Andrés Caicedo, autor colombiano, que decidió su propia muerte, hace 40 años.
Portada de ¡Qué viva la música! en la edición original de Colcultura.
Yo había ido al sotano del edificio de Avianca, en la calle dieciseis con carrera Séptima, a retirar cartas, pero no había nada, y al salir vi que se adelantaba un hombre joven alto, melenudo, cubierto con una ruana color marrón de lana virgen. Me dije, ese es Andrés Caicedo. El hombre daba largas zancadas y me tocaba acelerar el paso para cerciorarme de que si era él. El jueves de esa la semana, lo había visto en un programa cultural que se llamaba Paginas de Colcultura, y lo entrevistó Juan Gustavo Cobo Borda, el director y editor de su novela ¡Qué viva la música! Y lo que más recuerdo que dijo una variante de un juego de palabras parecidas a una minificción, que dice:
¡Ay José, así no se puede hacer!
¡Ay José, así no se puede!
¡Ay José, así no sé!
¡Ay José, así no!
¡Ay José, así!
¡Ay José!
¡Ay!
Son de Guillermo Cabrera Infante y se llama Canción cubana.
Y Andrés andaba rápido, me tocaba acelerar mi paso, pero un semáforo lo detuvo, y cerquita lo vi que llevaba en su sobaco sostenidas varias revistas de Ojo al cine.Entonces ya comprobaba que sí era el escritor que ya había escrito ¡Qué viva la música! que en los próximos días sería publicada.
Como su novia era Patricia Restrepo, que manejaba el cine club de la Universidad Central, que entonces funcionaba en uno de las salas del Centro cinematográfico, ya hoy desaparecido en la calle 24 entre carreras séptima y octava, entró allí. Compré la entrada, y Andrés Caicedo, esperó, mientras Patricia Restrepo anunciaba la película del ciclo que se exhibía. Se apagaron las luces, y entre las penumbras ellos salieron otra vez de la sala.
Se volvió noticia. El vespertino bogotano, El Espacio, caracterizado periódico de la crónica roja, traía al otro día de su suicidio la noticula, en su interior, donde daba cuenta en el titular, Excentrico escritor se suicida.
El siguiente sábado, en el quiosco que quedaba en la esquina frente del edificio de El Tiempo, compre en diez pesos la edición original de su novela ¡Qué viva la música! Me dispuse a leerla y lo convertí en todo un acontecimiento personal para mi. En las clases de español y literatura, les pedía a los profesores, leer una novela así, y no esas viejeras literarias de El Alferez Real o la María, nunca me hicieron caso.
Hoy se cumplen 40 años de su suicidio. Andrés Caicedo, creó la frase, que después de los 25 años no se merecía vivir. Y realmente no sé, si su obra vaya a pervivir en el tiempo, pues revisándola, es una obra inconclusa, más favorecida por el morbo de su suicido que por la calidad de la misma.
¡Lloveran rayos y centellas!
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