24.12.12

¡Feliz Navidad, Próspero Año 2013!

Cuentos, Ensayos, Escritores, Fama, Imaginación, Lecturas Infatigables, Libros, Narrativas, Noticias, Novelas, Poesía, Premios, Primicias, Publicaciones, El sueño del perro. Ópera Prima




COMO LA LLAMA DE ESTA VELA, ESTÉ ENCENDIDA SIEMPRE LA ESPERANZA, QUE NO ES SINO EL MILAGRO DE LA VIDA, PARA CONTINUAR LA ESCRITURA ENTRE LA PIEL Y EL PAPEL...CON LA PERENNE BÚSQUEDA INCANSABLE DE LA FELICIDAD...


                                                 ¡FELICES FIESTAS!



                                                       LES DESEA



                                              MARCELO DEL CASTILLO

Reanudaremos las actualizaciones del blog, a partir del 8 de enero de 2013.

Nuevos detalles de la novia de Gabo en Zipaquirá

Gabriel García Márquez: Homenaje: 85.45.30*


Gustavo Castro Caycedo lanza el libro Cuatro años de soledad, sobre la vida de bachiller de Gabriel García Márquez


Berenice Martínez, novia de Gabo en su época de estudiante de bachillerato./elespectador.com
Luego de averiguar con muchos testigos sobre si Gabriel García Márquez tuvo novia en Zipaquirá, el hacendado Alberto Garzón, vecino suyo de pupitre en sexto de bachillerato, en el Liceo Nacional de Varones, me dio la clave: “Había una niña muy linda, con un pelo hermoso, se llamaba Berenice Martínez, los estudiantes le decíamos La Sardina. Varios compañeros la pretendían, pero ella se la pasaba con Gabriel. Creo que fueron novios”.
Logré ubicarla en Pasadena, California, Estados Unidos, a donde se fue a vivir después de haber vivido en Bucaramanga, Barranca y Cartagena, y de quedar viuda. “Después de estudiar en Zipaquirá me fui a la Academia Remington Camargo, de Bogotá, y regresaba los viernes”, es lo que primero me cuenta Berenice, quien anota: “Gabito visitaba a mi mamá y adivinaba que yo llegaría antes del viernes; me presentía”.
Ella me decía que Gabriel decía: “‘Siento que Bereca va a venir’. Y por algún motivo yo adelantaba mi viaje. Si él me presentía, ¡qué mujer no se iba a sentir halagada con eso!”.
Amistad o amor platónico que se inició en 1944, al año siguiente de que Gabriel García Márquez ingresara al Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá: “De verdad, fue una época inolvidable (cuenta Berenice). Recuerdo que salíamos a caminar con La Nena Tovar, Consuelito Quevedo, Emilita Ramírez, Alcira Méndez, Ligia Rivera y con otras niñas amigas mías y de Gabito. Íbamos a Las Onces a comer golosinas, salíamos a la plaza o simplemente caminábamos. Y en otras ocasiones asistíamos a fiestas en algunas casas, que en esa época llamábamos melcochas o empanadas bailables”.
Habían pasado cincuenta y nueve años, ocho meses y cinco días cuando Berenice Martínez recordó: “Me hacía la visita en la sala de la casa o si no, en la ventana. ‘Ven, mi corazón te llama ¡ay! desesperadamente; ven, mi vida te reclama; ven, que necesito verte...’. Eso lo cantaba Rafael Arnedo, afuera, como dando una serenata casi diurna. Yo abría los postigos de la ventana y Rafa, que acompañaba a Gabito a las visitas, me anunciaba: ‘Gabriel me invitó para que te cante y salgas a la ventana. Es que quiere hacerte una visita’”.
Berenice añora las “largas y amables horas vividas cerca de Gabito, hablando cosas agradables durante ese tiempo en que yo estudiaba en Bogotá y esperaba ansiosa el regreso a Zipaquirá, los fines de semana, para encontrarme con él”. Y agrega: “Desde esa ventana él me recitó varias veces unos versos que no recuerdo si eran de los suyos, los cuales jamás voy a olvidar: ‘En esta misma ventana donde me diste tu adiós, vi que se daban la mano las mismas sombras que antaño se miraron tras las rejas, se contaron sus tristezas y se dijeron adiós’”.
“Son muchos recuerdos”, dice Berenice, y suspira... Luego de una pausa va y toma un libro: es Platero y yo. Se pone seria. Lo abre en la primera página y una sonrisa infantil le ilumina el rostro: “Bereca: para que se acuerde del amor cada vez que asome su alma a este detenido río de belleza”, reza la dedicatoria al pie de la cual está la firma: Gabriel. Y surge en su cabeza un remolino de recuerdos que hacía casi seis décadas no removía tanto como ahora.
Según Álvaro Ruiz Torres, “mancorna” de García Márquez en el Liceo y principal testigo de su amor por Berenice Martínez: “Cuando la conoció, Gabito no volvió a ser el mismo; desde entonces las coplas, que al llegar de Barranquilla eran muy escasas, se convirtieron de pronto en Zipaquirá en frecuentes poemas románticos y sentimentales”.
Y cuenta: “Una vez me dijo que en algunas ocasiones, cuando él quería hablarle a Berenice, las palabras se le morían entre los labios. En su fantasía la dibujaba con uniforme y libros debajo del brazo; esa niña-mujer despertó en su alma y en su corazón sentimientos que me confesó desconocidos hasta entonces para él, pues Bereca, a diferencia de otras mujeres que había tratado, más que apasionados o eróticos, le inspiraba sentimientos románticos, tiernos, de amor, amor”.
Álvaro Ruiz concluye: “En la práctica, así la relación de Bereca y Gabito fuera medio platónica, claro que fueron novios. El primer impulso de García Márquez, luego de conocer “mi descubrimiento”, fue comunicarse con Berenice Martínez, su primer amor, a quien le llevaba 49 días de edad. Él nació el domingo 6 de marzo y ella, el sábado 11 de junio de 1927.
Entonces, García Márquez la llamó a la casa de su hija Ana, allá en Pasadena; cuando él le habló, Berenice quedó muda, no se atrevía a hablar; y luego creyó que la estaban “tomando del pelo”; casi no se convence de que era Gabo quien hablaba. Aunque su primera reacción fue de incredulidad –porque cuando oyó de quién se trataba escuchó una voz que le pareció muy joven–, pensó que le estaban jugando una broma: “A mí qué me va a llamar un Nobel, no me mamen gallo”, pensó. Lo que la hizo dudar mucho; sólo hasta cuando ese Nobel pronunció unas palabras claves, ella entendió que en realidad se trataba de Gabito.
Berenice cuenta que le dijo: “Bereca, soy una voz de otros tiempos”. Y anotó: “Quince días después, en la segunda llamada, me habló de la enfermedad que lo aquejaba y que lo llevó a Los Ángeles, aparentemente cerca de donde yo estaba; me dijo que habría preferido que los exámenes médicos los hicieran en Nueva York, porque a él no le gustaba la capital del cine”.
“Me habló de los recuerdos que tenía de nosotros dos y sobre nuestros amigos comunes en Zipaquirá”. Berenice dijo: “Siempre vi en él a una persona sensible, muy inteligente y con capacidades de clarividente. Y quedamos de vernos cuando Gabito regresara a Los Ángeles, a sus nuevos chequeos médicos. Pero al final él hizo una reflexión y aunque parecía que estábamos cerca, la verdad es que de donde le hacían los exámenes a mi casa había una enorme distancia”.
Bereca se declaró feliz de este inocente encuentro telefónico que no le hacía mal a nadie, pues era como el de dos viejos amigos hablando del pasado; lo que sí fue claro es que le parecía como un sueño haber oído una vez más a Gabriel García Márquez, que ahora era como una especie de Dios, hablaron extensamente, recordaron, se rieron. Días después él le hizo otra llamada, sobre la cual también me contó Berenice, cuando me volví a comunicar con ella. Los detalles que me dio acerca de los diálogos con el Nobel me fueron repetidos por su hijo Rafael, quien contestó las llamadas de Gabo en el teléfono de Pasadena. Lo que hablaron fue tema de conversación familiar con su madre, en varias ocasiones.
Berenice me contó que hablaron casi dos horas en cada llamada. Según me confesó, para ella, “fue algo así como volver a vivir un sueño lindo. Yo me transporté al pasado y lo recordé todo, lo reviví todo, lo sentí todo... cerraba los ojos y era como haber regresado a la realidad. Durante varios días estuve inquieta y hubo noches en las que casi no pude dormir, acordándome de esos días bellos de la juventud; no me lo imaginaba como lo muestran sus fotos actuales, sino como cuando lo conocí, con sus ojos románticos, expresivos, con su aparente timidez y sus frases y versos plenos de amor, con sus bellos poemas, y con su inigualable forma de bailar”.
Pero esa segunda llamada de Gabo a Berenice Martínez fue la última, porque casi un año después ella se vio afectada por la demencia senil progresiva. Según su hijo Rafael Pinzón Martínez —quien me contó que ella tenía limitados momentos de lucidez—, no le volvieron a hablar de Gabriel García Márquez por temor a hacerla sufrir.
Gustavo Castro Caycedo. Escritor y periodista. Autor de Historias humanas entre Perros y Gatos

*85 años de Gloria. 45 años de la publicación de Cien años de soledad. 30 años del otorgamiento del Premio Nobel de Literatura.


Lêdo Ivo, el poeta de lo cotidiano y lo contemporáneo

Poesía de la A a la Z

 

El escritor brasileño, fallecido en Sevilla, era uno de los máximos representantes de la generación del 45

Lêdo Ivo. Poeta brasileño./elpais.com

El poeta y periodista Lêdo Ivo (Maceió, Brasil, 1924), uno de los últimos supervivientes de la generación brasileña del 45, falleció en la madrugada de ayer tras sufrir un infarto en Sevilla que no dejó margen de maniobra a sus familiares. Ocupante del asiento número 10 de la Academia Brasileña de las Letras, escritor prolífico que tocó con maestría todos los géneros, desde la poesía, su gran pasión, hasta el ensayo, la novela o el cuento, Lêdo Ivo deja un vasto legado literario, aparte de los innumerables reconocimientos y premios, entre los que se cuentan, en el plano internacional, el Casa de las Américas (Cuba, 2009) o el Rosalía de Castro, concedido por el PEN Clube de Galicia en 2010.
Compañero de filas de otros nombres inmortales de las letras brasileñas, como Clarice Lispector, Guimarães Rosa, João Cabral de Melo Neto, Nelson Rodrigues o el reverenciado poeta Ferreira Gullar, Lêdo Ivo consagró su obra a retratar la vida cotidiana contemporánea y a escudriñar en la condición humana. Junto a sus correligionario del 45, buscó la superación de los postulados del movimiento moderno del 22.
El escritor, que iba a cumplir 89 años el próximo 18 de febrero, no pudo superar el último embate que sacudió su corazón el pasado sábado a la hora de la cena. Se encontraba en Sevilla, disfrutando de unos anhelados paseos por el barrio de Triana y por los jardines del Alcázar, junto a su hijo, el artista plástico Gonçalo Ivo, la esposa de este, Denyse, y sus nietos Leonardo y Antonia. Los médicos no pudieron hacer nada para atajar el infarto, y a las dos de la madrugada del domingo el poeta brasileño expiraba en un hospital sevillano en los brazos de su hijo.
Según declararon ayer sus familiares a los medios brasileños, el cuerpo de Lêdo Ivo será incinerado en la capital andaluza. Las cenizas volarán a su país natal, donde recibirán sepultura en el mausoleo de la Academia Brasileña de las Letras, en el cementerio São João Batista de Rio de Janeiro, donde a principios de este mes también fue enterrado el arquitecto Oscar Niemeyer. “Mi padre no quería una muerte carnavalizada ni episcopal, sino sencilla y franciscana”, explicó Gonçalo.
En un comunicado emitido ayer, la presidenta de la ABL, Ana Maria Machado, recordó al académico de esta manera: “Gozaba de una vitalidad asombrosa para sus casi 90 años y su frágil salud. Hablaba alto, le gustaba la buena mesa y se esmeraba en contar historias divertidas”.
De la extensa obra del brasileño, traducida a varios idiomas, en España se han publicado las antologías La Moneda Perdida y La Aldea de Sal, y los poemarios Rumor Nocturno y Plenilunio. Desde muy joven se dijo atraído por las letras españolas y devoró la obra de Gonzalo de Berceo, Lope de Vega, García Lorca, Alberti y Machado, por quien tenía una especial predilección. Según su hijo, “era consciente de que la muerte le acechaba, pero no quiso marcharse sin pisar por última vez la tierra de Góngora y Quevedo”.

Un autor al margen del Boom

Julio Ramón Ribeyro fue uno de los mayores cuentistas de Latinoamérica. La publicación de un volumen con sus textos dispersos e inéditos permite redescubrir a este extraordinario escritor peruano


 Julio Ramón Ribeyro fue uno de los mayores cuentistas de Latinoamérica. La publicación de un volumen con sus textos dispersos e inéditos permite redescubrir a este extraordinario escritor peruano. /Revista Ñ

Cuando uno llega al último escrito de Julio Ramón Ribeyro que compone la edición La caza sutil y otros textos (ediciones Universidad Diego Portales), definida en su subtítulo como “un desaprensivo paseo entre libros y autores”, uno tiene la certeza de haber metido las narices, invitado o no, en el escritorio del cuentista peruano. Con un espíritu ciertamente profanador uno escarba en los vericuetos de la producción periodística y ensayística de Ribeyro, en las notas, los apuntes y textos dispersos, que dejó por allí para combatir el silencio, para vencerlo.

El último texto de esta edición es la conferencia “Circunstancias de un escritor”, fechada en 1984, diez años antes de la muerte del escritor, antes de que se alzara con el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, por el conjunto de su obra. “Como escritor no tengo, si se quiere, una poética. No puedo dar sino hacer una descripción de lo que he escrito con algunas pequeñas interpretaciones personales, pero, en realidad, me sigo aún interrogando sobre cuál ha sido realmente mi rol como escritor y cuál ha sido realmente mi importancia como escritor, y esto para mí sigue siendo verdaderamente un enigma, si bien he tenido ahora y he sentido una especie de impresión de que soy quizá un escritor leído y apreciado en el Perú”, dice Ribeyro en el cierre de la ponencia, que había iniciado con la afirmación: “No será esta una charla magistral ni un curso sino simplemente una conversación con ustedes y una tentativa de –a través de esta conversación– esclarecer algunos aspectos de mi propia obra”.

Por ahí va toda la edición, porque el libro entero puede leerse como una conversación con Ribeyro –ya por la claridad y limpieza de su prosa, ya por la intimidad con que reflexiona sobre los temas que lo sacuden, por esa especie de susurro confesional que atraviesa algunos escritos o la espontaneidad con que vitorea sus momentos de iluminación– y también como una manera de explorar y releer su propia vida, su propia obra.

La caza sutil y otros textos reúne, como su nombre lo indica, escritos de entre 1953 y 1975 seleccionados por Ribeyro para la primera edición de La caza sutil, publicada originalmente en 1976, en Lima, bajo el sello Milla Batres, y suma otros tantos ensayos aparecidos en diarios y revistas; algunos prólogos y epílogos a libros y dos conferencias, agrupados en el subtítulo “Textos dispersos”, con la factura de Jorge Coaguila.

“Mi intención ha sido decir con claridad cosas sencillas que puedan ser entendidas por todo el mundo”, postulaba Ribeyro en la nota introductoria a La caza sutil, en 1976. Ese espíritu se ha mantenido también en la selección de textos dispersos, de allí que el libro mantenga al lector en una especie de flotación alegre, como quien ve pasar diferentes paisajes por la ventanilla de un tren de marcha tranquila.

Autor del monumental diario personal La tentación del fracaso, que comenzó a publicarse en 1992 y finalizó en 1995, Ribeyro abre La caza sutil con el texto “En torno a los diarios íntimos” (1953) en el que hace clara su inquietud por ese ámbito de la literatura, que define como “moderno” y “occidental” y destaca, entre otros elementos que definen al género, “el sentimiento de inseguridad, de incertidumbre y desamparo que palpita en todo auténtico diario íntimo”. Todo lo que habita La tentación del fracaso. Por entonces ya en alza entre los escritores, el diario íntimo, decía el autor “se ha convertido pues en un producto cotizado en el mercado literario y corre el riesgo de convertirse en el menos íntimo de todos los géneros”.

Gustave Flaubert, Marcel Proust, James Joyce, William Faulkner, Stendhal y Guy de Maupassant son autores a los que Ribeyro vuelve una y otra vez para sentar posición, abrir una polémica, describir un recuerdo estético o metodológico; también el peruano José María Arguedas, al que le dedica varios textos y reseñas y, aunque en menor medida, Mario Vargas Llosa. Hay, también, palabras sobre Gabriel García Márquez y Julio Cortázar.
En el prólogo a esta edición “A la orilla del mundo”, Diego Zúñiga, cita al colombiano Juan Gabriel Vásquez para definir a Ribeyro: “Nacido en 1929, era quince años menor que Cortázar, dos años menor que García Márquez, un año menor que Fuentes, apenas siete años mayor que Vargas Llosa.

Es decir, era un estricto escritor del Boom latinoamericano. Y, sin embargo, poco o nada tuvo que ver con el fenómeno narrativo que estos nombres encabezaron. No se piensa en el boom cuando se piensa en Ribeyro”. Efectivamente, las lianas literarias del autor estaban lejos de la mitología que creó el Boom, aunque, pese a que sus pies andaban por Europa, su identidad fue siempre peruana y su universo literario su ciudad de infancia. Lima, ocupaba buena parte de sus pensamientos. “Es un hecho curioso que Lima siendo ya una ciudad grande –por no decir una gran ciudad– carezca aún de una novela. Y es un hecho curioso, digo, por cuanto toda ciudad que ha alcanzado cierto grado de desarrollo industrial, urbanístico, demográfico, cultural o político luce al lado de sus fábricas, de sus monumentos y de su policía una novela que sea el reflejo más o menos aproximado de lo que esta ciudad tiene de peculiar”, escribía en 1953, antes de que Lima tuviera quien la contara. Poco tiempo antes, instalado ya en París y con 23 años, había empezado a trabajar en los cuentos limeños de Los gallinazos sin plumas, su primer libro. En él, diría tres décadas después, movido por esa inquietud de reflejar literariamente una ciudad que se había transformado en una urbe moderna, “y, como no tenía en ese momento ni disposición ni idea para escribir una novela, se me ocurrió escribir un grupo de cuentos de diferente medida, que fueran como una especie de mosaico de la vida de la ciudad”. 

La caza sutil y otros textos es inabarcable en estas pocas líneas, es una selección de textos que dialogan entre sí y tejen una red de voces en las que puede hallarse al escritor peruano, voces que habitan sus lecturas, que orbitan sus obras y arrastran siempre hacia una espiral cuyo centro son los misterios del quehacer literario, las dudas de un hombre de letras, los silencios, las apuestas experimentales y las páginas en blanco. Un mundo hecho de papel.

Leonardo Padura ganó el Premio Nacional de Literatura de Cuba

El escritor, periodista y crítico literario ganó el máximo galardón de las letras cubanas. Será uno de los invitados internacionales de la próxima Feria Internacional del Libro de Buenos Aires

LEONARDO PADURA. Es el primer escritor de su generación que gana el Premio Nacional de Literatura de Cuba./Revista Ñ

El escritor, periodista y crítico literario Leonardo Padura ganó el Premio Nacional de Literatura 2012, máximo galardón de las letras cubanas. Otorgado cada año por el Instituto Cubano del Libro (ICL) y el Ministerio de Cultura, el galardón reconoce la obra de aquellos escritores que enriquecieron la cultura cubana con el aporte de una obra literaria trascendente.
"El autor de célebres novelas policiales que le ganaron los favores del gran público ha seguido lo mejor de la tradición de la novela negra para ahondar en preocupaciones sociales", señaló en una nota el ICL, que concedió el premio. Padura fue seleccionado por mayoría entre unas 18 propuestas presentadas por diversas instituciones literarias del país. El jurado fue encabezado por el escritor Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura 2003, e integrado además por Denia García Ronda, Jorge Fornet, Víctor Fowler, Cira Romero, Astrid Santana y Marylin Bobes.
Actualmente, es uno de los escritores cubanos más laureados en la actualidad y es el primero de su generación que gana el Premio Nacional de Literatura. Ha recibido también los premios UNEAC (1993), Café Gijón (1995), Dashiell Hammett (1998), de Periodismo Cultural José A. Fernández Castro (2005), de la Crítica Literaria y Roger Caillois en 2011.
Una de sus obras más leídas y recientes es El hombre que amaba los perros, una narración histórica sobre la vida y conducta política de Trotsky, cuyo verdadero nombre fue Liev Davidovich Bronstein. Publicó, entre otros títulos, La novela de mi vida y la tetralogía Paisaje de Otoño, Máscaras, Pasado Perfecto y Vientos de Cuaresma. "En la literatura digo casi todo lo que pienso, y si digo 'casi' es porque creo que nadie dice jamás todo lo que piensa", comentó a la prensa a raíz de un homenaje reciente que recibió en La Habana.
El Premio Nacional de Literatura 2012 le será entregado en ceremonia pública el domingo 17 de febrero de 2013, como parte del programa de actividades de la XXII Feria Internacional del Libro de La Habana. Además, será uno de los invitados internacionales de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que se realizará entre el 25 de abril y el 13 de mayo de 2013.

Publican una carta inédita de José Lezama Lima

Una carta facsimilar del manuscrito original se publica junto con el poema La Madre, mecanografiado con firma y dedicatoria manuscrita, y cinco fotografías originales, dos de ellas que muestran a Lezama Lima junto a su madre y sus hermanas

RESCATE. Con Paradiso, José Lezama Lima es otro de los autores olvidados del Boom latinoamericano./ Revista Ñ

El escritor cubano José Lezama Lima, que hoy hubiera cumplido 102 años y coincidiendo con esta fecha acaba de aparecer una carta inédita dirigida a su hermana Rosa, en la que el autor de "Paradiso" confiesa su vacío y soledad, un sentimiento incrementado por la ausencia de la familia exiliada en Miami.

"Cada día que pasa siento la nostalgia de la familia cuántas veces no lo he repetido? Nunca podré ser un ser feliz, pues si tuviese la familia me faltaría la tierra, aunque realmente me conformo con muy poco, pero ya estoy convencido hasta colmar la copa que nunca podré ser feliz, pues soy de esa raza de los que siempre le falta la otra mitad", comenta el escritor en una carta escrita el 30 de junio de 1970.

Todo este material ha quedado reunido en esta edición artesanal y única bajo el título de "La Madre", con una tirada de cien ejemplares firmados y numerados, publicada por el Centro de Arte Moderno de Madrid, con la colaboración de Ivette Fuentes de la Paz, especialista en Lezama, investigadora del Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana. "Esta carta tiene un significado muy especial y es muy importante porque marca de forma clara su sentimiento de soledad y ruptura, algo que él siempre mantuvo, pero en este caso se sentía, además, solo porque su familia estaba lejos, en Miami. Una carta facsimilar del manuscrito original se publica junto con el poema "La Madre", mecanografiado con firma y dedicatoria manuscrita, y cinco fotografías originales, dos de ellas que muestran a Lezama Lima junto a su madre y sus hermanasMarca el sino de Cuba, que no es otro que la ruptura familiar", explicó Ivette Fuentes.

Y es que el poeta, narrador y ensayista, creador de una palabra poética en español única, "barroca, espiritual y excelsa", como dijo José Ángel Valente, solo salió de Cuba dos ves. Para la especialista, esta edición especial sale en un momento muy importante, "porque ahora que se cumplen los 50 años del "boom" latinoamericano se ha hablado muy poco de Lezama. Es justo ponerle en su sitio. Se cumplen los 50 años de la publicación de `Rayuela` de Julio Cortázar, pero también serán los 50 de `Paradiso`, de Lezama, de 1966, que entra de lleno en el "boom", del que fue un hito", subraya.

Lezama Lima, que murió acompañado por su mujer, Maria Luisa, en un hospital, abandonado por las autoridades políticas, estuvo muy ligado a su madre a quien cuidó hasta su muerte.

Una tensión narrativa que no palidece

La magnética literatura estadounidense se mueve entre dos polos: el realismo de Jonathan Franzen y la experimentación de David Foster Wallace. Una potencia que mantiene su influencia planetaria en un mundo globalizado y cambiante

En el sentido de las agujas del reloj: David Foster Wallace, Jonathan Franzen, Joyce Carol Oates y Jennifer Egan, vistos por Sciammarella. / EL PAÍS
Desaparecidas las figuras colosales de John Updike y Norman Mailer, ¿quiénes son los novelistas norteamericanos vivos más importantes? La unanimidad es imposible, pero un cierto consenso entre quienes tienen autoridad en estos asuntos apunta a que, por la envergadura y peso de sus trayectorias, los narradores estadounidenses más relevantes de nuestro tiempo son Philip Roth, Cormac McCarthy, Don DeLillo y Thomas Pynchon. El hecho de que todos hayan nacido en un intervalo de apenas cuatro años (Roth y McCarthy en 1933, DeLillo en 1936, y Pynchon en 1937) los afianza como los más claros representantes de varias maneras divergentes de entender el arte de la ficción. La lista no resultaría reductiva ni arbitraria, de no ser porque en ella no figura el nombre de una sola mujer. No es un caso aislado. En 2006, The New York Times recabó la opinión de 200 expertos, entre los que figuraba un nutrido número de novelistas, pidiéndoles que identificaran los títulos de las obras de ficción más importantes publicadas en Estados Unidos durante los 25 años anteriores. La novela que obtuvo más votos fue Beloved, de Toni Morrison, seguida de Submundo, de Don DeLillo. Además del de Morrison, la lista incluía tan sólo el nombre de otra escritora, Marilynne Robinson. En cuanto al número de títulos por autor, los tres primeros puestos los ocuparon respectivamente Philip Roth con seis (La contravida, Operación Shylock, El teatro de Sabbath, Pastoral Americana, La mancha humana y La conjura contra América), Cormac McCarthy con cuatro (Meridiano de sangre, más la Trilogía de la frontera) y Don DeLillo con tres (Ruido de fondo y Libra, además de Submundo).
La renuencia a reconocer la importancia de las narradoras carece de justificación. No solo es formidable el elenco histórico de las novelistas norteamericanas (Edith Wharton, Gertrude Stein, Willa Cather, Carson McCullers, Flannery O’Connor, Eudora Welty, Grace Paley), sino que el número de autoras que escriben hoy ficción de calidad es similar, si no superior, al de los narradores. La cuestión de fondo es algo tan sencillo como que la historia crítica de la literatura la sigue controlando un establishment claramente masculino. Al cuarteto de autores antes señalados cabe contraponer otro integrado por novelistas que brillan a una altura similar: Joyce Carol Oates, E. Annie Proulx, Marilynne Robinson y Toni Morrison.
Herman Melville, autor de Moby Dick / EL PAÍS

Con casi 60 novelas y centenares de relatos en su haber, además de innumerables incursiones en todos los géneros literarios, Joyce Carol Oates (1938) es la más prolífica y versátil de las narradoras norteamericanas actuales y una de las de mayor talento. E. Annie Proulx (1935), tenía 55 años cuando publicó su primer libro, una colección de relatos. Su novela Atando cabos (1993) obtuvo los premios Pulitzer y Nacional del Libro. La película basada en su relato Brokeback Mountain, galardonada con un Óscar, la lanzó a la fama. Tras la entrega de su primera novela Marilynne Robinson (1943) esperó 24 años antes de publicar Gilead, con la que obtuvo el Pulitzer en 2004. Autora de tan solo tres novelas, su obra narrativa no va a la zaga de la de ningún autor contemporáneo, hombre o mujer. La afroamericana Toni Morrison, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1993 no necesita presentación. Su última novela, Volver (2012) se publicará próximamente en España.
Todos los nombres citados hasta ahora corresponden a figuras con una dilatada trayectoria. Acercándonos a sus herederos con ánimo de discernir en qué dirección se mueve la ficción norteamericana más joven, uno de los nombres clave es el de David Foster Wallace. Su influencia sobre las nuevas generaciones de escritores de todo el mundo es inconmensurable. Autor de La broma infinita (1997), una de las novelas más radicales y audaces de las últimas décadas, Wallace se suicidó en 2008 con tan sólo 46 años. Dejó inacabada El rey pálido.
Wallace también tenía su canon particular, integrado por Pynchon, Don DeLillo y dos altos representantes de la metaficción postmoderna: John Barth y Robert Coover, cuyo legado le resultaba problemático. De los realistas, ni rastro. Wallace abrió su reseña de Hacia el final del tiempo, novela publicada por Updike en 1997 con estas palabras: “Mailer, Updike y Roth son grandes machos narcisistas que vislumbran su propio fin con la muerte de la novela como telón de fondo”.
El radar de Wallace hacía caso omiso de los misiles lanzados desde el realismo por considerar que se trataba de una opción estética totalmente periclitada y por tanto incapaz para narrar de manera adecuada la complejidad de nuestro tiempo. Con respecto a Barth y a Coover, creía que sus experimentos metaficcionales habían llevado a la novela a un callejón sin salida. En deuda por el contrario con Pynchon y DeLillo, de quienes aprendió a mirar hacia el futuro, pensaba que eran de los pocos autores parte de cuya obra quizá se siguiera leyendo dentro de cien años (en una ocasión efectuó la enigmática observación de que quizás se salvara el 25% de la obra de Pynchon).
Situemos todo esto en una perspectiva histórica. En ¿Tolstói o Dostoievski?, su primer libro, George Steiner avanzó la hipótesis de que con el declive de las potencias europeas el testigo de la gran novela pasó a manos de los imperios emergentes de Rusia y los EE UU. Independientemente de que Europa siguió produciendo novelistas de gran envergadura durante mucho tiempo, había algo rabiosamente novedoso en el despertar narrativo de la joven nación norteamericana. A mediados del XIX, una nueva manera de entender el cuento y la novela echan a andar de la mano de Edgar Allan Poe, Herman Melville y Nathaniel Hawthorne, con obras como La letra escarlata y Moby Dick. En el lustro comprendido entre 1850 y 1855 surgen los nombres de Emerson y Thoreau en el ensayo, y Walt Whitman en la poesía. Pocas veces en la historia de la literatura han tenido lugar explosiones de talento de semejante calibre. A lo largo de la centuria siguiente el canon se refuerza con los nombres de Mark Twain y Henry James. Una breve escala en 1925 permite constatar que entre los autores que publicaron aquel año figuraban Hemingway, Faulkner, Scott Fitzgerald y Dos Passos.
Lo que más interesa destacar de estos insólitos estallidos de genio colectivo es la persistencia de una serie de tensiones históricas que mueven el arte de la ficción en direcciones antagónicas (Twain: la voz del pueblo, como Whitman; James: la novela cerebral que se investiga a sí misma como medio; Hemingway, cultivador de una prosa de una claridad rayana en lo imposible frente a la extraordinaria opacidad impregnada de poesía de Faulkner).
Cormac McCarthy prorroga la lección de Faulkner, de cuyas obras fue editor hasta su muerte; Roth es heredero de un linaje que incluye nombres como Saul Bellow o Bernard Malamud. La mayor colisión entre pulsiones narrativas de signo antagónico probablemente tuvo lugar en la década de los cincuenta del siglo pasado. En 1951 se publica El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, la novela más vendida de la historia de la literatura estadounidense, y en 1955, Los reconocimientos, de William Gaddis, probablemente la menos leída. Esta última es, no obstante, una obra fundamental, sin la que no resulta posible entender ni a Pynchon ni a Foster Wallace. También en 1955 vio la luz Lolita, de Vladimir Nabokov, uno de cuyos segmentos (el recorrido de motel en motel por el corazón del paisaje americano efectuado por la ninfa y su seductor) es una de las dos mejores novelas de carretera de todos los tiempos. La otra es En el camino, de Jack Kerouac, publicada dos años después.
Portada de 'La broma infinita', de David Foster Wallace. / EL PAÍS
Desde entonces hasta hoy, la vitalidad de la narrativa norteamericana no ha dado en ningún momento síntomas de desfallecer. Las novelas publicadas por los ocho grandes nombres invocados antes recorren la segunda mitad del siglo pasado y lo que llevamos del actual (Philip Roth publicó su primera novela en 1959 y Toni Morrison, la última en 2012). Con respecto a las tensiones que siempre han sido el motor de la tradición narrativa norteamericana, la más significativa de los últimos tiempos probablemente sea la mantenida entre David Foster Wallace y su mejor amigo, Jonathan Franzen, cuyos modos de entender el arte de la ficción no pueden estar más alejados.
Inicialmente, sus posturas coincidían: se trataba de superar tanto el caduco modelo realista como el de los posmodernistas, que se habían olvidado de que debía haber algún tipo de vínculo entre la página y el mundo. Sus primeras novelas, La escoba del sistema (Wallace, 1987) y La ciudad número 27 (Franzen, 1988), respondían a un mismo orden de preocupaciones. Wallace no tiró la toalla nunca, en tanto que Franzen inició un proceso de regresión hacia formas más convencionales de narrar con Las correcciones (2001) y Libertad (2010), dos novelas que miran al pasado. Escrita antes que estas dos, La broma infinita (1997) dirige su mirada resueltamente hacia el futuro. En cierto modo, se puede decir que cuanto acontece en el panorama de la joven narrativa norteamericana actual toma postura frente a las Escila y Caribdis representadas por estas dos maneras antagónicas de novelar.
Las letras estadounidenses siguen sin perder un ápice de vitalidad. El problema mayor a la hora de elaborar una lista de de nombres de interés, es lo que deja fuera. Así las cosas, proclamo que el interés de Richard Powers, Denis Johnson, A. M. Homes y George Saunders obedece a que la audacia de sus innovaciones no ahoga el milagro de su prosa; Chimamanda Adichie y Teju Cole interesan por su visión novelística, no por su raza negra; Jennifer Egan, Colum McCann, Dave Eggers y Jeffrey Eugenides interesan por la potencia de sus narraciones, no por ser blancos; Junot Díaz por su dominio del relato corto, no por ser hispano; la prosa de Thea Obreht cautiva por su vivacidad, no por su jovencísima edad. Por último, confieso que mi admiración por los nativos americanos Louise Erdrich y Sherman Alexie se deriva del hecho de que ambos han sabido preservar en sus historias la voz auténtica de sus tribus.
Eduardo Lago es escritor. Este texto es reflejo de sus investigaciones como Catedrático de Excelencia en la Universidad Carlos III de Madrid

Canon improbable de los últimos 15 años

Partiendo de la gran obra La broma infinita, escrita en 1997 por David Foster Wallace, diseñamos un canon de la mejor narrativa estadounidense del siglo XXI.
Joyce Carol Oates: Blonde (2000).
Michael Chabon. Las asombrosas aventuras de Kavalier y Klay (2000).
George Saunders. Pastoralia (2000).
Richard Russo. Empire Falls (2001).
Richard Powers. El tiempo de nuestras canciones (2003).
Marilynne Robinson. Gilead (2004).
Annie Proulx. Mala tierra: Gente del Wyoming (2004).
William T. Vollman. Europa central (2005).
Dave Eggers. Qué es el qué (2006).
Cormac McCarthy. La carretera (2006).
Denis Johnson. Árbol de humo (2007).
Joshua Ferris. Entonces llegamos al final (2007).
Richard Price. Lush Life (2008).
Thomas Pynchon. Vicio propio (2009).
Colum McCann. Que el vasto mundo siga girando (2009).
Colson Whitehead. Sag Harbor (2009).
Lydia Davies. Cuentos reunidos (2009).
Jonathan Franzen. Libertad (2010).
Jennifer Egan. El tiempo es un canalla (2010).
Chang Rae Lee. Rendidos (2010).
Don De Lillo. Punto Omega (2010).
Téa Obreht. La esposa del tigre (2011).
Junot Díaz. Cómo conseguir que tu chica te abandone (2012).
Louise Erdrich. La casa redonda (2012).
Sherman Alexie. Blasfemia (2012).

Sospechan que los asesinos de “A sangre fría” mataron a otra familia

¿Un nuevo epílogo para la gran novela de no-ficción de Truman Capote? En su libro, Capote contó la historia de Hickock y Smith, presos por el crimen de un matrimonio y dos hijos

CAPOTE. Entrevistó a los asesinos y trabó una relación muy cercana./ Revista Ñ

Los cuatro estallidos irrumpieron en las primeras horas de esa mañana de noviembre de 1959 e interfirieron con los ruidos normales de un pueblo perdido en Kansas, “con la activa histeria de los coyotes, el chasquido seco de las plantas secas arrastradas por el viento, los quejidos del silbido de la locomotora”. Los cuatro disparos que en total terminaron con seis vidas humanas; incluidas, en última instancia, las de los asesinos. Y, también, con el anonimato de Holcomb, Kansas; y con el mote de “cronista frívolo” que arrastraba (injustamente) Truman Capote. Pero no pudieron sepultar para siempre los cuerpos de Richard “Dick” Hickock y Perry Edward Smith.
Anteayer los restos de los asesinos que Capote retrató en A sangre fría fueron exhumados como parte de una investigación sobre otro homicidio cuádruple –el de la familia Walker– ocurrido en Florida ese mismo año.
Los restos de los asesinos yacen juntos, a pocos pasos uno del otro, en el cementerio de Mount Muncie, en Kansas, el mismo Estado donde liquidaron a Herbert Clutter, su mujer Bonnie y sus dos hijos.
Los Agentes de la Oficina de Investigación de Kansas desenterraron los huesos después de obtener una orden judicial, según confirmó Kyle Smith, subdirector del departamento policial del condado de Kansas. Los investigadores tardaron más de cuatro horas en exhumar ambos cuerpos para que la policía de Kansas procese el ADN extraído de los restos y lo remita a Florida para su comparación con las pruebas de los asesinatos no resueltos de la familia Walker.
En realidad, Dick y Perry, ya habían sido investigados por este cuádruple homicidio cuando todavía estaban vivos. El propio Capote lo describe en algunos pasajes de su memorable novela de no–ficción. Tras asesinar a los Clutter, relajados y en un hotel de Miami, Perry encontró una noticia que le llamó la atención: el asesinato de “Clifford Walker, su esposa y sus hijos, un niño de cuatro años y una niña de dos años”. El diario contaba que “Cada una de las víctimas, si bien ni atadas ni amordazadas, habían muerto de un disparo en la cabeza con un proyectil calibre 22. El crimen, del que no había ninguna pista y aparentemente tampoco motivo, tuvo efecto el sábado 19 de diciembre por la noche, en el domicilio de los Walker, un rancho ganadero vecino de Tallahassee.” Como reconstruye Capote, Perry y Hickock no tardaron en darse cuenta que ese día ellos se escondían en la misma localidad. “‘¡Increíble!’ Perry releyó el artículo. ‘¿Sabes lo que no me extraña? Que lo hubiese hecho un lunático. Un maniático que hubiera leído lo de Kansas’.
No fueron los únicos en asociar este crimen con el de los Clutter, por el que más tarde serían apresados, condenados y ejecutados.
El 20 de enero de 1965, en una carta que Perry envió a Capote –por entonces ya mantenían una amistad sugerente y una correspondencia fluida– y que el escritor reproduce en su libro, el preso escribe: “Me han pedido que me someta al detector de mentiras por lo del caso Walker”. En la página que sigue Capote describe, con detalles, el asesinato de los Walker: “Un joven matrimonio, Clifford Walker y señora, y sus dos hijos, niño y niña, todos ellos muertos de un escopetazo en la cabeza”. Y continúa: “Los resultados de la prueba, para gran desilusión del sheriff de Osprey y de Al Dewey (el investigador del homicidio de los Clutter), que no cree en excepcionales coincidencias, fueron negativos. El asesino de la familia Walker sigue por descubrir”, concluye Capote, en la última de sus menciones sobre ese homicidio.
Ahora, la exhumación se realizó tras el pedido del detective del condado de Sarasota en Florida.
Kim McGath, que pasó cuatro años investigando los asesinatos de la familia de Florida, no cree que el detector de mentiras haya dicho toda la verdad. Insiste en que los asesinatos de ambas familias presentan muchas similitudes. Por ejemplo, que Christine Walker fue violada: los investigadores encontraron muestras de semen en el cuerpo sin vida de la mujer, según McGath. Y Smith dejó entrever, en sus conversaciones con Capote, que él mismo impidió que su socio abusara de Nancy Clutter, que sólo tenía 16.
De hecho, en A sangre fría, en el mismo hotel de Miami donde se habrían enterado del asesinato de los Walker, Perry se enfurece por ver a Hickock coqueteando con una chica. “¿No habían llegado casi a las manos cuando, muy recientemente, él impidió que Dick violara a una aterrada muchacha?”, se pregunta Capote.
Además, McGath agregó que Smith tenía un cuchillo idéntico a uno robado a Cliff Walker. Ha de sospechar que se trata del mismo cuchillo con el que le cortó la garganta a Herbert Clutter, antes de dispararle.
Perry y Dick se conocieron en los ‘50, mientras cumplían una condena en una cárcel de Kansas. Estuvieron juntos 2 mil días en la “hilera de la muerte”, o El Rincón, el pabellón para los condenados a muerte. Capote, aseguran algunas investigaciones, financió recursos legales para retrasar la ejecución mientras le convenía y, finalmente, retiró su ayuda para garantizar un fin contundente y dramático a su libro. Sólo no contaba con este epílogo.

23.12.12

El cuento del domingo



 

Ray Bradbury

La última noche del Mundo

-¿Qué harías si supieras que esta es la última noche del mundo?
-¿Qué haría? ¿Lo dices en serio?
-Sí, en serio. 
-No sé. No lo he pensado. 
  El hombre se sirvió un poco más de café. En el fondo del vestíbulo las niñas jugaban sobre la alfombra con unos cubos de madera, bajo la luz de las lámparas verdes. En el aire de la tarde había un suave y limpio olor a café tostado.
-Bueno, será mejor que empieces a pensarlo.
-¡No lo dirás en serio!
  El hombre asintió.
-¿Una guerra?
  El hombre sacudió la cabeza.
-¿No la bomba atómica, o la bomba de hidrógeno?
-No.
-¿Una guerra bacteriológica?
-Nada de eso -dijo el hombre, revolviendo suavemente el café-. Solo, digamos, un libro que se cierra.
-Me parece que no entiendo.
-No. Y yo tampoco, realmente. Solo es un presentimiento. A veces me asusta. A veces no siento ningún miedo, y solo una cierta paz -miró a las niñas y los cabellos amarillos que brillaban a la luz de la lámpara-. No te lo he dicho. Ocurrió por vez primera hace cuatro noches.
-¿Qué?
-Un sueño. Soñé que todo iba a terminar. Me lo decía una voz. Una voz irreconocible, pero una voz de todos modos. Y me decía que todo iba a detenerse en la Tierra. No pensé mucho en ese sueño al día siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprendí a Stan Willis mirando por la ventana, y le pregunté: "¿Qué piensas, Stan?", y él me dijo: "Tuve un sueño anoche". Antes de que me lo contara yo ya sabía qué sueño era ese. Podía habérselo dicho. Pero dejé que me lo contara.
-¿Era el mismo sueño?
-Idéntico. Le dije a Stan que yo había soñado lo mismo. No pareció sorprenderse. Al contrario, se tranquilizó. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No concertamos nada. Nos pusimos a caminar, simplemente cada uno por su lado, y en todas partes vimos gentes con los ojos clavados en los escritorios o que se observaban las manos o que miraban la calle. Hablé con algunos. Stan hizo lo mismo.
-¿Y todos habían soñado?
-Todos. El mismo sueño, exactamente.
-¿Crees que será cierto?
-Sí, nunca estuve más seguro.
-¿Y para cuándo terminará? El mundo, quiero decir.
-Para nosotros, en cierto momento de la noche. Y a medida que la noche vaya moviéndose alrededor del mundo, llegará el fin. Tardará veinticuatro horas.
  Durante unos instantes no tocaron el café. Luego levantaron lentamente las tazas y bebieron mirándose a los ojos.
-¿Merecemos esto? -preguntó la mujer.
-No se trata de merecerlo o no. Es así, simplemente. Tú misma no has tratado de negarlo. ¿Por qué?
-Creo tener una razón.
-¿La que tenían todos en la oficina?
  La mujer asintió.
-No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy las vecinas hablaban de eso entre ellas. Todas soñaron lo mismo. Pensé que era solo una coincidencia -la mujer levantó de la mesa el diario de la tarde-. Los periódicos no dicen nada.
-Todo el mundo lo sabe. No es necesario -el hombre se reclinó en su silla mirándola-. ¿Tienes miedo?
-No. Siempre pensé que tendría mucho miedo, pero no.
-¿Dónde está ese instinto de autoconservación del que tanto se habla?
-No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con nuestras vidas, no podía pasar otra cosa.
-No hemos sido tan malos, ¿no es cierto?
-No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.
  En el vestíbulo las niñas se reían.
-Siempre pensé que cuando esto ocurriera la gente se pondría a gritar en las calles.
-Pues no. La gente no grita ante la realidad de las cosas.
-¿Sabes?, te perderé a ti y a las chicas. Nunca me gustó la ciudad ni mi trabajo ni nada, excepto ustedes tres. No me faltará nada más. Salvo, quizás, los cambios de tiempo, y un vaso de agua helada cuando hace calor, y el sueño. ¿Cómo podemos estar aquí, sentados, hablando de este modo?
-No se puede hacer otra cosa.
-Claro, eso es; pues si no estaríamos haciéndolo. Me imagino que hoy, por primera vez en la historia del mundo, todos saben qué van a hacer de noche.
-Me pregunto, sin embargo, qué harán los otros, esta tarde, y durante las próximas horas.
-Ir al teatro, escuchar la radio, mirar la televisión, jugar a las cartas, acostar a los niños, acostarse. Como siempre.
-En cierto modo, podemos estar orgullosos de eso... como siempre.
  El hombre permaneció inmóvil durante un rato y al fin se sirvió otro café.
-¿Por qué crees que será esta noche?
-Porque sí.
-¿Por qué no alguna otra noche del siglo pasado, o de hace cinco siglos o diez?
-Quizá porque nunca fue 19 de octubre de 2069, y ahora sí. Quizá porque esa fecha significa más que ninguna otra. Quizá porque este año las cosas son como son, en todo el mundo, y por eso es el fin.
-Hay bombarderos que esta noche estarán cumpliendo su vuelo de ida y vuelta a través del océano y que nunca llegarán a tierra.
-Eso también lo explica, en parte.
-Bueno -dijo el hombre incorporándose-, ¿qué hacemos ahora? ¿Lavamos los platos?
  Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado especial. A las ocho y media acostaron a las niñas y les dieron el beso de buenas noches y apagaron las luces del cuarto y entornaron la puerta.
-No sé... -dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrás, con la pipa entre los labios.
-¿Qué?
-¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos así, entornada, para que entre un poco de luz?
-¿Lo sabrán también las chicas?
-No, naturalmente que no.
  El hombre y la mujer se sentaron y leyeron los periódicos y hablaron y escucharon un poco de música, y luego observaron, juntos, las brasas de la chimenea mientras el reloj daba las diez y media y las once y las once y media. Pensaron en las otras gentes del mundo, que también habían pasado la velada cada uno a su modo.
-Bueno -dijo el hombre al fin.
  Besó a su mujer durante un rato.
-Nos hemos llevado bien, después de todo -dijo la mujer.
-¿Tienes ganas de llorar? -le preguntó el hombre.
-Creo que no.
  Recorrieron la casa y apagaron las luces y entraron en el dormitorio. Se desvistieron en la fresca oscuridad de la noche y retiraron las colchas.
-Las sábanas son tan limpias y frescas…
-Estoy cansada.
-Todos estamos cansados.
  Se metieron en la cama.
-Un momento -dijo la mujer.
  El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento después estaba de vuelta.
-Me había olvidado de cerrar los grifos.
  Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse.
  La mujer también se rió. Sí, lo que había hecho era cómico de veras. Al fin dejaron de reírse, y se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy juntas.
-Buenas noches -dijo el hombre después de un rato.
-Buenas noches -dijo la mujer.

Ray Douglas Bradbury; Waukenaun, Illinois, 1920 2012. Novelista y cuentista estadounidense conocido principalmente por sus libros de ciencia ficción. Alcanzó la fama con la recopilación de sus mejores relatos en el volumen Crónicas marcianas (1950), que obtuvieron un gran éxito y le abrieron las puertas de prestigiosas revistas. Se trata de narraciones que podrían calificarse de poéticas más que de científicas, en las que lleva a cabo una crítica de la sociedad y la cultura actual, amenazadas por un futuro tecnocratizado. En 1953 publicó su primera novela, Fahrenheit 451, que obtuvo también un éxito importante y fue llevada al cine por François Truffaut. En ella puso de manifiesto el poder de los medios de comunicación y el excesivo conformismo que domina la sociedad.

Ray Bradbury
Ray Bradbury se graduó en la escuela secundaria en 1938, y se ganó la vida como vendedor de periódicos hasta 1942. Comenzó a escribir desde niño, pero publicó su primera historia en 1938, en una revista de aficionados. Adquirió la certeza de lo que sería su estilo cuando compuso The Lake. En 1943 dejó el trabajo de vendedor de periódicos y se dedicó a escribir a tiempo completo, publicando en diversos medios numerosos relatos breves, hasta que en 1950, con la aparición de Crónicas marcianas, comenzó su ascendente fama literaria. En sus páginas, que relatan los intentos de los terrestres por colonizar el planeta Marte, se reflejan las angustias y ansiedades que existían en la sociedad norteamericana de la década de los cincuenta, ante el peligro de una guerra nuclear.
Considerados un clásico de la ciencia ficción, este conjunto de relatos interdependientes recoge no sólo las vicisitudes de la colonización del planeta Marte sino también la caída de su civilización, abarcando un período comprendido entre 1999 y 2026. Los marcianos poseen notables poderes telepáticos, lo que causa graves contratiempos a las tres primeras expediciones. La cuarta aporta al planeta la varicela, que contagia a los indígenas y acaba con su resistencia.
A continuación, se desarrolla la obra colonizadora, que aporta al planeta los aspectos más negativos de la cultura occidental. Sólo un mexicano, que conserva las esencias de su cultura indígena, consigue establecer una auténtica comunicación con un marciano que, a su vez, es depositario de las tradiciones desplazadas por la hegemonía de los colonizadores. Éstos han degradado a tal punto la civilización autóctona, que en uno de los relatos un marciano utiliza sus poderes telepáticos para divertir a los nuevos amos adoptando las personalidades que le solicitan. También los negros estadounidenses establecen asentamientos para huir de la discriminación. Finalmente, el planeta casi se despuebla porque una amenaza bélica en la Tierra induce a los colonos a regresar. Los pocos que permanecen en Marte se convierten en los "nuevos" marcianos.
En 1951 publicó uno de sus libros mayores, El hombre ilustrado, compuesto por varios relatos de naturaleza fantástica, y dos años más tarde otro de los más representativos, Fahrenheit 451Fahrenheit 451 narra la historia de una ciudad del futuro dominada por los medios audiovisuales, en la que se acosa el individualismo, están prohibidos los libros, y los bomberos, brazos ejecutores de un Estado totalitario, son los encargados de quemarlos. Al margen de la sociedad, un grupo de hombres recluidos en los bosques decide memorizar textos enteros de filosofía y literatura para preservar la cultura. (título que alude a la temperatura en que libros empiezan a arder).

Fotogramas de Fahrenheit 451, de François Truffaut
Esta fábula moralizante ha sido considerada como una gran obra antiutópica y acaso premonitoria, y fue llevada al cine por François Truffaut. En el relato de Bradbury se exponen de forma minuciosa las razones de la prohibición de los libros en boca del jefe de bomberos, Guy Montag. Frente a sus argumentos se expone el punto de vista de un profesor que aconseja a Montag y que pone de relieve las características positivas de la lectura. De este modo, se desarrolla una reflexión que se enriquece con referencias a los clásicos.
Bradbury advierte de los peligros y las amenazas que incumben a una sociedad enteramente automatizada, olvidada de los valores tradicionales de la cultura, y próxima al exterminio atómico. Consigue climas sardónicamente alucinantes en cuentos como There will come soft rains (1950), donde una casa robotizada prosigue realizando los movimientos programados, en un mundo carente ya de vida, hasta su postrer quema liberadora, o en The Veldt (1950), donde otra casa automatizada, casi dotada de vida propia, masacra, con la complicidad de los niños, a los padres de éstos.
Pero Bradbury no sólo cultivó la ciencia ficción y la literatura de corte fantástico, sino que escribió también libros realistas e incluso incursionó en el relato policial. Su prosa se caracteriza por la universalidad, como si no le importara tanto perfeccionar un género como escribir acerca de la condición humana y su temática, a través de un estilo poético.

En su niñez Ray se trasladó, por cuestiones laborales de su padre, a vivir en varias ocasiones a Tucson, en Arizona. Finalmente, en 1934, la familia Bradbury se trasladó a California, residiendo en la ciudad de Los Ángeles.

Después de terminar el instituto en 1938, en donde solía realizar actuaciones teatrales, Bradbury abandonó los estudios para convertirse en autodidacta y dedicar su tiempo a la lectura y a escribir, publicando sus primeros relatos cortos, como `Hollerbocher`s Dilemma`, texto publicado en la revista `Imagination`. Al mismo tiempo que comenzaba su carrera como escritor vendía periódicos en la ciudad angelina.

Algunas de las publicaciones en las que vio publicados sus relatos fueron `Futuria Fantasia` (su propia revista), `Spaceways`, `Super Sciencie Stories`, en donde por primera vez le pagaron por un relato llamado `Pendulum`, aparecido en 1941, `Weird Tales`, o `Best American Short Stories`, en donde en 1945 apareció `The Big Black and White Game`.

En esta época solía emplear variados seudónimos, como Ron Reynolds, Guy Amory, Anthony Corvais, Omega, Briand Eldred, Edward Banks, e incluso empleando el nombre de su padre, Leonard Spaulding. Más tarde también emplearía Douglas Spaulding.

En 1946 Bradbury conoció a Maggie McClure, quien trabajaba en una librería. Un año después Ray y Maggie contrajeron matrimonio, el cual duraría hasta el 2003, año en el cual falleció Maggie.

La colección de relatos `Carnaval negro` (1947) sacó a Bradbury del anonimato literario. Posteriormente triunfaría con `Crónicas marcianas` (1950), fabulación sobre la colonización del planeta rojo, `El hombre ilustrado` (1951), `Las doradas manzanas del sol` (1953) o `Fahrenheit 451` (1953), el título más popular de su bibliografía, ambientado en una sociedad que prohíbe los libros.

Con estos títulos Ray Bradbury logró ser reconocido por sus novelas de ciencia-ficción y fantasía, estableciendo miradas bastante sombrías y críticas sobre el devenir de la sociedad humana, a las que no le faltan trazos líricos en una exposición que suele fustigar la desproporción tecnológica, las desigualdades y el totalitarismo.

Por sus trabajos recibió diferentes premios como el O. Henry Memorial o el galardón Benjamin Franklin.

Su prolífica producción literaria, generalmente libros de relatos, incluye otros títulos como `El país de octubre` (1955), `El vino del estío` (1957), `El día que llovió para siempre` (1959), `Twice 22` (1959), `Una medicina para la melancolía` (1959), `R is for Rocket` (1960), `La feria de las tinieblas` (1962), `Las maquinarias de la alegría` (1964), `The Vintage Bradbury` (1965), `S is for Space` (1966) `Dos veces veintidós` (1966), `Leviatán 99` (1966), `Canto al cuerpo eléctrico` (1969), `Fantasmas de lo nuevo` (1959), `Sueño de fiebre y otras fantasías` (1970), `El árbol de las brujas` (1972), `EL maravilloso traje de color vainilla` (1972), `Columna de fuego y otras obras` (1973), `Mucho después de medianoche` (1976), `El último Circus y la electrocución` (1980), `Memoria de un crimen` (1984), `La muerte es un asunto solitario` (1985), `Cementerio para lunáticos` (1990), `Más rápido que el ojo` (1992), `Ahmed y las máquinas del olvido: Una fábula` (1998), `De la ceniza volverás` (2001), `Matemos a Constance` (2002), `Algo más en el equipaje` (2002), libro por el cual ganó el Premio Bram Stoker o `The Cat`s Pajamas: New Stories` (2004).

También ha escrito obras teatrales, ensayos, volúmenes de poesía y guiones cinematográficos, entre ellos la adaptación del `Moby Dick (1956) de Herman Melville realizada por John Huston.
 

Semblanza biográfica: donadordealmas.com,biografiasyvidas.com.Texto:El cuento del día.Foto:archivo.

22.12.12

La literatura en Colombia

María Jimena Duzán habló con Miguel Torres, Juan Gabriel Vázquez, Ricardo Silva y Felipe Restrepo acerca del papel de los escritores en una sociedad

 

Segmento 2

Segmento 3

Segmento 4

  fuente: semana.com

Letras para Navidad

¿Qué libro regalaría en este día de celebración? 

Regalar libros, es el mejor regalo./elespectador.com

‘La muerte del padre’
Mi recomendado del año es un hermoso y terrible libro llamado La muerte del padre, del noruego Karl Ove Knausgard, descubrimiento del año. Aunque es una novela larga, su dureza y ternura son más que elogiables. Una escritura como la suya vale la pena ser descubierta. Editorial Anagrama. Por Juan David Correa U.
‘Elogio de amor’
Mi recomendado —además de Emma Reyes, ‘Memoria por correspondencia’, el mejor libro del año— es ‘Elogio del amor’ de Alain Badiou; una brillante reflexión sobre ese sentimiento que sigue inquietando a la humanidad y generando toda clase de libros. Badiou, escritor, filósofo y profesor de la Universidad de París VIII, sostiene, en una conversación honda y compleja con Nicolás Truong, sus originales ideas sobre el amor, que para él es ante todo un modo de experimentar el mundo desde la pareja, a partir no del consenso sino de las diferencias, en un tiempo en que este sentimiento está amenazado por el temor al riesgo y por la banalización. Amor y política, amor y arte, y perspectivas del amor desde la filosofía son algunos capítulos de esta conversación, que no cae jamás en consejos o fórmulas para ser felices. Editorial Paidós. Por Piedad Bonnett
‘De nuevo, el amor’
El amor es extraño, melancólico, incomprensible. Sarah, la protagonista, reconoce los delirios de su cuerpo, del éxtasis y de la soledad al enamorarse de dos hombres menores. Este libro es casi un manual contemporáneo de las pasiones femeninas y de los desafíos de las relaciones frontera, esas que están hechas de rendijas y de fisuras por donde se cuelan la seducción y el deseo. Pero Lessing, en una apuesta íntima y propia, va más allá de la evidencia del amor romántico. Lo que hay en estas páginas es una oda al ser humano, al acto creativo y a la libertad. Por esto, ‘De nuevo, el amor’ merece leerse con la paciencia que no tenemos y darse el lujo de saborear hasta su último trazo. Editorial Random House Mondadori. Por Diana Castro Benetti.
‘Poems 1962-2012’
A la poeta norteamericana Louise Glück (Nueva York, 1943) la han honrado los premios. Son una confirmación del talento que define su poesía. Reunida en ‘Poems 1962-2012’, el volumen puede ser considerado un clásico contemporáneo. La consecuencia asombrosa de más de cuarenta años de trabajo en los que Glück ha descrito la experiencia del ser humano de una manera sencilla: comprendiendo que “el mundo más allá de la noche permanece como un misterio”. Un enigma que descifra mediante poemas narrativos, en los que quizás se pueda reconocer al lector, y agradece el testimonio de una autora que perdura en cada línea. Editorial Farrar, Straus and Giroux. Por Hugo Chaparro Valderrama.

Carvalho: "Cualquier cosa que se publique en Internet va a tener un público que le crea"

Traductor de Saer y estudioso de Borges, el escritor brasileño pasó por Buenos Aires y habló de sus novelas Teatro y Nueve Noches, editadas aquí. En ellas crea espacios ambiguos entre realidad y ficción que el público no siempre interpreta.  “No existe nada fuera del mercado”, opinó

ANTIHEROES. A Bernardo Carvalho le fascinan los personajes que no logran lo que se proponen. /Adriana Vichi./Revista Ñ

Cree en la literatura Bernardo Carvalho (Río de Janeiro, 1960). Pero es un escritor disidente. Quizá sea por eso que mientras siembra desconfianzas sobre toda certeza literaria su cosecha lo deja perplejo. El mismo le tiende trampas al lector, pero no está libre de caer en ellas. Aprendió: la verdad que siempre busca, es más inverosímil que la mentira. La evidencia es su derrotero por la ficción literaria.  De paso por Buenos Aires, Carvalho habla de las dos novelas que se tradujeron en Argentina, Teatro (Corregidor) y Nueve Noches (Edhasa) y desovilla en varias entrevistas públicas el perfil de su obra, ratificando en la audiencia el buen momento que viven los autores brasileños en nuestro país.   “Mi mayor miedo es que digan que miento”, ha dicho el escritor. Y no es una definición menor viniendo de un autor para el que el problema no es la mentira, sino su poder de contaminación. Aunque detesta repetirse en las charlas públicas, y teme que ocurra lo mismo en entrevistas como esta, se lo ve feliz en Buenos Aires. Aun así, no puede calibrar el verdadero interés del público latinoamericano por la literatura brasileña.  “Cuando voy a las ferias del continente, veo que hay comunidades de escritores latinos. Brasil es un cuerpo extraño en ese ambiente. Pero noto que cada vez más autores brasileños publican aquí. Es un avance”, reflexiona este hombre que tradujo entre otros a Juan José Saer al portugués, y así da pie para empezar con las preguntas. 
Quizá sea cierto que avanzan los autores brasileños, pero aquí leímos a Jorge Amado, de niños a Monteiro Lobato, y ahora, tarde, a Clarice Lispector… Hoy hay muchos nombres, pero menos conocidos, ¿hay un fenómeno de fragmentación?
Puede ser. Pero por ejemplo, en relación a Jorge Amado, ¿lo leían como alta literatura o como literatura popular?
Creo que convocaba ambos públicos. A lo popular llegó a través del cine quizá, vos sabés, Doña Rosa, y el otro espacio lo ganó con sus historias locales y su vinculación política, la transnacionalización del Partido Comunista.
Algo parecido ocurrió en Europa.  Y veo esa fragmentación en ese país enorme que es Brasil, y que hoy es mucho más complejo. Eso se refleja en la literatura. En los días de Jorge Amado había 5 o 6 escritores conocidos más allá de las fronteras, hoy hay 25 o 30. Y cada uno escribiendo de manera muy diferente. Brasil nunca fue considerado un país muy literario, pero en Estados Unidos que sí lo es, ocurre lo mismo, hay muchísimos autores nuevos, y aquí mismo, en la Argentina, que tiene una tradición literaria importante, también hay muchísimos jóvenes que publican aquí y afuera.
En la Argentina, ¿qué otros autores además de Saer has trabajado? ¿Cuál fue la marca del boom latinoamericano en Brasil?
Quizá para ustedes Borges sea una camisa de fuerza, pero para mí es imprescindible. Para muchos brasileños, y por supuesto para mí, es fundamental. Y después he seguido a autores como Piglia, Bioy, pero no conozco a muchos.
En tu literatura hay temas netamente borgeanos, la verosimilitud de las historias, el rol del azar y las causalidades. Esa idea tan presente de cuestionar las certezas, de sembrar desconfianza, ¿tiene el mismo valor hoy que, quizá, hace veinte o treinta años? ¿No somos más incrédulos hoy?
Creo que no, que es distinto, pero no concuerdo con vos. Creo que, aunque exista esa sospecha, gracias a Internet el público es totalmente creyente. Las personas creen en todo lo que leen en Internet. Todo. Y eso es muy impresionante. Cualquier cosa que se publique en Internet, va a tener un público que le crea. Es increíble que no exista ninguna desconfianza. Aunque sea obvio que es un medio que da para la subjetividad, la mentira, lo artificial, la impostura. Es curioso. Por eso creo que no tiene el mismo valor que tuvo antes, pero tiene una importancia muy grande. Hoy es mucho más difícil hacerse entender en ese juego de la sospecha y la desconfianza a través de la literatura. Porque hay una especie de necesidad de creer a pie juntillas en todo. 
- Eso no se verifica, por ejemplo, en el periodismo, la creencia en el periodismo ha caído mucho.
Es verdad, pero, en cambio, la gente cree en todo lo que es publicado en Internet. Si aparece un texto firmado con mi nombre, nadie va a pensar que no fui yo quien lo escribió. Eso es increíble. Y no hay como reaccionar tampoco a esta certeza. Cuando escribí “Nueve Noches”, tenía ganas de jugar, de provocar al lector creando una situación que aparentemente era totalmente real y que en realidad era pura ficción. Y lo que pasó fue que, de la misma manera que el lector lee en Internet, leyeron el libro en primer grado, sin ninguna ironía, sin tomar ninguna distancia, ninguna reflexión, como si fuera un exacto relato de la realidad. 
-¿Y no tenés miedo de que ocurra lo contrario? ¿Que tratando de ficcionalizar un hecho real termines haciendo realismo?
Fue lo que pasó. En realidad traté de crear una situación de ambigüedad entre realidad y ficción y el efecto fue contrario al que yo buscaba, un efecto de puro realismo, como si eso le diera más autoridad y verosimilitud a la ficción. Y eso era justamente lo que yo quería evitar. Por ejemplo, si llego a Buenos Aires y vengo a hablar con ustedes y digo “soy Levy-Strauss” y me porto como Levy-Strauss, con verosimilitud, nadie me va a creer. Va a haber una necesidad inmediata de terminar con la impostura, de denunciarla. Y en el libro, escribo que ese personaje es Levy-Strauss y nadie se lo cuestiona. Inmediatamente todos piensan “tiene que ser” Levy-Strauss. Que estoy hablando del Levy-Strauss real. De hecho lo estoy haciendo, pero es una ficción. Y el hecho de tener que decir que es ficción parece algo que las personas se niegan a creer. El juego que quería hacer era usar documentos reales que se pudieran leer como ficción. 
- Tu idea, que es una idea también borgeana, de que lo verosímil desplaza a lo real, ¿es una preocupación tuya por acercarte a la verdad?
A mí sólo me interesa la verdad. Juego con la mentira porque me interesa la verdad. Puede ser una verdad, no sé, pero no tengo ningún interés en la mentira, en la falsedad, en la impostura. Por eso este libro está escrito de esta forma. A mí me parece mucho más ético, digamos, desde un punto de vista literario, denunciar, usar esta posibilidad, que hacer una novela totalmente verosímil, realista, con personajes totalmente creíbles, que transmitan una idea fácil de personajes reales, de carne y hueso, pero que es pura ficción. Está el tema del público, del lector, del que hablabas al principio. Creo que hay una cierta comodidad, quizá más grande ahora, porque el público es mucho más que antes, un público menos diferenciado, masificado, y ese público masificado tiene una relación con la literatura que tal vez sea menos reflexiva, más inmediatista y más fácil, creo que es un público más creyente, un público más creyente de la ficción, como en Internet, que lee en primer grado, que tiene menos condiciones de leer libros como una ambivalencia, como algo que tiene un sentido en segundo grado.
Ese camino, ese mecanismo de denuncia, de contaminación entre la escritura y la realidad,  ¿es una de las herramientas que utilizás para mostrar tu verdad?       
Hubo un momento en que pensé que ese era un camino, que yo podría hacer eso y tendría algún efecto. Pero la prueba de que no tuvo ningún efecto es que las personas leen el libro como si fuese un documental. Después de ese libro, escribí otro, que era un elogio de la ficción, en el que todo era falso, todo era mentira, y fue el libro por el que fui más criticado. Se llama “O sol se põe em São Paulo” (El sol se pone en San Pablo). Nunca me pegaron tanto en mi vida. 
-La exacerbación de personajes limitados en busca de un sentido permanente que está muy presente en estas dos obras no ha sido reconocida por el público entonces…
Creo que sí. Claro que hay un público especializado, hay una crítica. La crítica, obviamente, lee el libro más o menos como yo esperaba que lo leyeran. La idea de esos personajes, que son personajes fracasados, o suicidas, o que no llegan a ninguna parte, por un lado eso se entendió perfectamente, pero por otro, pienso que eso le crea un límite a la lectura, no es un tipo de personaje que cree una identificación inmediata, sino por el contrario, puede crear una cierta repulsión.    
-¿Y sos un poco el antihéroe, el que rechaza todo?
Creo que sí. Pienso que una tendencia de la literatura anglosajona, sobre todo la estadounidense, una literatura que yo amo, es la idea del bien, de la literatura como productora del bien, y del bienestar, y del confort, y de los buenos sentimientos. El personaje de esa literatura estadounidense, la típica, es el personaje que siempre quiere hacer el bien. Y eso empezó a causarme una angustia muy grande porque me empezó a parecer que había una especie de modelo, de regla, de dogmatismo de los buenos sentimientos, y que la literatura venía siendo reducida cada vez más a esa idea de promover el bien, de hacer el bien en un mundo que es el mundo del mal. Por un lado eso no resuelve nada en el mundo del mal, es una literatura de buenos personajes, personajes con buenos sentimientos y por otro lado reduce mucho la literatura a algo muy homogéneo. A mí siempre me fascinaron esos personajes que no logran realizar lo que se proponen y en realidad, creo que ese antihéroe es en verdad el héroe. El héroe griego es trágico, siempre fracasa, se jode.
-Entre los motores que te llevan a escribir está muy presente el de la paranoia. El otro es, creo yo, es tu propia búsqueda de una identidad.
Pienso que están las dos cosas. En relación a la paranoia desde el inicio eso estuvo muy presente, pero hay otro motor, que es un motor como un niño caprichoso. Entonces si me decís “esto es una botella”, yo voy a decir “no, no es una botella”, pero solamente para llevarte la contra. Y pienso que eso está en el origen de todos mis libros y de mi carácter. Sobre la paranoia y también sobre la identidad, pero sobre la paranoia, de golpe me puse a pensar que quizá pudiera ser liberada del sentido patológico de la palabra y que en el fondo toda literatura es paranoica. Porque la paranoia se resume, si dejás de lado la patología, en crear sentido en lugares donde no hay ningún sentido. La paranoia empieza a dar sentido a cosas que son casuales. La paranoia es un motor narrativo de toda la literatura, de toda la literatura de siempre.
-¿Todo escritor es un paranoico? 
No sé. Pero en el fondo de la idea de la novela, hay una especie de esencia paranoica, una necesidad de colocar un sentido en donde no existe sentido. Incluso de darle sentido al mundo, en última instancia. Y, con relación a la identidad, es una búsqueda que también funciona de manera contradictoria, como un niño caprichoso. Es una necesidad de romper con toda identidad fija, con toda identidad impuesta, con toda idea de identidad recibida a priori. Entonces si nací brasileño, si soy brasileño, estoy condenado a escribir una literatura brasileña y eso me enloquece. Todo el proceso se resume a cómo me voy a liberar, cosa que es imposible, porque soy brasileño y solo puedo escribir literatura brasileña, pero cómo hago para escribir literatura brasileña. Y eso se refleja en el idioma, en el tipo de portugués que utilizo, que es como si fuera un portugués empobrecido, como si fuera un portugués escrito por un extranjero. Lo hago de una manera totalmente deliberada, una literatura no poética, sin metáforas. Un idioma sin metáforas. Es una necesidad de ponerse en contra de todo lo que parece establecido. Si me dicen “literatura es esto”, entonces voy a hacer lo contrario y voy a decir que es literatura. Y con las identidades es todo el tiempo intentar negar las identidades para encontrar una identidad más móvil, más maleable, más flexible. Menos estática y esencial.
-¿Has tomado como método de trabajo a la oposición permanente?
El problema es que a partir del momento en que tomo esto como método de trabajo, caigo nuevamente en un identidad fija, por eso hay una permanente contradicción, y tengo todo el tiempo que estar negando y todo lo que digo lo tengo que contrariar, desdecir al otro día, y lo que te estoy diciendo acá, probablemente dentro de dos horas tenga que decir lo contrario para escaparme de esa prisión.
-¿Vos viviste un tiempo en Estados Unidos? 
Yo fui corresponsal del diario Folha de Sao Paulo en Nueva York y viví allá dos años.  
-Porque estos dos libros transcurren, bueno en “Teatro” no se define nunca el lugar, pero es en los Estados Unidos y el antropólogo también es de origen norteamericano y hay una relación con Brasil que, por supuesto, es el otro lugar que te vincula, quizás también, a vos mismo con tu familia, con tus padres. Yo no sé cómo es esa historia, la desconozco pero subyace una carga de culpas, y de relaciones que te desnudan a vos un poco y que no termino de entender…
Lo que pasó en “Nueve Noches” es muy prosaico. Yo descubrí la historia del antropólogo al leer una nota periodística, y me quedé obsesionado. Al principio quería escribir una novela, pero leí eso y me quedé tan enamorado del personaje, de la idea de la situación, que me olvidé de lo que quería hacer, y fui haciendo una investigación obsesionada hasta que llegué al punto en que quería una respuesta, saber por qué se había suicidado. Una respuesta destinada al fracaso desde el inicio porque uno no sabe por qué las personas se suicidan. Y llegó un momento del libro en que me di cuenta de que no había salida, no había respuesta a eso, que a través de la investigación ya había agotado todas las posibilidades y fue ahí cuando me acordé que desde el inicio lo que quería hacer era una novela, y entonces volvió la ficción. La única solución que yo obtendría para ese enigma era a través de la ficción. Pero lo raro es que, en el momento en que volvió la ficción, la ficción apareció como autobiografía. Y fue en ese momento que mi historia con mi padre apareció. Habrá estado en mi cabeza desde el inicio cuando empecé la investigación que era ahí a donde iba a llegar. De cierto modo yo odio la idea de la literatura como terapia, pero es como si hubiera sido un proceso psicoanalítico de la investigación de otra persona que se había matado para arribar en la historia mía y de mi padre. Pero  también como ficción, eso es lo extraño. Era como si yo necesitara una ficción, ¿cuál ficción?, y la única ficción que tenía era mi historia.
-También está en “Teatro”. El personaje principal es un padre que viaja y que deja el mundo de Brasil, podría ser México, podría ser cualquier país subdesarrollado para ir a vivir al primer mundo y el hijo se lo critica siempre porque hace esa oposición entre la supervivencia y la felicidad. Es algo entre el mundo de los sanos y los insanos. ¿Te ponés en uno y otro lugar geográfico para escribir?
No. La idea de esa oposición geográfica es crear una situación de oposición entre regla y fuera de la regla, es decir… “mainstream” y suburbios. Esta idea me interesa porque me parece que solo es posible escribir algo verdadero y fuerte desde un punto de vista literario si es desde el error, el fracaso, la pérdida, la locura, la inadecuación en relación a lo que está dado como regla, como identidad, etc. Todo el tiempo todos los libros intentan escapar a esa adecuación, a esa identidad previa, a una noción de norma, a un mundo más normativo, reglamentado. Entonces el lenguaje no tiene metáforas, es muy empobrecido, pero el libro entero es una metáfora de esa relación de que la posibilidad de vida está entre los insanos y no en una aparente sanidad.
-Tiene que ver con las críticas que hacés al mercado permanentemente en este libro. Pero ¿creés que todavía la literatura, el arte en general se reserva ese espacio de resistencia o ha sido totalmente cooptado?
Yo creo lo siguiente: no existe nada fuera del mercado. Nada. Inclusive la resistencia. Entonces el problema de la crítica al mercado es que es, en verdad, muy ambigua porque critica al mercado para conquistarlo y no existe en el mundo capitalista, en el mundo en que vivimos, nada fuera del mercado y el mercado es el mundo. Solo que me parece interesante que haya ruidos dentro de ese mundo. Y en ese sentido, creo, que si no existe la posibilidad de resistencia no hay necesidad de que exista la literatura, no hay necesidad de nada. Creo que lo que hace que las personas hagan algo es perturbar este estado de las cosas pacificado. Porque ese estado pacificado de las cosas continúa sin producir sentido alguno. Es decir, la idea de las cosas en orden tampoco produce sentido. Entonces esta conquista del orden, de la norma, no produjo ningún sentido. Entonces pienso que el sentido debe ser producido en contrapunto a esa domesticación.
-¿Sos más bien pesimista en cuanto al poder de la literatura?
Soy creyente en relación a la literatura. La literatura para mí es algo importantísimo, tiene un poder increíble. Si no creyera esto ya hubiera dejado de escribir. Pero creo que todo poder es limitado y hasta la idea del fracaso, lo que no se escucha, lo que se dice y nadie escucha. Eso me interesa. Por ejemplo, si descubro que hubo alguien en el siglo XV que dijo “tal cosa” y nadie lo escuchó, es importante para mí hoy, escuchar eso.
-¿Cómo te ves como productor de artículos periodísticos y novelas? ¿Te preocupa que te lean de la misma manera? El periodismo quizá en este momento se lea más entre líneas que la literatura. ¿Te afecta esa situación?      
Puede ser. No lo sé. Lo que pasó conmigo, y que me parece raro, tal vez yo esté equivocado, es que creo que mis libros de literatura pasaron a ser mejor comprendidos en Brasil a partir de lo que escribí en los diarios. Sin estar yo vinculando una cosa a la otra. Pero las personas me empezaron a dar más crédito como escritor a partir del momento en que leían mis cosas en el diario. Como si el diario fuese una traducción de lo que tal vez sea incomprensible en lo que quiero decir con la literatura. Y es extraño, pero tengo la impresión que conmigo pasó eso. Es más fácil para las personas cuando explico en el diario, cuando hablo de las cosas, no desde mí mismo, de lo que me gusta en literatura. Y a partir de lo que digo que me gusta en literatura ellas suponen que eso mismo está en los libros.
-Muchos de tus personajes son, o pretenden ser escritores.
Todos fracasados!!!
-Son escritores fracasados, pero parecen gozar de esa actividad, con sus cartas, con sus relatos…
En “Nueve noches” el personaje que quería ser escritor, en verdad, que es el ingeniero, tiene una razón muy prosaica para estar ahí. Es un personaje real… un poco de realidad, jeje… Y cuando empecé a hacer la investigación inmediatamente descubrí las cartas que ese personaje había escrito a la policía después de la muerte del antropólogo. Y es muy interesante porque lo que pasó fue que este antropólogo fue a la pequeña ciudad más próxima de la aldea y allí había una especie de academia literaria local de la cual solo participaba la élite local, que eran personas terribles, personas de poder del lugar, muy provincianos, pésimos poetas, pero hacían una poesía de culto y una poesía de provincia. Y se encontraban, tenían este grupo cerrado, club cerrado, esta academia donde nadie entraba, solo la élite. Y este personaje, que en el libro es un ingeniero, en la vida real era un peluquero en un lugar terrible, un lugar abandonado. Era una persona, para esa élite, sin ninguna calificación para ser poeta y todo lo que él quería era entrar en la academia de letras local y no podía. Y cuando el antropólogo llegó a esa ciudad inmediatamente este grupo de poetas quiso que participara de la academia porque era un estadounidense de Nueva York, antropólogo. Y el antropólogo le tomó horror a esa gente y por una coincidencia terminó siendo aliado del peluquero y muy amigo del peluquero. Y lo que es lindo y al mismo tiempo es trágico es que el peluquero nunca pudo ser poeta, le decía eso al antropólogo, y cuando el antropólogo se mató la única persona con la que la policía podía tener algún contacto era con él porque era el único amigo que el antropólogo tuvo en la ciudad. Entonces la policía de Río de Janeiro pasó a mantener una correspondencia con el peluquero que en ese momento entendió que finalmente había llegado el momento de ejercer su poesía en las cartas que le escribía a la policía. Entonces hay cosas terribles que… la policía le pide que mande la lista de los objetos dejados por el muerto, ¿no?, por el suicida. Y él escribe, tres calzoncillos, cuatro medias y no sé qué… pero es una carta toda llena de firuletes y… Entonces esa idea de esa ambigüedad, de que el lugar de la literatura pueda ser móvil y la subjetividad decide qué es lo literario y qué no es, eso también me interesa. Es la idea del escritor fracasado, que aparece también en “O sol se põe em Sao Paulo” (El sol se pone en San Pablo). Hay una historia de una japonesa, de una vieja, que le dice al narrador que quería ser escritor que el mejor escritor es el que nunca escribió libro alguno. Porque siempre sos un escritor potencial, porque sos posiblemente un genio pero no necesitas confrontarte con la realidad. Este juego, esta idea me interesa.
-¿Creés que cualquiera puede ser escritor? 
Creo que sí.
*Colaboraron en la traducción Adelina Chaves y Mónica Herrero.