Las lesbianas se miran, se besan, se juntan, se separan, se ponen de novias con la ex de la que acaba de convertirse en ex y luego del derrumbe de la separación, se amigan y todo queda en una gran familia
¿Cuántas ex novias se necesitan para amasar la gran familia lésbica? /pagina12.com.ar |
Este “infinitum lesbiano” se suele estigmatizar con la palabra
endogamia, o jerarquizar si se lo mira como una forma de disidencia
frente a la lógica heterosexual que, cuando se separa, rompe todo. Aquí
una serie de lecturas y testimonios que intentan explicar el
“flujograma” del que ya se reía la serie The L Word
No falta en
la memoria de cualquier lesbiana que haya visto The L Word aquel
inolvidable “flujograma” que Alice grafica en un pizarrón frente a sus
amigas y con el que concluye que, en San Francisco, el círculo de
conocidas que se acostaron entre sí está prácticamente cerrado. Las
líneas se cruzaban uniendo los nombres más diversos y armando un juego
de relaciones que no dista ni un milímetro de los que en la vida real se
arman en Buenos Aires, París o Calamuchita. Hete aquí a la gran familia
lésbica, esa en la que parece que todo está mezclado (y lo está), ésa
que algunas rechazan y que otras promueven, estimulan, e incluso a veces
necesitan para vivir. “Cuando era joven, conocí en Santa Fe, donde
nací, a una señora que había adoptado, literalmente, a la primera novia
de su hija adolescente cuando a esta chica se le murieron los padres. Es
decir, a la ex suegra la piba le decía mamá. Cuando las conocí, pensé
que esas dos eran hermanas. Y para colmo una salía en ese momento con la
anterior novia de la otra. Un lío. Yo tenía veinte y no podía creerlo. Y
a su vez me conmovió un montón. Venía de un mundo heterosexual en el
que jamás habría pasado algo como eso”, cuenta Mariela (44).
Parece que es así, nomás: las posibilidades que se abren en nuestro
pequeño gran mundo L no dejan de sorprender. Infinitas resultan las
variables de este juego relacional y sus combinatorias generan todo tipo
de emociones en quienes nos sentimos, aunque sea por identificación con
el colectivo lésbico, implicadas. Lo cierto es que, en todos los casos,
hay una realidad que se impone más allá, mucho más allá, de las
voluntades individuales y que, no conforme con el presente, se proyecta a
futuro, por ejemplo, en una experiencia de vida comunitaria, no importa
dónde mientras la familia siga unida. No hay nada más lindo. Dice
Julieta (42): “Muchas veces lo pensamos con mis amigas –algunas de ellas
ex parejas entre sí–: armar una comunidad para cuando seamos grandes,
viejitas quiero decir. Un lugar como Traslasierra nos gustaría. Y vivir
cerca, hacernos compañía, ¿te parece tan loco?”.
La clave para que esa familia prospere es, sin duda, la continuidad
de las relaciones después de que los romances terminan. De qué depende
esta continuidad, no es tan simple. Para Hilda Rais, escritora y teórica
feminista y lesbiana, la trama es compleja y contradictoria. Según
ella, el ambiente lésbico es un “microcosmos en donde las relaciones
amorosas se circunscriben a un círculo limitado, una especie de obligada
endogamia dentro de la cual, por condensación, se potencian los celos,
la rivalidad, la competitividad. Sentimientos que se combinan
curiosamente con cierta perdurabilidad de los vínculos: grupos
constituidos por ex parejas-ex amantes, rupturas sin separaciones,
separaciones con continuidad de trabajo o bienes en común”. Las
posibilidades post-vinculares que Rais enumera son sólo algunas de las
que hacen al amor después del amor lésbico y se parecen, sin duda, a
algo más que a este rayo de sol. No se puede ignorar que, como en toda
relación erótica cuando termina, el saldo es también el conocimiento de
una sombra propia, ajena y común; sin embargo, una tendencia general
pareciera indicar que la mayoría de las lesbianas logra superar los
avatares del dolor y hacer que esos vínculos devengan férreos a lo largo
del tiempo. Para Soraya (50) está claro que el motivo que se lleva
todos los laureles, aun después de la caída del imperio, es el amor:
“Soy amiga de mis ex. De todas. Amiga con un grado de amistad diferente
de otras que no lo han sido. Soy de tener relaciones profundas e
intensas con mujeres cuando me enamoro. Y eso implica una construcción
de esa calidad que no veo por qué, después que se va el erotismo, se
tenga que perder. Pasados el dolor y la bronca de la separación, queda
lo construido allí, que en mi caso siempre ha sido de gran intensidad.
Siento que ellas son mi familia. Mi familia no sanguínea. Han sido
superadas algunas cosas y queda lo más importante en un vínculo humano”.
Claro que no para todo el mundo –el mundo L– tal grado de superación y
evolución es posible. “Muchas de mis ex –cuenta Julieta– se han quedado
colgadas de mí y es muy difícil tener una relación de amistad con
alguien que se quedó colgado. La única persona con la cual llegué a
cierta relación de amistad fue con alguien a la que no le pasó eso y que
vive en Brasil, por lo cual no tenemos mucha relación, nos vemos sólo
una vez por año.”
CUATRO TORTAS, DIECISEIS PAREJAS
En la época
en que Mariela iba a la facultad, mentía. Durante la cursada de
Psicología Proyectiva se había hecho un amigo al que le contaba con
pelos y señales todas las aventuras y desventuras con su amor, a quien
había bautizado como Pablo y cuyo verdadero nombre era Karina. Un día,
Mariela llegó destrozada al aula y su amigo le preguntó qué le pasaba.
“¿Qué le iba a decir? –explica–. ¿Que había encontrando al supuesto
Pablo en el Café de Abril besándose con mi ex pareja?” Y así se dio
cuenta de que su novela lésbica era intrasladable al esquema del mundo
heterosexual tradicional, que los cruces y los caminos cerrados que
aparecían en su relato le dejarían la boca abierta a su compañero de
facultad y a la mayoría de las personas. Y sobre todo se dio cuenta de
que cosas así podrían volver a pasarle y no se equivocó: “Una vez llamé
por teléfono a mi ex, de la que me había separado hacía tres meses
–habíamos estado juntas cuatro años– y cuando me atendió, me preguntó si
podíamos hablar más tarde porque en ese momento estaba acompañada. Le
pregunté con quién estaba y me dio el nombre de una ex amante mía, con
la que yo le había sido infiel durante la relación. Se pusieron de
novias. No me lo banqué. Lloré, me indigné en su momento porque me
sentía muy expuesta. Mi fantasía era que juntas hablaban de mí, y seguro
que no estoy tan desacertada. Pero, la verdad, yo no tengo un juicio
moral sobre esto. El ambiente lésbico es así y tuve que asumirlo.
También está lleno de chicas que tienen una doble actitud: por un lado
sacan sus beneficios cuando les conviene y por el otro lo juzgan. No es
mi caso, me reconozco arte y parte, porque en otra ocasión fui yo la que
estuvo en el lugar de mi ex amante”. Por cuestiones así, dentro de este
ambiente, la palabra endogamia tiene muy mala chapa y lo que ella
implica aparece tratado en el relato de las experiencias de muchas
lesbianas peyorativamente: “No me banco la endogamia, todas estuvieron
con todas” o “A ésta yo la conozco, ¿con quién de las que conozco no se
acostó?”. Este deseo que circula dentro de un grupo y que es moneda
corriente en todas las comunidades lésbicas del mundo, es visto por
algunas lesbianas como “en falta” respecto de lo que debiera ser y no
es: el deseo de la gran institución heterosexual, ese que, en teoría,
respeta cierta ley de exclusividad, cierto orden frecuentemente
transgredido por el continuum sáfico. Tanta mala chapa se ha sabido
ganar esta palabrita –prima hermana de la “promiscuidad” con la que se
señala a los gays– que quizá resulte lícito preguntarse si su
demonización no es un fruto más de ésos que caen del árbol de la
lesbofobia. Porque la lesbofobia, sabemos, no atañe sólo al deseo
lésbico sino a los modos de vida que éste va tramando. Modos que suelen
tener ciertas particularidades que, si bien tocan puntos sensibles para
la mayoría de nosotras, también pueden ser leídos como parte de un
estilo relacional que a Soraya, lejos de disgustarle, le genera cierta
felicidad: “Me divierte un montón encontrar que en una cena coincidís
con tal que fue tu novia y ahora está con tu amiga. Qué sé yo, eso es
materia común y me encanta, además ser consciente de eso. Yo tengo una
visión más abarcadora, no sesgada. Para mí, las posibilidades no se
restringen sino que se diversifican”. Según Verónica (39), el matiz
diferencial para adaptarse a la buena nueva de ver a una ex con alguien
lo da el tiempo: “Hay muchos espacios en común que se transitan una vez
terminado el vínculo y se producen encuentros en lugares comunes. ¿Si me
puede haber dado celos esta situación? Sí, me pasó. Pero que me
afectara dependió del momento. Dos años después no me pasó nada, pero
inmediatamente sí”. Por supuesto, tomar distancia cuando se debe es
condición sine qua non para elaborar el duelo y para transitar la
separación lo menos traumáticamente posible. Pero también puede ocurrir
que todavía estemos en carne viva cuando se da esa coincidencia que
fuerza a una rápida y dolorosa sobreadaptación: “De las cosas más
horribles que me tocaron vivir con relación a esto, fue la de ver a mi
última ex, apenas a un par de semanas de habernos separado, con otra
chica durante todo un recital de Ana Prada. Resignaré Ana Prada, Concha
Buika, Kumbia Queer o lo que sea, pensé. Si ella no es capaz de hacerlo,
lo haré yo. Eso y muchas cosas más. Para mí, lo primero es la
autopreservación. No me importa quién se queda con la potestad de las
salidas que antes eran comunes. Iré a otros sitios. El mundo es grande”,
dice Mariela. Sí, el mundo es grande y el paso de los días juega a
favor a la hora de cicatrizar las heridas, pero a veces ni siquiera el
tiempo alcanza para que las turbulentas aguas de la pasión se calmen del
todo. Para Laura (30) siempre queda cierta tensión sexual que una vez
instalada no termina de remitir: “Con mis ex las relaciones no se
despojaron de erotismo. Pero, bueno: se terminó. Yo las sigo percibiendo
igual que cuando me gustaron, sólo que ya no funcionamos como pareja.
Tratamos de seguir siendo amigas y lo conseguimos. De hecho, yo con
ninguna de mis ex me despojé de erotismo. Esa tensión sigue existiendo,
aunque de modo manejable”. Julieta también advierte, al igual que Laura,
esa suerte de plus emocional que nunca se desaloja completamente, pero
en su caso es algo con lo que prefiere no tener que lidiar: “Siempre
pienso que la relación entre ex es un poco difícil. De hecho, lo he
charlado con amigas mías. Algunas lo manejan bien, se hacen amigas, pero
es una relación que es más que una amistad, porque queda el registro de
la pareja y sobre eso se siguen relacionando; no es que eso se borra.
Entonces sigue siendo una relación bastante íntima. Yo veo incluso
amigas que tienen conflictos con ese tema porque la relación con la ex a
veces se les complica para juntarlas con la actual. Creo que a veces
hay poco corte. Más que continuar una relación lo veo como una relación
que no se pudo cortar del todo. A mí no me gusta dejar las cosas a
medias, tener relaciones que no se sabe muy bien cómo son, porque me
confunden. A lo mejor hay mujeres a las que no las confunde y por eso
las pueden mantener. Yo no puedo”. Para Verónica, una nueva etapa
vincular después de la separación, contrariamente a generar confusiones,
serviría para poner en orden aquellas cosas que durante la relación no
fueron lo suficientemente resueltas: “Hay una transformación, queda amor
y hay cosas del pasado que en los vínculos nuevos con esas ex parejas
he podido hablar y trabajarlos y reverlos. De algunas soy amiga y con
otras no sé si hablaría de amistad precisamente; sin embargo, la
relación amorosa sigue existiendo, aunque no sepa definirla
exactamente”. Esa imposibilidad –¿o no necesidad?– de cerrar y definir,
ese corrimiento de los estándares vinculares, ¿no podría corresponderse,
acaso, con la construcción de ese “sujeto lesbiana” que, para la
teórica lesbofeminista Monique Witig, se inventa fuera de las categorías
culturales precedentes? Dice: “El sujeto lesbiana ‘no es una mujer ni
económicamente, ni políticamente, ni ideológicamente’. De modo que el
lesbianismo ofrece, de momento, la única forma social en la que se puede
vivir libremente: por ocupar un espacio más allá de las categorías
constituidas”. Sin embargo, esta posibilidad de tomar caminos
divergentes a los pautados por la cultura se contradice con esa
consabida inclinación lésbica a que, en tiempos record, se armen uniones
de pareja con proyección a la eternidad. “Las lesbianas constituyen
parejas estables con pautas heterosexuales: monogamia, fidelidad,
infidelidades ocultas”, observa Hilda Rais. Y esto deja la cuestión
sobre el tapete: un mundo disidente que todavía hace prosperar en su
interior la semilla de un antiguo mundo, el florecer de un paradigma
vincular cuestionador en la etapa posterior al divorcio, pero, en
algunos casos, la construcción de proyectos parejiles más parecidos al
de las uniones tradicionales que al de Jean-Paul Sartre y Simone de
Beauvoir. De todos modos, no se puede negar que la fórmula de pareja
abierta que estos dos acuñaron para sus vidas revoluciona cada vez más
el ghetto lésbico. Pero ese tema será, por supuesto, materia de otra
investigación.
EL JUEGO DE LAS DIFERENCIAS
“Yo lo comparo
–dice Soraya– con mis hermanas, que se han separado de sus maridos a los
que sólo ven por circunstancias obligatorias, y noto que no hay alegría
en ese verse. Ni siquiera pueden sostener una mínima relación si no es
por los hijos.” Esta es, a todas luces, una de las grandes diferencias
entre las estructuras de relación que solemos armar las lesbianas y las
que, por lo general, arman lxs heterosexuales. Huelgan los ejemplos de
uno y otro lado. El asunto es el porqué. ¿Por qué en un caso al
terminarse la pareja se termina también el vínculo humano, y en el otro
tantas veces se transforma en un lazo de sororidad (hermandad femenina),
es decir, en una alianza? Para Verónica, esta post-relación entre las
chicas que se separan tiene origen en el tipo de experiencias
compartidas durante el noviazgo y está en relación con el contexto
social: “Creo que hay algo que nosotras vivimos y que tiene que ver con
una entrega de cosas muy íntimas en relaciones que se dan en una
determinada sociedad y en determinado contexto histórico. Tanto
acompañamiento deja una impronta muy fuerte en el crecimiento de cada
una. Y si se han vivido cosas muy intensas que tienen que ver, por
ejemplo, con la visibilidad, queda un lazo fuerte. Es, por lo menos, mi
caso. Me acuerdo de que en un Encuentro Nacional de Mujeres en
Resistencia, Chaco, yo iba de la mano con quien era mi novia de entonces
y llegando a la esquina había un hombre que nos empezó a seguir y que
de pronto empujó a mi novia al piso. De golpe empezó una pelea de manos,
el tipo nos trompeó. Y nadie saltó por nosotras. Toda la gente que
estaba por ahí se fue y quedamos solas. Al otro día, en Las 12 conté esa
experiencia. Hacer la nota y pensar en el alcance que podía tener, en
cómo podía afectar a nuestro propio vínculo, porque era de gran
exposición, me dejó una marca importante, de gran crecimiento, y generó
mucha intensidad en aquella relación. Esas experiencias no se olvidan”.
Para Soraya es también el contexto social y cultural el que impulsa, sin
quererlo, a la “indestructibilidad” de estos vínculos: “Lo patriarcal
habla de separación. Somos unos y otras. En cambio, nosotras estamos
pensándonos una a una en el todo. Este sistema nos dejó en una situación
de no privilegio y de estar en riesgo; entonces, ¿qué más que
asociarnos de por vida con otras mujeres que nos aman y están en la
misma condición? Es una alianza de supervivencia frente a un mundo
hostil. Desde ese lugar es una solución a ese miedo de quedarte sola en
un mundo duro con las mujeres”. Laura ve la cosa de otra manera: no está
tan segura de que sea sencillamente la afectividad, la alianza amorosa,
lo que liga entre sí a las mujeres, una vez pasado el vínculo de
pareja: “Cuando empecé a circular por el ambiente, notaba que había
muchas amistades entre ex y pensé que era una particularidad de la
afectividad lesbiana; pero con el tiempo empecé a pensar que era
producto de la endogamia más que de la afectividad. Con una de mis ex,
por ejemplo, yo me relaciono porque circulo y estoy en lugares donde
ella está. Compartir espacios hace que los vínculos se mantengan
efectivos en el tiempo. Esto es algo que pensé un montón. Yo también
conozco heterosexuales que mantienen vínculos sanos con sus ex y
lesbianas que salieron con mujeres que no circulan por los mismos
ámbitos y los vínculos se rompieron. Puede ser que, de todos modos,
tendamos a mantener a las personas que queremos cerca. Pero yo no sé si
es un rasgo específico”.
DE GENERACIONES
En el libro Desarticulaciones,
de Silvia Molloy, la protagonista cuida de su ex pareja, enferma de
Alzheimer, durante la etapa final de su vida. Lo que la liga es el
cuidado de una memoria vincular que la otra perdió y que queda
exclusivamente en sus manos para ser custodiada. Esa memoria es la de
una construcción en el tiempo de la que este personaje no se ha podido
ni querido separar, aun después de la ruptura acontecida años atrás.
Mariela da cuenta de un caso similar, también lejos de ser una ficción:
“Una tía mía que tiene más de setenta años, lesbiana también, fue la
única en acompañar a su ex pareja en el hospital antes que se muriera.
La agonía fue muy prolongada. Y lo hizo pese a que estaba muy enojada
con ella y que hacía varios años que habían dejado de estar juntas”. En
la opinión de Laura, vínculos de este estilo entre lesbianas son propios
de las generaciones mayores: “Para mí hay algo que tiene que ver con lo
generacional. Tal vez el feminismo, los grupos y el modo de
sociabilidad que se armaba antes marcaron de algún modo las relaciones
de las mujeres más grandes. Me parece que las más jóvenes hoy se
relacionan de un modo mucho más heterosexual en su posibilidad de
cortar, dejar de verse y pasar a algo nuevo. Yo vi cómo fue cambiando. Y
de verdad creo que antes en el imaginario funcionaba más la cuestión
del continuum lésbico de Rich, esta cosa de tratar de mantener, de decir
‘tenemos algo especial y diferente’. Ahora no estoy tan segura. Es algo
que imaginariamente se empieza a necesitar menos. El sistema te
normaliza y te normalizás en el modo de relaciones del ‘otro’”. Soraya
coincide con Laura en que lo generacional hace la diferencia a la hora
de relacionarse y también de separarse, y en que hay un mayor fluir tras
el corte en las más jóvenes; pero, sin embargo, su observación dista
bastante: “Conozco mujeres grandes que terminaron el vínculo y no se
vieron más. Para mí tiene que ver con la manera de tomarse una relación.
Porque aquellas mujeres que se relacionaron más a lo hétero, con otro
grado de represión, les ocurrió que se separaron mal. Varios casos
conozco. Las chicas jóvenes, en cambio, tienen otra liviandad. Van y
vienen”. Si las lesbianas más jóvenes están gestando un nuevo paradigma
vincular, cuyos cambios son tan imposibles de prever –si se seguirán
llamándose a sí mismas lesbianas o si irán mutando cada vez más a una
identidad queer, con todo lo que eso implica en las relaciones–, lo dirá
el tiempo. Lo que es seguro es que hasta aquí se ha hecho un camino, se
ha forjado una identidad grupal y, nos guste o no, se ha creado un
colectivo de características muy reconocibles. Un colectivo con muchos,
muchísimos asientos, claro. Donde cabemos todas.
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