El famoso editor cultural nos mandó su respuesta a un artículo de VICE sobre la generación que se mamó del autor de ¡Que viva la música!
Sobre la deshonestidad intelectual
Andrés Caicedo, autor colombiano de ¡Qué viva la música! |
Mario Jursich Durán, editor colombiano, director de El Malpensante./vice.com.es-co |
Estimados amigos:
A mí me gustan los enfoques iconoclastas. Por eso empecé a leer con bastante curiosidad el artículo de Felipe Sánchez Villarreal "Lo sentimos: somos la generación que se mamó de Andrés Caicedo". Por desgracia para mis expectativas, a la primera página estaba sintiendo impaciencia y en la final ya no podía de la lástima. El autor, que sin duda comulga con la tesis expuesta en el título, intenta convencernos a través de una encuesta exprés que "se le acabó el combustible emocional al siemprevivo". Sin embargo, esa charada por darle sustento empírico a lo que sólo es un prejuicio acaba revelando algo muy distinto: que las personas entrevistadas no sólo desconocen la obra de Andrés Caicedo sino que ese mismo dictamen puede aplicársele al autor de la encuesta. Un rasgo de honestidad intelectual es que, al investigar, uno debe estar dispuesto a descubrir cosas contrarias a las que piensa. Precisamente lo que Felipe Sánchez Villarreal se abstiene de hacer.
¿Una exageración? Permítanme glosar tres frases de la nota y demostrarles que mi juicio no es una hipérbole.
Ejemplo 1: "Liliana Ramírez, que lleva más de veinte años como profesora de planta de la carrera de Estudios Literarios en la Javeriana, dice que nunca ha visto un trabajo de grado sobre él y no ha escuchado que sus compañeros lo hayan puesto a leer".
Convendría que la profesora Ramírez, en vez de alardear de su ignorancia, revisara el apéndice del libro Memorias de una cinefilia (2015) de Sandro Romero Rey. Ahí podría ver la cantidad enorme de monografías sobre Caicedo y la inmensa atención que sigue despertando entre los escritores más disímiles no sólo de Colombia sino de toda la lengua española. (Por cierto: ¿desde cuándo la universidad legitima lo que vale la pena en la literatura?).
Porque si uno quiere contrastes, sobre Caicedo han escrito los colombianos Juan Gabriel Vásquez y Carolina Sanín, el chileno Alberto Fuguet, el italiano Francesco Varanini, el argentino Juan Forn y el mexicano Chema Espinosa. ¿Qué otro escritor nuestro puede presumir de haber concitado semejante atención?
Ejemplo 2: "Con todo y el desencanto, los libros de Caicedo siguen siendo pan caliente en librerías y en los planes lectores de los colegios".
Yo no sé qué tanto sepa de lógica Felipe Sánchez, pero es evidente que uno no puede afirmar que los jóvenes se cansaron de Caicedo y aceptar al mismo tiempo que sus libros siguen siendo best sellers. Si fuera así, ¿cómo se explica él que lo sigan publicando? ¿Cómo justifica que sus obras se hayan reimpreso ininterrumpidamente desde 1977? ¿Qué desmentido tiene para que, cuarenta años después de muerto, las editoriales más grandes de la lengua española sigan pujando ardorosamente por sus derechos? Más aún: ¿le parece un simple azar, pura chiripa, que el año pasado lo hayan traducido al inglés e incluido en los Modern Classics de Penguin? ¿Es sólo una operación de marketing de los pérfidos Luis Ospina y Sandro Romero Rey? ¿De las no menos malévolas hermanas del autor caleño?
Ejemplo 3: "Juan Álvarez advierte que nos toca insistir en la distinción clásica del autor y sus libros, entre Andrés Caicedo como persona y ¡Que viva la música! como novela. La leyenda sobre su vida se ha tragado sus libros y eso también ha impedido una reflexión crítica juiciosa sobre su literatura".
A mí me consta que Álvarez no es un escritor que se vaya de la lengua con facilidad, pero en este caso dudo que haya considerado bien sus palabras. Si algo demuestran los artículos citados más arriba es que tanto Caicedo como su literatura han sido sometidos a una escrupulosa revalorización en los últimos años. Francesco Varinini, por ejemplo, le dedica casi ¡cien páginas! de su Viaje literario por América Latina y la nota que menos pulsa es la del paladín de las drogas. Excepción hecha de los despistados, ya nadie lee en clave juvenil a Caicedo.
De todo lo anterior sólo se puede concluir que, cuando Felipe Sánchez Villarreal cierra su artículo diciendo que "Por ahora, nos queda la certeza de que esta generación ya no le come a Andrés Caicedo", lo dice porque está alucinando. No se trata sólo de que niegue la existencia de los numerosos lectores del autor caleño; se trata sobre todo de que sea incapaz de ver lo que está frente a sus ojos. El año pasado participé en una conversación con Frank Winne, el traductor de ¡Que viva la música! al inglés. Soy miope y por lo tanto puedo estar engañándome. Pero ese día esos lectores de Caicedo que supuestamente no existen, esos pelaos para los cuales ya Caicedo "dejó de ser faro", no sólo abarrotaron la biblioteca Luis Ángel Arango –había unas 1.500 personas en la sala y otras tantas siguiendo la charla vía streaming— sino que hicieron preguntas durante más de una hora. Si esos son los muertos que leen a Caicedo, déjenme decir que tocará volver a matarlos porque están muy, pero muy vivos.
Mario Jursich Durán
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