Pequeñas editoriales publican cuentos infantiles con personajes homosexuales que sirven de referente a las nuevas generaciones
Ilustración de La princesa Li. / Elena Rendeiro./elpais.com |
Una niña que encuentra un lápiz mágico que vuelve realidad lo que
dibuja y una princesa cuyo padre quiere casarla con alguien que no es su
amor verdadero protagonizan los primeros cuentos de la recién estrenada
editorial Nube Ocho.
¿Qué tienen de especial? Que la niña tiene dos papás, y que la princesa
no está enamorada de un apuesto joven, sino de una valiente chica
extranjera.
“Son los libros que nuestra generación no pudo leer”, dice Luis
Amavisca, creador de esta pequeña firma, que acaba de lanzar ‘El
lapicero mágico’ y ‘La princesa Li’ junto con Egales, una editorial con 20 años de experiencia
en temas relacionados con la homosexualidad. Nube Ocho se suma a otras
pequeñas editoriales, como A Fortiori y Topka, que en la última década
han intentado llenar un vacío de referentes literarios para familias cada vez más diversas y visibles, no solo en cuanto a orientación sexual, sino con vivencias como divorcios, adopciones, discapacidad o inmigración.
Amavisca, artista plástico devenido en editor y escritor, insiste en
que sus cuentos no están orientados solo al colectivo LGBT (lesbianas,
gais, bisexuales y transexuales), “sino también, y con más razón, a los
heterosexuales”. “A muchos adultos les vendría bien leerlos para
replantearse su propia educación y ayudarles a enfocar este tema con las
nuevas generaciones”, opina.
“Parece claro que hay una voluntad de incorporar con naturalidad a la
edición infantil y juvenil una temática que ya está en la calle y en la
escuela”, explica Victoria Fernández, directora de la revista
especializada Clij, que recuerda dos de los primeros libros de estas
características publicados en España: ‘Oliver Button es una nena’
(Everest, 1979, antecedente de ‘Billy Elliot’), y ‘El príncipe
Ceniciento’ (Destino, 1998).
A diferencia de las grandes editoriales, que normalmente traducen al
español este tipo de títulos tras venderse con éxito en países como
Estados Unidos o Reino Unido, las pequeñas firmas tratan de abrirse paso
con producciones propias, a veces con textos de los propios editores, e
ilustradas con mimo, como los dibujos tipo ‘collage’ de Alicia Gómez
Camus en ‘El lapicero mágico’ o las preciosas acuarelas de Elena
Rendeiro en ‘La princesa Li’.
Las tiradas son pequeñas, y tienen en Internet su gran aliado. Aunque
se distribuyen también en grandes cadenas y en pequeñas librerías, lo
difícil es lograr que se coloquen bien. Para ello, es fundamental la
relación personal con libreros especializados, a los que se pueda
explicar y convencer de la idea detrás de estos cuentos.
“Existe mercado, existen autores, pero los editores están en otro
punto, solo asumen el riesgo cuando el libro ya ha tenido éxito en otro
país”, afirma Lucía Moreno, creadora de Topka,
que desde 2006 ha publicado 16 cuentos, todos bilingües español-inglés,
al igual que los dos de Nube Ocho. El más vendido, ‘El amor de todos
los colores’, está a punto de agotar la tirada, de 2.500 ejemplares.
A Fortiori,
creada dos años antes, lleva editados 14 cuentos y tres volúmenes de
poesía “en favor de todas las familias, incluidas aquellas a las que los
obispos no defienden”, explica su creadora, Natividad de la Puerta.
Esta doctora en Historia Económica y “agitadora cultural” recuerda que
sus libros nacieron del impulso de proporcionar a sus nietos cuentos
diferentes y que promovieran el respeto a la diversidad. “Los cuentos
tradicionales son un horror. ¿Qué clase de valores enseña por ejemplo
‘Hansel y Gretel’?”, dice. “Los niños protagonistas eran, con perdón,
gilipollas, y al final, matan a la bruja y le roban”, bromea.
Al igual que esta pequeña editorial “suicida”, como la define De la
Puerta, Nube Ocho y Topka tienen su origen en las inquietudes personales
de sus fundadores, que no encontraban en España lo que buscaban.
Moreno, como madre lesbiana de niños adoptados y con discapacidad, y
Amavisca, tras reflexionar sobre cómo los sobrinos de su marido,
libanés, le aceptaban sin prejuicios pese al tabú que supone la
homosexualidad en ese país.
Los tres editores coinciden en que en sus libros, la diversidad,
sexual, racial o de otro tipo, es una característica de los personajes,
pero no la protagonista ni el motivo de conflicto. “Intentamos hacer
libros divertidos, que gusten a los niños y transmitan los valores que
queremos”, explica Moreno. Como dice De la Puerta, “los tiempos van
avanzando, hay que dar a los niños la oportunidad de leer historias de
otro tipo”.
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