En la novela escrita de un tirón Al final del Periférico, el autor regresa a una edad mítica, la de la adolescencia, para descubrir cómo más allá de las diferencias raciales y materiales, la edad y la circunstancia fueron fruto de una unión indestructible
Guillermo Fadanelli, escritor mexicano.Crisanto Rodríguez, SinEmbargo.com |
Guillermo Fadanelli está convencido de que la vida transcurre alguna vez sin intervención. En su caso, la adolescencia es esa edad mítica en la que las circunstancias lo hicieron unirse al Adonis, el que se robaba todas las chicas, al Negro Herrman y a unos cuantas criaturas más, fruto de una amistad indestructible, detenida en ese tiempo.
Al terminar el tramo sur de la avenida Periférico a mediados de los años setenta, la ciudad cerraba sus puertas y un lugar despoblado comenzaba a formarse. En ese límite empezaron a ocuparse novísimas residencias con grupos de familias tocadas por la nueva realidad económica del país. En este ambiente de nuevos ricos, Guillermo llega a su hogar con un importante complejo de inferioridad. Pronto hace nuevas relaciones y asimila aquellos que a su edad convierte a su grupo de amigos en estúpido insolentes y desvergonzados sin una guía de supervivencia más que la necesidad sexual, dice la sinopsis.
Como en Los detectives salvajes, Fadanelli elige la edad adolescente para su mito. No es como los amigos de Roberto Bolaño, un dechado de aspiraciones intelectuales. Son, acaso más jóvenes, fruto de una delincuencia juvenil en ciernes, animado por ese despertar sexual tan en ebullición.
–¿La infancia, la adolescencia, como literatura?
–Bueno, cuando vives un presente desgraciado, en continua caída, siempre vas en búsqueda de una edad mítica. Explorador del mito y constructor del pasado y la adolescencia o la infancia son épocas que pueden prestarse a ello, demostrando también que la vida no es mera ilusión.
–¿Te notaste en caída en los últimos tiempos?
–Sí, por supuesto soy un pesimista falso e hipócrita, porque continúo escribiendo y continúo dándole valor a la literatura. Soy afín a ciertos a placeres, pero he cancelado la idea de un futuro mejor, no creo de ningún modo ni en lo social ni en lo individual que la vida vaya a cambiar diametralmente. Damos pasos pequeños a lo largo de siglos, pasos de hormiga en el universo. Pero me he conformado a la manera que lo quería Arthur Schopenhauer como un hombre que es rehén de sus propios impulsos y cuyas explicaciones acerca de la vida y del mundo son sólo un paliativo. O una retórica que acompaña a la vida. Esto te lo digo muy personalmente, mi relación de literatura-vida es íntima y de mi escritura. No es solamente un oficio, es el testimonio de una vida. Y repito siempre la frase de Bryce Echenique: “Nunca te irá tan mal que no te pueda ir peor”. Lo peor siempre está a la vuelta de la esquina, así que mientras tanto disfruto esta lenta calma. Como me gusta decir: doy vueltas alrededor de mi tumba.
–Dando vueltas alrededor de la tumba, pero siempre dándote oportunidad para manifestarte alrededor de lo social. Es tu costado optimista, digamos…
–Sí. Lo ideal para mí es que el resto del mundo desapareciera. Decía Cioran que un hombre normal odia a la mitad de sus contemporáneos y creo que se quedó corto, pero creo que uno no puede vivir socialmente sin pensar en el otro, sin saber que el otro, el vecino, el enemigo, aquel que comparte el espacio común está allí para hacerte la vida más pesada o más sencilla. Entonces, creo que mi inclinación a opinar acerca de lo social tiene una finalidad muy concreta, que el otro desaparezca, que se convierta en un ciudadano, en un hombre distante, en un ser que cumpla las leyes. No en un hombre feliz, porque la felicidad es a cuentagotas y es indefinible, pero por lo menos distante y respetuoso. Civilizado y cortés. Esa es la dirección de mi crítica social constantemente. No soy un tirano ético, no estoy inscripto a ningún partido político, detesto los liderazgos y las transformaciones son lentas, son pausadas, la reflexión tiene que ir siempre por delante de la pulsión en cuestiones sociales. Ahí me revelo como un pesimista hipócrita, porque creo que el hombre con todos sus deseos y sueños debe desaparecer en pos del otro y luchar para no ser engullido por los demás. Y por otro lado, el cultivo de una idea de la libertad ha sido importante en mi vida, la libertad individual y la libertad social, que se entrelazan. No estoy hablando de una ausencia de obstáculos, el de una libertad física y pusilánime hasta cierto punto, sino de una libertad como construcción, que incluya al otro y que incluya la voluntad de vivir la vida como uno quiera, sin necesidad de ser sojuzgado por algún tirano o por algún gobierno despótico. Entonces, bueno así te resumo en forma muy general mi posición, si es que tengo una posición.
–Este año murió Ignacio Padilla, él decía irónicamente que tú terminaste pertenecientes
–Sí, fue una muerte dura. Ignacio Padilla es un buen escritor, pero la literatura es una estética y un gusto, es una inclinación moral. Yo fundé la revista MOHO, en 1988 y nosotros firmamos un manifiesto de tendencia anarquista y dadaísta, pero también partimos de allí para construir otra literatura, dando lugar a una editorial y a una especie de vida estética. En el crack se reunieron cinco escritores, muy distintos entre sí, redactaron un pequeño manifiesto y se dedicaron a escribir libros. Es algo benigno para toda sociedad. La muerte de Padilla es terrible, yo preferiría que se muriera el 95 % de todos los políticos que detesto, en funciones.
–(risas) Gerardo Balderas, toda la novela sucede en las años ’70, representa al Narciso, al Adonis, es la belleza en sí misma. Pese al espejo, construye una filosofía diletante pero también melancólica. Todos mis personajes tienen una referencia real y Gerardo Balderas por supuesto que existía. Era el chico que nos robaba todas las novias y al mismo tiempo el que nos acercaba a ellas–No ir a la cárcel porque no hay estéticas
–Tú no quisieras encontrarte con ellos, los tienes ahí, en esa zona de los años
–Al final de cuentas la novela es la construcción de un mito y prefiero que permanezcan en esa zona ambigua, pero también dichosa. Uno tiene derecho a ser feliz, aunque sea a través de la mentira, del mito y del pasado.
–Roberto Bolaño hace un mito de su juventud, en Los detectives salvajes…
–Mis personajes se ubican más en la adolescencia, son niños de 11 a 14 años. No tienen ningún tipo de ambición intelectual y además conviven en un residencial, llamado Villa Cuemanco, cerca de Villa Coapa, que fue una de las primeras prótesis urbana. Uno de los primeros suburbios, una de las colonias donde el Periférico terminaba, tenías que volver, el eterno retorno como diría Nietzsche. Y ahí, en el final del Periférico unos niños conspiraban para hacerse adultos. Creo que es una novela más de iniciación, de aprendizaje, de melancolía adolescente.
–Uno siempre es niño y después se muere
–Sí, la madurez es algo que nadie se merece, el hombre es un niño eterno. Está movido por las mismas pasiones, por el deseo de crueldad, por el ansia de conquista, la curiosidad. Y si sigue siendo niño, seguirá siendo seducido por la sorpresa. El hombre maduro es aquel que ya ha hecho cuentas, que ha determinado el final y el camino de su propia vida. El niño siempre está, dando vueltas alrededor de sus pasiones primarias.
–¿Willy, un escritor? Hoy ya no tienes clase, eres escritor, un hombre sin clase
–Nosotros proveníamos de la Colonia Portales. Veníamos de la calle, mi madre nos echaba después de la escuela a la calle para descansar un poco de nosotros y definitivamente no la culpo. Cuando llegamos a Villa Cuemanco, llegamos a un mundo muy distinto del que habíamos crecido, era un mundo que significaba el progreso de mi padre. Él compraba una casa, que tenía jardín, obligó a mi madre a tomar clases de manejo para tener un auto…y nos enfrentamos a niños distintos. Pese a provenir de clases diferentes, de economías distintas, logramos los niños hacer una pandilla.
–Los perros que eran mascotas y el vecino que asesina al perro sarnoso
–Sí, no todos los niños son iguales, pero la ausencia de experiencia, de ideología, de dolor, lo vuelve un ser más honesto y más honrado. Nosotros le declaramos la guerra a la mitad del vecindario a partir de una mirada cruel y sincera. Por ejemplo, a un vecino que mató a un perro con un rifle lo denominamos “asesino”, a sus hijos “asesinitos” y a su mujer “asesina”. Éramos también pequeños animales, construyendo lenguaje y moral.
–Tú venías de la Portales, por lo tanto te hacías escuchar
–Sí, pero también tenía imaginación. La mayor parte de los planes y de las estrategias que urdíamos para solazarnos provenían de mi imaginación. Si bien los niños reconocían la belleza de Gerardo Balderas y él era como una especie de líder estético, yo era la voz malvada, sobre todo la imaginación que comenzaba a despertarse…
–¿Cómo es tu vida de escritor?
–Esta novela me ha dado mucha satisfacción. Regularmente yo sufro con el género de la novela, el relato, el aforismo, la brevedad, son medios o formas de expresión más comunes a mí. En la novela siempre sufro. Pero quizás sea seducido por la emoción de sufrimiento lo que me hace escribir novelas. Sin embargo, en esta novela como está ligada a la idea de la infancia, a la autobiografía, al mito construido, fue para mí un volver a un pasado, construirme un pasado para evitarlo. Kundera, en su libro El arte de la novela, tenía muy claro que la novela es el cultivo de la mentira. Y una mentira para que tenga sentido, tiene que ser probada, tiene que ser verídica. Construimos mentiras a través del lenguaje y mundos alternativos, la novela es una forma de escaparse de lo real pero no hace a un mundo de fantasía sino a otra forma de la realidad. Es la construcción de mundos. Yo gocé con la escritura de esta novela, por primera vez y no perseguía ningún fin estético. Tampoco buscaba construir una noción de verdad, tampoco deseaba tener el aplauso ni de mis contemporáneos ni de mis lectores. Esta novela es una especie de ajuste de cuentas y estoy muy satisfecho por ella.
–Hay además un nivel del lenguaje muy dinámico, no es tu estilo razonado…
–Claro, una novela es un ritmo y es un tono. Es una tesitura. Yo elegí un lenguaje apresurado, entrecortado, plagado de comas, que mostrara al lector también el ritmo, como palpitaba mi vida entonces. No un lenguaje que buscara la belleza, sino un lenguaje honrado, que expresara sus propias debilidades a través de su desarrollo. Me ha gustado. Mi vida como escritor es eso: un hombre que trabaja mucho por las noches, que lee y escribe, soy muy desordenado en mis hábitos, pero sobre todo soy un hombre observador y que todavía conserva curiosidad y pasión por las letras, por las mentiras, por la noción de la otra realidad, una realidad aparte, por el ser otro. La idea de poder ser otro. Mi vida de escritor va dando tumbos, porque además suelo escribir ensayos, aforismos, tengo columnas y sigo insistiendo en la novela.
–¿Qué piensas de este México conmocionado?
–Mira, al ser México un tema tan complejo, me haría siempre una pregunta: ¿en verdad existe un país o es una entelequia política que utilizan algunos para sus beneficios, para sus intereses? ¿Hay país, hay un Estado que le dé fortaleza al país, hay un gobierno que represente al Estado, hay gobiernos representativos que estén preocupados por el bien común, hay una Federación? Me haría primero esas preguntas, tengo esas preguntas por mi ciudad, soy un habitante de la lengua castellana. Cito otra vez a Cioran que decía que el país es la lengua en la que tú hablas. No son las fronteras físicas. Imre Kertész que decía aquello de que la idea de patria le parecía una tontería, que lo único que un hombre buscaba era un lugar habitable. ¿Es México un lugar habitable? Me parece que para algunos sí, pero para la gran mayoría no. Un país donde la corrupción ha alcanzado niveles rocambolescos no me lleva más que al desánimo.
–¿Qué impresiones te causa Donald Trump?
–Las democracias que están sostenidas no mediante la reflexión sino mediante el conteo de votos, es una democracia indirecta. Dan lugar a que palurdos, a que monigotes ansiosos de poder, como Donald Trump, puedan llegar a ser presidentes. La pregunta es si las instituciones pueden soportar a un payaso de esa naturaleza. O si el payaso se vuelve un monarca de la locura y la tontería. Entonces, habrá problemas. Yo me preocuparía también por México, por el país en el que supuestamente vivimos, no tener capacidad de reacción ni inteligencia ni miras de Estado, para poder establecer un nivel de diálogo que busque el bienestar de la gente que habita aquí. Me preocupa Trump hasta cierto punto, casi al mismo nivel que me preocupa un gobierno mexicano con falta de respuesta, poco representativo, sin imaginación para afrontar dilemas de esta naturaleza.
–¿Hay alguna cosa que se pueda hacer desde la literatura?
–Yo creo que el escritor usa el lenguaje, lo enriquece, le da cierta forma. Para tener opiniones políticas, es necesario entrar en el lenguaje para poder llevar a cabo una crítica. Nuestras quejas son exabruptos pasionales, pero no necesariamente están expresadas en un lenguaje que se corresponda con nuestro desánimo. ¿Cómo puedes reclamarle a alguien su capacidad de corrupción si no tienes las palabras para hacerlo? ¿Cómo vas a reclamarle a las instituciones si no has leído un libro? ¿Cómo vas a mostrar tus miedos sociales si no tienes un lenguaje? Allí el escritor está haciendo su trabajo, como los artistas que nos muestran mundos alternativos. Cada quién tomará sus decisiones, de acuerdo a cómo le convenga. Richard Rorty, este filósofo que he admirado tanto, decía que hay más señales de progreso moral que en las novelas que en el discurso político y la filosofía. Que uno aprende más en el vivir en esta tierra en el arte de las novelas que en la política o en la filosofía. Entonces, mientras sigamos construyendo historia, no fantasiosa, sino historias a partir de la lengua y de la imaginación, todavía una idea del hombre prevalecerá. Cuando se acaben las novelas, estaremos de pie en un mundo distinto, en un mundo que no conozco, esa es mi aportación a lo social. Ya veremos después porque viene un año difícil y es necesario poner un hasta aquí a esta podredumbre política.
–Y en el terreno de la literatura, ¿hay una nueva novela, un libro de ensayos?
–Hay tres libros en puerta. Unos son mis crónicas de viajes. Viajé mucho durante 10 años, era pata de perro, no tenía dinero, era un vagabundo. Visité Irak, Japón, Argentina, varios lados. Se llaman El billar de los suizos. Luego está mi ensayo que es sobre literatura con lo social. Se llama Meditaciones desde el subsuelo y estoy metido en una novela que se llama Fandelli, que es biográfica, pero a mediados de los 90, en las tabernas a las que acudí para cumplir la frase de Fernando Pessoa: “Para comprender me destruí”. Seguramente lo mejor de todo esto será un aforismo, ya veremos.
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