¿Un nuevo epílogo para la gran novela de no-ficción de Truman Capote? En su libro, Capote contó la historia de Hickock y Smith, presos por el crimen de un matrimonio y dos hijos
CAPOTE. Entrevistó a los asesinos y trabó una relación muy cercana./ Revista Ñ |
Los cuatro estallidos irrumpieron en las primeras horas de esa
mañana de noviembre de 1959 e interfirieron con los ruidos normales de
un pueblo perdido en Kansas, “con la activa histeria de los coyotes, el
chasquido seco de las plantas secas arrastradas por el viento, los
quejidos del silbido de la locomotora”. Los cuatro disparos que en total
terminaron con seis vidas humanas; incluidas, en última instancia, las
de los asesinos. Y, también, con el anonimato de Holcomb, Kansas; y con
el mote de “cronista frívolo” que arrastraba (injustamente) Truman
Capote. Pero no pudieron sepultar para siempre los cuerpos de Richard
“Dick” Hickock y Perry Edward Smith.
Anteayer los restos de los asesinos que Capote retrató en A sangre fría
fueron exhumados como parte de una investigación sobre otro homicidio
cuádruple –el de la familia Walker– ocurrido en Florida ese mismo año.
Los
restos de los asesinos yacen juntos, a pocos pasos uno del otro, en el
cementerio de Mount Muncie, en Kansas, el mismo Estado donde liquidaron a
Herbert Clutter, su mujer Bonnie y sus dos hijos.
Los Agentes de
la Oficina de Investigación de Kansas desenterraron los huesos después
de obtener una orden judicial, según confirmó Kyle Smith, subdirector
del departamento policial del condado de Kansas. Los investigadores
tardaron más de cuatro horas en exhumar ambos cuerpos para que la
policía de Kansas procese el ADN extraído de los restos y lo remita a
Florida para su comparación con las pruebas de los asesinatos no
resueltos de la familia Walker.
En realidad, Dick y Perry, ya
habían sido investigados por este cuádruple homicidio cuando todavía
estaban vivos. El propio Capote lo describe en algunos pasajes de su
memorable novela de no–ficción. Tras asesinar a los Clutter, relajados y
en un hotel de Miami, Perry encontró una noticia que le llamó la
atención: el asesinato de “Clifford Walker, su esposa y sus hijos, un
niño de cuatro años y una niña de dos años”. El diario contaba que “Cada
una de las víctimas, si bien ni atadas ni amordazadas, habían muerto de
un disparo en la cabeza con un proyectil calibre 22. El crimen, del que
no había ninguna pista y aparentemente tampoco motivo, tuvo efecto el
sábado 19 de diciembre por la noche, en el domicilio de los Walker, un
rancho ganadero vecino de Tallahassee.” Como reconstruye Capote, Perry y
Hickock no tardaron en darse cuenta que ese día ellos se escondían en
la misma localidad. “‘¡Increíble!’ Perry releyó el artículo. ‘¿Sabes lo
que no me extraña? Que lo hubiese hecho un lunático. Un maniático que
hubiera leído lo de Kansas’.
No fueron los únicos en asociar este
crimen con el de los Clutter, por el que más tarde serían apresados,
condenados y ejecutados.
El 20 de enero de 1965, en una carta que
Perry envió a Capote –por entonces ya mantenían una amistad sugerente y
una correspondencia fluida– y que el escritor reproduce en su libro, el
preso escribe: “Me han pedido que me someta al detector de mentiras por
lo del caso Walker”. En la página que sigue Capote describe, con
detalles, el asesinato de los Walker: “Un joven matrimonio, Clifford
Walker y señora, y sus dos hijos, niño y niña, todos ellos muertos de un
escopetazo en la cabeza”. Y continúa: “Los resultados de la prueba,
para gran desilusión del sheriff de Osprey y de Al Dewey (el
investigador del homicidio de los Clutter), que no cree en excepcionales
coincidencias, fueron negativos. El asesino de la familia Walker sigue
por descubrir”, concluye Capote, en la última de sus menciones sobre ese
homicidio.
Ahora, la exhumación se realizó tras el pedido del detective del condado de Sarasota en Florida.
Kim
McGath, que pasó cuatro años investigando los asesinatos de la familia
de Florida, no cree que el detector de mentiras haya dicho toda la
verdad. Insiste en que los asesinatos de ambas familias presentan muchas
similitudes. Por ejemplo, que Christine Walker fue violada: los
investigadores encontraron muestras de semen en el cuerpo sin vida de la
mujer, según McGath. Y Smith dejó entrever, en sus conversaciones con
Capote, que él mismo impidió que su socio abusara de Nancy Clutter, que
sólo tenía 16.
De hecho, en A sangre fría, en el mismo
hotel de Miami donde se habrían enterado del asesinato de los Walker,
Perry se enfurece por ver a Hickock coqueteando con una chica. “¿No
habían llegado casi a las manos cuando, muy recientemente, él impidió
que Dick violara a una aterrada muchacha?”, se pregunta Capote.
Además,
McGath agregó que Smith tenía un cuchillo idéntico a uno robado a Cliff
Walker. Ha de sospechar que se trata del mismo cuchillo con el que le
cortó la garganta a Herbert Clutter, antes de dispararle.
Perry y
Dick se conocieron en los ‘50, mientras cumplían una condena en una
cárcel de Kansas. Estuvieron juntos 2 mil días en la “hilera de la
muerte”, o El Rincón, el pabellón para los condenados a muerte. Capote, aseguran
algunas investigaciones, financió recursos legales para retrasar la
ejecución mientras le convenía y, finalmente, retiró su ayuda para
garantizar un fin contundente y dramático a su libro. Sólo no contaba
con este epílogo.
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