31.3.17

Rubem Fonseca, el escritor al que no quieren los políticos ni los ricos

El escritor brasileño anuncia un nuevo libro a sus casi 92 años. Semblanza de uno de los grandes de la literatura latinoamericana de todos los tiempos
Rubem Fonseca, el escritor al que no quieren los políticos ni los ricos./semana.com

Nadie sabe mucho de él: qué come, cómo vive, a quién quiere. Si acaso se conocen cosas como que fue abogado, que es guionista, que no da entrevistas, que comenzó a escribir a los 38 años, que está próximo a cumplir 92, el 11 de mayo, y que en un mes publica un nuevo libro de cuentos. Fonseca cree genuinamente que un escritor solo debe hablar por medio de su obra.
Y si habla así, sus novelas y sus cuentos testimonian con crudeza, sin concesiones, los contrastes sociales de su país, que bien pueden ser los del resto de América Latina. En sus historias todos tienen lugar: pobres, ricos, prostitutas, drogadictos, gais, políticos, delincuentes, orates, negros, blancos, perdedores, feos (mejor si no tienen dientes) y bonitos. Pocos se escapan. Una de sus fijaciones es la marginalidad conectada con el poder.
Su dureza atrapa y cada vez tiene más lectores, todos incondicionales, como Luis Fernando Afanador, el crítico literario de SEMANA, que supo de Fonseca por una reseña elogiosa que hizo Mario Vargas Llosa, en 1986, de la novela El gran arte. “En la obra del brasileño –dice Afanador– hay implícita una crítica social y por lo tanto los poderosos son duramente fustigados. Se ve cierta simpatía, cierta ternura, hacia los pobres, los jodidos, los desheredados. Pero ellos también son víctimas de su humor negro: no es un escritor panfletario, no está al servicio de nadie”.
Eso queda claro en novelas como El caso Morel (1973), El gran arte (1983), Buffo & Spallanzani (1986) o Agosto (1990), o en sus libros de cuentos como El collar del perro (1965), Feliz Año Nuevo (1975) o El cobrador (1979). El gobierno de turno censuró varios de ellos: Fonseca molesta e incomoda al que sea, pero su blanco es el poder político.
Y en las pocas veces que ha hablado el autor casi siempre recuerda el episodio con un senador, Dinarte Mariz, que dijo en 1977: “Lo que leí me espantó, me puso los pelos de punta; es pornografía del más bajo nivel, no hay página en que no se vean los rincones más oscuros del país… Además de ser censurado, el autor debería ir preso”. Se refería a Feliz Año Nuevo, recogido casi de inmediato de las librerías. Era la época de la dictadura del general Ernesto Geisel. Fonseca demandó al Estado y 12 años después ganó el pleito.
Si en Brasil sus libros circulaban restringidos en los años setenta y ochenta, en otros países solo lo hacían de mano en mano y encontrar cualquier obra suya era lo más parecido a un milagro.
Rodrigo Argüello, escritor y crítico, recuerda que en esos años exploraba todo lo que tenía que ver con el género negro. Y en la época en la que se vendían libros de segunda en la calle 19 de Bogotá, entre la Séptima y la Caracas, consiguió muy baratas las primeras obras de Rubem Fonseca, El cobrador, publicado por Bruguera, y Feliz Año Nuevo, de Alfaguara. Desde entonces, fue propagando la lectura del brasileño entre sus estudiantes de la Universidad Central y la Javeriana.
El novelista y columnista Esteban Carlos Mejía supo del autor en una librería de viejo cuando llegó a sus manos Agosto, la novela policiaca sobre el suicidio del presidente Getúlio Vargas, y desde entonces cayó bajo su influjo. “Asusta o intimida su estilo directo, categórico, sin rodeos –dice Mejía–. Rubem llama al pan, pan, y al vino, vino. Al sexo, sexo cochino. Al crimen, oscuridad y penuria”.
Porque en el mundo marginal de Fonseca hay dos temas en los que no busca aprobación, sexo y violencia, con los que puede abochornar o agredir. Como muralla aparecen argumentos que exponen que “es violento porque la realidad es violenta” o “demuestra de una manera contundente que existe la violencia”.
Afanador no cree que sus descripciones sexuales sean explícitas y mucho menos pornográficas. “La inminencia del sexo es más erótica que el sexo mismo”, explica. Y evoca a un personaje de Fonseca que dice: “Me gustan tanto las mujeres, que a veces siento deseos de gritar”. El escritor Miguel Mendoza, un autor colombiano, hizo una tesis sobre Fonseca, y sostiene que “como nadie, reconcilia el sexo y la muerte. Es el escritor de los lugares oscuros de la condición humana”.
Pero nada sería de estos temas, de esa visión casi salvaje, si no fuera por un estilo agobiante, frenético, sintético, fluido y de grandes diálogos. Afanador lo describe: “Permanentemente tenemos la ilusión de estar avanzando, de ir a un lugar determinado, concreto. Fonseca hace ver lento el cine de acción”.
La trascendencia de este escritor es universal, de los mejores de América Latina y, sujeto a debate, el gran representante de la literatura brasileña contemporánea. Su obra le ha dado oxígeno a la novela negra y para ello creó a Mandrake, su gran personaje, un abogado investigador (no un detective privado) fiel hasta el final con sus clientes.
Como comenta Miguel Mendoza en la novela negra estadounidense o europea, generalmente el detective le gana al malo, pero con Fonseca no: el villano tiene mil cabezas (manejado desde los hilos del poder) y el asesino es apenas la punta del iceberg. Así ocurre en El gran arte, donde Mandrake figura como nunca.
Esteban Carlos Mejía tiene también su forma de ver el aporte del escritor nonagenario a la novela negra, pues, según él, son la invención y la sublimación de la justicia. Sus historias son tan verosímiles que el lector termina por olvidar que son solo ficción. ¿Y la justicia? “Las novelas –dice Mejía– no se limitan a develar los crímenes, castigar a los criminales y restituir el orden quebrantado, sino que inspiran a anhelar otra justicia menos podrida, una justicia más justiciera”.
No solo sus cada vez más numerosos lectores siguen el rastro de Fonseca. En su país, su influencia en los escritores contemporáneos es evidente y ni hablar de los de la nueva generación como Luiz Ruffato y Patricia Melo.
Su influencia trasciende su nación. El escritor mexicano Antonio Ortuño, autor de La fila india y El buscador de cabezas, entre otros, le confesó a SEMANA que su lectura ha sido fundamental: “Soy un loco obsesivo y tengo todos sus libros: debo haberlos leído entre tres y cinco veces (o más) cada uno. Leerlo fue una de las claves formativas de mi propia estética y mi propia identidad como narrador”.
Y Colombia no es la excepción. El primer libro de Fonseca que circuló en el país fue El gran arte, editado por Oveja Negra, a comienzos de los años noventa. El brasileño ejerce una fuerte influencia por esta novela y por su adaptación cinematográfica –dirigida por Walter Salles, en 1991, y protagonizada por Peter Coyote–. El escritor Antonio García Ángel, que conoció así a Fonseca, lo explica: “Él, como (Raymond) Chandler en su momento, demostró que no hay temas ni géneros menores, y que el gran arte depende del pulso narrativo del escritor más que de los asuntos sobre los que trata su literatura”.
Aun así, sobre Fonseca no solo descienden elogios. Una obra como la suya no genera consenso y se ha ganado calificativos como misógino, enfermo, inconsistente, monotemático y, como a algunos jugadores de fútbol, sobrevalorado. A sus seguidores esto no les importa mucho. Por ahora, esperan ansiosos su próximo libro, el que ojalá no sea el último. Fonseca, a sus casi 92 años, avisa que es incombustible.
Los recomendados
Esteban Carlos Mejía, escritor y columnista



“Sus cuentos son estupendos. Pero sus novelas, casi todas, son obras maestras. Me gusta muchísimo Bufo & Spallanzani, 1986: una historia a veces truculenta, a veces hilarante, a veces devastadora. Su protagonista, el escritor Gustavo Flavio, inspirado en Gustave Flaubert, no tiene comparación en la novela policíaca latinoamericana: no es detective, no es moralista, no es nada más que un mulato pernóstico, o sea, un mulato pedante”.
Antonio García Ángel, escritor

“El gran arte, porque es la novela de Mandrake, su personaje recurrente, más lograda. Agosto porque integra de manera magistral la historia política de Brasil con la novela policial. Pasado negro por su capacidad de integrar lo refinado y lo callejero sin la mínima nota falsa, y cuentos como El cobrador o Feliz año nuevo porque ahí es un maestro de la concisión y la tensión dramática”.
Marco Tulio Aguilera, escritor

Feliz año nuevo es un gran cuento, un cuento memorable. También El cobrador. Yo he querido escribir descaradamente a la manera de Rubem Fonseca y creo que esos cuentos (El suave olor de la sangre y Olor a cuero) me salieron bastante bien. El mismo Rubem Fonseca me felicitó por ellos cuando supo que yo había intentado imitarlo”.
Rodrigo Arguello, escritor y crítico

“En cuentos: definitivamente El cobrador y Feliz año nuevo. En novela, sin duda, su mejor novela es Agosto. Tengo que decir que al final, mirándolo con cuidado, creo que Rubem Fonseca, como pasó con Julio Cortázar, es mucho mejor cuentista que novelista. De hecho, creo que es donde se siente más cómodo”.

Rarezas de la literatura

A los autores de best sellers, como Coelho, les importan un bledo los conceptos de los entendidos
Novelas de autores, que se convirtieron en best sellers/eltiempo.com

Las historias de la literatura suelen omitir un montón de autores que sin embargo gozan de la aceptación del público grueso, e incluso del favor de los lectores exigentes. A Georges Simenon la buenaventura de sus obras (autor prolífico, se calcula que vendió 550 millones de ejemplares, sin contar los piratas) lo hizo dueño de yates y castillos en plena juventud, según cuenta en unas memorias íntimas que se publicaron en el 2000. Confieso que nunca leí una sola novela de ese belga, que no aparece en el registro de los grandes escritores de lengua francesa junto a Céline o Rabelais, a pesar de la recomendación que me hizo Álvaro Mutis. Mutis a veces entretenía sus horas en los aviones con las aventuras de Maigret.
A Agatha Christie los críticos refinados tampoco la dejan dormir en el panteón de los escritores inmortales en lengua inglesa junto a Shakespeare y Virginia Woolf. Pero sé de muchos escritores de los llamados grandes, Mutis otra vez, que la consideraron una igual.


Corín Tellado vendió con mucho éxito sus novelas de amores bobos. Y Marcial Lafuente Estefanía, las suyas, épica del cowboy, que leyó en su vejez León de Greiff. Corín Tellado empleaba un ejército de escritores a sueldo que, bajo su dirección maliciosa, pergeñaban relatos de novias desengañadas. Y Lafuente consiguió poner a su nombre 2.600 títulos, descontando los escritos bajo seudónimo, a veces con la ayuda de sus hijos.

Corín Tellado vendió con mucho éxito sus novelas de amores bobos.
Y Marcial Lafuente Estefanía, las suyas, épica del ‘cowboy’, que leyó en su vejez León de Greiff.
Quién se acuerda de 'Papillon', de Henri Charrière, uno que escapó de la isla del Diablo. 'El Chacal', de Forsyth, que no pienso leer, y 'Papillon', que devoré, superan en calidad literaria los engendros de Corín Tellado y Lafuente. Lo mismo que 'El código Da Vinci', que sí leí, atraído por el tema de las sociedades secretas. Y porque me gustan las fantasías conspirativas. El código se lee con el alma en vilo. Es imposible resistirse a la trama. Uno no tiene tiempo de pensar si está bien escrito, si merece equipararse con 'Melmoth el errabundo', de Maturin, esa fábula gótica del Mal supremo que leí por puro morbo romántico, inspirada en 'El judío errante', y que Byron admiró.


Los que hemos dedicado la vida a los libros despreciamos el best seller como un subproducto de la imprenta para uso de las masas urbanas. Lo presentimos incapaz de tocar las raíces del pensamiento y las grandes preocupaciones prácticas y metafísicas del ser humano. Pero esta clase de autores que nadie se atreve a poner en la línea de cañones de los genios son a veces hábiles constructores de anecdotarios que, sin complicar la prosa con retorcimientos inteligentes, se limitan a narrar una historia. Y eso basta para sus admiradores. Aunque pasado un trimestre desaparezcan en las vitrinas de los libreros, en prueba de que no merecen un renglón en los anales de la eternidad. 'El caballo de Troya' es otro ejemplo en el catálogo de obras exitosas que los lectores serios condenan al infierno de la banalidad. Y no es posible olvidar las novelitas insulsas de Coelho, espiritualismo de costurero, que solo leen las señoras de clase media aspirantes a la armonía interior. De acuerdo con el cinismo moderno, a Coelho le importan un bledo los conceptos de los entendidos, según dijo, siempre que pueda seguir desayunando con champaña en hoteles de cinco estrellas. Hace años se atrevió a decir que 'Ulises', de Joyce, era solo un ejercicio de estilo.



No sé si contar aquí las obras de Morris West, cuyos libros sobre el papado vendieron 60 millones de ejemplares, cosa que muchos escritores mejores ni soñaron. West es un extraño escritor. Muerto a los 83 años en medio de una frase mientras redactaba sus confesiones, profetizó la derrota norteamericana en Vietnam, el advenimiento del papa polaco cuando parecía imposible, y al argentino, cuando fuera de una novela, un papa argentino no hubiera pasado de ser un chiste sobre los egos de los sacristanes del Río de la Plata.

Nathaniel Hawthorne: una caja de ideas, sueños y argumentos

Sus Cuadernos norteamericanos revelan el costado más oculto e inesperado de este notable escritor
Nathaniel Hawthorne, escritor estadounidense./revista Ñ.

La reedición de la única versión castellana de Cuadernos norteamericanos de Nathaniel Hawthorne, con traducción y prólogo de Eduardo Berti, es una excelente noticia para lectores no especializados y de los otros. Poe destacó la peculiaridad de ese tono tranquilo y reposado con el que Hawthorne presentó ideas que asombran por su naturalidad, como cuando uno dice “cómo no se me ocurrió antes”, aunque también criticó el uso excesivo de la alegoría que interfiere en muchos de sus temas.
Borges le reprochó que solo concibiera situaciones para después buscar o elaborar personajes que las representaran, aunque también afirmó que había encontrado en los cuentos de Hawthorne el mismo sabor que en los de Kafka, como dijo en una conferencia de 1949 en el Colegio Libre de Estudios Superiores; de allí salió el célebre dictamen “un gran escritor crea sus precursores”.
Lo cierto es que el precursor Nathaniel Hawthorne tenía una imaginación vigorosa y una extraordinaria capacidad de síntesis. Soñó con ciudades hechas de música, con un personaje que pide que al momento de morir sea enterrado en una nube, con un hombre que llega al máximo de su vejez y a partir de allí se vuelve nuevamente joven al mismo ritmo con que envejeció. También soñó con otro que sueña con un bebé en la cuna e imagina todas las personas y comarcas que ese recién nacido conocerá algún día. O con alguien que descubre la forma para que todas las imágenes que un antiguo espejo reflejó en el pasado vuelvan a la superficie. Estas son solo algunas de las ideas esbozadas como bosquejos o sugerencias para relatos en los cuadernos que Hawthorne dejó escritos entre 1835 y 1852, mientras vivía en Estados Unidos. Luego se trasladaría a Inglaterra y más tarde brevemente a Francia e Italia, donde escribiría sus cuadernos ingleses, franceses e italianos, antes de volver a su país natal.
Durante todos esos años pasó por varias circunstancias personales: se casó con una mujer a la que estaría unido hasta el día de su muerte, se asoció por un tiempo a la comunidad rural Brook Farm inspirada en Emerson y en Fourier, trabajó en la aduana de Salem y como diplomático en Liverpool, publicó su novela más célebre, La letra escarlata, así como la mayoría de sus libros de cuentos, de los cuales el más conocido es “Wakefield”, ese individuo que decide abandonar a su esposa y residir de incógnito, durante veinte años, en su vecindad inmediata.
Pero en estos papeles privados casi no se hallarán registros de la vida emocional del autor. Cierto es que aquí no se encuentra la totalidad sino fragmentos de los siete cuadernos escritos en Estados Unidos y un breve apéndice de lo escrito en Inglaterra, todos ellos editados por la viuda, Sophia Peabody, luego de un largo trabajo de selección y depuración; las anécdotas más íntimas pueden haber quedado fuera. El tono es constante e inequívoco aun dentro de su variedad temática. Un hombre ordena a otro que ejecute cierto acto; cuando el primero muere, el segundo sigue bajo su influjo y ejecuta ese acto hasta el final de sus días. Una muchacha demente se arroja a un abismo pero sale volando con ayuda de su vestido. Unos gnomos que viven entre los dientes descubren que hay oro en cierta dentadura y la explotan como una mina. Alguien es poseído por dos espíritus: mientras una mitad de su rostro expresa un estado de ánimo, la otra expresa el opuesto. Y toda la gente que fue ahogándose en un lago reaparece de repente.
De modo que hay más ideas en germen que efusión de emociones en estos apuntes de un hombre de hábitos fijos y regulares, un puritano dotado de dos cualidades que parecen irreconciliables: una imaginación proliferante y una rígida moral calvinista. A la primera correspondería la invención de situaciones soñadas o inspiradas en la lectura de periódicos; a la segunda, las constantes moralejas que interfieren y cierran el sentido de sus argumentos como queriendo ofrecer una lección espiritual al lector.
Por ejemplo, su propuesta de abolir la división social entre ricos y pobres para clasificar a las personas según nuevas clases: pertenecerían a una misma clase todos los que perdieron un pariente o amigo, todos los que padecen la misma enfermedad, todos los culpables de un mismo pecado; aquí el puritano Hawthorne no puede sino añadir su moraleja, explicando que es así porque “nadie está libre de pecado, pena o enfermedad”. Cada tanto insistirá en la culpa y el castigo. No le basta con imaginar que una serpiente ingresa al estómago de un hombre y se alimenta de él durante veinte años; agrega que eso “podría ser un emblema de la envidia”.
Pero la genialidad de este soñador calvinista salta a la vista en cada página esquivando o perdonando las alegorías de manual de autoayuda. Puede que algunos encuentren consignas para ejercicios de taller literario suprimiendo las moralejas y desarrollando los argumentos apenas esbozados o imaginando los temperamentos de cada personaje. Otros leerán solo por placer este hermoso volumen.
En un ensayo sobre Hawthorne, Poe anotó: “Hay un tipo de composiciones que, con alguna dificultad, cabe admitir como un grado inferior de lo que he denominado auténticamente original. Al leer estas obras no nos decimos: ‘¡Cuán original es!’, ni: ‘He aquí una idea que sólo al autor y a mí se nos ha ocurrido’, sino que decimos: ‘¡Vaya una fantasía tan evidente y tan encantadora!’. Entre los escritores de lengua inglesa, sus mejores ejemplos los hallamos en Addison, Irving y Hawthorne”.
Como sea, Nathaniel Hawthorne dejó como legado una sorprendente caja de ideas y gérmenes para estimular la lectura y la escritura, un artefacto ante el cual Henry James no pudo sino preguntarse si existirá algo comparable en toda la literatura universal.
Cuadernos norteamericanos, Nathaniel Hawthorne. La Compañía, 176 págs.

Los diez poemas imprescindibles de Miguel Hernández

Repaso de la vida y obra del poeta, uno de los principales referentes de la cultura española
El poeta de Orihuela Miguel Hernández ./lavanguardia.com

Quien lo conoció destacaba su gentileza y su arte innato para expresar el máximo con las mínimas palabras. Hablamos de Miguel Hernández, uno de los poetas y dramaturgos de mayor relevancia que ha tenido la cultura española. Aunque tradicionalmente se le ha encuadrado en la generación del 36, el poeta mantuvo una mayor proximidad con la generación anterior hasta el punto de ser considerado por Dámaso Alonso como “genial epígono” de la generación del 27.
Hernández tuvo que abandonar el país tras tomar parte activa de la Guerra Civil. Por desgracia fue descubierto en la frontera con Portugal, donde fue detenido y sentenciado a muerte. Su condena fue conmutada por una pena de 30 años de prisión, pero jamás llegó a cumplirla ya que la tuberculosis acabó con el artista el 28 de marzo de 1942.
Este sábado se cumplen 75 años de la muerte del poeta, y por ello, hacemos un repaso de su vida y obra, con 10 de sus imprescindibles poemas centrados en un estilo que se denominó ‘poesía de guerra’ y del que es uno de los principales referentes.
Cancionero y romancero de ausencias
Por las calles voy dejando, algo que voy recogiendo: pedazos de vida mía, venidos desde muy lejos. Voy alado a la agonía, arrastrándome me veo, en el umbral, en el fundo, latente de nacimiento.
Llamo a la juventud
Sangre que no se desborda, juventud que no se atreve, ni es sangre, ni es juventud, ni relucen, ni florecen. Cuerpos que nacen vencidos, vencidos y grises mueren: vienen con la edad de un siglo, y son viejos cuando vienen.
Canción última
Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias. Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa, con su ruinosa cama.
Florecerán los besos sobre las almohadas. Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua detrás de la ventana. Será la garra suave. Dejadme la esperanza.
Tristes guerras
Tristes guerras, si no es amor la empresa. Tristes, tristes.
Tristes armas, si no son las palabras. Tristes, tristes.
Tristes hombres, si no mueren de amores. Tristes, tristes.
Jornaleros
Jornaleros que habéis cobrado en plomo sufrimientos, trabajos y dineros. Cuerpos de sometido y alto lomo: jornaleros.
Españoles que España habéis ganado labrándola entre lluvias y entre soles. Rabadanes del hambre y del arado: españoles.
Esta España que, nunca satisfecha de malograr la flor de la cizaña, de una cosecha pasa a otra cosecha: esta España.
El rayo que no cesa
¿No cesará este rayo que me habita el corazón de exasperadas fieras y de fraguas coléricas y herreras donde el metal más fresco se marchita?
¿No cesará esta terca estalactita de cultivar sus duras cabelleras como espadas y rígidas hogueras hacia mi corazón que muge y grita?
Vientos del pueblo me llevan
Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba. Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas.
Las manos
Dos especies de manos se enfrentan en la vida, brotan del corazón, irrumpen por los brazos, saltan, y desembocan sobre la luz herida a golpes, a zarpazos.
La mano es la herramienta del alma, su mensaje, y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente. Alzad, moved las manos en un gran oleaje, hombres de mi simiente.
Escribí en el arenal
Escribí en el arenal los tres nombres de la vida: vida, muerte, amor.
Una ráfaga de mar, tantas claras veces ida, vino y los borró.
Sentado sobre los muertos
Sentado sobre los muertos que se han callado en dos meses, beso zapatos vacíos y empuño rabiosamente la mano del corazón y el alma que lo mantiene.
Que mi voz suba a los montes y baje a la tierra y truene, eso pide mi garganta desde ahora y desde siempre.

Miguel Hernández, 75 años atrás

El aniversario de la muerte del autor de El rayo que no cesa propicia la recuperación de los cuentos que escribió en la cárcel dedicados a su hijo

Ilustración de Alfonso Zapico.

Ilustración de Sara Morante

Miguel Hernández, en abril de 1936, rindiendo homenaje a Ramón Sijé./elperiodico.com

Sostenido por dos compañeros porque apenas si puede caminar sin ayuda, Miguel Hernández se encuentra con su esposa que lo viene a visitar a la cárcel de Alicante, la última estación de su vía crucis penitenciario. Se agarra a la reja como a un naúfrago y le da a Josefina Manresa un pequeño librito artesanal con dos cuentos, escrito e ilustrado rústicamente a mano. El destinatario final es su segundo hijo, Manuel Miguel, 'Manolillo' (el primer hijo murió a los pocos meses), al que ya había dedicado la dolorosa 'Nana de la cebolla': “Tu risa me hace libre / me pone alas./ Soledades me quita / cárcel me arranca”.

“Para cuando aprenda a leer” reza el subtítulo del cuaderno. Manresa lo guarda como un talismán y cuando el pequeño crece y comprende, sus lágrimas emborronan la tinta del librito. El poeta del pueblo poco después encontraría la muerte en aquel reformatorio de adultos (una expresión digna del actual concepto de posverdad), víctima oficialmente de la tuberculosis y de la incuria franquista, moralmente tan asesina como un fusilamiento.
Ahora esos dos cuentos y dos más que posteriormente también escribió en la cárcel se recuperan en el volumen ‘Cuentos para mi hijo Manolillo’ (Nórdica) en el 75 aniversario de la muerte del poeta que se cumple este martes; una edición que ha sido preparada por el periodista Víctor Fernández con nuevas ilustraciones de Damián Flores, Sara Morante, Adolfo Serra y Alfonso Zapico.

EN LIBRERÍAS

El libro forma parte de la modesta aportación bibliográfica a la conmemoración del 75 aniversario de la muerte del autor a la que se une 'Tenemos que hablar de muchas cosas' (Espasa), una antología seleccionada por diez poetas actuales y las reediciones de '25 poemas ilustrados' (Kalandraka), obra de otros tantos artistas plásticos, y de la biografía corregida y aumentada de José Luis Ferris, aparecida el pasado año. No es mucho, quizá se eche en falta una edición popular de alcance de su poesía completa.
Además de como libro infantil, 'Cuentos para Manolillo', recuperados por el catedrático José Carlos Rovira, puede leerse también a modo de radiografía esquinada de cómo se sentía el poeta en los últimos tiempos, los más duros. "También es fácil ver en el argumento de los cuentos una especie de trasunto de sí mismo -dice Fernández-. En el primer cuento se habla de un potro oscuro capaz de llevarse a los niños a la ciudad del sueño. Es fácil pensar que esa fantasía estaba provocada por su encierro, es un sueño de libertad".
Sobre estos relatos también planea el misterio puesto que el poeta escribió a Josefina Manresa que se trataba de traducciones de cuentos ingleses, pero no se ha encontrado el original y a Fernández le parece un poco extraño que el poeta en la prisión tuviera acceso a relatos de ese tipo. "Están muy relacionados tanto con la infancia como con la tierra, dos temas claramente hernandianos". Joan Manuel Serrat, posiblemente uno de los artistas que más han hecho por la popularización del poeta, considera que estos cuentos son "conmovedores retratos del sentir de aquel hombre en tal adversas circunstancias".

DOS CUENTOS NUEVOS

Los dos primeros cuentos, los que Hernández entregó a su esposa, fueron publicados por primera en una edición facsímil de circulación muy reducida en 1988 y hasta el 2010, año del centenario, se creían únicos. Fue entonces cuando el hijo de Eusebio Oca, compañero de prisión del poeta, reveló que él tenía también el texto original de los relatos, con el añadido de dos cuentos más que no se conocían. Los textos fueron originalmente escritos en papel higiénico -por aquel entonces de color ocre y una textura recia y no demasiado delicada-, y cosidos a mano con algunos bocetos y dibujos en el dorso.
Los nuevos cuentos se dieron a conocer en la gran exposición del aniversario y un año más tarde fueron adquiridos por la Biblioteca Nacional. Además, se supo entonces, la versión que Hernández entregó a Manresa fue en realidad una copia de Eduardo Oca, quien añadió sus propias ilustraciones, que habían sido atribuidas al poeta. Es muy conmovedor apreciar que la letra de los dos primeros cuentos, más clara y precisa, tiene poco que con la de los otros dos, posteriores en el tiempo y escritos más a vuelapluma. Lo fácil es pensar que la precipitación tuviera que ver con su debilidad física y su sufrimiento.
La edición de Nórdica incluye también una selección de dibujos, esta vez sí, realizados por Hernández que forman parte del legado del autor de 'Perito en lunas'. Ese legado fue comprado después de un largo proceso al Archivo Municipal de Elche en el 2013 por la Diputación de Jaén y depositado en Quesada, el pueblo natal de Josefina Manresa. En total son 56.000 registros en los que se incluyen un millar de manuscritos y unas 1.500 cartas, sin contar 26.000 imágenes, que desde finales del mes pasado pueden ser consultados digitalmente para su acceso público.

FRENTE A GARCÍA LORCA

El archivo supone también una fuente importante para detalles no muy conocidos. Fue allí donde se encontró la única carta que García Lorca dirigió Hernández y que da cuenta de la tirantez de las relaciones entre ambos, muy especialmente por parte del autor granadino que afea al de Orihuela la expresión “tiene cojones” referida a su poesía en una carta anterior. Tampoco debió de gustarle mucho que lo definiera como “calorré de nacimiento”, alusión a su querencia gitana. En fin, que entre ambos hubo un histórico desencuentro.
Los destinos de Lorca y de Hernández son paralelos pero disímiles. El asesinato del primero provocó una repulsa internacional, mientras que la muerte del segundo pasó apenas desapercibida. Lorca tuvo un instántaneo reconocimiento en vida mientras que Hernández luchó por él con uñas y dientes. “Hay una foto en la que están Lorca, Buñuel, Alberti, Pepín Bello y Neruda, en ocasión del homenaje al pintor Hernando Viñés, en la que Miguel Hernández saca la cabeza con preocupación, como si temiera no salir en la foto. Esa imagen ejemplifica bien cómo se sentía”, explica Fernández, quien desearía poder decirle al poeta lo que muchos consideran, que “es uno de los cinco grandes de la primera mitad del siglo XX”.

24.3.17

Abierta la convocatoria del Concurso de Cuento para Jóvenes Andrés Caicedo

Cuarenta años luego de la muerte del escritor colombiano y de la publicación de su emblemática novela ¡Que viva la música!, un concurso nacional le rinde homenaje y estimula la creación literaria entre los colombianos. La convocatoria estará abierta hasta el 16 de julio
Andrés Caicedo, escritor colombiano, quien obró contra sí mismo hace 40 años./revistaarcadia.com


La Alcaldía de Cali, la Secretaría de Cultura de la ciudad y la familia del escritor caleño Andrés Caicedo presentan un concurso de cuento para jóvenes que sirve de homenaje a Caicedo, dado que se cumplen 40 años de su muerte este año.
El autor de ¡Que viva la música! se quitó la vida a los 25 años el 4 de marzo de 1977.
La convocatoria estará abierta hasta el 16 de julio. Recibe textos originales e inéditos con temática libre de colombianos que tengan entre 15 y 25 años. Pueden participar no solo quienes son residentes en Colombia sino en el exterior.
Pilar Caicedo, hermana del escritor, explicó que “la idea es que los jóvenes, entre 15 y 25 años, edad en la que escritor escribió, tengan un estímulo para dedicarse a la escritura”.
El cuento ganador recibirá siete millones de pesos, segundo puesto dos millones y el tercero un millón. El jurado encargado de seleccionarlos está compuesto por Juan Gabriel VásquezJuan Esteban Constaín y Melba Escobar.
El ganador será anunciado en la Feria Internacional del Libro de Cali, evento que se realiza en el mes de octubre, y se publicará un libro con el cuento ganador y los finalistas.
Para participar, y conocer todos los detalles del concurso, puede hacer clic aquí.
Le puede interesar Un cinéfilo empedernido un texto de Andrés Caicedo.