El escritor bosnio charla sobre la literatura realista, que admira, pero de la que huye
El escritor bosnio Aleksandar Hemon. / Daniel Mordzinski./elpais.com |
En busca de la gran novela, el lector se acaba encontrando con uno
mismo entre tapas. Toda la magia literaria del recurso estilístico se
reduce al espejo en blanco y negro. En ese personaje homónimo se
encierra el hechizo de horas de lectura en soledad. Experto en esta
brujería, Aleksandar Hemon
(Sarajevo, 1964) ha conseguido con cinco libros compartir balda y
renglón con Nabokov, Jonathan Franzen y David Foster Wallace. "Mis
libros se convierten en realidad a través del acto de contar, pero no
son una representación del contexto o la psicología social", explica el
escritor durante su última visita a España.
Heredero legítimo de su colega ruso
para parte de la crítica, en la primera pregunta se deshace de la
comparación con elegante sencillez. "Primero debería escribir muchísimo
más", asegura. "No pertenecemos a la misma categoría, es una comparación
injusta para Nabokov". Nacido en Sarajevo, la ciudad de la guerra en
los últimos años del siglo XX, y residente en Chicago desde 1992, la
breve producción a la que se refiere se compone de las dos obras que Duomo ha publicado en España –El proyecto Lazarov y Amor y obstáculos— una tercera, solo en las librerías estadounidenses, The book of my life, además de sus dos primeras intervenciones literarias: La cuestión de Bruno y El hombre de ninguna parte.
"Nabokov planteó que la realidad había que contarla entre comillas",
cita Hemon. Su trabajo se extiende en un catálogo de personajes que
representan la experiencia humana, siempre bordeando la línea del
realismo que explotan como símbolo de la nueva modernidad sus
contemporáneos. "Me encanta Franzen, pero nunca escribiría una novela
como las suyas". El proyecto Lazarov coincidió con el Gobierno
de Bush –"al que odiaba y sigo odiando", precisa—, Hemon recuerda
escribir páginas y páginas contra el gobernante y terminar con sus
palabras hechas trizas. "No quería que mi personaje acabara diciendo lo
que pienso, sino que adopte una posición diferente que le permita
argumentar con otras. Mi objetivo es reconfigurar las categorías
tradicionales".
En su librería, además del escritor estadounidense en liza, manda, por repetidas lecturas El Quijote.
"Llevo uno cuantos años y unas cuantas generaciones escuchando que
llega el final de la novela. Parece una crisis cíclica que debió empezar
y terminar con Cervantes", sentencia. "Contar historias es una cualidad
biológica del ser humano, no se puede usar el lenguaje sin contar, es
imposible. No sé qué pasará con la forma, con el formato en el que se
leerá o el futuro de la industria editorial, solo sé que es algo
intrínseco a la naturaleza humana".
La literatura de Hemon está atravesada por el recuerdo de una guerra
que le alejó de su casa y que al tiempo le permitió construir sobre el
lenguaje su patria. Rehuye del término, no para alistarse como ciudadano
del mundo, sino para revindicar la permeabilidad de la cultura y la
paulatina extinción del término ‘nosotros’. "La gente ahora no intenta
transformar su identidad, no tienen esa sensación de desarraigo como
sucedía antiguamente. El melting pot ya no existe y esto asusta a mucha gente en Estados Unidos, por ejemplo".
Los medios de comunicación, las redes sociales y su habilidad de
arrullar en la llamada aldea global imprimen una celeridad que el autor
confronta con el sosiego de las letras. "Lo que me gusta de la
literatura es que no produce un efecto inmediato sobre las personas como
sí hace la política". Hemon limpia los libros de propaganda, sin negar
el papel transmisor que han tenido hasta el momento: "No sé cómo
reaccionará el mundo del arte, la verdad, en poco tiempo espero que
salga algo positivo. La desesperación de no tener nada que perder,
devolverá la esperanza".
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