Entrevista con Roger Chartier
Roger Chartier, historiador francés./http://cultura.nexos.com.mx |
Considerado como uno de los mayores especialistas en la historia del libro y la edición literaria, el francés Roger Chartier (1945) es uno de los historiadores más fulgurantes de la Escuela de los Annales, una concepción que dominó la historiografía francesa del siglo pasado —con figuras principales como Lucien Febvre, March Bloch y en una segunda época con Fernand Braudel, Georges Duby o Jacques Le Goff— y que consiste, a grandes rasgos, en poner el foco en los procesos y estructuras sociales, tomando en cuenta la subjetividad del historiador para la interpretación del pasado (al menos en una primera instancia, puesto que uno de los aportes principales de Braudel a la Escuela de los Annales será el enfoque funcionalista, con un acento principal en la geopolítica y el espacio del discurso histórico, reduciendo al mínimo la injerencia del individuo).
Miembro del College de France y director de la École des Hautes Études en Sciences Sociales, estuvo en Buenos Aires para participar en las “Encrucijadas del saber histórico” organizadas por la Universidad de San Martín, en donde se contó con la presencia de los historiadores Carlo Ginzburg y José Emilio Burucúa. Chartier, que habla un español florido, rezuma cordialidad y facundia, por lo tanto entrevistarlo depara diversos placeres intelectuales de muy diversa tesitura.
Rafael Toriz: Se ha publicado en Buenos Aires tu libro La mano del editor y el espíritu del impresor (Katz). Por ello te pregunto: ¿cuál es el lugar del trabajo editorial y la materialidad del libro en tiempos de la inmediatez digital?
Roger Chartier: En el período que explora el libro, siglos XVI-XVIII, se trataba de un proceso colectivo en el cual intervenía el copista del manuscrito, el censor, el librero editor y las prácticas del taller tipográfico entre otros agentes que se encontraban en el papel; hoy en día puede decirse que se mantiene una distinción entre la comunicación electrónica, en la cual cada uno puede mandar al mundo entero lo que ha escrito sin mediación alguna entre la persona que escribe y quien lee en la pantalla, ya sea desde las redes sociales, el blog, el correo electrónico y los formatos editoriales tradicionales. Frente a esto existe la posibilidad de mantener una idea de edición electrónica, que supone los mismos gestos anteriores en una nueva tecnología: construcción de un catálogo, copy-editing con los autores y sobre todo una política editorial. Hoy en día existen dos formas de publicación, la comunicación electrónica y la edición electrónica. Por un lado, la lógica del open access —comunicación libre, gratuita, inmediata— o bien la tensión de los intereses comerciales de los monopolios de la edición de revistas electrónicas ante las que se enfrentan las comunidades científicas. No sé qué pasará en el futuro, pero el peligro de hoy es la equivalencia, pensar que se trata de lo mismo. Hay que evitar tanto las lamentaciones de un mundo perdido arrasado por el mundo digital como el entusiasmo que considera que es lo mismo comprar un libro que leerlo en otro soporte. Son lógicas diferentes.
RT: ¿Cómo es eso?
RC: La del mundo digital es una lógica temática: temas, tópicos, rúbricas. Es una lógica vertical. Se encuentra con facilidad lo que se busca. La lógica de la escritura tradicional es horizontal; en la yuxtaposición de un diario hay una serie de artículos sobre la página numerada, lo mismo que en una revista, donde cada párrafo corresponde a un lugar dentro de una totalidad.
RT: Sin embargo, el libro parece atravesar una crisis ontológica. ¿Es posible apostar por el libro en como una garantía de la unidad del mundo? ¿Cuál es el lugar del fragmento en esta lógica contemporánea?
RC: Evidentemente el mundo digital introduce una discontinuidad esencial; la del libro es una de ellas, pero también la revista y el diario. En textos digitales el fragmento adquiere autonomía, puesto que la relación con la totalidad no es visible ni necesariamente buscada. Ése es justo el desafío, porque ahora se leen fragmentos cuando tales fragmentos fueron concebidos como una totalidad, bajo otra lógica. Sin embargo, queda abierta la proyección: tal vez el mundo digital pueda transformar radicalmente la cultura escrita si definimos el fragmento no como parte de una totalidad sino como unidades textuales autónomas. Creo que no alcanzamos a ver todas las posibilidades del mundo digital, es decir, una cultura escrita de textos abiertos, maleables, móviles, hipertextuales y que en este sentido hacen desaparecer los conceptos de autoría, propiedad intelectual y el concepto mismo de libro como discurso coherente. En ese sentido la palabra fragmento no tendría sentido. Hay algo paradójico en imponer al mundo digital las categorías del mundo precedente.
RT: ¿Crees que el libro como tecnología es insuperable?
RC: Eso creía Umberto Eco, pero yo no estoy tan convencido. En primer lugar, ¿qué es un libro? Un objeto material, pero si estamos en un mundo digital entonces el concepto desaparece. El libro de Eco es una forma de discurso diferenciado, un género textual que tiene como categoría principal la totalidad, una forma que se acaba cuando cambia su forma material. Hoy existe una disociación entre el cuerpo y el contenido porque el cuerpo puede desaparecer. Si desaparece el cuerpo, ¿se mantiene el alma, es decir, la totalidad textual? Borges, por ejemplo, quería escribir una historia del libro sin libro, una metáfora de la lectura, puesto que cuando leemos no nos quedamos con la materialidad del objeto sino con el libro como obra. Estas categorías se ven afectadas radicalmente al leer en una pantalla.
RT: Otro de tus intereses ha residido en la edición e impresión de música en la Europa moderna. ¿Cómo impactó el hecho de imprimir partituras en la historia de la música clásica?
RC: Nadie me pregunta nunca por este tema y se trata de una cuestión esencial, por varias razones. La primera es técnica, puesto que la técnica tipográfica que separaba por caracteres no se adecuaba bien a la música, debido al pentagrama. En consecuencia se decidió privilegiar algo anterior a la imprenta, que era el grabado sobre cobre. La forma dominante de la imprenta en relación con la música fue la calcografía y no los caracteres móviles como en el caso de la escritura. Era algo difícil y caro por lo que se mantuvo la práctica de la copia manuscrita. La historia de las partituras va al revés de la tipográfica y por ello se permitía una reducción de las mismas por comodidad, lo que les permitió entrar en el ámbito privado y doméstico volviéndose más democráticas y menos onerosas.
RT: En el ciclo de la muestra 1616. Shakespeare/Cervantes —organizada por la Biblioteca Nacional— impartiste las conferencias “Shakespeare y Cervantes. Encuentros soñados, encuentros textuales” y otra sobre intrigantes aspectos de la geografía cervantina; en ese sentido es necesario conocer tu opinión sobre el estado del español en los Estados Unidos, el país con mayor expansión lingüística en el siglo XXI en tiempos de la intolerancia y el racismo de Donald Trump.
RC: Anteriormente el inglés era una lengua menor, de mercaderes. Cervantes no pudo conocer al autor, aunque al revés es muy probable que sí, como lo señala el famoso caso de Cardenio. Si pensamos en el presente, en el imperialismo lingüístico del inglés que comprende la mayor parte de la publicación electrónica, se trata de la lengua de mayor intercambio en las disciplinas científicas y de la lengua del comercio, sin embargo la fuerza demográfica del español en los Estados Unidos es algo extraordinario, donde la presencia de inmigrantes de países de habla española, a pesar de la voluntad terrible del señor Trump, constituyen una fuerza fantástica en relación con el cine, la música y la literatura. Hay una gran parte de estudiantes de high school y universitarios interesados en conocer la presencia lingüística-estética del español de América Latina representada por las tradiciones culturales argentinas, chilenas y por la cinematografía mexicana. El problema que veo —doy clases todos los años en Pennsylvania— es que no se pasa del interés por la lengua al reconocimiento de la importancia de lo que se ha escrito y se escribe en español cuando pensamos en términos de filosofía, ciencias humanas o la historia. La gente que aprende español para leer directamente a García Márquez o seguir las películas mexicanas no imagina que existe para sus estudios una lengua que produce trabajos y obras fundamentales. Existe una distinción entre el español como lengua de cultura y descubrimiento del mundo y el español como lengua del pensamiento y la antropología. Es necesario hacer un esfuerzo para convencer a la gente de que existen obras fuera del inglés indispensables para la investigación no porque traten del mismo tema, sino porque son modelos de análisis y de prácticas específicas de inteligibilidad. Éste me parece el desafío fundamental del español en Estados Unidos, aunque no sé si se podría pensar en estos mismos términos la problemática fuera del país o en los países del norte de Europa. Acaso también se trata de un conflicto aplicable para el portugués de Brasil. Acá hay una visión más global de la América Latina, desde México hasta Tierra del Fuego.
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