trascendente: la memoria. Y tras ella y con ella, el recuerdo: “Como ya he dicho, más que la memoria, escribo con la mala memoria, y eso es fantasía. La memoria está llena de vacíos y la literatura los puede rellenar”.
Abad Faciolince se basa en la finca La Oculta de su familia. En su historia, sobre la cual se documentó y habló con muchas personas, desandó su origen que lo llevó hasta el siglo XIX cuando unos judíos conversos, marranos, procedentes de Toledo “creyeron que la tierra prometida estaba allá en el trópico. Ellos tumbaron selva, trabajaron la tierra, la sudaron, la enriquecieron, la hicieron suya. Después pasó a ser tierra de cafetales, luego de ganadería, hasta ser casa de campo. Y así muchas familias en Antioquia. Por eso somos tan apegados a la tierra. Lo primero que yo hice cuando tuve plata fue comprar una finca. Es así”.
El escritor de ficciones es esa persona capaz de salirse de sí mismo, al igual que el lector. El autor se sale, se extraña, y de alguna manera se mete en otros al escribir”
En Colombia hay muchos despojados o desplazados de la tierra, recuerda. Ricos y pobres. “Hace 50 años Colombia era puramente rural, hoy es urbano. Todos tienen gran añoranza de la tierra. Y todos sienten que tienen derecho a ella. En Israel y Palestina es igual. Todos venimos de una tierra. Necesitamos pertenecer a algún lado, aunque sea para tener de donde irse”.
Y en Colombia en los últimos 150 años ha habido dos millones largos de kilómetros cuadrados surcados de balas y desplazados, ríos por donde bajan muertos y carreteras sin un alma durante mucho tiempo por el miedo a ser asaltado. Ahora, dice Abad Faciolince, parece que la muerte tiene un lado bueno, y es de color verde.
Eso es La Oculta, la mirilla por donde se puede ver cómo el pasado ha peregrinado durante siglo y medio a través del miedo, las alegrías, las ilusiones y las frustraciones de una finca-país. Es en lo que ha terminado el “no” de Héctor Abad Faciolince. El no que anunció el año pasado en Lima: no iba a escribir más novelas. Los amigos lo emboscaron, los escritores lo cercaron, la gente se sorprendió. Lo espolearon. Entre ellos, Mario Vargas Llosa.
Abad Faciolince miró alrededor y lo que vio lo cuenta en su última novela: “A La Oculta estamos aferrados con garras y dientes, como si fuera la última tabla de salvación de unos náufragos a la deriva del mundo”.